Cada vez que un gorrilla hace señas para facilitarme el aparcamiento, pienso en el Negro, abro la guantera, extraigo un buen pellizco de tabaco de liar, y hago entrega de mi contribución a la causa de otro día más en la calle. Siempre responden perplejos al trueque, con un agradecimiento sincero, como me ocurre en relación con «Malviviendo».

Desde el comienzo, resultó un soplo fresco tremendamente ibérico, auténtico y con sutilezas incisivas, en medio de las risas, el humo y los litritos. Una webserie que reflejaba, a través de la hipérbole, las andanzas, interrogantes y lugares comunes de los nacidos en los ochenta. Un retrato generacional certero y honesto, sin tapujos ni censuras, mucho más profundo de lo que aparentaba tras una pátina desenfadada.

En cierto modo, es como si se hubieran planteado, de inicio, una sucesión de cortos experimentales, desarrollados en formato de serie, con absoluta libertad. En plan, qué nos apetece inventarnos para el próximo capítulo. Esa capacidad de sorpresa, con el atrevimiento de parodiar lo que les viene en gana, ha sido un elemento clave para la dispersión de la serie en el océano de habla hispana.Y es que, casi todo tiene cabida en el universo de Los Banderilleros. En este enclave sevillano ficticio transcurre una historia de colegas y perspectivas truncadas, surgida de las teclas de David Sáinz, capitán del navío, que encarna al Negro y abandera la expedición.

El éxito de Malviviendo no se mide por visitas, se mide por su inoculación en el imaginario de los espectadores. Y ello es posible gracias a sus tremendos personajes, exagerados, sí, que conmueven y arrancan carcajadas, también.

Todo conocemos a un Antonio Manuel.

Todos conocemos a un camello sin pinta de camello, como el Zurdo.

Todos conocemos a un desfasado tipo el Postilla.

Todos conocemos a algún Kaki, furibundo y entrañable.

Todos conocemos a un Mateo, sin visos de rehabilitación posible. O quizá, sí.

Todos conocemos a una Milagritos.

Todos conocemos a un Rata, a un Papito, a un don Luís o a un hijo de don Luís.

Todos conocemos a un Robledo, y a más de un Calleja.

Todos conocemos a un tío como el Negro, o a algunas de sus citas, ese colega tranquilo, fumeta sereno y clarividente.

Estereotipos, en fin, que resultan enternecedores y divertidos pero siempre muy humanos. Reales.

El hilo conductor es una especie de caos vertebrado a través del homenaje incesante. La Referencia como fuente de inspiración para secuencias o hilos argumentales, sin pudor. Brindando por ello. Esa cabecera inicial que casi supera a la de Dexter, y que condensa toda la serie. Qué hijos de puta, menuda declaración de principios. O la que se marcaron clonando el openning de Juego de Tronos, sensacional. Después de treinta entregas, casi ninguna serie emblemática ha quedado fuera de las versiones que los de Different han bordado de las respectivas cabeceras. A título personal, considero extraordinarias las simetrías que logran entre los Banderilleros y Franklin Terrace, al tiempo que rinden pleitesía a «The Wire».

Luego, con medios limitados y mucho ingenio, han logrado desde la humildad, componer durante varios años piezas ahumadas de hierba, capítulos redondos salteados de rarezas y experimentación, algún alicaimiento, una evolución considerable en la factura técnica y ambición por lucirse en determinados planos -como las vistas aéreas, 3×10-. Además, una memorable cantidad de influjos diseminados por todo el relato, diversidad de géneros, y muchas perlas que Sáinz va dejando caer. Esperanza en las marismas sin futuro.

Los integrantes de Diffferent han logrado llevar a término esta aventura. Una odisea en el mar de YouTube, cuyas procelosas aguas, han surcado en constante superación a lo largo del último lustro. Frente a mil adversidades se ha curtido a esta tripulación hasta el punto de atreverse, en sus diversos proyectos paralelos, con un experimiento crudo: «Obra 67». Una pequeña gran película que, a buen seguro, trascenderá con el tiempo. Téngase en cuenta que se rodó en menos de dos días. Poco se ha visto más real que ese diálogo ante la playstation con rap de por medio. Simultáneo en cientos de hogares.

En definitiva, la grandeza de «Malviviendo» es su versatilidad. Idónea para ver con los amigotes de cervezas, o para analizar la resolución de tomas muy elaboradas y travellings en sillas de ruedas, cuando esas mismas cervezas se comparten con gafapastas. Óptima para contrarrestar el ánimo en días grises. Motivo de fiesta. Paréntesis de realidad.

La serie que mejor refleja, en estos tiempos aciagos, un día cualquiera de los jóvenes de este país. Un aplauso a la brisa que sopla por el valle del Guadalquivir cuando los de Different se embarcan en un proyecto. Gracias por brindarnos la dosis mensual de «Malviviendo». Ungüento ante lo funesto. Alegría en la neblina. Como descorchar un tonel de vino en la taberna. Como la cosecha de otoño. Como el primero del día con el segundo café. Como el sol del sur.

 

«Adiós a Malviviendo, los mejores, así que lluvia de cogollos, no de flores» Zatu

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