En el caos ruidoso que da vida al centro de Río de Janeiro, hay un remanso de paz dentro del Real Gabinete Portugués de Lectura, una biblioteca del siglo XIX que hace retroceder tanto a cariocas como a visitantes a los tiempos dorados de la monarquía brasileña. Junta a ella, a lo largo de la rúa Luís de Camoês se amontonan varias librerías de viejo. Entre estas, aparece un coqueto negocio que junta ese espíritu inconfundible que otorgan los tomos antiguos colocados en estanterías de madera con la modernidad neoyorquina de incluir una cafetería-restaurante dentro del local. Allí, en ese establecimiento que reparte sus ingresos entre la venta de libros y el servicio de cafés está perfectamente documentada la historia de Cinelândia, el barrio al que muchos conocen como el Broadway de Río.

Varios libres fotográficos muestran la creación y el auge de un enorme epicentro cultural, lleno de edificios bellos y señoriales. En Cinelândia se juntó durante décadas lo más florido del cine y el teatro brasileños. Tanto es así que ese céntrico barrio encarnó como nadie el sobrenombre que se ganó Río durante la primera mitad del siglo XX: el de ciudad maravillosa. Una docena de majestuosos teatros –entre ellos, el Municipal, que sigue presidiendo con sus cúpulas doradas la Praça Floriano– se combinaba con una docena de enormes cines en los que se estrenaban los éxitos del momento, protagonizados por Ava GardnerCary Grant o Humphrey Bogart. La gente guapa carioca encontró su madriguera ideal para desarrollar un estilo de vida bohemio y desenfadado, creativo y liberal. Sin embargo, con el golpe de Estado de 1964, que convirtió una democracia que apenas duró diez años en dictadura, Cinelândia comenzó a pisar fuerte en el caminar de la política de Río de Janeiro, en particular, y de Brasil, en general.

Mujeres manifestándose en 1968 en el céntrico barrio de Río.

Mujeres manifestándose en 1968 en el céntrico barrio de Río.

Fue allí, en Cinelândia, donde la policía del régimen militar que acabó con la presidencia de Joâo Goulart un 31 de marzo de 1964 también acabó con la vida del joven estudiante Edson Luís de Lima Souto. Su muerte a tiros fue la chispa que inflamó la Passeata dos Cem Mil, una multitudinaria manifestación pacífica que repudiaba los métodos totalitarios de la dictadura, que se mantuvo hasta la aprobación de la actual Constitución Federal que rige el país latinoamericano (1988). El poeta Ferreira Gullar fue la mente que ideó convertir el entierro de Lima Souto en un gran acto popular de rechazo a los militares que habían dado el golpe de Estado (con la inestimable colaboración de la CIA y el gobierno de EE UU) cuatro años antes. Si los ciudadanos de Río de Janeiro marchaban detrás de un cortejo fúnebre, los agentes del orden no podrían dispararles. Por mucho que portasen pancartas en las que se leyese: “Protesto contra la censura en defensa de la cultura” o “Abajo la dictadura, el pueblo en el poder”.

En el barrio de los cines y los teatros, durante toda la década de los 70, se reunían también los miembros de una izquierda clandestina que luchaba por derrocar a los militares y reinstaurar una democracia arrebatada por temor a que el presidente Goulart “llevara el país al comunismo”. Así le habían acusado en la prensa yanqui rivales políticos como Carlos Lacerda, gobernador del estado de Minas Gerais. La reforma agraria y los planes de nacionalización del petróleo brasileño (expuestos públicamente solo 15 días antes del golpe) cavaron la tumba política de Goulart, que hubo de exiliarse al Uruguay. Lacerda, curiosamente, no pudo ejercer después como político pese a haber sido uno de los civiles que con más énfasis apoyó el alzamiento del Ejército. El paulatino recorte que sufrió la democracia indirecta que impusieron los militares frenó su carrera como prócer. Eran los tiempos en los que en Cinelândia, con base en el edificio Dalton, se llegaron a reunir tantos militantes de tendencia izquierdista que Timoteo Leâo, un periodista, calificó al barrio como “el Kremlin brasileño”. Esos pensadores y activistas prodemocráticos tuvieron que asistir junto a sus colegas del ala conservadora, que también ansiaban la vuelta de un sistema parlamentario real, a la demolición del Palácio Monroe. Allí se había establecido el senado estatal durante décadas, antes de que Río cediera la capitalizad de la Federación de Brasil a Brasilia en 1960. El edificio se había salvado por los pelos durante la construcción del metro carioca, que tuvo que describir una curva entre las estaciones de Glória y Cinelândia para preservarlo. Sin embargo, por decisión del gobierno militar, acabó cayendo en 1976.

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Anonymous Brasil convoca la protesta de hoy en Cinelândia.

Pese a que con los años se ha convertido también en el centro neurálgico del conocido Carnaval de Río de Janeiro, Cinelândia no ha abandonado su ‘vocación’ política. Partieron de allí las protestas y manifestaciones que dieron la vuelta al mundo durante la Copa de las Confederaciones, el torneo que sirvió en junio de 2013 como aperitivo y ensayo general para el Mundial de fútbol que comenzará en diez días. La zona preserva sus cines y teatros, pero sigue siendo el corazón de la ciudad maravillosa y su latido político, un elemento muy a tener en cuenta. La fecha de inicio del Mundial reaviva aspiraciones de mejora social. Los indignados ya no protestan por recuperar el voto, la libertad de expresión o el derecho a asociación. Ahora se alzan contra la gestión de un partido que se define de izquierdas (el Partido de los Trabajadores, que aún no existía en los 60, pero que se nutrió de muchos manifestantes contrarios a la dictadura), pero que, según ellos, no ha sido capaz de dotar a Brasil de unos servicios públicos que crezcan al compás de su pujante economía nacional. Ayer por la tarde, la Praça Floriano estaba llena de agentes de la Policía Federal, vigilantes de la instalación de un gran escenario para conciertos. Hoy, frente al majestuoso Teatro Municipal, hay convocado un acto de repudia a la organización de la Copa del Mundo. Convocan los activistas de Anonymous Brasil. El lema no cambia: “Nâo vai ter Copa”. El sístole y el diástole de Cinelândia siguen rimando con reivindicación.

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