60% poliéster, lavar máximo 30º y limpiar en seco. Son instrucciones cosidas a prendas que visten nuestros cuerpos y que nos resultan más que familiares. El vestir, como actividad huera es más bien una necesidad práctica que muchos han conseguido disfrazar como culto trascendental, con proyección artística e inspiradora. Para situarnos mejor, hablamos de trozos de tela, nada más. Tachuelas, botones e hilo y una frase que reencarna la granja de los horrores cuando cita “contiene partes no textiles de origen animal”, me pregunto entonces qué secretos esconde mi camisa azul 100% algodón. Como si de un déjà vu se tratase, China, Vietnam o Bangladesh vuelven una y otra vez al corazón de nuestra memoria por motivos nada estivales. Son destino exótico para las multinacionales del sector textil, que polarizan estos lugares como paraísos que son, de la mano de obra barata.
Lo injusto de este término (barato) es lo que designa en este caso concreto. Haciendo eco de la ilustre RAE, barato es aquello “obtenido a un bajo precio o que se logra con poco esfuerzo”. Es decir, baratas las interminables horas de oficio y el sacrificio de estos trabajadores, por un salario que jamás aceptaríamos nosotros ni en media jornada, aún si incluyera descansos. Barato su esfuerzo y regalada su dignidad, entiendo que poco importa si podemos lucir un trozo de tela inútil para ondear el cheap&chic como sombrero de copa.
Sin embargo muchos desconocemos el verdadero valor de una prenda, que va más allá de su confección o casa de moda. Es el valor de la decencia de la que carece, más que por elemento inerte, por ser producto final de la esclavitud consentida y venerada. Son cuestiones más profundas que el fondo de nuestros armarios, pero que con tanta imitación y segundas rebajas somos incapaces de ver. Episodios tan lamentables como el derrumbe en 2013, de un edificio en Bangladesh que albergaba a miles de trabajadores y producía para firmas como, El Corte Inglés o Primark, debería hacernos reflexionar. De igual manera los gobiernos que se regalan aceptando duros por carne de cañón y que tan poco velan por su gente.
Algunos se preguntarán porque han de inmutarse, volviendo a la indiferencia propia del ser humano por los que le rodean, más allá de los 200 metros de distancia. Pues cierto es, que parte de la culpa recae en aquellos que demandamos más por menos de un lado y también en las firmas que deciden responder positivamente sin renunciar al aumento de sus beneficios, codiciando este tipo de prácticas. Aún así, seguimos comprando y comprando, mandando un mensaje indirecto que invita a que lo sigan haciendo como hasta ahora. ¿A caso nadie se pregunta jamás, el coste de mano de obra de una prenda que se vende por €5? Haced vuestros cálculos y preparad penitencias.
Inequívocamente hablo de seres humanos, que tienen la misma necesidad de vestir su ensombrecida arquitectura ósea y carnal como nosotros. Qué sabrán ellos de últimas tendencias y americanas de raya diplomática, y cuánto nosotros sobre términos como explotación laboral, contratos basura y demás terminología propia del sector.
Quisiera citar en los créditos, a los demás actores secundarios, siempre presentes como extras de la divina sastrería, los animales. Indefensos y despellejados en su más tranquilo reposo, para servir de abrigo a fríos corazones, mapaches, ocas y quien sabe que otro bicho más.
En los últimos días hemos podido ver titulares enunciando “Inditex Renuncia a la Angora” con motivo de las denuncias por parte de grupos como PETA (entre otros), alertando de abusos contra estos herbívoros. Habrá que aplaudir la decisión, pero la responsabilidad de las compañías debe ir más allá. La cuestión es, si hubiesen parado sus encargos si las demostraciones y denuncias no hubiesen llegado a los medios. Pero no todo son buenas obras, volviendo a señalar la noticia de Bangladesh, varias de las marcas que se comprometieron a indemnizar a los afectados por el derrumbe, supieron bendecir con palabras lo que luego incumplieron con actos al no asumir el coste de su negligencia (1.138 muertos y más de 2.000 heridos).
Supongo que servimos al canibalismo no comestible, para alimentar un estilo llamado ego. Y a saber, que muchos no reparan en el origen de sus prendas o en las manos y pelaje detrás de su producción, pero en fin hay que vestirse (y más en invierno). Sin conciliar demasiado con el nudismo, concluyó que valemos más desnudos, que vestidos con poca dignidad o es que acaso ¿el fin justifica los medios?