Creo que podría afirmarse con bastante rotundidad que el peso de las guerras de la edad antigua recayó, fundamentalmente, sobre la infantería, y que ésta relegó a la caballería y a la artillería a papeles más bien secundarios, salvo raras y notables excepciones.

Las batallas, por lo general, eran enfrentamientos entre enormes masas de individuos que se agredían unos a otros a muy corta distancia. Imaginemos a un combatiente que no estuviera colocado ni en primera línea ni en la retaguardia. Ubiquémosle unos metros por detrás de la primera línea. Se verá encajado en una muchedumbre más o menos organizada de individuos, algo así como una manifestación multitudinaria, intentando deducir cómo se está desarrollando la batalla en función de la muy escasa información a la que tiene acceso. Es fácil entender lo rápido que podía propagarse el pánico y provocar una desbandada.

Podríamos imaginar a dos ejércitos formados frente a frente y preparados para iniciar la batalla como a dos seres míticos, algo así como informes monstruos de tamaño titánico. Cada soldado sería una célula. Se abalanzan uno contra la otro, intentando devorarse. Y como en cualquier enfrentamiento entre dos individuos (monstruos, humanos o animales), el tamaño, la preparación técnica y la actitud mental son casi siempre determinantes.

Pero tomemos, por ejemplo, el caso de las legiones romanas en el apogeo de la época imperial. Fueron muchas las ocasiones en que derrotaron de forma rotunda en el campo de batalla a ejércitos mucho más numerosos y formados por individuos bien preparados. Contrariamente a lo que muchas personas creen, el armamento y el equipo de los legionarios no eran mejores que los de galos o los germanos. Los legionarios tampoco eran más robustos, más bien lo contrario. El legionario tipo ideal era un hombre joven y delgado, aunque fibroso. Y en cuanto a la preparación, la mayoría de los legionarios se enrolaban con 17 ó 18 años sin haber tocado anteriormente un arma, mientras que la mayoría de sus enemigos aprendían a luchar desde la infancia.

Sin embargo, ya que estamos en pleno mundial de fútbol, podemos imaginar el resultado de un partido en el que un equipo estuviera formado por jugadores de físico atlético y con una técnica notable, pero cuya estrategia de juego fuera lanzarse todos al ataque. Nadie defiende, nadie apoya a sus compañeros, todos van a por el balón e intentan hacer la guerra por su cuenta. El equipo contrario, sin embargo, está formado por jugadores menos dotados técnica y físicamente, pero su juego colectivo está organizado de forma milimétrica.

Los legionarios eran instruidos hasta la saciedad para luchar colectivamente. En un combate uno contra uno, un legionario tendría las de perder contra un germano, un galo o un dacio. Su espada era muy corta, su escudo era enorme y poco manejable y sus conocimientos de esgrima eran bastante simples. Contra un bárbaro robusto y dotado de una espada larga o un hacha, las cosas no serían muy prometedoras. Pero imaginad ahora que la lucha se traslada a un ascensor de tres o cuatro metros cuadrados. Imaginad lo poco manejables que resultaría, de repente, una espada larga o un hacha.

La forma de luchar del legionario era ideal para combates en los que había poco espacio para moverse. Se abalanzaba contra el rival empujándole con su enorme escudo, para restarle espacio de maniobra, y luego le apuñalaba con su pequeña espada, que se usaba más bien como una navaja de gran tamaño. Y el espacio del que disponía cada hombre para maniobrar en la línea de combate de una batalla masiva no era mucho mayor que el disponible en un ascensor. Galos, germanos, dacios y demás se abalanzaban en tromba contra la perfecta línea de escudos, un auténtico muro de madera, empujados por los que venían detrás de ellos. Los legionarios apuñalaban el cuello o la ingle de sus enemigos, si iban protegidos por una cota de malla o cualquier otro tipo de protección. Di no era así, las estocadas iban dirigidas al tórax. Cada pocos minutos eran relevados y pasaban al final de la fila, por lo que en primera línea siempre había un hombre en óptimas condiciones físicas. Organización.

Y, por supuesto, influían otros factores como la confianza en sus posibilidades. Hay que estar muy seguro de las tuyas para aguantar a pie firme la embestida de una multitud de formidables guerreros vociferantes y bien armados. Y de ánimo belicoso y vengativo, por supuesto. Y no hay que olvidar la motivación más antigua de todas; tras ganar una batalla, los legionarios podían tomar prisioneros y venderlos como esclavos. Por un bárbaro joven y saludable podían obtener el equivalente, más o menos, a uno o dos años de sueldo.

En la próxima entrega hablaré de excepciones. Las batallas de la época imperial en las que la caballería tuvo un papel determinante, para bien o para mal.

 

testudo

Formación en Testudo (tortuga, en latín) Detalle de la columna trajana, en la que se representan escenas de la guerra contra los dacios. La formación en tortuga es un buen ejemplo para ilustrar el grado de sofisticación en la estrategia colectiva que alcanzaron los romanos durante el apogeo del imperio.

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