Fotografías: Ismael Llopis (Momo-Mag)

La Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (Escac) es uno de los ejes centrales de la vida de Alejandro Marzoa, un vigués que lleva los últimos 15 años viviendo en Barcelona. Allí llegó para estudiar cinematografía y allí continúa, haciendo ahora de docente. A sus 35, no abandona el sueño de llevar ideas a la gran pantalla, únicamente lo aborda «con una madurez más pausada». Cualquiera que tuviera en su biografía un largometraje estrenado en cines, cuatro cortometrajes que giran en torno de la amistad mezclando comedia y drama y un documental –en el que se propuso devolver las viejas cintas de Super8 que se venden por los mercadillos de todo el mundo a sus propietarios originales– tendría que vivir de su condición de cineasta. Pero estamos en España, un país en el que lo audiovisual vive una crisis propia dentro de la crisis general.

–¿Por qué te has empeñado en que fuera de Galicia conozcan al actor Miguel de Lira?

–Yo lo conocí por el corto Temporada 92-93. Soy muy aficionado al fútbol y al Celta, por eso quería que la trama girase en torno a mi equipo, aunque el deporte es solo la excusa para contar una historia sobre la amistad. Conocí a Carlos Blanco, que es el otro actor, y fue él quien me propuso a Miguel de Lira. Casi empezó ahí una relación de amor, de actor fetiche. Nos entendimos muy bien y ahora puedo decirte que me parece un tío con mucha verdad para interpretar los papeles con los que trabajo, que mezclan drama y comedia. Casi por una cuestión de legalidad la gente que te ha acompañado tiene que estar contigo en tu primer largo. Los directores se hacen también gracias a los actores. Me parece que Miguel de Lira es un tío que tendría que ser más conocido y valorado fuera de Galicia. En nuestra tierra sí es un actor reconocido, pero cuesta dar el salto fuera.

–¿Es complicado para un intérprete de tu tierra actuar en una película nacional y no tener que hacer de gallego?

–No lo sé. En mi carrera, no me he obligado a situar las tramas en Galicia, excepto en Temporada 92-93, donde la situación requería que los protagonistas fueran por lo menos celtistas. No voy a coartar a un actor para que se exprese de manera natural para condicionarlo a un personaje. En este sentido siempre les he dado libertad, incluso a los actores gallegos. A los personajes no los construimos a partir de la frase «eres un tío gallego que…» Partimos de otras premisas diferentes a las de potenciar o disimular el acento.

–Tanto tus cortos como tu largometraje hablan de cómo encajar el dinero en nuestras vidas y no volvernos locos. ¿Cuándo comenzaste a plantearte este debate? ¿Antes o después de la crisis?

–Los cortos se rodaron en su mayoría antes de padecer esta maldita crisis. Después, el contexto sí que nos sirvió para seguir confeccionando nuevos personajes a partir de lo que observábamos en la gente. Más que el dinero, lo que sí creo que he tratado hasta la fecha ha sido el tema de la amistad. Lo he bordeado en todas las ficciones a las que me he enfrentado. Siempre he cogido un punto de vista inmaduro. Los personajes son adultos y se supone que deben ser maduros, pero se comportan de una forma muy inmadura. Esto es un poco el reflejo de lo que le está pasando a nuestra generación; a gente como yo, de 35 años, que se supone que ya debemos ser adultos y comportarnos de forma madura y quizás por las circunstancias y por el estilo de vida al que estamos abocados, seguimos comportándonos de una forma un tanto inmadura. Mucha gente se ha preguntado por qué un tío joven como yo escriba historias de personajes que rozan los 50, pero creo que en el fondo los protagonistas de mi filmografía se comportan casi como las personas de mi generación, tienen el mismo miedo a crecer. Siempre intentamos ponerlos en situaciones extremas. Por desgracia creo yo que el dinero siempre aboca a los personajes a sufrir conflictos y a enfrentarse en medio de dilemas morales. Eso, metido en la coctelera, crea ese drama con toques de humor que es lo que me interesa.

–Es curioso que la generación que retrates no sea ni la tuya ni la de tus padres, sino la que está en medio.

–Intento darle cualidades que conozco a esos personajes. Amistad, inmadurez e incluso los roles en los que se mueven las parejas que han protagonizado las ficciones. Uno siempre tiene un rol más de cobarde y el otro encarna el papel del lanzado. Esa extraña pareja siempre ha funcionado. Hay clásicos de la comedia que lo corroboran.

–Ese gusto por complicar la vida a personajes anodinos hasta llevarlos al límite del reglamento es muy de los hermanos Coen.

–Ellos son unos maestros en hacer ese viaje, igual que Billy Wilder. ¿Cómo te pueden despertar la sonrisa situaciones de hundimiento total a nivel personal, como las que se ven en Fargo? Como toque personal y de manera un poco inocente, me gusta redimir a los protagonistas en el final de las tramas.

–En Amistad tus personajes pasan de la exaltación del ‘buenrollismo’ a estrangularse entre celos, rencores y envidias en cuestión de segundos.

–Es el conflicto exagerado al que recurrimos, cuidando que la trama conecte bien con el lado cómico que queremos reflejar. La miseria laboral ayuda mucho para pintar estas situaciones. Con un halo de pesimismo se trabaja mejor el guión. Nuestro próximo guión trata de una vieja estrella de la canción melódica que tiene la oportunidad de grabar un nuevo disco para recuperar el éxito perdido. ¡Pero nadie confía en él! Es un tipo sin fe en sí mismo, adicto al alcohol y las drogas. Tiene que irse a grabar el disco a un pueblo turístico fuera de temporada. ¿Conseguirá grabarlo? Nuevamente usamos un personaje maduro, una vez más. Nos encanta que se rediman esos personajes que parece que están en un punto de no retorno.

–Además de tu película Somos gente honrada, que toca el tema de lleno, ¿echas de menos más ficciones que giren en torno a la crisis, la corrupción, el desempleo…?

–No es algo que me plantee. Soy un tío que intenta quedarse con lo positivo de las cosas y creo que, con la crisis, ha pasado algo bueno y malo a la vez. Ha fomentado que mucha gente se haga sus propios proyectos dado que las subvenciones se han complicado. Eso ha permitido a los directores arriesgar más con sus propuestas. ¡Y no hablando de la crisis! 10.000 kilómetros de entrada no es una película que aborde este tema, aunque sí que se le puedan buscar elementos indirectos relacionados con la crisis. Es una película de amor y de pareja, pero es un proyecto arriesgado. Otros directores, como Carlos Vermut con Diamond Flash Magical Girl están empujando a mucha gente a que vaya por ese camino. Your lost memories es otro proyecto que nace de las ganas de hacer cosas sin esperar a que culminen los duros trámites de la financiación. La crisis ha potenciado proyectos más valientes porque no le debes cuentas a nadie ni te tienes que pelear con productores. No tenemos el panorama que todo el mundo espera porque en el cine español se están pasando calamidades, pero sí es un escenario bueno para el cine de autor. Las historias diferentes son las que mejor funcionan a la larga. Ahí tienes el ejemplo de La herida.

–¿Es difícil que una película que ha sido subvencionada sea crítica? ¿Se puede morder la mano que te da de comer?

–La dificultad no es ser crítico, es conseguir la financiación. Al menos esa es mi experiencia con Somos gente honrada. La lectura que hago es que somos muchos intentando hacer películas y hay pocas ayudas y subvenciones. En cuanto a las televisiones, Atresmedia y Mediaset apoyan una serie de proyectos muy concretos, apostando mucho por el thriller y comedias tipo Ocho apellidos vascos. Estas corporaciones tienen una maquinaria brutal. Al cine más autoral solo lo apoya Televisión Española. Esto no deja de ser un negocio: tuve que batallar bastante para conseguir la financiación para la película y luego hay que lidiar con los productores que se involucran porque pueden tener una visión diferente de la que tú tienes como creador. En España se mide mucho a qué proyecto se apoya. A larga sí que salen proyectos de todo tipo, algunos muy críticos. Lo que sí veo es que recibir apoyo para tu película es casi como que te toque una primitiva. Se valora mucho quién está detrás de la película y se comprueba si ofrece garantías.

–Si asumimos que a grandes rasgos Antena 3 y Telecinco no ofrecen una televisión de calidad, ¿pueden producir un cine de calidad?

–Considero que, aunque sea un cine más abierto a todos los públicos y que busque la gran masa, hay proyectos en estas cadenas que sí son de calidad. Hace poco vi El niño. Creo que es un buen thriller y para nada una mala película, pero no sé si hace justicia del todo a su desmesurada campaña de promoción. Eso ya hace que entres con mal pie en la sala, pero luego ves la película y es más que digna. Lo que a mí me preocupa es que no haya un hueco para otro tipo de producciones. No todo el cine tiene que estar cortado por el mismo patrón. Hay películas más valientes que no necesitan tanto dinero pero que no se apuesta por ellas o un cine medio, las producciones que costaban 2 ó 3 millones y que se han quedado en tierra de nadie: ahora nadie quiere abordarlas.

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–Ya que eres futbolero podríamos comparar esta situación con la que se da en el fútbol profesional español. Tres equipos por arriba en cuestión de presupuestos y el resto a pelear la permanencia. 

–Podría ser, pero creo que lo más importante es que a todos esos equipos se les permita jugar. En España el fútbol tiene una Liga de 20 equipos, ¿no? Tiene sus desventajas, es muy difícil ganarle a un grande, pero todos juegan para ello. En el mundo del cine, en cambio, la desventaja es poder hacer la película. O te arriesgas tú y pones el dinero o te pones a escribir pensando en las limitaciones de la idea. O te vas a un cine de consumo masivo que juegue con el género. Se piensa ya en proyectos que van a ser fácilmente vendibles. A lo largo de estos últimos años hay ejemplos muy claros como los de El cuerpo o Séptimo, además de las comedias, que están muy direccionadas. El ejemplo ya te lo he puesto antes.

–¿Qué diferencias hay entre Ocho apellidos vascos Somos gente honrada?

–Muchísimas. No es el mismo tono ni la misma forma de hacer comedia. 2014 deja dos grandes taquillas gracias a la comedia española: Ocho apellidos vascos y Tres bodas de más, de Javi Ruiz Caldera. La segunda sí es una película más actoral que cuenta con referencias mucho más cinéfilas. ¡Es una buena peli que se vendió muy bien y consiguió la aceptación del público! Las opiniones de la crítica fueron mucho mejores que las que recibió Ocho apellidos vascos, que sí que consiguió el apoyo del público (es evidente, ha batido récords) pero en ella la crítica no vio los valores cinematográficos que pueden tener otras comedias. No soy quién para valorar si se hacen pelis malas simplemente por vender. Las dos son dignas. Estamos en una industria y se toman decisiones para ganar dinero. Lo que me duele y donde creo que salimos malparados los que queremos hacer cine es que este negocio funcione al todo o nada. O juegas en la Liga del cine comercial o cada vez lo vas a tener más complicado para levantar una película y tendrás que rodar proyectos baratos, con pocos actores y localizaciones. Y esa apuesta low-cost a veces sale bien, pero puede salir muy mal.

–Entrevistamos a Carlos Iglesias poco después de que hubiera estrenado Dos francos, 40 pesetas.

–Él es un buen ejemplo de esto que estamos hablando.

–Comentaba que Ocho apellidos vascos, por entonces en cartelera, en vez de haber producido un buen efecto para el cine español, involuntariamente había barrido a todas las ficciones nacionales que se estrenaron en las semanas siguientes.

–En ese caso, el éxito fue que una película española superara en taquilla a las propuestas norteamericanas. Cada semana hay estrenos y un montón de películas españolas pasan sin pena ni gloria por la cartelera. Ciertas películas tienen una gran maquinaria de promoción y eclipsan al resto de estrenos. Ahora sí podemos introducir el símil del fútbol: quizás haya equipos que no puedan competir contra Madrid y Barça por la diferencia de tamaño.

–Ya no vale con tener un actor estrella que arrastre al público.

–Mira lo que ocurrió con El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo. José Sacristán ganó el Goya y pasó sin pena ni gloria por la taquilla porque es un cine muy autoral. Se distribuyeron muy pocas copias y no mucha gente ha oído hablar de ella, pero su éxito es que Rebollo pudo hacer la película con la que soñaba de la forma que quería y sin arruinarse. Eso es muy complicado hoy en día. Se hacen tan pocas películas que los directores tienen miedo a pegársela. Quizás hace diez años estas cosas no pasaban. Podemos repasar filmografía de gente que pudo llegar a dirigir esos largometrajes de medio presupuesto que antes sí se conseguían hacer.

–Cuando abres un periódico un lunes después de haber estrenado Somos gente honrada el viernes y lees que ha sido el peor fin de semana en taquilla para el cine español, ¿qué piensas?

–Hago autocrítica. En primer lugar pensé en el resto de películas españolas que se habían estrenado en aquel fin de semana y supuse que en algo se había fallado. Después, en las cosas que se te han escapado de las manos. Elegir la fecha de estreno no es algo que dependa de ti. No es lo mismo estrenar un 14 de junio que en la víspera de Navidad. Al primer fin de semana de verano no se le espera para meterse en una sala de cine. Tampoco te tomas como un fracaso que después de tanto tiempo intentando hacer la película la gente no responda. Son factores que se le escapan al creador.

–¿Por qué El Terrat se fijó en vosotros?

–El Terrat vino a un pitching [presentación de proyectos en público]. Acababan de abrir un departamento de cine y estaban buscando proyectos para desarrollarlos. Enric Pardo y David Escardó se interesaron por la idea, que llegó a manos de José Corbacho. Curiosamente, conocían mis cortos y pensaban que nuestro estilo podía encajar en El Terrat. Fue la primera productora que entró en Somos gente honrada. Pero que nadie se piense que fue fácil. Estuvimos dos años luchando para levantar el proyecto, uno y medio desde que se involucró El Terrat. Nos dieron una gran ayuda, pero lógicamente no pueden abrirte todas las puertas.

–¿Tal y como está concebida la industria no te planteas la opción de financiar tus futuros proyectos por crowdfunding?

–Sí que te lo planteas. Lo que ocurre es que para los proyectos que he manejado el crowdfunding era inviable: no íbamos a poder conseguir el dinero suficiente. Para otro tipo de facetas, como la musical [es teclista del grupo Manos de Topo], alguna vez sí que hemos recurrido al crowdfunding. Llevamos cuatro discos autoeditados, sabemos a qué salas podemos ir a tocar y por dónde nos podemos mover. Eso en el cine es mucho más complicado, simplemente porque necesitas mucho más dinero. A nivel de distribución sí que hay muchas plataformas en internet en las que confiamos, pero a la larga no son suficientes. Debería jugar todo a favor. Las pelis se tendrían que estrenar en salas de cine con garantías de llegar a su público potencial y a la vez deberían tener una forma de visionado en plataformas on-line. La industria aún está empezando a pisar estos terrenos; cada cosa tiene su tiempo. Hay un problema importante: a nadie le interesa que una película se estrene a la vez en salas de cine e internet. Si esto pasa hay choque de intereses. Pero a la propia película sí que le interesaría porque a cuanta más gente llegue, mejor. Tenemos que ponernos de acuerdo entre todos.

Por otro lado, soy un director que solo ha hecho un largometraje. En el cine es muy importante que llames la atención con tu primer trabajo. Un pintor puede pintar cien cuadros hasta perfeccionar su estilo, pero aquí se pretende que con tu ópera prima seas un auténtico genio para poder seguir haciendo cosas. Quizás se necesite un aprendizaje y puede que a la cuarta película es cuando se consiga tener un discurso potente.

–¿Un cineasta necesita de cortos antes de pasarse al largo?

–Necesita rodar, por supuesto. Sea lo que sea. Por presupuesto, los cortos son lo que te permiten las estrecheces del presupuesto. Funcionan como cartas de presentación, además de como aprendizaje y entrenamiento. Me fijo muchas veces en Daniel Monzón, que acaba de estrenar El niño. A él le llegó el reconocimiento con Celda 211, que era su cuarta película. Necesitó tiempo para madurar. Ahora, o destacas mucho con tu debut o lo vas a tener muy crudo para labrarte un futuro. La industria se debería entender de otra forma.

–¿Qué envidias de los productores de otros países?

–Más que envidiar, me gustaría estar más en consonancia con los productores españoles. Entiendo que es parte de su trabajo analizar el público al que se quiere llegar. Es muy lícito que busquen el éxito económico, pero echo de menos toparme con productores con más ganas de riesgo.

–¿Que sean más cinéfilos?

–En cierto modo también va por ahí. Necesitamos más productores que se enamoren de la película en sí, de su forma creativa. También entiendo que ellos están en el mismo juego que nosotros: si les sale mal una película van a tener muy complicado llevar adelante la siguiente.

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–¿Qué ha supuesto el aumento del IVA cultural para el cine español?

–A la gente le cuesta mucho más ir a la salas, pero esto también afecta obviamente al teatro o la música. Nos afecta a todos. Fue una estocada bastante grande. Cuanto más caro es un producto que te gusta más te jode como consumidor.

–¿Crees que las salas de cine podrían aguantar con precios más bajos? Al menos, durante iniciativas como La fiesta del cine, las salas se llenan.

–No lo sé. Deberían contestar ellos, yo no estoy capacitado para resolver todos los intríngulis. Sí que veo que en Barcelona, dentro de lo que cabe, si quieres ir al cine por un precio económico lo puedes conseguir. Hay muchas cadenas que ofrecen promociones a diferentes horas varios días a la semana y ponen precios que no considero excesivamente caros. Cada vez que voy a Vigo sí que aprecio que ir al cine es muy caro, sobre todo teniendo en cuenta la escasa variedad que te ofrecen. Una entrada te puede costar 8 euros un día normal. Eso se escapa de lo lógico.

–¿Qué ha cambiado del chaval gallego que llegaba hace 15 años a Barcelona para estudiar cine en la Escac?

–Que me he hecho mayor [ríe]. Llegué en otra época: esto de hacer ficción siempre fue complicado, pero entonces llevar adelante un corto era más fácil. Puede que hubiese más ilusión. Me remito a la situación de crisis y dificultades de los últimos cinco años. Antes, aparte de por cuestiones de edad, ibas sin miedo a nada. Hoy estamos un pelín quemados y esto ha ido ocurriendo poco a poco desde 2009. Somos más desconfiados y te das cuenta que de vez en cuando hay que pasar por el aro. Eso sí, si salgo de este mundo no sé qué voy a hacer porque a mí lo que me interesa es la ficción.

–La palabra ilusión siempre ha acompañado al cine.

–Por eso se siguen rodando películas. Solamente mira la cantidad de propuestas que llegan a la ICAV respecto a las poquitas que se subvencionan. Llevo un año intentando encontrar productora para mi segundo largo. Estamos intentando dejar aparcado este guión en un cajón para sacarnos otro de la manga que esté concebido para sacarlo adelante por nosotros mismos. Eso te condiciona muchísimo.

–Ahora eres profesor de la Escac. ¿Cómo son tus alumnos?

–Son un reflejo de lo que éramos nosotros. Les puede la ilusión y piensan que podrán llevar adelante sus películas sin tener que atender otros criterios que su capacidad artística. Es normal, son cosas de la edad. Con ilusión se puede llegar muy lejos. Ahí están los casos de Kike Maíllo [Goya al mejor director novel en 2011 por ‘EVA’] o Javi Ruiz Caldera. Después estamos los que andamos batallando, entre los que hay gente como Mar Coll, una tía que ha ganado un Goya pero que no lo tiene fácil para ponerse detrás de la cámara y empezar a grabar. Lo vemos crudo pero aquí seguimos.

–Te voy a dar una serie de nombres y lugares. Dime qué piensas.

–Venga.

–Juan Cruz.

–Voy a decir una frase que puede sonar a gilipollez, pero él es una persona totalmente normal. Es un tío de L’Hospitalet que vive la vida como un ciudadano de a pie. Parece obvio, pero no es tan normal dentro del mundo artístico. Es un tipo que también tiene un Goya… ¿Pero cuánto le está costando rodar la última película que ha creado con Corbacho [Incidencias]?

–¿Cómo fue para Miguel Ángel Blanca, el coguionista de todos tus proyectos, y para ti meter a un tercero en vuestra cama creativa?

–Es parte de jugar en la industria. Así lo defino. Cuando entran productoras en juego, ellos también tienen sus reglas. El Terrat nos propuso que entrara más gente para trabajar el guión y elegimos a Juan Cruz porque pensamos que iba a ser un tío que congeniaría muy bien con nosotros. Así fue. Al principio estás receloso porque te expones a que otros valoren tu trabajo, pero hay que aceptarlas.

–¿Qué aprendisteis de él?

–Muchísimo. Cosas muy sutiles, de detalle a la hora de enriquecer personajes. Él tiene mucha facilidad para potenciar las secuencias que hablan de la calle. Ya lo vimos en TapasCobardes. Es un realista. Pero con lo que realmente me quedo es con su respeto hacia nuestro trabajo. Intentó no transgredir y ser visto como un intruso. Chapeau, se ganó nuestra confianza al cien por cien. Vino para echarnos una mano y nos hicimos amigos.

–Paco Tous.

–Un buen actor que tiene que hacer más papeles dramáticos. En el drama tiene algo que ofrecer, pero está demasiado encasillado a ese personaje que te va a hacer reír. Sé que disfrutó y agradeció un personaje como el de Somos gente honrada, que lo sacó de lo que el público sabe que Paco Tous puede hacer. Estoy satisfecho con el resultado del trabajo de actores de la película. A nivel personal, Paco es además un gran tipo.

–Lleva mucho teatro a sus espaldas.

–Mucho, mucho. Paco es un tío que viene del clown, de siempre estar haciendo chistes. Le propuse hacer humor desde un punto de vista dramático. Quería que su personaje fuera el contrapunto de Miguel de Lira, más contenido y realista. Él entró al juego y le pareció muy buena idea. Un buen actor siempre agradece que le saquen de su registro.

–Al principio de la película aprecias que Paco Tous tiene muy contenido su acento sevillano pese a que le situáis como un andaluz que ha emigrado a Galicia. No entendí muy bien por qué escondía su manera natural de hablar. Ahora, escuchándote, se me ocurre que quizás lo hizo como recurso para contener un poco su vis cómica. 

–Va por ahí. Si le sale su deje, se deja ir hacia su registro más cómico. A mí me daba igual qué acento tuvieran mis actores. Si son naturales e interpretan bien siempre serán creíbles. Transmitirán una serie de sensaciones que el espectador va a entender muy bien. Si nos ponemos puristas, en el caso del personaje que interpretaba Paco era normal que contuviera un poco el acento porque se trata de un hombre que ha hecho su vida en Galicia, donde se ha casado y ha criado a su hijo. Todo el mundo modula su forma de hablar dependiendo del lugar en el que viva. Él no utilizaba los tiempos compuestos, que prácticamente no se usan en Galicia y comedía su punto andaluz. Paco venía preocupado porque llevaba mucho tiempo trabajando en televisión y allí no hay que contenerse. En una serie el actor se viene para arriba muy rápido porque hay que buscar golpes de efecto continuamente. Él me decía: «No tengas miedo en darme órdenes, vengo de la tele y me tienes que controlar».

–Ya que nombras al actor que encarna al hijo de Paco Tous, sorprende gratamente volver a ver a Manuel Lozano en una película.

–El niño, que ya no es niño, de La lengua de las mariposas. Realmente fue por una cuestión de casting. Manuel me encajó perfectamente. Es un chico con las ideas muy claras. No ha desarrollado al máximo su carrera como actor. Estudia arquitectura y cuando lo elegimos nos condicionaba que fuera época de exámenes y que él no quisiera perder esas convocatorias. Nos pareció muy inteligente por su parte y le complacimos. Manuel se mete en los proyectos que le interesan, solo si le dan buen feeling. Llevaba mucho tiempo sin hacer nada en cine, pero nos encajó. Supedito mucho llevarme bien con los actores para poder trabajar a gusto.

–Volvamos al fútbol. ¿Qué te dice ese apellido bosnio llamado Gudelj?

–Uno de los mejores delanteros que he visto en mi vida, al menos sentimentalmente. Crecí con el Celta de Vlado Gudelj, el delantero de la primera final de Copa del Rey a la que llegó mi equipo.

–Hemos preguntado ya a varias personas relacionadas con el mundo del fútbol por qué cuesta que triunfen los títulos cinematográficos que recrean este ambiente. Varios nos han dicho que es complicado técnicamente llevar la emoción de un partido a la pantalla. Pero el mundo del aficionado podría ser por sí mismo suficientemente atractivo para inspirar más guiones. 

–Ha habido propuestas interesantes. Se han hecho filmes violentos desde el punto de vista del hooligan, pero siempre se ha tendido a llevar el fútbol a la comedia. Es una pregunta que me planteo recurrentemente y no sé responder. Creo que no tenemos excusa con esa dificultad para llevar la emoción del juego al celuloide. Es una dificultad, sí, pero tenemos referentes de películas de boxeo, baloncesto o fútbol americano que sí han sido capaces de enlatar toda la pasión de sus deportes en una película.

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