Fotografías: Lorena Portero
Al tótem del baloncesto español se le ha cubierto de ceniza el pelo. Su frente se ha llenado de arrugas. Es blanca y despejada y protege uno de los cerebros que más han reflexionado acerca de la pelota naranja, la rugosa y grande, la que hay que encestar para cantar victoria. Hablamos de Aíto García Reneses. De un entrenador de otro tiempo que sigue en activo en el Cajasol. En las oficinas del club sevillano recibe a Negra Tinta. Camina tranquilo, pero el paso es decidido. Su envergadura, la misma que le ponía a la altura de muchos de sus jugadores (no en vano, él fue base antes que entrenador) es la que marca el camino hacia la sala de prensa, donde se desarrollará la entrevista. Cuando mira, sus ojos claros le dan un cierto aire de Christopher Walken, uno de esos grandes actores que alumbró su generación, la de los nacidos en la dura década de los 40: Aíto (Madrid, 1946) también vino al mundo en ese impasse en el que moría una Guerra Mundial y nacía una Guerra Fría.
Con tranquilidad repasa las cuatro décadas que acumula sentado en banquillos de alto nivel: Cotonificio, Barcelona, Joventut, Unicaja, selección española… Aunque es rotundo en sus negativas cuando se le pide que opine sobre política, este madrileño de nacimiento y catalán de adopción se permite el capricho de reír en varias ocasiones durante la conversación. Es entonces cuando sin hablar Aíto muestra la satisfacción por el trabajo realizado bajo unas señas de identidad muy claras. Según transmite, no haber ganado nunca la Euroliga, su competición maldita, no le quita el sueño. Los triunfos que le importan fueron otros.
–¿Hace mucho tiempo que nadie le llama Alejandro?
–Vicente Ramos, que estuvo conmigo los diez años que pasé en el Estudiantes, me sigue llamando Alejandro. Algunas personas todavía lo utilizan.
–¿El diminutivo de Aíto se ha convertido en una marca?
–Sí. A pesar de ser un nombre muy sencillo no hay nadie que lo use. La mayoría de diminutivos son bastante comunes y este, casi exclusivo.
–¿Quién se lo puso?
–Mi hermano mayor. No sabía decir Alejandrito y me bautizó como Aíto. Lo empezó a usar mi familia y de ahí a los amigos y al baloncesto.
–¿Cómo era el Ramiro de Maeztu cinco o seis décadas atrás?
–Supongo que muy diferente a la actualidad. Fueron unos años muy bonitos. Había un gran ambiente en los cursos de Bachiller y Preparatoria que se trasladaba al baloncesto. Lo pasábamos estupendamente.
–Hace unos meses su quinta se reunió para celebrar el 50º aniversario de su graduación.
–¡Uf! Con los que han estado ligados al baloncesto he tenido contacto durante todo este tiempo. A los que no están en este mundo era difícil reconocerlos. Me conocían ellos a mí de haberme visto por la televisión. Les recordaba más por el apellidos que por su físico. Fue muy emocionante: nos reunimos muchísimas personas, por lo que hay que darle un diez a los organizadores por ser capaces de localizar a tantísimos excompañeros.
–¿El modelo del Estudiantes ha caducado?
Yo creo que no. Tiene porvenir, pero no es nada fácil. Todos estos equipos que se basan en la cantera tienen que sobrevivir también cuando no se producen tantos o tan buenos talentos. En esos momentos no pueden perder de vista que la estructura del equipo tiene que basarse en los jugadores de la casa. No hay que abandonar nunca la cantera.
–¿Se imaginó alguna vez que el Estudiantes iba a estar peleando por no abandonar la Liga ACB?
–Las condiciones económicas han variado mucho, perjudicando a equipos como el Estu, que tampoco han salido favorecidos con los cambios de reglamentación. Ahora es mucho más complicado retener a un jugador. Cuando yo estaba en el Estudiantes y me fui el Barcelona tuvieron que pagar por mi libertad. En cambio, si ahora acabas contrato te vas gratis. Lo que está a favor tanto del Estudiantes como del Joventut, que hace tiempo que no se mete en play-off, es la historia. Pero el día a día, conviviendo con esa historia, puede ser muy duro.
–Un madrileño que ha vivido 40 años en Barcelona, ¿con qué ciudad se queda?
–Las dos son suficientemente grandes para contar con muchas virtudes y algunos defectos. Para los que nos dedicamos al baloncesto lo importante es nuestro club y su entorno. Una buena relación con tus ayudantes y directivos es mucho más importante que lo que represente la ciudad. Hacemos más vida de equipo que urbana.
–¿Ha sentido desarraigo o incomprensión por ser un madrileño en Catalunya o viceversa?
–No, no, no. Si te trasladas de un pueblo de 800 habitantes a una gran ciudad sí que puedes tener problemas de adaptación. En mi caso, cuando me marché de Madrid para fichar por el Barça no hubo complicaciones. Lo que cuenta es el círculo en el que te mueves.
–¿Harán las paces algún día Barcelona y Madrid? ¿Qué siente cuando lee en los periódicos que los políticos de ambos lugares son incapaces de ponerse de acuerdo?
–Tengo mis opiniones al respecto, pero no las expongo. Creo que tengo que hablar de lo que soy especialista. Ahí puedo aportar algo a los demás. Del resto, cuento con mis ideas, pero me las guardo. No quiero meterme en líos que no me correspondan.
–¿El banquillo es sinónimo de soledad?
–Sí, pero esa soledad es mucho menor cuando tienes un buen grupo de ayudantes y una directiva que te apoya. Has de saber que esa soledad es imprescindible porque, aunque escuches las opiniones de los demás, tienes que mantener la teoría en la que tú crees. Incluso cuando todo el mundo vaya en contra. Más de una vez parece que los que escriben, hablan o gritan son el 90% de la opinión y no es así. Debes contar con suficiente confianza en ti mismo para llevar a cabo lo que tienes que hacer y no lo que da la impresión que pide la gente. Al cabo de los años se suele demostrar que lo que se suponía que hacías mal estaba bien hecho. Y tengo varios ejemplos que lo demuestran.
–Antes de convertirse en técnico ejerció como entrenador ayudante. ¿Hay que ser cocinero antes que fraile?
–No es imprescindible, pero sí unas prácticas bastante interesantes. Yo aprendí mucho como ayudante e incluso siendo jugador ya era como una especie de asistente en la cancha. Me implicaba y me fijaba tanto que resultó ser la época en la que aprendí más. Si te explican las cosas pero no las vives es difícil que puedas llegar al mismo nivel que te permite haber sido entrenador ayudante.
–Dicen que tras perder la final de los JJ OO de Pekín prefirió cenar apartado con su equipo técnico. ¿Fue un reconocimiento a la labor de sus escuderos?
–No lo recuerdo exactamente. Creo que compartí tiempo con los directivos de la Federación Española, los chicos del equipo, los otros técnicos… Sí es cierto que se crea una mayor camaradería con tu equipo de colaboradores. Debe de ser así. Es positivo llevarse bien con la plantilla, pero cuando un entrenador se convierte en amigo de un jugador, el técnico lo llevará bien. Sin embargo, para el baloncestista puede ser más difícil, no entenderá que el técnico tenga que ser justo con todos sus compañeros. Profundizar demasiado con ellos, los jugadores, es bastante complicado.
–Sus críticos hurgan en la herida de las tres finales de Euroliga que perdió con el FC Barcelona. ¿Es injusta esa etiqueta de perdedor para un ‘coach’ que ha ganado 20 títulos durante su trayectoria? Cinco de ellos, además, fueron copas internacionales.
–Cada uno puede tener la opinión que quiera, pero tus criterios han de ser inamovibles. Me ha sorprendido que digas que solo perdí tres finales de Euroliga porque otras tantas veces caí en la semifinal de la Final Four [ríe]. Entrené en una época en la que el Barça no había ganado nunca una competición europea. Nosotros lo conseguimos. Por eso me parece sorprendente que se valore más que no conquistásemos la Copa de Europa a que cambiáramos la historia del baloncesto español. Recuerdan más lo primero que lo segundo. Pasamos de ser el eterno dominado a ser el dominador. Tienes que respetar lo que opine cada uno y pensar que pudiste hacer mejor muchas cosas. ¡Claro! Pero en toda historia me siento satisfecho de todo lo realizado, tanto en el Barça como en el Cotonificio como en el mini del Estudiantes… En el Joventut, durante mi segunda época, corríamos más que nadie y hacíamos un baloncesto muy vistoso, tanto en defensa como en ataque. Eso fue cuestión de pura mentalidad, además de contar una plantilla en la que se combinaba muy bien la gente experta con la frescura de los debutantes como Ricky Fernández, Ricky Rubio o Pau Ribas.
–Valero Rivera, Cruyff y usted revolucionaron la historia del Barça. Cambiaron la imagen que tenía de sí mismo el culé, que hasta finales de los 80 se sentía un perdedor.
–Ahí, en esa época, fue clave un personaje incomprendido: [José Luis] Núñez. Él fue el responsable de todas estas cosas. Cuando se asentó como presidente dentro del club lo cambió todo. Desde lo económico a lo social pasando por lo deportivo. Las secciones fueron muy importantes para él. ¡En el centenario [1999] se ganaron las ligas de todos los deportes y encima el club tuvo superávit! Pese a eso le ha criticado todo el mundo. ¿Tendría defectos? Claro, ¿quién no los tiene? El apoyo que dio a los entrenadores significó que hubiera un progreso muy importante dentro del Barça.
–¿Qué tal se llevaban los entrenadores de las diferentes secciones?
–Nuestra relación era normal, pero no muy frecuente. El contacto era mucho más habitual con los presidentes de cada sección, aunque cuando se tocaba un tema más importante también se departía con Núñez, que siempre estaba al lado de todos los equipos. Lo notabas. Al sentarte con él no solamente hablabas de los asuntos urgentes: te hacía saber que no se había perdido ni un detalle de todo lo que había ocurrido durante el mes anterior. Era muy detallista, lo seguía todo.
–¿Fue injusta su salida del Barcelona?
–Para nada. No me puedo quejar de un club que me lo ha dado todo. Las salidas hay que mirarlas desde un punto de vista positivo. Siempre tuve un respaldo claro. ¿Que alguna vez haya habido errores por parte de los demás? Puede ser, pero míos también, seguro.
–París, 11 de abril de 1996. En el último segundo de una emocionante final, Vrankovic tapona ilegalmente a Montero y el Panathinaikos le birla la Euroliga al Barça por un solo punto. Si lo llega a ver en la grada, ¿cómo habría reaccionado? ¿Que le habría gritado a los árbitros?
–Habría reaccionado exactamente igual que como lo hice en el banquillo: conformándome. Mucho más después de escuchar que los árbitros reconocían su error. No puedes exigir que todos lo hagan siempre bien. Si hasta el que se equivoca ve que no ha acertado… Te aguantas y miras hacia el futuro.
–¿La final de Pekín’08 también fue todo un ejercicio de resignación ante la actuación arbitral?
–Si España continúa en la línea dominadora que lleva últimamente tanto en Europa como en Mundiales y Juegos Olímpicos, llegará un momento en el que lo que le ocurrió contra Estados Unidos en Pekín será al revés. Que, más o menos, perjudiquen al rival de España. Esa es la historia. Tienes que mirar hacia adelante en vez de entrar en la gresca de que te han perjudicado porque no le pitaron unos pasos al contrincante.
–¿Le sorprendió la llamada del presidente Pepe Sáez para dirigir a la selección? ¿Disfrutó de poco tiempo para preparar los Juegos?
–No fue tan poco tiempo, la pretemporada antes de ir a Pekín fue completa. Dejando de lado las circunstancias que provocaron mi contratación, donde no entro, creo que era un buen momento para entrenar a la selección española. Lo afronté con una gran ilusión.
–¿Marcó el número de teléfono de Pepu Hernández antes de sentarse en el banquillo nacional?
–Sí.
–¿Qué se dijeron?
–No recuerdo en concreto sus palabras exactas, pero le agradezco lo que me transmitió. Aunque luego vivas tus propias experiencias, es bueno que cuentes previamente con una colaboración similar a la que él me prestó en aquel momento, que fue la misma que yo tuve con Scariolo cuando le pasé el testigo justo después. Hay que ayudar al compañero para que no se lleve sorpresas al hacerse cargo del grupo. Y que si se lleva alguna, que sea buena.
–¿Se puede ser culé y ‘penyista’, del Barça y del Joventut, sin volverse loco?
–Yo soy del equipo donde estoy, primero. Después, de los equipos donde tengo amigos. Y, tercero, si no se dan esas circunstancias, de los clubes en los que he estado. A diferencia de la mayoría de los aficionados, que son solo de un conjunto, mi familia y mis amigos han ido animando a los equipos que he entrenado. Incluso me han llegado a reprochar que me fuera a un sitio u otro porque ya “estaban acostumbrados a apoyar al mismo club”. “Ahora nos tenemos que hacer de otro”, me dicen [ríe].
–¿Betis o Sevilla?
–Lo mismo te digo, yo estoy a favor del Cajasol.
–Dirige al club de básquet de una ciudad muy futbolera. ¿Eso otorga anonimato?
–No me preocupa que sea conocido o no. Lo único que me importa es que el Cajasol progrese mientras esté yo y crezca a largo plazo, que el trabajo que esté realizando ahora beneficie al club en un futuro.
–¿La palabra jubilación figura en su diccionario?
–Sí, pero no se sabe cuando. Es una cosa en la que no pienso.
–¿Qué le da el balón para que siga en activo a los 67 años?
–Una ocupación que me gusta, un disfrute.
–¿La gente de su generación pensó alguna vez que cuando les llegara la edad del retiro las pensiones iban a estar en entredicho?
–Mi situación laboral ha sido un poco especial, nunca he pensado en esas cosas. Como he dicho antes, en temas políticos no debo de entrar. No voy a ser útil a nadie por lo que opine de política o física cuántica, solo de baloncesto: ahí sí puedo ayudar a formar una opinión con fundamento en jugadores, entrenadores o aficionados. En lo que no soy experto prefiero no entrar.
–Volvamos a su campo, entonces. ¿La ACB ya no es lo que era?
–Todos pasamos por altibajos. Hubo un momento en que la ACB quiso incluso igualar a la Liga de Fútbol Profesional, utilizar un modelo parecido a la NBA. A mí me tocó en el Barcelona: solamente podíamos retener a nueve jugadores. Los canteranos que salían del júnior, como Xavi Crespo, podían marcharse donde quisieran. Teníamos que jugar la Liga y la Copa de Europa con solo nueve séniors. Además, en aquellos años, hubo sponsors que metieron mucho dinero en los clubes medios y elevaron su nivel. Últimamente ha sido al revés. Los [clubes] medios se han ido para abajo en presupuesto y la ACB ha cambiado de estrategia. Ya no iguala por abajo. Eso sería bueno para el campeonato, pero malo para el baloncesto español porque ya no podría competir en Europa, como nos pasaba a nosotros.
–En 1983, los clubes profesionales se separaron de la FEB y crearon una competición que se asoció rápidamente a la modernidad. ¿Ese modelo está agotado? ¿Necesita refundarse?
–Los directivos de la ACB están trabajando para ello en una situación económica muy difícil no solo en el baloncesto. Mientras encuentran el camino necesitan un poco de paciencia. Está claro que la crisis global no permite llevar a cabo lo que se hizo hace 30 años.
–Defíname a algunos de los baloncestistas más destacados que han pasado por sus manos. Empecemos por Pau Gasol.
–Tuvo la ventaja de que físicamente no era muy fuerte. Eso ayudó a que sus entrenadores le formasen en fundamentos más completos que los que suele tener un jugador alto. Cuando completó su formación física era un pívot con más recursos que los demás y, desde el punto de vista personal, con muy buena inteligencia, otro punto esencial para ser un muy buen jugador.
–¿El mejor que ha entrenado?
–Uno de los mejores, sí. Él ha conseguido más que ningún otro jugador [español] en la historia.
–¿Dónde metemos a Navarro en esa lista de ilustres?
–¡En la canasta! Cuando era pequeñajo e iba a ver a su hermano, que ya estaba en las categorías inferiores del Barça, se ponía a tirar en los descansos. Tendría ocho o diez años y las metía todas. A esa capacidad de anotar, que la ha tenido siempre, a lo largo de su carrera ha ido añadiendo su capacidad para pasar y leer el juego. Todo ello va unido a una personalidad que le hace a estar centrado en el baloncesto. No se dedica a cosas externas. Dice “yo quiero ser así”. Y él así es. Eso le ha permitido ser un jugador con una técnica y una habilidad defensiva envidiables.
–¿Ricky y Rudy son indisociables?
–Son completamente disociables, cada uno es un mundo. Rudy [Fernández] es muy intuitivo, capacidad que le permite jugar muy bien al baloncesto. Ricky [Rubio], también, pero desde una posición más cerebral. Ricky piensa muchísimo. Ambos han alcanzado un buen nivel desde sus personalidades particulares. Así como digo que Rudy destaca por su intuición, a Ricky hay que ponerlo junto a Gasol entre los que tienen una mente privilegiada.
–El referente de su primera época al frente del Barça: Juan Antonio San Epifanio. ¿Cómo era Epi?
–Ha sido siempre la constancia. Se ha sabido concentrar en lo que creía que tenía que hacer. A lo mejor no era tan completo como otros, pero en lo que Epi hacía, que era defender bien y meterla y salir del bloqueo y pedir el pase y tacatá, tacatá… era de los mejores.
–Vamos a la cancha rival. ¿Qué suponía enfrentarse al Real Madrid de Lolo Sainz? ¿Eran tan duros aquellos partidos como los duelos que protagonizaban Norris y Fernando Martín?
–[El Madrid] Era el rival más difícil de batir. Conseguimos algo muy bueno para el deporte: luchar limpiamente. Cuando perdíamos y cuando ganábamos. Otros quizás pensaran que tenían que reírse del adversario al ganarle. Nosotros no lo hicimos nunca. Los considerábamos uno más, con más o menos potencia. Fue una rivalidad muy bonita y beneficiosa.
–La Jugoplastika fue una de sus bestias negras en Europa y Kukoc su jugador más destacado. ¿Ser un secundario en la NBA cortó la proyección mediática de un jugador completísimo en todos los aspectos?
–Quizás lo que ha ocurrido es que Kukoc no se ha molestado demasiado durante su carrera en darse a conocer. Solo le molestaba lo que ocurriera en la pista, jugar un gran baloncesto. Si no ha ofrecido más fuera de ella será porque, entre comillas, se ha conformado. Era todo talento. Cambió radicalmente lo que suponía ser una figura dentro del básquet.
–¿Qué prefería: ir al dentista o trabajar con Bozidar Maljkovic?
–Vamos a ver: yo fiché a Maljkovic para el Barcelona. Me parecía perfecto lo que hacía, pero la adaptación de un entrenador que salía por primera vez de Yugoslavia hizo que su trayectoria en el Barça tuviera sus más y sus menos [Aíto contrató al serbio como entrenador en 1990, cuando él pasó durante un par de años al cargo de director deportivo. Desde la salida de Maljkovic del Barça, no mantienen relación].
–Djordjevic y Carlos Jiménez podrían ser las caras antagónicas de una moneda. ¿Mejor tenerlos en su equipo o verlos en el ‘roster’ del rival?
–Son completamente diferentes. Djordjevic es un tío protagonista y con todo el derecho a serlo. A Carlos su carácter le lleva a no ser protagonista y a dar el complemento que le hace falta al equipo. Con sus más de dos metros era un jugador muy importante para el bloque.
–¿Me está confirmando su fama de ser un entrenador que prefiere lo colectivo a las individualidades de las estrellas?
–Esto es como la defensa y el ataque. Si enfatizo la defensa es porque el ataque ya lo enfatizan todos los demás. Aquí pasa lo mismo. A mí me encantan Rudy, Gasol y Navarro, pero si no hablo de Salva Díez, Paco Vázquez, Quique Andreu… ¿Quiere decir eso que me gustan más los jugadores como Carlos Jiménez? No, pero son tan necesarios que, como la estrella ya tiene suficiente fama por sí misma, me gusta destacarlos.
–¿Ese aprecio por el jugador de equipo es el que le llevó el pasado verano a ‘twittear’ por primera vez en meses para alabar a Paco Vázquez y Darryl Middleton en sus retiradas?
–Middleton… otro caso de entrega al equipo, un tipo que podría seguir jugando pese a tener más de 40 años. Cuando lo tuve a mis órdenes fue un jugador ejemplar. Recuerdo unas declaraciones suyas en las que decía que los chicos de ahora “solo quieren ser como Michael Jordan”. Muchos no tienen esa gran capacidad, pero pueden ser muy importantes. Mira a Dennis Rodman. Pese a que en otros aspectos no sea un ejemplo, en el juego no destacaba por encestar mucho, pero defendía y reboteaba como un loco.
–Siendo bajito para jugar en la pintura.
–Sí. Rodman sí que era reconocido mediáticamente, pero el aficionado no suele apreciar mucho la defensa, cuando es un aspecto tan importante como el ataque.
–Imagine que puede fichar para el Cajasol a un americano, un yugoslavo o un soviético. ¿Con cuál se quedaría?
–En líneas generales, los americanos son de más difícil integración en los equipos. Recientemente está variando un poco el tema. Antes pensaban que todo empezaba y terminaba en Estados Unidos. Cuando llegaban a Europa se daban cuenta de que todo no era como ellos creían. Por eso les costaba más integrarse, aprender el idioma e involucrarse con el equipo. Los europeos se identifican más con el equipo.
–¿La integración de jugadores como Elmer Bennett o el mismo Middleton son las excepciones?
–Ellos se han integrado, pero al cabo de pasar unos años en España, ojo. Si te fijas, el mismo Bennett, al principio, era un jugador regular. Cuando se dan cuenta de que Europa tiene importancia, empiezan a progresar. Esos son los americanos buenos. Los que vienen pensando “vamos a ayudar a estos pobrecillos” tienen mucho más difícil la integración.
–El Plan Marshall hecho baloncesto.
–Más o menos, aunque no es bueno generalizar porque te aparece un tipo como David Booth y hace todo lo contrario a lo que estoy diciendo.
–¿Y Bob McAdoo?
–Fue una excepción en todos los aspectos. No tuvo una carrera larga en Europa, pero sí que vino siendo una estrella y continuó siéndolo. Para eso es muy importante la capacidad mental que tengas. Después de haberlo sido todo en la NBA supo llegar aquí y hacer unos cuantos años más estupendos.
–¿Dominique Wilkins fue otro ejemplo de que es posible brillar a ambos lados del charco?
–Tuve menos referencias de él. Lo considero un buen jugador, pero no tanto. Cuando estaba en los Atlanta Hawks era habitual que en la NBA se crearan estrellas. Desarrollaban un tipo de juego donde lo importante era cómo [Wilkins] saltara o metiera canastas. No se practicaba el juego de equipo y todo se deformaba para que una estrella triunfase. Desde ese punto de vista, tengo menos aprecio, no personal sino profesional, a Dominique Wilkins que a otros a los que sitúo más arriba. Representaba un estilo con el que no estaba de acuerdo. Es difícil para el gran público saberlo, pero cuando ves que la NBA favorece la creación de una estrella a la que tocan y es falta y, después, él sí puede hacer lo que quiera en ataque o en defensa porque aquí lo importante es vender…
–Parece que está hablando de la NBA actual y no de los años 80 y 90.
–En cierta medida sigue siendo así, pero poco a poco creo que va cambiando. Antes, nosotros les copiábamos a ellos y ahora empieza a ser un poco al revés. Desde hace diez o quince años allí se intenta volver un poquito hacia el juego colectivo. Ya se permiten las zonas y se practican otras cosas sobre la cancha que les devuelven más a este terreno.
–¿Ese cambio de mentalidad de los yanquis ha permitido a José Manuel Calderón labrarse un nombre en las Américas?
–Calderón se ha dedicado en cuerpo y alma a esa misión. Lógicamente, recibe esa recompensa: ha conseguido unas condiciones muy buenas tanto en lo físico como en lo técnico.
–¿El básquet le deja tiempo para otras pasiones?
–Para pocas cosas más.
–¿A qué dedica el tiempo libre?
–Practico actividades que me entretienen. Me gustan la informática y la fotografía.
–¿Analógica o digital?
–Ahora digital, pero al principio me revelaba yo mismo los negativos. Necesitas tener preocupaciones alternativas para no estar las 24 horas del día pensando en baloncesto.
–¿Qué jugada es la más bonita de captar con el objetivo?
–He fotografiado muy poco baloncesto, pero ahora recuerdo una foto que hice en Barcelona, sentado en el suelo del pabellón del Picadero, que ya no existe, durante un partido en el que se enfrentaban Conchi Navío y Semenova, que era una rusa muy grande, enorme. Conchi, en cambio, era una base pequeñita. Con la perspectiva que tomé, aquella foto quedaba sensacional porque veías a una jugadora de medio metro junto a otra que medía tres. La conservo aún, porque guardo todas las fotos. Es en blanco y negro.
–¿Qué opina del baloncesto femenino?
–Que ellas juegan mejor que los hombres.
–¿En qué se basa esa teoría?
–En que, al no haber un dominio físico tan grande, su técnica les lleva a controlar perfectamente todas esas situaciones complicadas que se dan en el deporte de equipo. Siempre he tenido ese punto de vista, tú ni habías nacido [sonríe] cuando las veía jugar y ya me lo planteaba. La clave está en mantener ese dominio técnico ahora que están mejorando muscularmente. Eso será lo que dé el espaldarazo definitivo al baloncesto femenino.