Actores guapos, trama trepidante, sexo, drogas y un be-bop tan frenético que por momentos uno quiere levantarse de la butaca para unirse a la fiesta. Estas son condiciones que hacen que una película como On the road deba ser un éxito sin concesiones. Sin embargo no lo es (a nivel artístico, dejemos por ahora de lado lo económico, en lo que también fue un fracaso). Como ya sabrán, la cinta está basada en la novela homónima de Jack Kerouac. Y es que este caso es sólo uno de los muchos en los que la película no le hace ni un atisbo de sombra a la novela. Puede parecer que esta convicción es propia de sabelotodos arrogantes (quizás porque puede pasar por elitista), pero en realidad alude a un problema que tiene que ver con las estructuras narrativas (vamos, que no es un mero capricho, sino que tiene una explicación objetiva). Efectivamente, una vez más, los listillos están en lo cierto. Los listillos han vuelto a dar en el clavo. Los listillos, en fin, heredarán la tierra.
El otro día, mientras leía el libro que Capitan Swing publicó sobre Mad Men allá por 2010, me topé con un artículo que me ayudó a esquematizar lo que hasta entonces tan solo había sido una intuición. Si jugamos a las equivalencias hemos de darnos cuenta de que novela y película tienen naturalezas opuestas o, por decirlo de otra forma, de que utilizan lenguajes (narrativos) distintos. Aunque el imaginario popular las asocie hay que decir que una película se parece mucho más a un relato. La irrupción de las series como vehículo narrativo de calidad ha puesto sobre la mesa ciertas incapacidades del lenguaje cinematográfico. La más importante tiene que ver con el ritmo.
El profesor de Teoría Literaria de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) que escribe el artículo al que me he referido del libro sobre Mad Men, distingue entre estructura rígida, la propia del cuento y de la película. Aquella que es cerrada y sintética, es decir, que soporta una trama principal que fluye a través de tres actos; y la estructura elástica, la de la novela y la serie, la cual gracias a su complejidad interna y a su uso dilatado del tiempo nos permite adentrarnos en la identidad individual del personaje a la vez que en el marco en el que sitúa su acción (es decir, en la relación del protagonista con ese marco). Así, el desfase estructural que supone pasar de uno a otro formato es el causante de la diferencia cualitativa en cuestión. Por seguir usando el ejemplo de On the road diré que mientras la película narra la vida, pasión y muerte de la estrambótica relación entre tres apuestos jóvenes que recorren los EEUU en un coche robado, la novela (debido a que la estructura elástica no centra tanto la atención en la realización de la trama como en lo que la circunda) nos permite darnos cuenta de elementos implícitos mucho más importantes y mucho más profundos, tanto como para que la historia de unos tipos que se echan a la carretera nos siga importando 60 años después.
Por tomarle la palabra a Italo Calvino, On the road sirvió para que toda una generación de jóvenes descubriese que el imperio del hombre estaba cayendo en poder de las cosas y declarase la guerra a la civilización de los frigoríficos y los televisores. Si la película ha reavivado el furor agónico contra las invasiones bárbaras (de las cosas) desde luego yo no me he enterado.