Con la colaboración de Hamed Enoichi

Fotografía: Lorena Portero

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Le gusta firmar como Diablo las fotografías que capta en un sótano excavado en el Madrid más castizo. En las instantáneas, hombres y mujeres emergen entre las sombras de esta antigua bodega semiabandonada atados con cuerdas de BDSM, en soledad o en compañía, deslizándose entre los finos hilos que unen la pornografía y el erotismo. Bajamos a la cueva siguiendo a Javier Jimeno Maté, un diablillo cojuelo nacido muy cerca de esta guarida, en pleno Rastro, hace 50 años. Acumula tanta experiencia por viejo como por diablo. Porque este «artista multiindisciplinar«, como le gusta presentarse, ha tenido tiempo para abrir y cerrar empresas de construcción, videojuegos y publicidad. Diez años atrás, decidió cambiarle el Norte a la brújula y se volcó en la fotografía, el territorio donde ha explorado su gusto por las tinieblas que provoca la luz dura que se aprecian en su último proyecto: Luz barroca, una reinterpretación de las grandes obras pictóricas de los siglos XVI y XVII. En 2013 publicó Postales al viento. Amante de la literatura y amigo de poetas y escritores, el libro, que fue prologado por Ouka Leele, combinaba versos y retratos de un Madrid en peligro de extinción. Por la ciudad de los gatos echó a andar esta conversación.

–¿Por qué te has montado tu estudio en una antigua bodega?

–A mí me encanta la combinación entre la decrepitud de este local con el rollo modernito de las luces y el ambiente que generamos en cada sesión de fotos. Me siento tan a gusto que podría vivir aquí si me pusiera una cama y me trajera cuatro cosas. Lo único jodido sería que me faltaría luz. De hecho, estoy buscando un espacio amplio para montarme el estudio y la casa.

–El sueño de todo fotógrafo debe ser vivir en un espacio diáfano para trabajar sin salir de casa…

–Hay un espacio aquí cerca, en la calle Juanelo… Por cierto, ¿tenéis 350.000 euros para prestarme? [risas] Es un lugar acojonante, con luz natural, dos plantas y casi cien metros de patio, con césped y árboles plantados. ¡Si está tirado de precio! Con eso ya me vale, no necesito más. Esta es una zona deprimida, todavía, porque ya está en proceso de gentrificación.

–¿Crees entonces que Lavapiés será el nuevo Malasaña?

–Mi chica dice que soy un poco agorero, pero eso lo llevan intentando desde hace tiempo. Barrieron Malasaña y lo llenaron de hipsters. Ahora todo el mundo y todos los locales son iguales. Solo cambian las tonalidades. Lavapiés tiene una ventaja: hay mucha infravivienda y eso hace más difícil la especulación, pero creo que al final acabarán entrando. Los hipsters y los barecitos súper pijos ya están trepando desde Embajadores y Miguel Servet. Desde Atocha, la presión viene del turismo, con los hostels que están brotando por todos lados y llenando la zona de turistas chillones. Me encantaría que un día quitaran las cámaras y hubiera un par de asesinatos muy sonados. Así la gente le cogería miedo a Lavapiés y no se acercaría. ¿No usan el miedo para otras cosas? [ríe] Ya hablando en serio: me encantaría que perdurara el espíritu de Lavapiés, un lugar tan pujante, tan multicultural, tan creativo. Esto es una maravilla, aquí hay una convivencia muy notable.

–¿Qué ganaron y perdieron Chueca y Malasaña con el lavado de cara de las últimas dos décadas?

–Básicamente, perdieron la identidad. Chueca era un barrio bastante más deprimido de lo que era Lavapiés hace unos años. Ha subido el nivel socioeconómico y casi nadie puede permitirse vivir allí. El entorno gay se está viniendo para acá porque es mucho más barata la vida. Hay planes para construir un hotel en la Plaza de Lavapiés y se convocó una manifestación para evitarlo. Gentrificar no aporta nada. Sí, hay más turismo, pero los residentes de esas nuevas zonas turísticas no viven mejor.

–¿Cómo empezó tu idilio con la luz? ¿Te fascinaba antes de dedicarte a la fotografía?

–La luz la conocí de niño porque soy fotosensible. Desde pequeñito, me causó mucho interés, pero empecé a ser consciente de que podía manipular la realidad jugando con la luz hace ocho o diez años. Cualquier fotógrafo o artista lo que hace es coger la realidad e interpretarla. Hasta entonces solo tomaba pedazos de realizad y los almacenaba. Es decir, eran fotos de recuerdo y poco más. Cuando descubrí las posibilidades que me daba la luz, encontré un mundo inmenso. Antes había sido creativo publicitario, creé varias empresas cuando comenzaba internet, me dediqué al mundo de la construcción… Tuve una época en la que se me fue todo a la porra con los negocios y me reencontré en la bohemia de Lavapiés. Aquí encontré un caldo de cultivo fantástico para crecer como fotógrafo.

Luz barroca es el próximo trabajo que vas a exponer. Reinterpretas cuadros de Rembrandt o Caravaggio. Ellos eran auténticos maestros de la luz.

–La luz es la gran protagonista de la serie. El tenebrismo y la luz dura me fascinan. Me encantan las fotos muy contrastadas. Yo trabajo mucho en blanco y negro, pero me quería reencontrar con el color a través de la luz. He estudiado lo que hacían ellos para reinterpretarlas a mi aire. En el Barroco, la religión y la mitología dejaban una puerta abierta a la sensualidad. Eso lo reformulo y le doy un airecito propio. Me gusta ser crítico con las religiones absolutistas, pero hay otros mucho más incisivos que yo. Lo que me ha interesado es la esencia de la imagen, cómo reenfocarla utilizando la luz.

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–¿Qué te parecen los intentos de censura de varios artistas que han utilizado elementos religiosos para criticar ese absolutismo que mencionabas?

–Incluso en los siglos XVI y XVII, cuando la Inquisición no se andaba con tonterías, el arte religioso permitía que el cuerpo se mostrara con muchísima más naturalidad que la que algunos permiten hoy en día. Si nos vamos hacia las obras que reflejan pasajes o personajes de la mitología grecorromana, las miras se ensanchaban mucho más, llegando a la sexualidad explícita. O si no qué es la entrepierna de Baco llena de uvas y un querubín comiendo directamente de ahí, en una clara interpretación de lo que era una mamada. En Luz barroca hay una imagen súper blanca de un Baco brindando a la vida con un par de ninfas. Pues bien: porque a una de las ninfas se le veía un pezón me censuraron en Facebook. Con esa foto gané un premio en La Rioja y en el periódico regional me censuraron la imagen por el dichoso pezón. Pezón femenino, claro. Si se muestra uno masculino no pasa nada.

–¿Te censuró el propio Facebook o fue a través de una denuncia?

–Facebook tiene una tolerancia cero con cualquier cuerpo desnudo –o que sugiera sexualidad, y lo digo con conocimiento porque me he tenido que leer el prospecto de Facebook para conocer sus efectos secundarios. Ellos no tienen un detector de pezones: se apoyan en una red de chivatos que denuncian estas ‘barbaridades’.

–¿Por qué no se denuncia una decapitación pero sí todo lo que huela a sexo?

–Vivimos la revolución de los mediocres. Cualquiera se cree con derecho a tener opinión sin haber leído o haberse informado y considera que la debe publicar en las redes sociales. Cualquier infame puede expresarse. Ahí podemos estar de acuerdo. El problema es cuando el derecho de algunos pasa por cercenar el mío mediante la denuncia de una simple expresión artística. En España, además, con el presidente que tenemos, lo más infame y mediocre que pueda existir, se ha demostrado que con esos mimbres se puede llegar a lo más alto.

–¿Qué te parecen los reportajes de la España profunda de Cristina García Rodero?

–Esos reportajes son alucinantes. Te sirven para entender cómo el Partido Popular se basa en el miedo y la ignorancia de la gente para gobernar. Intentan tener a sus votantes encorsetados para no perder nunca su granero de votos.

En el primer número en papel de Negratinta, Pepe Colubi se quejaba de la mojigatería televisiva de nuestros días en una época en la que el acceso al porno en internet es gratuito.

–La sociedad española está sumida en esa tendencia absurda. Creo que es culpa de la influencia de una cierta parte de la cultura estadounidense que ha banalizado la exhibición de la ultraviolencia. Se puede ver en televisión cualquier barbaridad en un ambiente donde cualquier insinuación sensual es pecaminosa. Con mi último trabajo quiero reivindicar que nos tienen completamente alienados. Por eso muestro fisionomías de todo tipo, gordas, flacas… Solo es gente que vive con naturalidad su cuerpo. También aparece una chica a la que le falta una pierna, ¿pero qué más da? El problema viene de la educación, centrada en el miedo.

–¿Nos educan para que pensemos que nuestro cuerpo es una cárcel?

–Todo viene de una herencia judeocristiana muy salvaje; sus preceptos siguen muy latentes. Debes tener miedo de tu cuerpo, no te puedes tocar, ni siquiera verte desnudo. Vivimos en una sociedad donde no nos falta de comer, pero somos enfermos mentales. Hay chavales con catorce y quince años que sufren ansiedades terribles. Es normal que en la adolescencia uno sufra la pujanza de los cambios, pero muchos de esos problemas psicológicos vienen de la mierda que nos tragamos. Y España es un caso paradigmático de estas anormalidades.

–¿Y por qué no se censura la publicidad, donde la mayor parte de los anuncios tienen connotaciones sexuales?

–Y machistas. Las religiones son profundamente machistas y capadoras del placer sexual. Pero luego se aprovechan de ello. El cuerpo de la mujer es un objeto constante en la publicidad porque sirve para hacernos consumir. Y el hombre también: si lo vendes bien, como un ser sensible, que se cuida con cremitas, también funciona.

Falta criterio. Hay que educar en convivencia. Vale que haya gente que diga barbaridades a la izquierda y a la derecha, pero que nos permitan a los demás expresarnos. En este país tenemos la Ley Mordaza, que parece el inicio de una época oscura. ¡Que un titiritero acabe en la cárcel! No se admite la crítica para nada, ni siquiera en la política. Afortunadamente, aún tenemos una legislación más o menos favorable con la diversidad sexual y las personas transgénero. Y pese a que todo parece más o menos armado, está volviendo a reproducirse la violencia en la calle por estos motivos. Le pegan a alguien por el hecho de ser gay. Necesitamos que vuelva la luz. Si vemos, podremos decidir.

–Hace una década que te volcaste en la fotografía. ¿Qué has aprendido?

–A mirar. El buen fotógrafo es el que congela la realidad y te la devuelve bajo su prisma. La fotografía es tu manera de ver el mundo. Otra cosa es que luego tu arte trascienda más o menos, que consigas emocionar a desconocidos o que tus fotos solo le gusten a tu familia y amigos.

–¿Qué piensas de la postproducción?

–Photoshop es una súper herramienta. Todo depende de cómo la uses. Si te pasas y adulteras completamente lo que querías captar sin una intencionalidad artística, es un desastre. Me gusta distinguir de todas maneras entre fotógrafo y fotoilustrador. Es bueno que la gente sepa si detrás de la imagen que estás mostrando hay horas de Photoshop o no. Con Luz barroca intento ser lo más purista posible. Apenas retoco luz en cuanto a contraste y brillo. También toco un pelín el color. Nada que no se pudiera hacer en un laboratorio químico. Ese es mi límite, pero cada uno se marca los suyos. En el fotoperiodismo tiene que estar totalmente prohibida la manipulación. Desvirtúa el oficio.

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–¿Intentas hacer fotografía analógica con cámaras digitales?

–Sí y no. A mí me ha hecho crecer la fotografía digital. Este hobby se convirtió en algo mucho más serio. La analógica es muy cara. O te hinchas a bodas, bautizos y comuniones, o generas mucho dinero por tu obra, o es muy difícil que puedas costeártela. Para alguien que se inicia, controlar todos los procesos del revelado resulta muy complicado. La foto digital sí que me lo permite. Ese proceso de postproducción del que hemos hablado es el revelado digital. ¿Dónde iremos a parar? Es imposible de saber. La cámara de mi teléfono es alucinante. La tecnología no deja de avanzar.

–Internet ha hecho explotar la producción y exhibición del arte y la fotografía en las redes sociales. ¿Cómo se destaca entre ese ruido? Cualquier mediocre con una cámara cargada de megapixels puede hacer una foto y colgarla.

–Aprendiendo a desarrollar el criterio de la gente. El 99 por ciento de lo que hay en internet es ruido. Antes éramos ignorantes por falta de información. Hasta la llegada de la imprenta no se empezó a democratizar la lectura. Y aún así llegaba a la gente una información muy sesgada y retocada. Ha llegado internet y cualquier persona con acceso a la red tiene a su alcance toneladas de información. Ahora somos ignorantes por exceso. La gente sin criterio se traga cualquier bulo. A mí me pasa. A todos nos ocurre. Vamos con prisa, leemos poco y mal y nos comemos cualquier fake con mucha facilidad.

–A los periodistas nos encanta quejarnos y solemos lamentar lo poco que lee la gente, empezando por nosotros mismos, para la cantidad de horas que pasamos delante del ordenador viendo titulares. ¿Ocurre lo mismo con las fotografías?

–La ventaja de la fotografía es que nos provoca un impacto totalmente inmediato. Le puedes dedicar más o menos tiempo (yo me guardo fotos e intento aprender de ellas), pero si te impacta en apenas un segundo, ya te ha ganado. Es un titular muy cortito que te llega o no te llega.

–¿También es más efímera?

–Efímero es todo ahora mismo. Extimidad es un proyecto que tengo entre manos que habla de eso. Ahora un poco menos, pero siempre he sido muy dado a volcar mi vida en internet. Vivimos la época de la intimidad expuesta. Lo íntimo pasa a ser extimio, que dice Lacan. Hace quince años el celo por la intimidad era terrible… y, de repente, todo el mundo se pone a volcarla en internet. El éxito de ahora dentro de tres días no existe. Se queda enterrado en un montón de información que lo aplasta. Extimidad son miles de fotos en formato pequeño que coloco con cuerdas de tender en la calle y se venden a un euro. La expo dura un día, se va quedando decrépita según la gente se lleva las fotos, y lo que no se venda se quema, como símbolo de lo efímero.

–Hiciste un reportaje muy curioso en México en una isla llena de muñecas colgadas de los árboles. Da cierto miedo.

–¡Eso es una chaladura! México es mágico. Estuve unos meses y encontré un par de cosas como esa, pero si me tiro un año, encuentro mil. México es un país que se come otras culturas y las caga de colores. Lo hizo con la española y lo está haciendo con la estadounidense, el tex-mex me parece un híbrido bien curioso. El reportaje lo hice en una isla que se llama Xochimilco. Está en una zona del DF llena de canales y pequeñas islas. La tierra es muy fértil y está llena de granjas, que ellos llaman chinampas. Enfrente de una chinampa se ahogó una niña y al granjero se le aparecía el espíritu atormentado. Según el tipo, las muñecas que se iba encontrando en los canales y por el bosque las colgaba de los árboles para calmar el espíritu de la niña muerta. Esa es la opción paranormal. La real, probablemente se corresponderá al trabajo de una persona que perdió el contacto con la realidad, se obsesionó con las muñecas y montó un escenario increíble. Al final, el granjero murió ahogado, supuestamente en el mismo lugar donde se ahogó la niña. La historia da mucho miedo. Han intentado hacer réplicas de ese decorado en otras islas y las muñecas no se pudren igual. Me encantan estas historias porque tengo un lado oscuro muy potente. Por eso me gusta la luz dura, porque genera sombras.

–En tu colección de fotografía porno, las imágenes pierden agresividad, pero ganan plasticidad al estar editadas en blanco y negro.

–Quiero sacar un libro de fotografía erótica que se llamará El Clic en homenaje a Milo Manara, y al sonido que hace la cámara, que es el mismo que hace el cerebro cuando ves una imagen sugerente que te transporta a un mundo erótico-festivo. En ese mundo de la sensualidad en el que me muevo he conocido a gente de mente muy abierta que no duda en prestarse como modelo para mis fotos. El blanco y negro en este tipo de trabajos lo descubrí haciendo fotos en el rodaje de una peli porno. Vi que quitándole el tinte de la piel, la acción pierde carnalidad y crudeza. El punto tan grosero que tiene la excitación rápida que provoca el sexo se difumina y se vuelve más sugerente. A mí, al menos, me gusta más el resultado que en color. No sé si para la masturbación, que es el fin que muchos persiguen con el porno, les valdrían estas imágenes. En realidad, eso ocurre con cualquier tipo de fotografía. Poniéndola en blanco y negro le estás quitando una dosis de realidad y te la llevas a un mundo más onírico.

–Quizás el blanco y negro no llegue a la excitación sexual, pero a la emocional, sí.

–En mi fotografía erótica huyo casi siempre de la genitalidad. Me gusta más que me una imagen sugerente me folle la cabeza. La piel y el tacto molan, pero para llegar a la piel primero hay que entrar por el cerebro. Y ocultar. Los humanos somos así: cuanto más te ocultan algo, más ganas tienes de perseguirlo. En el erotismo es más potente lo que ocultas que lo que muestras. ¡Si se nos oculta será por algo! Si a una chica solo se le ve un pezón te quedas pensando en cómo será el otro. Si hay un tipo que está desnudo, te preguntas cómo tendrá el pene. O viceversa.

–¿Toda obra artística gira en torno del sexo y la muerte?

–Es la esencia de la vida. Los seres humanos somos animales efímeros y básicamente naces, creces, te reproduces y mueres. El arte sublima todo ese proceso. Consiste en disfrutar cada recoveco. Que la vida sea tan efímera es lo que le da sentido. Si disfruto tanto la vida es porque sé que voy a morir (la muerte siempre está acechando). No tengo obsesión con la muerte, pero la tengo muy presente. Nos falta educación para afrontarla. En México son mucho más libres con este tema. Nadie nos educa para morir y entender que hay que vivir unos duelos más o menos tranquilos, acompañando a nuestros seres queridos en este tránsito. Cuando estoy menos luminoso, mi fotografía habla de la muerte.

–¿Y cómo se hace para no morirse de hambre dedicándose a la fotografía?

–¡Yo me he muerto bastante de hambre! Hice una apuesta cuando empecé en serio con la foto. Mi último negocio estaba ligado a la publicidad y se me murió la empresa. He vivido un poco de los restos. Un buen día, solté lastre, no tengo apenas necesidades y subsisto con muy poco dinero. Eso me permite hacer lo que quiero. A determinados niveles necesitas una inversión en material fotográfico, pero forma parte de un proceso natural. He vuelto a la publicidad como fotógrafo y eso me permite pagar las facturas que conlleva tener un equipo más potente o montar una exposición sin contar con nadie. Ha sido un proceso que me ha supuesto comer poco y mal durante años. Hay gente que hace bodas, comuniones y bautizos y luego tiene su parte creativa. Otros trabajan de camareros y luego hacen fotos. Vivir solo de la cámara es muy complicado. Hay una competencia feroz, pero no es imposible. Yo casi lo estoy consiguiendo. De momento, como poco, pero como de la fotografía [ríe]. Aunque no me llene completamente la nevera, es un buen motivo para estar vivo.

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–¿En este mundo tan competitivo se pueden aprender cosas de otros fotógrafos? ¿Puede haber una cierta camaradería?

–Se debe aprender de los buenos. No sé si se deben contar los secretos de tu fotografía. Eso la puede desvirtuar. Yo me peleo con los grandes maestros de la pintura para intentar recrear cualquier detalle de sus cuadros. Hay gente muy generosa y cuenta libremente cómo culmina sus creaciones. Luego ya verás tú si eres capaz de igualarlo. Otros son más cerrados. Yo estoy en medio de esa dicotomía. Me gustaría ser más abierto, pero reconozco que soy un poco oscuro. Me gusta compartir, pero según con quién y cómo.

–¿Cuál ha sido el personaje que más te ha sorprendido a la hora de fotografiarlo?

–Un yonki al que retraté en Tirso de Molina. Me decía que su imagen valía dinero y, que si la quería, que la pagara. Al final llegamos a un acuerdo por tres pavos.

–¿Pides permiso para fotografiar cuando estás en la calle?

–Depende. Si es un retrato, sí. No me voy a poner delante de ti, con toda mi cara, y fotografiarte. Si no respetas, no esperes que luego te respeten a ti. Si son escenas de calle y pido permiso, la espontaneidad se va a la porra. A mí me preocupa una cosa al revisar el trabajo de los grandes fotógrafos del siglo XX. Cuando ves esas fotos puedes hacerte una idea bastante clara de cómo se vivía en aquella época. Ahora mismo vivimos en un mundo donde hacer ese tipo de fotografía es delito. Ya no puedes fotografiar a menores en la calle, cuando los niños han sido los grandes protagonistas del documentalismo por su naturalidad ante la cámara. Habría que articular alguna forma que combinara la privacidad con la necesidad de dejar constancia fotográfica de cómo compartimos la vida en la calle.

–¿Dejará de ser la fotografía una fuente documental e histórica?

–Ese es el riesgo. Me parece fantástico que le den el World Press Photo a una imagen de un padre pasando a su hijo por debajo de una verja. Pero parece que a esa gente se la puede retratar porque son inmigrantes que huyen de una guerra y los vecinos de una ciudad como Madrid no es posible. Porque mi vecino me puede denunciar si le retrato tendiendo la ropa. La evolución de la foto es innegable, pero me declaro ignorante para indicar hacia dónde puede ir. El peligro es perder la esencia.

–¿Crees que el fotógrafo debe interactuar con lo que fotografía? Pienso en la imagen del niño sudanés con el buitre revoloteando a su alrededor.

–Como ser humano, sería incapaz de hacer la foto sin ayudar después al niño. De hecho, ese hombre acabó mal por la presión a la que se vio sometido después de publicar aquella foto. [Nota del redactor: Kevin Carter, fotoperiodista sudafricano, se suicidó en 1994, un año después de haber tomado la famosa instantánea, publicada por The New York Times y que le valió el Pulitzer].

Como fotógrafo me encanta interactuar. Me meto en la fiesta y formo parte de ella. Si viviera este oficio de una forma más periodística, probablemente mantendría más la distancia. Se trata de informar de una forma más o menos objetiva. Si te implicas demasiado, estás jodido; aunque también es verdad que hay quien dice que mirando una imagen ya la estás modificando, es decir, que la objetividad no existe. Recuerdo haber hecho un reportaje durante el 15-M bien metido en el meollo. No podía ser objetivo.

–En el periodismo el debate sobre la existencia de la objetividad está muy en boga. Aunque no exista, sí que es verdad que se pueden poner ciertas precauciones para intentar ampliar el campo de visión. Todo depende del disfraz que te pongas.

–Yo tiño mis imágenes con mi forma de pensar, por eso me parece tan jodido lo que hacéis los periodistas. Porque vosotros podéis ser muy profesionales, pero si dependéis de un medio vuestro trabajo final puede verse teñido por intereses partidistas o económicos. ¿Cómo vivís eso los periodistas?

–Ahí entra en juego la valentía de cada cual para defender lo que ha visto, ha sentido o los datos que conoce de primera mano.

–Hay que luchar contra una censura inquisitorial en pleno siglo XXI. Estamos juzgando a una mujer que se ha desnudado en una capilla que está en un sitio donde no debería de estar. En algunos aspectos parece que hemos retrocedido 500 años. En Luz barroca hay una imagen de un chico que muestra el pene. ¡No me la publicarían en ningún periódico! Si fuera una mujer desnuda sería más fácil. Si hablamos de publicarlo en redes sociales, ya me echan directamente.

–El periodismo debe inspirarse en su justa medida en la literatura y el arte, donde no hay fronteras. Si un fotógrafo de un periódico no le hace una foto a un policía que está agrediendo a un activista porque hay una ley que se lo prohíbe, está faltando a los hechos.

–Desde un punto de vista artístico puedo ser irrespetuoso e irreverente. El artista tiene que ser crítico con el sistema. Sea quien sea. Si hay un vuelco electoral en este país y gobierna otra manera de pensar, habrá que ser muy críticos con esa corriente que ha ocupado el poder. Si no lo hacemos, al final todo será lo mismo, se removerán las aguas para que nada cambie. La estocada hay que darla desde la ironía y la sátira. ¿Si no qué sentido tiene el arte?

–¿Crees que la fotografía está infravalorada como disciplina artística? Emmanuel Lubezki ha ganado los tres últimos Oscar a la Mejor Dirección de Fotografía y apenas se habla de él en los medios.

–Sin duda, el director de fotografía es uno de los grandes olvidados en el cine. Cualquiera que entienda sabe que ahí detrás hay un trabajo increíble, pero la dirección de arte y la dirección de fotografía son fundamentales para que te golpee una película porque no olvidemos que el cine es esencialmente imagen. El problema que tiene la fotografía actualmente es la saturación de imágenes.

–¿Se ha democratizado mal?

–La mayoría siempre se equivoca. No hay una relación de capacidad y criterio para que asumamos la cantidad de imágenes que nos llegan a diario. Por eso tendemos a homogenizar. Quizás es maravilloso lo que haces, ¿pero entre un millón de fotos cómo vas a destacar? Cualquier persona, con una buena cámara y la cantidad de información y tutoriales que hay en internet de acceso gratuito, puede aprender fotografía sin necesidad de ir a una escuela. Los medios los tenemos, pero nos falta el espíritu crítico necesario para usar esas herramientas. Eso solo se consigue si enseñamos a aprender.

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