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Como un ave, liviana y sólida, capaz de batir sus alas hasta la extenuación. Como ese ramillete de edelweiss que emerge de una grieta. Como una comadrona que atraviesa el bosque, de noche, hasta llegar a una aldea para asistir a un nacimiento. Como una guerrillera que se uniera a la Resistencia, en Pirineos, para ser portadora de misivas. Como una amazona que cabalga, sobre sus piernas, entre la espesa niebla que envuelve el santuario de Corbera. Una presencia en medio de la bruma, más bien, una aparición de la nada, cual si las ninfas de una laguna la hubieran bendecido con la magia blanca del bosque.

Ara mateix, cap altra dona al món… disculpen. Ahora mismo, ninguna otra mujer en el mundo es capaz de llegar más lejos, más alto y más rápido que Núria Picas. Desde el Berguedà –esa comarca donde las nubes cobran vida contoneándose en los valles–, hace danzar sus extremidades entre el sotobosque y las rocas. Por las sendas que llevan a los Rasos de Peguera tonifica su cuerpo hasta lo indecible bajo una única premisa, escuchar al organismo y regirse por las sensaciones fisiológicas que este le transmite. Tan sencilla noción es el fundamento de sus logros en carreras de montaña, desde Japón a las Antípodas, pasando por Les Templiers hasta las islas Afortunadas.

Combativa en desniveles o mediante la vindicación de las mujeres en el cuerpo de bomberos. Resistente en tiradas de cien millas como en su posicionamiento respecto al destino de Catalunya. Representa a esas féminas conscientes de sí mismas y empoderadas, que tumban los estereotipos y dejan en evidencia a cualquier forma de patriarcado, o de patria constrictora. A través de sus gestas refrenda el imparable ascenso del deporte femenino en muy diversas modalidades. La perseverancia de una atleta, de cuerpo menudo, compacto y enjuto, movida por un espíritu libre que se despliega en las laderas de los montes.

Más allá de las banderas y los himnos, la Picas sostiene un estandarte que inspira. Madre, montañera, escaladora, ultrarunner. Cuando otros desfallecen ella logra, las más de las veces, dar un paso más, y dos y tres. Sempre endavant. Hacia las cimas y en todo descenso, en las planicies efímeras y en cada curso de agua sobre el que salta, ingrávida, hasta posarse con gracilidad sobre el fango de la otra orilla. Entre agónicos jadeos y expansiones torácicas. Cuando el láctico martiriza. Cuando las rutas metabólicas esquilman toda fuente de energía. Cuando el cuerpo dice basta y sólo impulsa el alma. Cuando tumbarse en la hierba es una tentación entre delirios de cansancio. Ahí, Núria, surge y resurge, como si el fuego glauco que arde en su mirada fuera capaz de encender todo su ser.

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