Ilustración: Untaltoni

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Y Jordan encesta en el último segundo. Una exhibición de rauxa para volver al redil del seny. Tranquilos, traduzco: un par de volteretas para regresar a la sensatez. Regreso a casa. Vuelta al útero materno.

Contexto

Para entender el pacto suscrito el sábado 9 enero por la CUP y Junts pel Sí conviene primero aclarar qué es esta cosa que en Catalunya se llama Procés. Un artefacto político que consiste en proclamar, en anunciar una cosa para hacer otra o, en su defecto, para no hacer nada. El Procés, en ese sentido, es lo que en pleno siglo XX se llamaba propaganda en todas partes; y que aquí y ahora, en pleno apogeo de la política posmoderna, tiene otros nombres. Por ejemplo: relato, política líquida o virtual o, simplemente, matrix.

El Procés, por decirlo rápido, es una gesticulación permanente sin ninguna traducción jurídica o material. En ese sentido, su territorio privilegiado (el único lugar en el que existe) es el del lenguaje. Una retórica casi libertaria que apela a grandes principios transversales (democracia, pueblo, libertad, Historia) mientras se aplica a rajatabla la austeridad impuesta por Madrid, Bruselas y Berlín, y algunas dosis no menores de austeridad entusiasta y militante que se aplican de motu propio desde Barcelona. Quizá por ello se podría decir que el Procés es una vaselina mágica que sirve para llevar la austeridad con alegría, entre manifestaciones progubernamentales y con la sensación de que se está haciendo historia de forma permanente. Y con una sonrisa. No existe en todo el sur de Europa un invento parecido. Pura innovación política. El Procés, en el fondo, se inventó para vivir mejor y, desde ese punto de vista, el invento funciona de maravilla. Solo tiene problemas graves cuando entra en contacto con alguna de las rocas de la realidad y todo su andamiaje se queda varado. Para evitar estos despertares tan desagradables los creadores de este artefacto hasta ahora solo han encontrado una solución: la procastinación. Alargar la cosa, 18 meses para llegar a una fecha que será definitiva, al día del advenimiento, hasta que se acerca y se vuelve a posponer ese día definitivo unos meses más allá. Luego, habrán notado, está esa extraña e inexplicable afición a la numerología simbólica (11/09, 09/11, 27/09) que prueba, no sabía yo, una especie de hegemonía oculta de Aramís Fuster.

Es difícil, por no decir imposible, escribía Enric Juliana la semana pasada, modificar las fronteras de la Unión Europea a base de manifestaciones con ambiente de festa major. Algo parecido ha dicho en repetidas ocasiones el historiador Josep Fontana. La política no es únicamente cuestión de tener razón y ser ejemplar, es, sobre todo, cuestión de poder y de relaciones de fuerza. Muchos catalanes se han dado cuenta. Sin embargo, otros quieren seguir creyendo. Existe una tensión casi freudiana. Y los que quieren creer lo hacen de buena fe, porque entienden (y tienen todo el derecho a pensarlo) que su reivindicación es justa. Porque el Procés, de ahí el tremendo embrollo, se edifica sobre un sentimiento preexistente, sobre un conflicto político que está ahí y que aún no ha sido resuelto. El lío empieza cuando uno se da cuenta de que tiene poco que ver con una ruptura, con una desconexión (palabra mágica que todo lo aguanta) o con nada que se le parezca.

Entrando en la lucha partidaria catalana, el Procés es un marco conceptual (los modernos dirían frame; yo me niego) creado y manejado por Convergència Democràtica de Catalunya en el que se puede ser tan de izquierdas como se quiera, mientras se acepte en todo momento la hegemonía convergent. Si se cuestiona ese principio, uno pasa a ser anticatalán o antipatriota (botifler por aquí arriba) en cuestión de segundos. La CUP ha pasado en cuestión de una semana de ser una fuerza hiperrevolucionaria sin sentido de país, a izquierda patriótica y responsable. El gato de Schrödinger. ¿Cómo es esto? Bueno, cuando digo que el Procés es matrix me refiero a todo un circuito mediático y cultural que domina, casi en exclusiva, la producción de ideología de una parte muy importante y dinámica de la sociedad catalana. Ese complejo mediático y cultural (absolutamente dominado por CDC) tiene un alto poder de penetración en las capas medias y profesionales del país, tanto en Barcelona, como, en las ciudades medias y pequeñas. El complejo mediático-cultural del Procés, sin embargo, se embarra al intentar colar su relato entre las clases populares de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona (ahí están los resultados de las tres últimas elecciones, muy poco favorables a los partidos procesistas), curiosamente donde las políticas de austeridad están teniendo un mayor impacto, y entre las élites barcelonesas más internacionalizadas. Uno podría preguntarse, ¿por qué esta obsesión por mantener el control de CDC, si todo esto va de alcanzar la independencia? Bingo. El Procés es la forma que adquiere en Catalunya la crisis de representación que está sucediendo en toda Europa y que en el resto-de-España/España/Estado Español se llama crisis del Régimen del 78. La solución lampedusiana pasa por restaurar el control de las élites con otro nombre, es decir, por refundar CDC (la marca del Régimen del 78 en suelo catalán).

Un ejemplo: hace unos meses se machacó a ERC porque no quería participar en una lista conjunta con los convergents. La dirección de Esquerra Republicana pensaba, legítimamente, que podía ponerse en cabeza ganando las elecciones y reemplazar a Mas en la dirección del independentismo. Les dieron una paliza, literalmente. Y se definió, de manera unívoca, el papel de ERC, siempre subalterno al de CDC. Se puede, insisto, ser de tan de izquierdas como uno quiera. Lo que no se puede es cuestionar la hegemonía indiscutible de los herederos políticos de Jordi Pujol. Desde entonces, la formación que dirige Oriol Junqueras ha pasado a ser alabado como un partido con gran sentido de país, comparado frecuentemente con el SPD alemán o con los socialdemócratas holandeses. Con el pacto del sábado 9, Junqueras ha vuelto a aprender, con dolor y teniendo que ocultar su contrariedad con una alegría mal disimulada, que no podrá liderar nunca el Procés.

Muchos pensaron que la CUP no pactaría y que iríamos a nuevas elecciones. Yo también. El pacto in extremis ha sorprendido a casi todos. ¿Qué ha pasado? ¿Es un buen pacto? ¿Un buen pacto para quién? Se decía estos días que unas nuevas elecciones podrían suponer el fin de la película. Parece ser que el principal incentivo para el acuerdo ha sido el miedo a las elecciones, el miedo a aparecer como culpable. Analicemos el acuerdo.

 

Puesta en escena

En la política televisiva tan importante es el acuerdo en sí como la puesta en escena para presentarlo. La puesta en escena ha sido devastadora para la CUP. La rueda de prensa del sábado 9 de enero de Artur Mas en el Palau de la Generalitat para explicar el acuerdo es, quizá, su mayor victoria sobre la CUP. Vayamos por partes.

En primer lugar, el ya líder de CDC presenta su decisión de no presentarse a la presidencia de la Generalitat como una decisión exclusivamente personal y propone al nuevo candidato de Junts pel Sí. Ojo, a Carles Puigdemont, según el relato oficial, que es el que queda, no lo propone el grupo parlamentario de Junts pel Sí para que lo acepte la CUP. Lo propone personalmente Artur Mas. Después, aclara que no abandona la política y que se pondrá, cual Gran Timonel, al frente de la refundación de su partido, para volver, en caso de que sea necesario, a la política institucional 18 meses después. Épico.

A continuación, el propio Mas anuncia los puntos 4 y 5 del acuerdo. Es decir, la CUP pide perdón por haber puesto en riesgo el Procés –por su comportamiento durante las negociaciones– y ofrece la dimisión de dos diputados como muestra de buena voluntad. Esto Mas lo expuso con tono sacerdotal, diciendo que la CUP había cometido errores, que los admitían y que eso sería bueno para el país. Pujolismo 2.0. El pujolismo se sustentó sobre el complejo de la izquierda respecto al nacionalismo conservador en lo relativo a la cuestión nacional. Dicho de otro modo, el liderazgo de la reivindicación catalana era de CiU y si se cuestionaba (acuérdense) uno pasaba automáticamente a ser antipatriota o mal català. A esto se le unía un tono paternalista para con la izquierda independentista. Ayer Mas recuperó ese tono y regañó con benevolencia al adolescente que se ha pasado de la raya. Todo esto resulta algo pintoresco si uno recuerda que los principales avances en el autogobierno de Cataluña se han logrado cuando ha sido la izquierda catalana la que ha liderado la reivindicación nacional: I República, Estatut de Núria en la II República, Estatut del 78 y el último y el más famoso de los estatuts. El nacionalismo conservador, que ni siquiera ha liderado la consecución de un Estatut, ojo al parche, tiene pánico al sorpasso de ERC o de cualquier otra izquierda catalanista. La última vez que esto sucedió, en 1931, se tiraron hasta los años ochenta sin recuperar la hegemonía.

Sobre la dimisión de dos diputados de la CUP, hoy, día 10 en que escribo estas líneas, se ha sabido que los elegidos son Josep Manuel Busqueta (sector anti-Mas) y Julià de Jòdar (magnífico escritor y favorable a la investidura del ya ex president). A este sacrificio que ha ofrecido la CUP al minotauro del Procés para expurgar sus pecados, se une la dimisión/no-dimisión de Baños. Este hecho es una metáfora más del Procés. Un hombre anuncia que dimite, dimite en los medios, concede entrevistas en las radios explicando su dimisión. Pero, cuidado, no dimite. No hay ningún papel firmado. No hay dimisión tangible, solo dimisión virtual. Y en las últimas horas se descuelga diciendo que está ahí, presto, por si la CUP lo necesita. Y termina votando favorablemente en la sesión de investidura. Catalonia Show. Habrá que esperar para ver si Baños sigue como diputado o acaba haciendo efectiva su dimisión.

Finalmente, para culminar la puesta en escena, apareció la diputada de la CUP Eulàlia Reguant para explicar el acuerdo desde el punto de vista de la formación anticapitalista. Su atropellada aparición ante los medios, en una comparecencia que parecía la de un futbolista al salir de los vestuarios, todavía con el esfuerzo en la garganta, confirmó que, al menos en las formas, lo de ayer fue una rendición incondicional.

 

Los términos del acuerdo

Lo primero que llama atención es que la CUP no firmó un simple pacto de investidura, sino un acuerdo de estabilidad parlamentaria. Sacrificó todo a la carta de que Mas no fuese president. Mas, al final, se convirtió en un fetiche sin significado político porque en su lugar les colaron a otro de CDC, hombre de máxima confianza, y les obligaron a aceptar unas cláusulas durísimas. En ese sentido, digamos que Mas les metió un golazo.

El primer punto del acuerdo quizá sea el más importante: No votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al proceso y/o el derecho a decidir cuando esté en riesgo dicha estabilidad. Una cosa extraña ahí. El “y/o”. Tiene muy mala leche. Da la impresión que el que lo propuso tenía ciertos conocimientos elementales de lógica y matemática de conjuntos. Los que lo aceptaron no tenía ninguno. Veamos. Con la conjunción copulativa “y” deben cumplirse ambas condiciones de la proposición, eso define un conjunto formado por PSC, PP y Ciutadans. Con la disyuntiva “o” es suficiente con que se cumpla una de las dos condiciones de la proposición. Eso podría definir un conjunto formado por PSC, PP, Ciutadans y CSQP (la convergencia catalana entre Podemos, ICV y EUiA). Qué sucede, pongamos por caso, si PSC y CSQP votan en contra de unos presupuestos. La CUP parece obligada a votar a favor para respetar el acuerdo. Es increíble, pero la candidatura anticapitalista puede haberse situado a la derecha del PSC en política parlamentaria.

A todo esto hay que añadir que en las últimas horas la CUP ha venido diciendo que el acuerdo es reversible y que esa cláusula solo le compete para cuestiones relativas al Proceso Constituyente y a la República Catalana. Mas aseguró ayer estarían vigilando que se respetaba el acuerdo. Lo cierto es que la cláusula habla de asegurar la estabilidad parlamentaria y eso, en mi humilde opinión, incluye los presupuestos. CDC también lo cree. Podría haber hostias.

El segundo de los puntos del acuerdo, el más polémico, es del que más se ha hablado en lo medios en las últimas horas. Garantizar que dos diputados de la CUP-CC se incorporarán a la dinámica del grupo parlamentario de Junts pel Sí, de manera estable. Participarán en todas las deliberaciones y actuarán conjuntamente en las tomas de posición del grupo para dar cumplimiento a lo establecido en el punto 1. La CUP lleva horas aclarando que su grupo se mantiene en 10 diputados. La frase de Mas ayer fue lapidaria: “Lo que las urnas no nos dieron directamente se ha tenido que corregir a través de la negociación”. TV3 ayer también recomponía los número de los dos grupos parlamentarias con grafismos que no dejaban ninguna duda. Habrá, en esto también, que esperar para ver como se concreta. Parece, no obstante, que la CUP está teniendo graves dificultades para explicar este punto del acuerdo.

El tercer punto es el que acuerda la investidura en primera ronda del candidato que proponga Junts pel Sí. El cuatro y quinto, explicados anteriormente, son aquellos en los que la CUP reconoce sus errores y anuncia el sacrificio de dos diputados.

Uno por uno

Dentro de la lógica de la CUP parece que el único incentivo que tenía para firmar el pacto era evitar nuevas elecciones. Algunos hablan también de ataque de responsabilidad, en esta suerte de camino hacia la independencia, en el que la CUP ha pasado a actuar como una versión del PCE en la Transición, con sentido de estado, para conseguir la República Catalana. En cualquier caso, ayer la CUP tenía dos cosas que han sido completamente arrasadas. La primera es la cualidad de ser quizá el único partido de izquierdas de la Península Ibérica que no situaba la confrontación electoral como algo central. Había restos en la CUP de un discurso que situaba la lucha en las instituciones como algo complementario a la lucha en la calle. Eso murió ayer, cuando firmaron un mal pacto a sabiendas para evitar nuevas elecciones. Lo electoral pasó a condicionar su política de alianzas.

La segunda cosa que han perdido es la posibilidad de ocupar un espacio independentista crítico con el Procés. Un espacio que empieza a darse cuenta de que el Procés es un fraude. Un independentismo antiprocés que ahora representa un espacio muy reducido, pero que en muy poco tiempo podría ser el principal campo de acción para los indignados que se muevan en la franja del catalanismo. Hasta el sábado la CUP tenía un pie en ese espacio y otro en el Procés. Ayer puso los dos en el Procés y dejó ese otro hueco completamente huérfano.

El Procés es un relato y la CUP no ha sido capaz de darle la vuelta para imponer el suyo. Guillem Martínez escribió hace unos meses que lo de la CUP y Junts pel Sí podía acabar como esa mítica novela barcelonesa, Últimas tardes con Teresa. El Pijoaparte, el tipo que viene de abajo, es simpático y guay. Consigue ligarse a una niña pija de la zona alta, Teresa. Todo va bien hasta que los amigos pijos de Teresa se hartan y le rompen las piernas al Pijoaparte. Y se acabó la broma. Pues eso.

CDC salva la cara. Gana tiempo y espacio para su refundación. Es su mayor victoria. La CUP apenas tiene margen para su recomposición tras meses de luchas internas; CDC, en cambio, ha conseguido un margen hasta ahora impensable, a la vez que mantiene el bloqueo sobre ERC. Y conserva la presidencia con un tipo que parece más enrollado que Medvédev. CDC, en definitiva, vuelve a servirse del Procés como marco que domina, como herramienta para manejar la gobernabilidad, mientras se refunda desde el poder con Artur Mas dirigiendo la operación. Supuestamente esta es una legislatura de 18 meses para hacer la independencia y construir la República Catalana. Lo cierto es que a partir de ahora el único que tiene la potestad para convocar elecciones en los próximos 4 años es Puigdemont y cualquier moción de censura necesita para prosperar un candidato alternativo consensuado.

ERC queda inmovilizada. Unas elecciones anticipadas podían abrirles la posibilidad de ponerse al frente de la reivindicación catalana, incluso de explorar una alianza de izquierdas con dos cabezas: ERC en las comarcas; En Comú Podem en Barcelona y su área metropolitana. Ahora tendrán que esperar. Y fingir alegría por el acuerdo.

Una cosa que no se aclaró ayer y que queda en el aire es si Mas dimitirá o no como diputado. Cuando le preguntaron dijo que no había tenido tiempo de pensar en ello y que lo decidiría en los próximos días. Habrá que esperar para ver si tiene algún tipo de interés no verbalizable en mantener su condición de aforado. Atentos.

El Procés sigue. Parece inmortal.

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