Isabel Allende es una contadora de historias nata que ha sabido conquistar con su estilo inconfundible el corazón lector de sus fans en el mundo entero. Sus narraciones, ya sean crónicas familiares reales o ficticias, novelas históricas, cuentos fantásticos o libros de recetas afrodisíacas, están pobladas de personajes curiosos y excéntricos, mujeres de fuerte personalidad, sucesos extraños y todo lujo de detalles sobre el lugar y la época que van a hacer que la narración cobre vida ante los ojos del lector y lo sumerja sin esfuerzo en la historia que se cuenta.
Sin embargo, esta fórmula que con tanto éxito viene aplicando la autora no le ha servido para su primera incursión en el ámbito de la novela criminal, que esperemos sea la última. Al parecer fue un encargo de su agente, Carmen Balcells, y en un principio se trataba de una novela a cuatro manos junto con su marido, que sí tiene experiencia en el género. Pero finalmente la novela se convirtió en un proyecto exclusivo de Allende y ni siquiera el asesoramiento conyugal consiguió sacarla de los caminos trillados: la autora se lanza con su entusiasmo característico a plasmar la crónica familiar de los implicados en una investigación criminal que quedará en muy segundo plano, entre los recuerdos de abuelas hispanas y los complicados amoríos actuales de los padres divorciados. Mientras tanto, la hija de la familia intenta investigar, junto con sus amigos interneteros del juego de rol Ripper y un abuelo marchoso que literalmente les sigue el juego, estos crímenes que están a cargo del padre que es inspector de policía pero de cuyo bigote y cuyas amantes sabemos más que sobre su supuesto trabajo.
Todas estas disgresiones argumentales, que en una novela histórica o en una crónica familiar son la sal del relato, en una novela detectivesca acaban matando la tensión argumental. La estructura narrativa es tan caótica y la trama criminal tan secundaria que por momentos a la autora le cuesta retomar el hilo. Y tanta disgresión para llegar a un desenlace que finalmente resultará paradójicamente precipitado y de puro trámite porque de alguna manera tenía que terminar la novela y a la autora se le habían agotado las ideas. En resumidas cuentas: quien quiera leer una buena novela de Isabel Allende o una buena novela de detectives, que se abstenga de echar mano de este libro.