Allí abajo, en la trinchera de las redacciones, no todo es gris, no todo son recortes, precariedad, despidos, exigencias. Hay más aparte de combustible para malas caras, en definitiva. Allí abajo hay mil motivos para seguir ejerciendo esta profesión, la de periodista. Alegría “a pesar de todo”, como reza parte del eslogan de El Diario, una de las alternativas que ha propiciado la crisis del sistema de los medios de comunicación. La próxima semana intentaré condensar en el artículo de esta sección los otros 999 motivos para ser feliz siendo periodista y no morir en el intento. Pero si hay algo que me pone especialmente contento del periodismo actual es precisamente el cambio que se está gestando, la multiplicación de nuevas propuestas de comunicación. Por eso quería empezar y, creo que, merece una columna entera.

Para crear un nuevo medio, donde antes había que pagar rotativa, tinta, papel y distribución ahora solo hay que cubrir los costes de dominio, diseño y publicidad en Internet. Así me lo asegura un compañero de fatigas y paisano ibicenco, que ha hecho en la isla ese viaje de lo analógico a lo digital en apenas nueve años. La diferencia entre un proyecto y otro es de bastantes miles de euros (o millones de pesetas). Pagar menos tiene sus ventajas: las posibilidades de llegar a un público mucho más amplio y variado se han multiplicado hasta el infinito. Supongo que ya imaginaréis con qué modelo se encuentra más cómodo este periodista de Ibiza: su diario actual, Nou Diari, solo en Internet, no lo cambiaría por nada del mundo por el semanario gratuito que editaba allá por 2005: el Gratis Free. Cuestión de bolsillo y de que “sa cosa aqueixa d’Internet” es una mina por excavar.

Cuando antes creabas una revista o semanario gratuito, ajeno al circuito de los medios tradicionales, podías aspirar a que te leyeran en tu barrio, si vivías en una ciudad grande, o en tu pueblo, si vivías en una localidad no demasiado grande. Y si, después de una visita al pueblo, tu prima Adelina se llevaba un ejemplar de tu fanzine a Barcelona, que era donde había emigrado la prima Adelina con tus tíos años atrás, pues a lo mejor te leían también en la peluquería del barrio de El Clot donde había encontrado trabajo tu prima Adelina. Ahora, este artículo lo podrían leer en Auckland –si es que encontráramos a algún neozelandés que estuviera interesado en lo que aquí se cuenta– con la misma facilidad que en Socuéllamos, un lugar de La Mancha.

En Socuéllamos, España, dos chavales pueden ponerse de acuerdo para abrir un blog que hable, qué se yo, de los molinos de la región manchega. Está al alcance de cualquier interesado escribir buenos reportajes e ilustrarlo con mejores fotos y vídeos, gracias al abaratamiento de las cámaras reflex y a la posibilidad de editar el contenido multimedia con programas de software libre. Esos chicos de Socuéllamos pueden financiar sus gastos contratando anuncios a los negocios locales. O de las visitas que logren en su web por medio de la publicidad de Google. O de los vídeos de Youtube que cuelguen en su canal. ¿Quién no conoce los molinos de Cervantes? ¿Y si graban un vídeo que triunfa en Japón, un país con 127 millones de habitantes? Su círculo de lectores se sale de La Mancha. Su círculo de lectores es, potencialmente, el mundo. Pero el coste de su trabajo se ha reducido drásticamente. ¿No es fabuloso?

Así, en este periodismo cibernético que, por fin, nos ha llegado a España, vemos que tanto las fronteras como los gastos han caído. Mientras algunos magnates ven a Internet todavía como el enemigo, los periodistas de a pie empiezan a subirse a la ola gigantesca que sigue provocando la red de redes. Algunos ya lo hicieron en los 90: fueron los profetas de la revolución que se anunciaba y, como adelantados, tienen ventaja en esta carrera. Es verdad que cada vez el mercado de los medios online está más saturado, pero la especialización en los temas y contenidos y un público cada vez más global dejan espacio en la pecera para muchos más medios que los que cabían en el kiosco de papel. Es cierto que transformar las noticias en dinero para sobrevivir sigue siendo el tesoro por descubrir, pero hay caminos para obrar el milagro. El interés publicitario por la red irá a más. El cambio de tendencia es inapelable. Cuestión de pocas generaciones, de que nuestros herederos acaben por transformar los hábitos de consumo informativo.

Los menores de cinco años manejan con más soltura móviles y tabletas –las nuevas superficies donde reposa la información– que las páginas de un periódico. El papel se va convirtiendo poco a poco en un fósil. Si se extingue, todos saldremos perdiendo. Al menos eso pienso yo. Sí. Por mucho alegato en pro de Internet, por mucho que te ofrezca a través de una pantalla estas líneas, que dudo que algún día lleguen a Nueva Zelanda (pero que podrían llegar, esa es la cuestión), defiendo con uñas y dientes la información en papel. La diferencia es que para sobrevivir, el periódico que aún conocemos tendrá que ser cada vez más revista y menos diario. El ‘ayer’ no interesa desde que el periodista tiene su oficina en un smartphone. Está desfasado entre tuits y noticias que se actualizan al minuto. Hay que dar un plus de análisis, de poso, de profundidad. Justo lo que no aporta Internet; como consecuencia, al consumidor de información se le está empezando a olvidar ese hábito de informarse y comprender: ahora se lee más que nunca, pero menos que nunca. Es decir, se ojean más titulares, pero se leen menos noticias en su totalidad.

Nuevamente, en España, son los pequeños los que lideran el cambio. Mientras a los medios tradicionales les chirrían los engranajes cuando tienen que plantearse quitar el ‘ayer’ de sus textos en las noticias principales y escribir temas interesantes y sin caducidad en secciones como Política o Internacional –que en Deportes y Cultura siempre parece más fácil hacerlo, por considerarlas ‘menores’: otro tema que se tratará en esta columna–, propuestas más o menos recientes como el mencionado El Diario, Infolibre o Jot Down sacan cada cierto tiempo publicaciones en papel. Revistas, cuadernos, dossieres que complementan el contenido online. Otras, como Panenka –futbolera y mensual–, tienen en el papel su pilar principal, que completan con una web de apoyo. Olé por ellos. Son aventuras arriesgadas, pero necesarias. Como estos hay más medios, muchos que ni siquiera conozco. Ojalá un día me tropiece con esas alternativas. Me imagino sus redacciones. O sus proto o pseudo redacciones. Y sonrío.

Aunque los redactores del siglo XXI nos comuniquemos por Internet, como hacemos los de Negra Tinta, en el fondo no somos tan diferentes de los periodistas que sudaban la camisa y fumaban cajetillas enteras de tabaco mientras se peleaban con el fax, el teletexto y el código de que escupían unos gigantescos Macintosh antes de que los Macintosh fueran sinónimo de ligeros portátiles de diseño cool. Tampoco somos tan diferentes de los escribanos del siglo XX que, entre linotipias, montañas de papel y enciclopedias polvorientas soñaban con tener, por fin, un teléfono en la redacción. Salir a llamar al bar de la esquina podía ser una opción de no retorno. Todo el mundo tiene sus vicios.

 

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