Robert Graves (Londres, 23 de julio de 1895 – Deià, Mallorca, 7 de diciembre de 1985) se consideraba a sí mismo como poeta. Y como poeta auténtico y de corazón (que lo era) tuvo que buscar la forma de obtener ingresos económicos más allá de la publicación de sus poemas.

Graves afirmó en más de una entrevista que el emperador Claudio se le apareció en un sueño y le rogó que contara su auténtica historia. Y en 1934 publicó «Yo, Claudio». Lo hizo después de una ardua labor de documentación histórica y de haber traducido Los doce Césares, la obra cumbre de Suetonio. Pocos años después publicó «Claudio, el dios, y su esposa Mesalina», continuación de «Yo, Claudio», en la que relata los años en los que Claudio fue emperador de Roma.

El emperador Claudio, en principio, es una figura histórica poco atractiva. Fue el sucesor de Calígula (su sobrino, hijo de su hermano Británico) y el antecesor de Nerón (su hijastro, hijo de su segunda esposa).  Es decir, que su era estuvo enmarcada por dos figuras de notable relevancia. Presentaba síntomas como una acusada cojera, que era la probable consecuencia de una poliomelitis, y también un patente tartamudeo y una serie de tics que se atribuyen (y nuevamente nos vemos obligados a especular) a una parálisis cerebral de tipo leve.

Existe un estudio médico basado en los síntomas que presentaba Claudio, según las descripciones de los historiadores Suetonio y Tácito, que indican que (cito): El emperador Claudio sufría un problema conductual con un trastorno en el control de impulsos y actitud paranoide.

Y cito: Todos estos comentarios certifican la alteración cognitiva que presentó Claudio, y aunque la revisión más moderna del personaje intenta presentarlo como un ser inteligente que logró sobreponerse a la convulsa herencia política legada por su sobrino Calígula y que fue capaz de escribir numerosos libros de historia y filología, no se puede ignorar la contundente evidencia: Claudio fue considerado un “estúpido” por su propia madre. Desafortunadamente todo su legado literario se ha perdido por lo que se carece de referencias directas sobre la calidad del mismo.

Parece claro que Graves realiza una labor de enaltecimiento, al menos parcial, de la figura de Claudio. Y destaco lo de «parcial» porque el autor, en ningún momento, pretende ocultar los aspectos menos favorables del personaje histórico (más bien todo lo contrario), aunque sí, probablemente, se esfuerza en realzar de forma argumentada los más atractivos.

Resulta interesante remarcar que en 1929 Graves publicó su exitosa «Goodbye to all that» («Adios a todo eso» ), una autobiografía que tiene mucho de catarsis. En el texto, Graves hace alusiones muy duras a temas como la homosexualidad y la pederastia, refiriéndose a sus años de colegial en el prestigioso colegio de Charterhouse. Y aunque no realiza alusiones explícitas, su intención crítica resulta demoledora, aunque sea de forma implícita. La publicación de «Adios a todo eso», como es lógico, le supuso graves problemas. Y ese mismo año de 1929 se traslada a Deià, en Mallorca, que ya no abandonará nunca excepto durante el periodo de la Guerra Civil española.

Y digo que resulta interesante remarcar el hecho porque en «Yo, Claudio» , Graves tampoco es demasiado explícito. Hay que tener en cuenta que en aquella época era difícil entender la novela histórica sin una intención mitificadora. Pero Graves, (creo que puedo afirmarlo), concibe la novela histórica moderna. Su actitud es rotundamente desmitificadora, y sin ser demasiado explícito en ningún momento (lo reitero), dota a su historia de una atmósfera desasosegante y cruenta.

Sus personajes son pasionales y dolorosamente humanos, ebrios de sexualidad y de ambición. Muy pocos de ellos podrían encajar en la definición de individuo virtuoso que es tan frecuente en la literatura del género anterior a Graves. Y los pocos personajes que encajarían en la definición, por cierto, sufren destinos poco envidiables, superados y derrotados por individuos despiadados y más listos. La justicia, en todo caso, es asunto de la posteridad. Graves es crudo, pero lo es sin alborotos. Su prosa es fría y muy elegante, pero inclemente y certera.

Arriesgándome un poco, me atrevería a decir que «Yo, Claudio» es el resultado de combinar una asombrosa erudición histórica, un talento narrativo muy por encima de lo común y las reglas básicas (y bien entendidas) de los folletines clásicos. El resultado es una novela que hasta el año 2005 estuvo incluida en la lista de las 100 mejores de la historia que publica anualmente la revista Time. Graves, sin embargo, nunca se sintió cómodo con el enorme éxito de su novela, que le convirtió en una celebridad. En una ocasión, cuando le preguntaron si la consideraba una buena novela, afirmó que no podía opinar al respecto porque él no la había leído. 

En 1976 se emite una adaptación televisiva producida por la BBC, una miniserie de trece capítulos. Los guiones son de Jack Pullman, muy fieles al espíritu de la novela. La producción no tiene demasiado presupuesto. De hecho, podría considerarse «teatro filmado». No hay escenas de exteriores, ni multitudes, ni batallas campales. Los actores son todos desconocidos fuera de Gran Bretaña. La mayoría de ellos provienen del teatro Shakesperiano. Los decorados son deliberadamente sobrios. Pero aún y así, el impacto es tremendo. Aún a día de hoy, sigue estando considerada una de las mejores series que se han emitido jamás. En 1999 fue elegida como «mejor serie de televisión del siglo XX» por los lectores del periódico español La Vanguardia. La mayoría de los actores protagonistas, por cierto, no llegaron a actuar fuera de Gran Bretaña. Como excepción cabe citar a John Hurt, que interpreta en la serie al emperador Calígula y que pocos años después gestó y dio a luz al Octavo pasajero de la película de Rydley Scott. Y también llevó a cabo, por cierto, una prodigiosa interpretación de El hombre elefante, de David Lynch.

Pero el protagonista absoluto de la serie, en todos los sentidos, acaba siendo Dereck Jacobi. Las palabras, en muchas ocasiones, se quedan cortas. Y su interpretación del emperador Claudio es prodigiosa.

Tal vez, la mejor definición de lo que significa Claudio en su contexto la sugiere otro de los personajes principales, su amigo Herodes Agripa. Dice algo así como que He conocido tontos que se hacían pasar por listos, y listos que se hacían pasar por tontos. Pero tú eres un tonto que se hace pasar por tonto. Algún día serás un dios.

A Claudio todo el mundo lo considera un discapacitado físico y mental. Pero sobrevive a toda su familia en una época de horror en la que los asesinatos y las traiciones interesadas son habituales y están asumidas, por tanto, como un hecho previsible. Y además de eso, acaba convirtiéndose en el Emperador de Roma, aunque las circunstancias son un tanto peculiares.

En todo caso, la opinión generalizada es que se trata de una de las mejores series que se han rodado jamás. (Ver vídeo)

 

Dereck Jacobi by Negra Tinta.

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