Tintín, como todos le conocemos, es un tipo con suerte, carismático. Un intrépido periodista que consigue doblegar al Mal como quien hace huevos fritos y que siempre gusta porque cumple con su misión con tal eficacia que deja en evidencia hasta a la Policía. Nunca defrauda. Resulta pues, muy irritante para muchos ávidos lectores de Tintín que nunca se haya dejado ver en España con Milú, tras 40 años de historietas por los cinco continentes. Sólo le dio pasaporte para ver de refilón la isla de Tenerife desde el barco con rumbo al Congo belga, lugar con otro embrollo pendiente. La duda, entonces, es intrigante: ¿qué pasó por la cabeza de Hergé para que no enviara a Tintín a luchar contra nuestros malvados criminales?, ¿no eran suficientemente perversos?, ¿odiaba nuestra península? No lo creo.

La respuesta es simple: Hergé hizo como que no veía a España como quien quita el telediario para no sufrir gratuitamente con los horrores del mundo. Si el problema no se ve, no existe, no se sufre. Hergé conocía las increíbles capacidades de Tintín adquiridas en sus múltiples aventuras, pero también sabía que no estaba preparado para un país como el nuestro.

Le venía demasiado grande. El muchacho periodista siempre ha sido inteligente y sagaz, pero sólo un muchacho acostumbrado a delitos comunes de bellacos predecibles y hasta entrañables. ¿Se imaginan si en lugar de enfrentarse a míticos villanos como Rastapopoulos, Allan Thompson o el general Alcazar, Tintín tuviera que vérselas contra Urdangarín, Bárcenas, El Bigotes, Mario Conde, Jesús Gil, Díaz Ferrán, Blesa, Roldán, y un largo etc? Lo más seguro es que antes de que su barco atracase en algún punto de nuestro Levante, Tintín vomitase de asco al ponerse al día con la actualidad más choriza de nuestro país: Gürtel, Malaya, Trajes valencianos, Sobres del PP, ERES del PSOE… Al pobre Tintín le empezarían a temblar las piernas con tanta Mierda (con mayúsculas) sin resolver, sentiría ese pánico escénico de quien se ve muy chico ante semejante encargo.

Tampoco sabría ni por dónde empezar pero como nuestro reportero es un tío echao pa’lante y curtido en mil batallas, se remangaría la camisa con ganas. Sin embargo, empezaría a sentir pronto una gran frustración en su espíritu pertinaz cuando viera que los mismos políticos, banqueros, faranduleros, folclóricos, empresarios y demás maleantes, que con ahínco persiguió a través de comisarías y juzgados, empiezan pronto a entrar y salir de las cárceles como quien entra en un Mercadona. Tintín observaría una legión de tipos sin escrúpulos absueltos, indultados por gobiernos amigos o con delitos prescritos que se fugan al Caribe haciendo escala previa en Suiza, para decir adiós con el puño lleno de billetes. Lástima de chaval acostumbrado a los capos con clase de guante blanco, mala puntería y bigote fino, con los que te podrías dar un abrazo mientras les oyes insultar como un niño de seis años.

Desorientado en un guión irreconocible para él, tiraría la toalla pensando que todo su esfuerzo fue en vano en un país de locos, anormal, disfuncional, del que no entiende nada. Decidiría finalmente volver a casa pero ni eso le sería fácil porque con su sueldo de Mierda de becario, acabaría por dejar de pagar el alquiler y terminaría en la calle desahuciado, asiduo a cualquier comedor social. Profundamente deprimido por no encontrar salidas y tocado profundamente por haber perdido todos los valores e ideales en los que creía, Tintín posiblemente se hubiera ahorcado con Milú en la soledad de su habitación. España se acabaría merendando a Tintín como ya hizo con tantos científicos, estudiantes, jóvenes promesas, trabajadores de toda una vida, buenos profesionales y el futuro y la alegría de vivir de mucha gente decente.

Esta pesadilla pudo haberle atormentado a Hergé mientras sondeaba la idea de dibujar o no a Tintín en una nueva aventura debajo de los Pirineos. Él temió ver a su hijo ahogado entre las olas de nuestras cloacas, olas de azufre llenas de crimen organizado, corrupción, prostitución política y falta de valores.

Por lo que, tras sentir este hedor, Hergé decidió que ni Tintín ni Milú se bajaran jamás de ese barco al pasar por Canarias porque, por primera vez, todos sintieron el escalofrío del fracaso.

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