¿Se enamora de algo más que de la donjuanesca política y de sí mismo? Es una pregunta que me hago después de haber conocido a uno en circunstancias que aquí y ahora no viene al caso contarlas, ni por dinero que me ofrecieran siquiera. A lo que voy. Lo vi, volví a mirar para cerciorarme de que era él, y tras la confirmación me puse a disimular lo babieca que estaba ya que he de decir que en persona se recrece, exhala ternura y no se resta brillo. Me diría después que esa primera vez lo miré con mucha distancia, lo que achacó directamente a una divergencia de ideología, cosa que me apresuré a aclararle que no fue por eso sino por mi falta de amor a los ídolos. Han opinado en los medios que es coqueto y hay quien asegura que lo es hasta un extremo obsesivo por el afán que tiene de querer gustar siempre. Observándolo de primeras pensé enseguida que lo hace humano dejar a un lado la rigidez del uniforme yupi. Despojado de ese escudo que llevan ellos pegado a la piel para hacer rebotar codazos y repeler magulladuras me mostró a un hombre con ganas de empezar una conversación, y yo que no soy cerrada accedí.

Hay un hecho incuestionable para todo hijo de vecino por lo mucho que se juega cada vez que ejerce su voto, y es que los políticos causan reacción, y no siempre tampoco mala. Cuando en el ámbito privado uno se deja ver en público llama la atención lo mismo que lo hace un escritor súper ventas, una modelo con vitíligo o quien vive de jugar a la pelota. No es la erótica del poder la que despierta ese interés desmedido de quien los reconoce y señala con el dedo, es otra cosa más tibia y conexa común a muchos de ellos, mal que les pese por lo incómodo de las situaciones a que se enfrentan. A mí saberlo tímido acabó de convencerme del riesgo que traía que estuviera cerca, sin saber todavía que adolece de fe en estas lides. No solo tiene un don para la oratoria cuando se pone delante de una audiencia que incondicionalmente lo jalea a gritos; es quien además de ruborizarse por decirle algo de sus brazos. Se vuelve de nata cuando quiere, cuando busca cariño. Mientras habla, se para y pregunta: «¿Te estoy decepcionando?», exhibiendo una debilidad que jamás se le ve en activo. «¿Decepcionarme?», rumié yo, como si eso fuera posible.

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Los políticos se aman a sí mismos porque reciben tantos halagos, aplausos y besos que la vanidad no les cabe dentro y levitan encima de ella. Imantan automáticamente, sin esforzarse nada. Los recubre un halo de lejanía que los hace percibirse inalcanzables y eso precisamente es lo que atrae a las masas. Y las mujeres no somos ajenas, somos presas incautas.

En las distancias cortas el Sr. Candidato, el Ministro de turno o el Secretario General en funciones pierden lo rimbombante de su cargo y se quedan con el nombre de pila a secas, que al fin y al cabo es lo que me interesó aquel día, que tengan sangre en las venas. Éste me habló de una faceta íntima recurriendo al método de la proximidad emotiva, que se ve que le funciona. Si entonces yo estaba triste y él también lo estaba, habíamos dado con un eje central sobre el que orbitar en la misma dirección y a un ritmo parecido. Lo que supe luego y nunca antes es que no era la única en prestarle oído —nadie renuncia a sentirse querido—, aunque me da en el tuétano que es así como camufla lo solo que está cuando está realmente a solas. Pasa del blanco al negro sin dibujar ni un gris oscuro. Pura especulación la mía, es cierto, si bien puede que no exenta de razón por lo que me dice fundadamente la experiencia y lo transparente que veo el patrón, al que ellos suelen seguir fieles en tal tesitura igual que nosotras recurrimos al llanto y al desconsuelo. Bueno, recurren algunas. Cada cual se lo toma a su manera o como buenamente puede o le dejan. Pero es sensible, como digo, y ateniéndose a su instinto actúa. Tanto absorbe esa entremetida, metomentodo, resabida de la política que se resiente una parte crucial de la vida, la más íntima, la que trae aire fresco cuando se acaba el día y sin corbata ni zapatos se activa el modo off. Aunque él no desconecta nunca, ése es el problema. Echa el resto en sus discursos, en las reuniones, en su imagen pública. Ahí es un titán. Es un caballero andante, un adalid, un defensor de causas justas para los que no se hacen oír. Es un hombre de carne y hueso con sangre caliente que corre por esos brazos que yo he tocado para cerciorarme de que era blando y suave y vulnerable, con un sustrato de tierra sobre la que siempre ha tenido los pies. Y hasta llora, imagino. Le sobran motivos.

Adiós, ‘bienamado’, hasta otra ocasión de ésas que la vida pone a tiro. Ruega mientras «que el viaje sea largo/ que sean muchos los días de verano/ que te vean arribar con gozo/ alegremente/ a puertos que tú antes ignorabas». Tengo por mi parte «nostalgia de las pasiones tranquilas», que diría Innerarity, a quien tú tanto admiras en tu guardado y celoso pensamiento.

Salud y suerte.

Caricatura de Karl Meersman

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