Fotografías cedidas por Samuel Salcedo

Su taller en la calle Burgos del barrio de Sants, en Barcelona, está lleno de seres humanos desnudos o semidesnudos que podríamos ser tú o yo, imperfectos. Algunos muestran su rostro, pero otros lo esconden detrás de una máscara. Como tú o como yo. Nietzsche dijo que todo lo que es profundo quiere la máscara. Aún no habíamos llegado ni al siglo XX. Ahora nadie se olvida la máscara en su casa.

Una de las figuras humanas del lugar, el único que va vestido y el más grande de tamaño, se mueve hacía mí y me ofrece su mano derecha. Es Samuel Salcedo (Barcelona, 1975), el creador de todos esos seres que lo rodean y uno de los jóvenes escultores que está llamando la atención en el panorama artístico nacional y más allá de él. Ha expuesto en Berlín, París, Andorra la Vella, Ginebra, Miami, Chicago, Nueva York, Bolonia, Vigo, Madrid o Barcelona. Mide casi dos metros y lleva los brazos llenos de tatuajes -otra máscara-. Empezamos a hablar en castellano para después pasar al catalán. Está estresado. Tiene muchos encargos pendientes y al siguiente día de esta entrevista tiene que hacer un viaje relámpago de un día a la Normandía francesa para visitar un comprador que ha decorado el jardín de una mansión con sus esculturas. Un jardín que imagino inquietante lleno de seres humanos tristes, irreverentes, acomplejados, desnudos, sorprendidos o enmascarados. Como tú o como yo.

Veo que tienes mucho trabajo por delante.

Yo tengo horario de oficina. Me río de la vida bohemia de los artistas. Por lo menos, ninguno de los que yo conozco puede vivir así. Un excéntrico es un excéntrico se dedique a lo que se dedique, pero actualmente en el mundo del arte aquí esto no se valora. Quizá en países como Alemania un poco sí, pero aquí no. Yo hoy a las nueve de la mañana he llevado a mis hijos a la escuela y dentro de un rato los iré a recoger. Mientras, estoy trabajando.

Los personajes de tus esculturas se mueven en la incomodidad.

Hago personas que se encuentran en situaciones inquietantes y que están sobrepasadas por las circunstancias. Son personas descubiertas de golpe estando desnudas o medio vestidas. Esta segunda opción me interesa especialmente porque, a veces, ir así tiene un punto más de ridiculez que ir totalmente desnudo. Mis personajes no poseen una belleza clásica, sino que son personas reales. Más barrigudas o menos barrigudas, imperfectas.

–En tu obra cuesta encontrar personajes que muestren alegría. ¿A la hora de crear las figuras te influye el contexto sociopolítico en el que se desarrolla tu obra?

Sí, el contexto sociopolítico influye en mi obra, aunque no hay una crítica directa hacia este contexto. Mis personajes están sobrepasados y desconcertados, no entienden por dónde van las cosas. Pero siempre hay un punto de ironía y de humor. Al fin y al cabo, normalmente trabajo con objetos pequeños que tienen aspecto de ser del todo a cien, aunque no hay que negar que acaban convirtiéndose en un artículo de lujo porque los que se pueden permitir comprar arte son personas adineradas.

–También tienes obra en formato grande. ¿Cuándo decides hacer figuras pequeñas y cuándo decides hacerlas grandes?

Las figuras humanas pequeñas, que son figuras policromadas, me parecerían muy agresivas si fuesen grandes. Y ser agresivo es algo que no pretendo con mi obra. El hecho de ser muñecos que puedes coger con la mano comporta que las ideas que llevan incorporadas sean más cercanas e intensas para el espectador. En cambio, cuando los personajes están hechos en formato grande rebajo la tensión narrativa porque con ellos prefiero explicar sensaciones. Y cuando aún los hago más grandes, normalmente de aluminio o de resina, directamente son rostros. Busco que un mismo gesto pueda ser interpretado de forma diferente por cada persona.

Para mí los rostros de Samuel Salcedo son el resultado de añadirles dos decenas de años más a los rostros de Jaume Plensa. Son una Carmela que se ha hecho mayor. También se podría decir que las figuras de Plensa pertenecen a la burguesía y no tienen grandes preocupaciones inmediatas; las de Salcedo, en cambio, deambulan en la clase media-baja y sufren. Y, en ocasiones, se rebelan –aunque sin esperanza de que nada cambie- enseñando una lengua que tanto puede significar burla como placer.  Los rostros de Salcedo no buscan la utopía, sino que se conforman con avanzar, a trancas y barrancas, entre los obstáculos del presente y liberarse, aunque sea momentáneamente, de las cargas de un pasado que no ha sido más feliz. Normalmente se acaban resignando cuando se dan cuenta de que nunca serán alguien a quien admirar porque no se les ha dado ni un cuerpo bonito ni una mente brillante.

Dices que no quieres ser agresivo con tu obra. ¿El hecho de hacer figuras humanas desnudas ha molestado a alguien?

En Rusia aún son reacios a los desnudos masculinos. Para evitar ser agresivo allí le he añadido unos calzoncillos a algún personaje, pero no considero que este cambio sea algo relevante. Lo importante es lo que estoy contando, no si el personaje lleva calzoncillos o no. Ahora tengo una exposición en Miami y sé que allí no tendré ningún problema. En este caso podré ser todo lo irreverente que quiera.

Normalmente haces figuras masculinas. No suele ser habitual que un escultor, alguien históricamente ávido de musas que le inspiren, se centre en el hombre.

Básicamente lo hago así porque yo soy un hombre y para mí es más natural hacer hombres. Y como no busco explicar nada trascendental en la relación entre hombres y mujeres, hacer figuras masculinas en estados ridículos o de inseguridad me sirve para explicarme a mí mismo. Pero también suelo hacer hombres porque me cuesta poner a la mujer en estas situaciones ridículas. Me incomoda tratarla así. Por eso cuando hago una figura femenina le intento encontrar una dignidad que está por encima de la belleza física.

Sueles trabajar en series que profundizan sobre la misma temática.

Sí, me gusta trabajar en series porque de esta forma no saturo la pieza y puedo repartir la información que quiero mostrar en siete u ocho piezas que, vistas en conjunto, completan el significado.

Has hecho figuras humanas desnudas y con máscaras de Darth Vader, de Mickey Mouse, de Tinky Winky de los Teletubbies o de animales. ¿Qué metáfora hay en el uso de las máscaras por parte de algunos de tus personajes?

La máscara no deja de ser un objeto que sirve para esconderte o para mostrar una identidad determinada, aunque no siempre los otros captan de la manera que tú pretendes el significado de esta pieza. La máscara, al final y al cabo, es una metáfora de algo que queremos mostrar y que no somos. Hay personas que se visten por la calle de una manera determinada para mostrar algo que otra persona que las vea puede no captar o, directamente, juzgar como ridículo. Me interesa mucho esta incomprensión entre lo que uno quiere mostrar y lo que el otro capta.

También has trabajado en obras compuestas por diferentes piezas, como en Harvest o en la serie Bitter Fruit, que son cabezas desperdigadas en un recipiente como si fuesen frutas.

Con este tipo de obras quiero desarrollar y explicar las situaciones en las que un conjunto de personas se encuentran por azar y empiezan a establecer relaciones entre ellas. Es decir, por ejemplo, lo que ocurre cada mañana en el metro. Allí se crean unos vínculos, entre personas desconocidas, que nos dicen cosas. En estas situaciones puede suceder desde el amor hasta la repulsa hacia el otro.

¿Las galerías de arte y las exposiciones siempre te piden más de lo mismo? Lo digo sobre todo porque tu estilo es muy personal, hecho que provoca que tus obras sean fáciles de reconocer como tuyas y que creen una pequeña adicción por ver más figuras humanas creadas por Samuel Salcedo.

La gente te pide lo que ha visto.

¿Y esto no puede paralizar la evolución de la obra de un artista? En tu caso, ¿temes que te sigan pidiendo eternamente figuras humanas pequeñas en situaciones incómodas y rostros humanos grandes enseñando la lengua o resoplando –simplificando mucho la pregunta-?

Tú puedes escoger si haces lo que te piden o no. Repetirse acaba teniendo como consecuencia que tu obra pierda intensidad porque te aburres creándola. Y esta circunstancia el público la percibe rápido y también se acaba aburriendo. Para evitar esto te tienes que obligar a tensar el lenguaje. La evolución de un artista crece al buscar riesgos.

¿Te ha obsesionado tener un estilo tan personal?

No he buscado ni busco tener un estilo. El estilo que tengo es reconocible porque lo hago yo y yo soy así.

Samuel Salcedo te rompe algunos esquemas mentales prefijados sobre cómo es un artista. Cada mañana lleva a sus hijos al colegio y hace horario de oficina. Quizá hay que darse cuenta, una vez por todas, de que el siglo XXI ha asesinado la vida bohemia. O puede que la tragedia sucediera un poco antes y tuviese como malo de la película a Andy Warhol. Hay que aceptar, por mucho que duela, que nunca más habrá un Montmartre, te dices. Pero después conoces a Håvard Hølland una madrugada en el Marsella del Raval y te entran las dudas. Hølland es un artista multidisciplinar noruego radicado en El Poblenou. Viste de manera estrafalaria, habla con quien se le ponga por delante con todo tipo de irreverencias y cuando te descuidas te ha invitado a dos vasos de absenta –sí, aún hay gente que toma absenta- a pesar de que te acaba de conocer. Este tipo de personajes, en una época en la que ya existe Damien Hirst, son los que aún no me puedo quitar de la cabeza cuando pienso en un artista.

¿Te sientes cómodo en el mercado del arte actual?

Sinceramente desconozco cómo funcionaba el mercado del arte en otras épocas, así que no puedo opinar sobre si está mejor o peor que antes. Y puedo permitirme no preocuparme demasiado por el tema porque de eso ya se encargan mis galeristas –por ejemplo, la 3Punts Galería en Barcelona- y, de momento, la cosa me va bien.

Entonces no te ha afectado la crisis económica.

Es que toda mi obra la he desarrollado en un contexto de crisis económica. Además, ahora parece que en el mundo del arte el asunto empieza a mejorar. Es normal que durante estos años la compra de arte haya disminuido porque no la considero algo estrictamente necesario para la sociedad. Lo que sí que considero necesario es la creación de arte en todo tipo de contextos sociopolíticos.

¿Aceptas todas las propuestas de trabajo que te llegan?

Yo siempre acepto trabajos aunque eso después me suponga un gran estrés a causa de que no doy abasto. Simplemente quiero seguir haciendo este trabajo, que es el que me gusta.

Desde que eres padre tienes ayudantes para confeccionar las esculturas. Imagino que te sacan de muchos apuros.

Sí, tengo ayudantes que me ayudan en la parte técnica. Esto puede hacer pensar que mi obra pierde personalidad, pero yo opino lo contrario. Hacer la parte técnica te deja muy agotado para afrontar la parte creativa. En cambio, si llegas descansado a la parte creativa puedes poner más de tu parte a la hora de modelar la pieza.

Empezaste haciendo pintura. ¿Por qué te pasaste a la escultura?

Yo estudié Bellas Artes y empecé haciendo pintura al olio mezclada con grafiti. Hacía gente en un fondo blanco. Solo me importaba la figura humana que aparecía dibujada, el resto del cuadro me sobraba. Al final me quedé encallado porque la pintura es muy cruel si quieres innovar. Fue entonces cuando me di cuenta de que la escultura tiene un lenguaje mucho más directo que la pintura. Para mí el material con el que está creada ya es algo que cuenta mucho de la intención de una obra.

 

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