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Pareidolia es la primera novela gráfica de Rosana Antolí, una artista alcoyana multidisciplinar que ha usado esta vez como medio de expresión la novela gráfica en la que David Bowie, las sombras, las manchas, los recuerdos y los miedos atávicos tienen mucho que decir. Hace poco presentó en Madrid y en Barcelona su último trabajo. Fue en Madrid, en un pintoresco bar, donde Negratinta aprovechó para entrevistar a esta creadora y conversar con ella sobre su última obra y más temas relacionados con la cultura. Antolí actualmente vive en Londres y allí estudia en el prestigioso Royal College of Art.

–Ahora estás en el Royal College of Art, una academia muy exclusiva. ¿Cuántos sois?

–En el máster éramos ocho en el primer año, pero ahora en el segundo, diez. Es el primer año que se hacía el máster de Performance por eso a mí también me interesaba hacerlo en un buen sitio. Ya que vas a invertir tu dinero, qué mejor que cursarlo en una de las mejores escuelas que existen actualmente. Es difícil entrar en el Royal College of Art, y escogí el de Performance porque quería hacer un máster de algo que complementara a lo que me especialicé en la universidad, que fue pintura.  Para mí cuantas más herramientas tenga mejor.

–¿Cuánto cuesta un máster de ese tipo?

–Tampoco es tan diferente a uno que se oferte en Madrid o Barcelona; cuesta 18.000 euros en total y suelen dar ayudas y becas. Eso sí, todas las ventajas que nos dan a los europeos luego se la cobran con los de fuera. Por ejemplo, los que son de fuera de la Unión Europea pagan el triple. El máster les cuesta 60.000 euros.

–¿Las ayudas quién te las da?

–La misma escuela. Apoyan bastante a los artistas que estamos allí y nos suelen ofrecer ayudas.

–Antes de comenzar la entrevista has mencionado a tu padre, el pintor Manuel Antolí ¿Fue tu primer profesor?

–Sí, claro, yo con él empecé a dibujar desde que tengo uso de razón. Mis primeros cuadros fueron de la rana GustavoMortadelo y Filemón. Es el mejor profesor que podía haber tenido. Es un crack. Es muy contemporáneo en todo su entendimiento y aplicación de la práctica artística, y también muy duro: él me ha hecho llorar como nadie. Entiende el arte contemporáneo como yo entiendo el arte contemporáneo: que no te quede ninguna limitación técnica; y aparte está la forma en que lo sientes, cómo vives cada proceso; y en eso mi padre es muy bueno. Además, cuando acabé la carrera, aunque mi padre iba enseñándome mientras tanto también, yo notaba que me quedaban cosas por profundizar y me fui un año al estudio con él. Fue una experiencia de la que nunca tuve suficiente, y siempre que puedo le pregunto cosas. Para mí es una suerte poder discutir lo que estoy creando con él.

–¿Te sientes más valorada en Inglaterra que aquí?

–No, es diferente. Juegas fuera de casa y la ciudad es más grande, por tanto hay mucha competencia. Que te conozcan en Londres es doblemente difícil, un camino más largo.

–Bueno, tú ya estás en la mejor escuela que hay. Eso es un buen trampolín

–Sí, sobre todo la ciudad: la gente que conoces, los artistas, los compañeros… La gente que puedes conocer también va a influenciarte en la obra

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–No es como Alcoi que, eso sí, aunque es un pueblo pequeño tuvo su historia anarquista y continua ahí como la pequeña Galia del País Valencià.

–Sí, yo también soy muy utópica y quiero seguir viendo Alcoi así. Cuando hablo de Alcoi  me brillan los ojos y cuento miles de historias de la ciudad: que fueron los mayores anarquistas, los primeros naturalistas, las vidas de sus intelectuales… Y ahora ha cambiado. Aunque queda un montón de ese poso, ya no es lo mismo. Hay mucha intención de regeneración de música y arte pero es muy reducido y no tiene la repercusión fuera de la ciudad que me gustaría. Eso sí, Alcoi es una muy buena cantera de artistas y músicos. Por ejemplo, algunos de los mejores artistas que para mí hay ahora a nivel nacional son de Alcoi y yo estoy muy orgullosa. Es un sitio pequeñito que tiene mucha alma.

–¿Quiénes son?

Nuria Fuster, que es escultora. Albert Corbí, que es fotógrafo. Ferran Gisbert, que es pintor…

–¿Alcoi dialoga más con Valencia o con Alicante?

–Yo creo que no dialoga con ninguno de los dos [risas]… A mí me gusta que estemos un poco al margen de todo eso; aparte, como estamos en las montañas, hasta tenemos otro clima [risas].

–¿Ese ha sido el problema de Alcoi, no tener un interlocutor cultural cercano?

–Alcoi ha sido muy rica culturalmente, de hecho abrieron un museo muy ambicioso hace tres años pero no duró mucho. Todavía está el póster colgado de la primera exposición, donde aún está mi nombre, pero se quedó ahí porque tuvo que ver con todo ese bluff económico donde cayó la CAM. Por tanto, se vino todo abajo como todos sabemos. Alcoi tiene muchas iniciativas a pequeña escala y se están empezando a mover cosas, pero por el momento aún no tiene el contexto cultural que me gustaría para la ciudad.

–¿Y en España en general se puede vivir del arte?

–Hay gente que vive del arte en España, claro, pero es difícil.

–Hay, digamos, una minoría que puede.

–Sí, es una minoría, pero también tienes que saber moverte. El arte es muy amplio y puedes hacer muchas cosas. Hay gente que simplemente de sus pinturas vive de puta madre todo el año; pero lo bueno es que se puede vivir del arte entendiendo toda su amplitud. La cuestión es hacer cada proyecto, aunque diverso, lo más personal posible.

–Y a la vez desde el Ministerio de Cultura se le pone el cepo al arte a través del 21 por ciento de IVA.

–¡Claro, claro! Eso es muy absurdo. Cuando aquí ves las condiciones del artista ves que lo del 21 por ciento no tiene ningún tipo de sentido. ¿Leíste sobre la sala de teatro esa que han hecho?

–¿Cuál?

–Me parece súper buena iniciativa. El porno tiene un 4 por ciento de IVA frente a la cultura, que tiene 21. ¿Qué han hecho los dueños de esta sala? Venderse como distribuidora de revistas porno para pagar el 4 por ciento en vez del 21.

–Las pequeñas rendijas del sistema

–Claro, es que es muy absurdo que a la cultura, que es una de las necesidades básicas del ser humano, le pongan este tipo de aranceles. Parece que tengamos que luchar para consumir arte, cultura, música cuando tendría que ser gratuito cualquier acceso a ella.

–Hace poco estuviste en Córdoba, Argentina, ¿Qué hiciste allí?

–Un proyecto muy chulo con otra artista cordobesa [Noesasí]. Durante un mes y pico creamos situaciones y acciones utópicas que requerían un esfuerzo mental y físico alto con un resultado muy pequeño. Hicimos pequeñas acciones en el espacio público con elementos locales. No anunciábamos que íbamos a hacer algo, de esta forma cuando la gente fuera por la calle se lo encontraría y rompíamos un poco con la barrera del espacio expositivo usual y el público asiduo. Hicimos varias acciones que tenían también un gran componente de absurdo: Ya de por sí el contraste del esfuerzo realizado con el resultado de lo mismo. Aprendimos lo que era ‘fracaso activo’, expresión que empleó la comisaria Paula Loren y que me apropio desde entonces. En la primera acción, construimos un casco de pan y polenta de más de 4 kilos. El plan era que vinieran a comerlo las palomas de la plaza, unas 10.000, y así cambiar su comportamiento y la forma habitual de relacionarse con ellas. Al final ni una de las 10.000 se acercó a nosotras, pero la situación que creamos fue muy inquietante y produjo otros resultados. Así como en la siguiente pieza, donde planteábamos una situación y el resultado obtenido nos modificó para bien la intención inicial del mismo. Dependíamos del museo para hacer estas acciones y nos pedían muchos papeles y permisos. Una noche, decidimos comprar 50 quilos de chorizos criollos y grabar desde nuestro estudio, una tercera planta, la construcción de la palabra burocracia. Queríamos que las decenas de perros callejeros que había por la zona se lo comieran, pero son elementos que no puedes controlar y el resultado no fue lo esperado. Entonces, otro día, después de la frustración, decidimos poner los chorizos en una plaza formando la palabra utopía y, curiosidades de la vida, vieron todos los perros del mundo y lo devoraron todo. Todos los fracasos al final son activos y definieron la absurdidad y política de cada acción.

–¿El arte se debe usar como herramienta política, como mensaje para denunciar lo que pasa?

–Para mí es muy importante estar conectada con el contexto que estás viviendo y lo que está pasando. Hay unas piezas artísticas que son mucho más directas y evidentes, pero cualquier pieza que pueda parecer más onírica te puede reflejar reivindicación porque tiene política detrás. Por ejemplo, otra cosa que hicimos en Argentina fue contar una a una 30.000 piedras que simbolizaban 30.000 desparecidos de la dictadura. Fue algo realmente agotador, pero muy emotivo. La gente nos ayudaba a contar y numerarlas. Luego las lanzamos a un río y su cauce cambió unos centímetros. Cuando cuentas 30.000 piedras te das cuenta del peso y de la importancia de cada una. No hace falta tampoco escribir burocracia con chorizos para que sea político. Los artistas tenemos una enorme responsabilidad que muchas veces se obvia: somos comunicadores. Esa es una responsabilidad muy grande y tiene que estar presente en cada cosa que hagas.

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–Sin embargo, parece que las reivindicaciones de muchos artistas, sobre todo en el sector audiovisual –hablamos de los actores, que son los que más tirón mediático suelen tener–, se centran al momento de recoger un premio o de acudir a una gala. ¿A ti qué te parece ese tipo de proclama?

–Si sólo te vas a posicionar cuando está la cámara delante… Le han dado el Premio Velázquez de artes plásticas a Esther Ferrer; ahora mismo todos están rechazando premios, pero Esther Ferrer, no. A mí me parece super bien porque ella dice que porque le den un premio no va a callarse la boca. Si me dan un premio, genial, bienvenido sea, pero eso no quiere decir que por ello vaya a dejar de decir lo que pienso de la situación del país ni de nada.

–¿En el mundo del arte crees que se actúa por endogamia? Es decir, si fulano ha rechazado o aceptado un premio yo haré lo mismo por miedo al qué dirán.

–Yo creo que está bien posicionarse públicamente pero no creo que rechazando un premio se haga nada. Puede que haya otra salida que sea más práctica. Está claro que rechazar un premio es mucho más mediático pero a la semana siguiente ya se ha olvidado. Yo creo que hay otros posicionamientos más enriquecedores. A mí me gusta la declaración de Ferrer: «Yo pienso seguir diciendo lo que pienso».

¿Qué le dirías el ministro Wert si lo tuvieras delante diez minutos?

–Ya lo he tenido delante en unos premios para los que me seleccionaron, pero era inalcanzable. A mí me gustaría sentarme con él, pero no diez minutos, sino dos horas o un día entero. Me gustaría que se quede conmigo un día entero porque creo que no escucha lo que está pasando. No tienen razón de ser este tipo de actuaciones que está llevando a cabo.

–¿Qué debería tener un ministro de Cultura?

–Un ministro de Cultura primero debería tener cultura. Tendría que saber qué está pasando en el ámbito de las artes, de la literatura, de la música… Si supiera lo que está pasando no pondría el 21 por ciento de IVA. Ponerlo es no entender absolutamente nada de la cultura, eso de primeras. De segundas, necesitamos cultura gratuita: la educación básica artística y cultural tiene que ser fundamental para todos; tampoco se puede quitar la filosofía de los institutos. ¿Eso qué es? Mis compañeros filósofos se tienen que ir a otro país. No es que tuviesen muchas salidas antes, sino que ahora no tienen ninguna. Todo esto es no entender la cultura, no entender el arte, no entender la literatura ni lo que soporta el ser humano. Lo que el ser humano ha estado dejando durante años de herencia en la tierra es la cultura. Al final es lo único que persiste. Es lo único que al ser humano le hace crecer el espíritu. Cuando te hacen ver que sólo debes hacer cosas prácticas que den x resultado, cosas tangenciales y no espirituales e intelectuales, tenemos un gran problema.

En otra entrevista que hicimos recientemente a la cantante cubana Eme Alonso, afincada en Madrid desde hace un año, nos decía que en Cuba había cosas que se podían decir y cosas que no, pero en cambio existe un respeto tremendo por el artista, escriba guiones de cine o esculpa en mármol. Un respeto que, según ella, en España no hay. Eme comentaba que el único país donde nunca nadie le había preguntado que a qué se dedica, aparte de a la música, es en Cuba. ¿A ti cuántas veces te lo han preguntado?

–He tenido suerte en ese aspecto. Cuando eres más joven sí que te preguntan a qué te quieres dedicar. Por ejemplo, mis padres, como buenos padres, cuando era más joven, me decían que hiciese unas oposiciones y así tendría algo seguro. Y ahora me dicen: «Menos mal que no nos hiciste caso porque garantías ahora mismo con oposiciones, ninguna». También habría relegado mis proyectos artísticos y, si los hubiese tenido que hacer más tarde, ya no sería igual. También es verdad que cuando me hacen preguntas necias no suelo escuchar, así que si me han preguntado estas cosas ni me acuerdo. ¿Qué tontería es esa? Me dedico a lo que me dé la gana: pinto, hago cómic, dibujo, hago performance, etc. O sea, lo que necesite para cada proyecto y sobrevivo con ello. Y si tuviera que trabajar de otra cosa mientras, pues trabajaría y ya está.

–Ahora con tu primera novela gráfica, Pareidolia, los consumidores de tu obra ya no tienen que ir a una galería o a otro recinto para ver tu creación, sino que se la pueden llevar a su casa y consumirla las veces que quieran. Con un libro es tu obra la que va a casa de los demás.

–Eso es de lo mejor de hacer una novela gráfica. No tienen que venir a un recinto, se lo pueden llevar a casa y puedo llegar a mucha más gente; además, hacerse con un comic es más asequible que hacerse con un dibujo. Te lo puedes llevar a casa y lo puedes leer y releer. Es un formato que me gusta mucho. Y es muy bonito cuando tus libros llegan a las librerías y la gente los va comprando y te va enviando fotos y te comentan. Se crea una red muy bonita.

–¿Hay algún canal, a la hora de transmitir, que aún no hayas tocado?

–La música. La música aún no la he tocado personalmente. Aunque la música está en todo mi trabajo, es un pilar muy importante en la parte creativa, y cada pieza que haga va apoyada de banda sonora. Siempre trabajo con mi primo, [el compositor] Caçacervols, que es el creador de toda la música en mi trabajo.

–¿Qué música escuchas?

–En mi Ipod siempre va entrando y saliendo música bastante ecléctica, pero ahora hace tiempo que llevo un disco de Philip Glass que entró y no sale. En general mi gusto musical es un abanico muy amplio que va entrando y saliendo en el dispositivo.

–¿Piensas hacer más novelas gráficas aparte de Pareidolia o ya con esta tienes suficiente?

–La experiencia me ha gustado un montón, lo he disfrutado mucho. Ya estoy pensando y esbozando lo que será la segunda, Bunker, que irá sobre los anarquistas en Alcoi. Esta será más personal y local. Combinando historia con ficción.

–En tu primera novela gráfica hablas mucho de David Bowie

–Me parece un músico excepcional, y un pionero, pero una de las cosas que más me gustan es que miraba a los ojos a la gente cuando cantaba. Aparte de que sus canciones son temazos y que sea un gurú de género, de política y de todo lo que él representaba, cuando la cámara le enfocaba, él estaba mirando a los ojos de las personas. Ese contacto social es brutal, ese «te canto a ti, te canto a ti, te canto a ti». Es el arma de estar muy presente.

–Antes de Pareidolia hiciste la expo My Animal Dance. ¿Qué harás después de haber debutado como novelista gráfica?

–Estoy ahora exponiendo en el Museo Da2 de Salamanca y en el museo MUA en Alicante, a nivel nacional, y en La Fundación Cultural de Providencia en Santiago de Chile, en el extranjero. Los próximos proyectos son varios: en febrero dirigiré mi primera coreografía en el Royal Holloway de Londres, y en marzo inauguro una colectiva comisariada por Nerea Ubieto en Madrid y otra colectiva con Vicky Uslé y Ana Barriga, en la Galería Espai Tactel, comisariado por Marisol Salanova. Esto es en los próximos meses, así que sin parar.

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–¿Todas tus obras hablan de ti?

–No, para nada. Ni soy yo ni son mis historias personales. Son los conceptos personales que me interesan y lo que me pasa por la cabeza. Mi obra obviamente son mis intereses.

–¿Tenías referencias del mundo de cómic?

–Sí, desde pequeña soy muy comiquera y fan de los tebeos; de los tebeos de mi padre y de mi tío de los años 60. Mi abuela no se creía que me los leyera tan rápido y me hacía preguntas rollo: «¿Qué pasa en el capítulo nosecuanto cuando la Familia Cebolleta..?» [risas]. Luego me gustó Crumb y fui pasando un poco por todo. Para Pareidolia cogí de referencia a Alison Bechdel por sus dibujos y tintas analógicos. Ese era, formalmente, el tipo de cómic que quería: quiero que respire la tinta, que sea un dibujo que puedas ver en una galería impreso y apreciar toda la textura. No quería un tono hecho con PhotoShop.

–¿Una chica que pinte lo tiene más fácil para destacar que otra que se dedique a ciencias empresariales?

–Y para desaparecer también [risas]. Mira las estadisticas. Yo fui a una conferencia de Diana Larrea, que es una artista que cuando yo estudiaba estaba muy activa como ahora lo puedo estar yo, y de pronto desapareció. Y fui a una charla cuando yo ya era más mayor y decía que creía que la obra la había cambiado, que se había hecho mala artista o que por haber sido madre pierdes el norte y cambias, pero nada de eso, había desaparecido porque la consideraban inversión poco segura; y me asusté y miré las estadísticas y sí: cuando llegas a una cierta edad hay una diferencia enorme de la proporción que hay de hombres y mujeres en el mundo del arte. Las mujeres cuando llegan a cierta edad van desapareciendo, fenómeno que ocurre muchísimo menos con los hombres. Si antes había un montón de mujeres en el candelero, a medida que sube la edad quedan, con suerte, dos. Yo creo que esto va a cambiar con las generaciones que estamos llegando ahora; y estamos todas luchando para eso.

–¿A ti te han censurado alguna vez?

–No, cuando era jovencita y estudiaba en la universidad nos seleccionaron a tres alumnos para hacer una exposición y me hicieron quitar unas tetas. Yo les dije que miraran las obras del Museo del Prado, y que allí iban niños de excursión, y me dijeron que sí, pero en ese sitio donde exponíamos no podía haber desnudos. No lo consideré como una censura pero sí como una ignorancia.

–La censura es ignorante

–Sí, es totalmente ignorante, pero no me pareció como para enfadarme y quitar mi obra. Si hubiese sido otra cosa la que me hubiesen quitado sí que me habría enfrentado, pero por esas tetas, no.

–¿Si te hubiese pasado lo que al artista Eugenio Merino, a quien la fundación Francisco Franco le denunció por meter una estatua del Caudillo dentro de un frigorífico, qué hubieras hecho?

–Yo soy muy pro Merino. Yo le apoyé mucho en la causa. Él provoca y sabe que provoca y es consecuente con eso. Luego está la gente que se deja provocar con esas cosas de la memoria histórica. Señores, es Franco. Yo es que a ese no le respeto, si fuese otra cosa respetaría la memoria histórica de todo el mundo, pero en este caso, no. Que le denuncien no tiene sentido hoy en día.

–Es absurdo, podrías hacer una obra sobre ello.

–[Risas] Es que no tiene ningún tipo de sentido para nada ese tipo de censuras hoy en día. También sabes la política de los sitios donde te metes. Entras en el mercado del arte y de ahí a una feria como ARCO, que tiene unas políticas, y él también sabe donde va a jugar. Vas a provocar. No tiene ningún sentido ese empeño en la censura.

Rosana Antolí y su editor

Rosana Antolí y su editor

 –¿El mercado del arte –por el hecho de que el arte contemporáneo parezca no tener límites– ha dado cabida a mucho impostor?

–Como en todo. Y la palabra impostor es muy ambigua en el arte. La gente profesional tiene unos parámetros para medir qué tiene calidad y qué no, qué llega y qué no.

–Los escritores dicen que los libreros son sus mejores prescriptores. ¿Vosotros en quién tenéis esa figura? ¿En el marchante de arte? Porque al marchante de arte, mucha gente desde fuera, lo suele ver como un tiburón de las finanzas.

–Yo no conozco a ningún marchante.

–¿Y cómo vendes?

–A través de galeristas, por mi cuenta… La galería es la que te hace de intermediario.

–¿Cuál es la diferencia entre el marchante y el galerista? ¿Que el galerista tiene un espacio donde exponer la obra?

–Exacto. El representante hoy en día es el galerista. Él tiene un espacio y te expone, te hace los contactos y te vende, y se queda un porcentaje como un representante literario. Marchante como figura que había antes hay muy pocos. Cuando no tienes galería también te pueden contactar directamente y comprar, pero en eso soy muy honesta y si estoy con una galería no vendo nada a sus espaldas. La función del galerista es económica también, y hay galeristas que defienden el buen trabajo, lo hacen con mucha pasión y compromiso. Creen en eso.

–¿Hay mucha diferencia entre el sistema de España e Inglaterra?

–Son diferentes. Allí están menos institucionalizados; tienen las mismas cosas, pero el mercado del arte es más libre. Me gusta porque se están rompiendo mucha barreras a nivel de espacios de acción y de roles: por ejemplo, ahora el artista se pone a comisariar o el comisario hace una crítica; y a mí eso me parece interesante.

–Leonardo Da Vinci decía que una obra de arte nunca se acaba, simplemente se abandona. ¿Estás de acuerdo?

–Al cien por cien. Puedes tener la sensación de que está acabada, pero luego piensas que has mejorado y que le harías una cosa u otra. Es como una obra de arte eterna y tú cada día sabes más y eres exigente contigo mismo y le harías cambios. Nunca la acabarías, es que la obra dura lo que dura tu vida.

–¿Para ti cuál sería la ciudad europea más dinámica, a la que podría denominar oficiosamente como capital de la cultura?

–Si generalizamos diré Berlín o Londres, pero luego he ido a ciudades más pequeñas; como cuando ahora estuve en Holanda, en Delft, que, de pronto, en su noche de los museos tenían una programación cultural muy bestia, con un dinamismo que continúa durante el año. También hay que calcular los instrumentos que tiene cada ciudad y lo que está haciendo con esos instrumentos para valorar lo que está invirtiendo en cultura. Londres siempre va a ganar en magnitud porque tiene más dinero y más recursos, pero a veces la inversión y riesgo de una ciudad más pequeña puede ser mucho más interesante.

–Hay un vídeo en el que sale Banksy haciendo de vendedor ambulante, vendiendo sus propias obras originales muy baratas. Nadie le compra ninguna: aunque los paseantes dicen ser fans del autor, ni siquiera saben que es realmente el vendedor. ¿La marca hace al artista?

–Claro, es lo de siempre, eso es como lo que hizo Duchamp con el urinario y dijo: «Voy a poner un urinario aquí en medio, cambiar su contexto para cambiar su valor artístico». Ese tipo de reflexión fue la que hizo que el arte cambiara y comenzase el arte contemporáneo.

–¿Warhol hasta qué punto es marca y hasta qué punto es innovación creativa y ruptura?

–Para mí, Warhol es mucha ruptura, es un artistazo en mayúsculas. Lo que supuso Warhol para el arte fue mucho, hizo una marca de eso y eso puedes criticarlo más o menos. Todo lo que creó, la forma de comunidad, de colaboraciones con músicos, crear espacios donde la gente se juntara, el ir siempre a las vanguardias de todo, cuestionar lo establecido. Eso es lo que llevó a poner una serigrafía de Elizabeth Taylor como una una worker. Los workers seremos celebrities y las celebrities seremos workers y todos somos iguales.

-¿Y para ti cual es el artista más sobrevalorado? No hace falta que esté vivo.

[Risas] Para mí, Oscar Murillo, un pintor de Sudamérica que ha pegado un bombazo increíble con una obra en concreto que, para mí, está muy sobrevalorada.

Fotografía: Pablo Sierra del Sol

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