Cuando el holandés Jimmy Floyd Hasselbaink batió por segunda vez a Bizarri en la noche del 30 de octubre del año 1999, poniendo el 1-3 en el luminoso del Bernabéu, hasta el más fanático hincha del Atlético de Madrid estaba lejos de adivinar cuánto tardaría en ver algo semejante. Esa noche entrenaba al Real el galés John Benjamin Toshack. En la rueda de prensa del viernes, desafiando más a su propio presidente, Lorenzo Sanz, que a los medios, había recitado la alineación titular para el derbi: Bizarri, Salgado, Iván Campo, Julio César, Roberto Carlos, Seedorf, Helguera, Redondo, Guti, Raúl y Morientes. El Atlético oponía un once en el que los restos del equipo que había ganado el doblete tres años antes se conjugaban con estrellas internacionales y jóvenes talentos: Gamarra, Capdevila, Aguilera, Molina, Bejbl, Chamot, Solari, José Mari o el jugador más caro de la Historia de los fichajes rojiblancos, Hasselbaink. En el banquillo, Ranieri, un italiano sonriente y bonachón que está en todas las desgracias recientes de los grandes equipos españoles, y del que yo quisiera el teléfono de su representante. El Atlético contrarrestó rápido el 1-0 de Morientes y se paseó en Chamartín ante un Madrid descompuesto que al día siguiente despediría a su entrenador. Bizarri fue expulsado por roja directa, y a la siguiente jornada entraría en el equipo, para no salir en catorce años, Iker Casillas. Los dos equipos de Madrid coquetearon hasta enero con el descenso, pero el Madrid, bajo la dirección de un señor con bigote de Salamanca, terminaría la temporada en quinta posición y ganando en París la Copa de Europa; el Atlético descendió en la última jornada, en el viejo Carlos Tartiere de Oviedo, por mor de un penalti fallado precisamente por el héroe de aquel 1-3 en La Castellana, Jimmy Floyd Hasselbaink.

La historia de la primera década de los 2000 fue radicalmente dispar para Real y Atlético. El Madrid alcanzó el cenit económico y social gracias a una hábil e inteligentísima política comercial de expansión ideada por Florentino Pérez. El Atlético, en cambio, vivió los últimos estertores del gilismo padeciendo un destierro en Segunda División que se prolongó un año más de lo esperado. Entre la temporada 2000/2001 y la 2009/2010, el Madrid ganó una Copa de Europa más, cuatro Ligas, una Supercopa de Europa y una Copa Intercontinental. Fichó a Figo, Zidane, Ronaldo Nazario, Beckham, Owen, Van Nistelrooy, Cristiano Ronaldo, Benzema, Xabi Alonso o Kaká. En paralelo, el Atlético sufrió continuas conmociones económicas y deportivas que se tradujeron en la adquisición de un sinfín de jugadores mediocres procedentes de las más extravagantes ligas del mundo. Fue entrenado por técnicos de dudosa reputación, aunque en este sentido, compartiese con su vecino del norte de Madrid esa infeliz circunstancia en más de una ocasión. Vendió su estadio, a la espera de un traslado a La Peineta que aún no se ha producido; tuvo que vender sucesivamente a sus mejores jugadores para hacer viable su proyecto balompédico, y llegó al extremo de convertir su camiseta en una tómbola feriante durante la temporada en que cada semana estrenaba patrocinador a expensas del siguiente estreno cinematográfico de Hollywood.

En la temporada 2009/2010, entrenaba al Real Pellegrini, y por el Atlético pasaron Abel Resino Quique Sánchez Flores. Era el debut en la lid madrileñista de los nuevos futbolistas con que Florentino, haciendo “la inversión de tres años, en uno”, se había propuesto derrocar la hegemonía barcelonista en España y Europa. Venció el Madrid en el Calderón, 2-3, con una apabullante superioridad sólo contestada por la extraordinaria pareja de delanteros que, meses más tarde, llevarían al Atlético a ganar su primera Copa de la UEFA. Al banquillo del Manzanares acababa de llegar Sánchez Flores, el primer técnico que logró, desde 1997, solidificar el gaseoso espíritu competitivo del otrora tercer grande de España. Con Quique llegó la UEFA –ahora llamada Europa League–, un título muy relevante para una institución huérfana de triunfos desde 1996, y con Quique surgió el ademán severo del Atlético, ya nunca más, desde entonces, banda de forajidos. Forlán metió 40 goles aquella temporada, cifra de videojuego en esos años. Reyes resucitó de sí mismo, desperezando una zurda prodigiosa que, como decía Cagancho hablando de la torería sevillana, sólo torea de Despeñaperros para abajo porque lo demás era trabajar. Forlán, el Kun y Reyes también pusieron en jaque la victoria madridista en el partido de vuelta disputado en el Bernabéu, que se saldó con el resultado gemelo de 3-2 para el Madrid. Aquel partido estuvo mucho más cerca de ganarlo el Atlético, un equipo más hecho que el de la ida: no en vano iban a ganar la UEFA, luego perderían la final de Copa frente al Sevilla, y acabarían en agosto batiendo al Inter de Benítez en la Supercopa de Mónaco. En el Madrid destacó una exuberante actuación de Álvaro Arbeloa en el lateral izquierdo. El match de Arbeloa fue soberbio, en contraste con su último derbi, el del sábado, donde semejó una sombra de sí mismo. Fue el primer clásico madrileño de Cristiano, quien no fue al Manzanares en noviembre por estar bajo el influjo del Mago Pepe. No lo recordarán mis lectores, pero hubo un tiempo en España en que este chamán se hizo célebre en los medios deportivos por haber maldecido al jugador franquicia del Madrid, cuyo traspaso acordado entre el Manchester United y el Real provocó un alud de comentarios y hasta la intervención divina en forma de exabrupto episcopal del capelo barcelonés. Arbeloa marcó un golazo, recortando tres veces a su defensor en las mismas barbas de De Gea, y Xabi Alonso trascendió como quarterback. Al año siguiente llegó Mourinho y no cambió la historia: el Madrid venció 2-0 en casa y 1-2 en el Calderón.

Fueron los derbis de los movimientos funambulistas de Özil sobre la línea de cal, arrastrando a tres marcadores rojiblancos como si sus piernas fuesen de plastilina, y fueron los derbis de Benzema. El francés resolvió con un gol fabuloso, de dos toques, en la cancha rival, pero el Madrid continuaba lejos de la Liga y de Guardiola. Cambió la esencia de las cosas en la temporada 2012/2013, la de la Liga de los 100 puntos. El Real aplastó 4-1 al Atlético en el Bernabéu, pero la abultada derrota sirvió para que el Atlético prescindiera de Gregorio Manzano y arribase al club colchonero Diego Pablo Simeone.

El primer derbi de Simeone fue otro 1-4. Ronaldo se travistió de Superman y despejó las dudas que tres empates seguidos habíase despertado en torno al liderato del Madrid. Pero aquel partido no puede ser parangón de nada. El Madrid iba lanzado hacia una Liga de récord, con un Cristiano Ronaldo en la cima de su carrera y con un Mourinho al que sólo una serie de malas decisiones en la vuelta de semifinales de la Copa de Europa, algunas semanas después, contra el Bayern de Munich, privaría de escribir su nombre en letras de oro en las tablas de la ley de la Historia madridista. El Atlético estaba cicatrizando, y pronto volvería, asomando por las crestas de la Liga sin esa timidez del bisoño sino al contrario. Para quedarse. Al año siguiente, Mou volvería a batir dos veces a Simeone, pero nada era ya, al fin, igual.

Con la nación madridista en armas, un vestuario sublevado, y cargando con la mochila de una temporada nefasta, Mourinho afrontó la final de Copa en el Bernabéu. Era mayo de 2013 y él sólo era entrenador del Madrid de iure. Físicamente estaba allí, pero hasta el delegado de campo Herrerín tenía más autoridad sobre la plantilla que él. Moralmente quebrado, su proyecto había sucumbido al batir perenne del tsunami mediático. Durante tres años, el establishment periodístico español había guerreado, casi siempre artera y mezquinamente, contra su filosofía de trabajo, tan alejada del sentir mayoritario de los consumidores habituales de Marca, As, Tiempo de Juego, Al Primer Toque y tantos otros espacios de bacanal pseudoinformativa. El Atlético, en cambio, era un equipo compacto, físicamente trabajado con esmero y espiritualmente aguerrido. Tenían a Falcao, en aquel tiempo un Aquiles que aseguraba los goles como el galán de las telenovelas le asegura los cuernos al dueño malicioso de la hacienda (todas las telenovelas mexicanas transcurren siempre en haciendas). Simeone les había inculcado su ética de competición, consistente en no dar un balón por perdido y en sublimar la fe en uno mismo por encima de cualquier circunstancia. Colgado del cuello de Diego Costa y liderado por Radamel, el Atlético venció por primera vez en catorce temporadas al Madrid, ganándole la Copa en el mismo Chamartín.

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El Atlético de Miranda, Godín, Courtouis, Diego Costa, Gabri, Koke, Thiago y Filipe Luis era un ejército de piedra. Al año siguiente completaron el proceso lógico de maduración y crecimiento como colectivo, conquistando la Liga. Una Liga abierta, a tres bandas, por vez primera desde 2007, y una Liga que parecía superar momentáneamente la dialéctica Ronaldo-Messi beneficiándose de la decrepitud aparente del Barcelona y del ensimismamiento madridista en la Copa de Europa. Sin embargo, la Historia de los derbis de Madrid tendría aquella temporada su punto más álgido, cota jamás alcanzada entre dos rivales ancestrales de una misma ciudad.

El 24 de mayo del año 2014, una semana después de que el Atlético se proclamase campeón de Liga en el Camp Nou, el Real y el antiguo Aviación se citaron en Lisboa para ver quién era el campeón de Europa. El Madrid no llegaba a una final del torneo más prestigioso del continente desde hacía doce años; el Atlético, desde hacía 40. El Rey de Reyes frente al eterno aspirante, el único club que tiene una Intercontinental sin haber ganado una Copa de Europa. El Atlético estuvo a dos minutos de vencer, pero ganó el Madrid, dejando al Atlético encadenado como un Tántalo cualquiera a dos argollas irrompibles: el gol de Schwarzenbeck en Heysel y el cabezazo de Ramos en Da Luz.

El epílogo de la victoria madridista en Lisboa fue una suerte de desquite en siete fascículos del Atlético de Madrid: 1-1 y 1-0 en la Supercopa de España, tres meses después; 1-2 en el Bernabéu y 4-0 en el Calderón, en Liga, y una lacerante humillación en Copa que hizo pasar por las horcas caudinas al brillante equipo de Ancelotti. A pesar de todo, la Copa de Europa ofreció otra postrera revancha a los madridistas, en la eliminatoria más tensa de la temporada 2014/2015. Real y Atlético se pasaron 178 minutos sin meter un gol. Hubo expulsiones, fallos clamorosos, desaciertos, patadas, puñetazos, sangre, sudor y lágrimas. Finalmente, Chicharito apuntilló al Atlético cuando el subcampeón reculaba en tablas, y el Madrid impuso una especie de lógica en este lustro de enfrentamientos corrosivos entre los dos equipos: el Real casi siempre pega más fuerte.

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