Sin identidad no se va a ninguna parte. Si alguien intentara encontrar una frase que definiera el estado actual de uno de los equipos más populares del baloncesto mundial, los New York Knicks, esa podría ser sin duda la definición que más se aproximase al mal que el equipo de la Gran Manzana ha sufrido durante los últimos 15 años. Muchos echaron las campanas al vuelo meses atrás al enterarse de la llegada del Maestro Zen, Phil Jackson, con su exitoso discípulo Derek Fisher como entrenador, al Madison Square Garden, convencidos de que la instauración de su exitoso sistema de ataque –el popular » triángulo ofensivo», que tantos títulos le reportó en su etapa de los banquillos de Bulls y Lakers– iba a cambiar por completo la dinámica de los Knicks. Muchos pensaron que tras varias temporadas sin tener un director de juego –un base puro– en la cancha que tuviera la visión y el temple necesario, la llegada del eficiente y trabajador José Manuel Calderón sería suficiente para poder cambiar el rumbo deportivo de la franquicia neoyorquina. Nada más lejos de la realidad. Los Knicks 2014/2015 han firmado el peor arranque de toda su historia.

Muchos se preguntarán por qué. Tal vez los siguientes párrafos consigan aportar más claridad al asunto. ¿No era el Madison Square Garden una de las canchas más temidas de la NBA? Pues sí, y tal vez el análisis de la actual situación de los Knicks deba empezar por ahí para facilitar la comprensión de este artículo. Los más jóvenes seguidores del baloncesto NBA difícilmente se acuerden de los Knicks de los 90. De la mano del engominado Pat Riley a mediados de los 90 y, posteriormente con Jeff van Gundy a finales de esa década, los Knicks se ganaron una reputación de equipo duro, correoso e incluso marrullero. Después de que los matones Bad Boys de Detroit capitaneados por Isaiah Thomas ganaran dos anillos de la NBA en 1989 y 1990, respectivamente, aplastando a las dinastías del showtime de los Lakers y a los Celtics de Larry Bird a base de juego duro, la NBA parecía haber dejado una vacante en ese apartado. Ese lugar fue ocupado por los New York Knicks de Riley. Eran el equipo antipático de la liga.

Aquellos Knicks de hace dos décadas parecía más una agencia de sicarios que un equipo de baloncesto: Patrick Ewing, Charles Oakley, John Starks, Xavier McDaniel, Gerald Wilkins, Anthony Mason… Sin duda, un equipo duro, duro, duro. La filosofía en la Big Apple era construir victorias a partir de la defensa. Esa era la cultura competitiva que había arraigado en la franquicia: darlo todo en la pista, no dar un balón por perdido, no rehuir el contacto físico, intimidar a los rivales y dominar el arte del trash talking: es decir, sacar a relucir el lenguaje más marrullero posible en los piques verbales que se daba en los encuentros. Todos esos principios convirtieron al Madison Square Garden en una fortaleza inexpugnable en la cual había que ir a la guerra para usurpar el triunfo a los locales. Algunos de los jugadores más competitivos de la historia del baloncesto como Michael Jordan o Reggie Miller adoraban jugar en el hostil ambiente competitivo del Madison, cancha que conseguía sacar lo mejor de ellos. Ambos cuajaron allí memorables actuaciones debido al «subidón» de adrenalina que les suponía jugar en un pabellón que parecía engullir el autoestima de los equipos rivales. Knicks-Bulls, Knicks-Pacers ¡Qué duelos aquellos!

Los Knicks dejaron imágenes memorables en el recuerdo de los grandes aficionados como la Final de la Conferencia Este de 1992, cuando contra todo pronóstico pusieron en jaque a los Bulls de Jordan y Pippen, hecho que obligó al dúo dinámico a darlo todo para vencer, con momentos tan memorables como los «piques» de Jordan con Starks o el rocoso alero McDaniel, chocando las cabezas y llamándose alguna que otra cosa no demasiado elegante. Esos Knicks, tras la primera retirada del mítico 23 de los Bulls, alcanzaron la final de la NBA en 1994, donde fueron aplastados por los Houston Rockets de Hakeem The Dream Olajuwon, que le ganó la partida a capitaneados Pat Ewing.

Tras la época Riley, los Knicks se reconstruyeron años más tarde a las órdenes de Van Gundy. Aún quedaban varios chicos malos de la etapa anterior, como unos ya veteranos Ewing y Starks. A esa experiencia se le añadió sangre más joven pero igualmente feroz, la del polémico Latrell Sprewell y los rudos Larry Johnson, Marcus Camby o Chris Childs, jugadores que destacaban por una dureza y espíritu batallador que contrastaban con la finura de Allan Houston, el estilete ofensivo del equipo. Aquellos Knicks del cambio de milenio siguieron desarrollando la cultura competitiva de la franquicia neoyorquina, destacando por ser un equipo duro en defensa, luchador, batallador e intimidador, un conjunto que hacía las delicias de sus fans, ya acostumbrados a ganar a sangre y fuego. Entre esos hinchas, como no, sobresalía el destacado director de cine afroamericano Spike Lee. Los Knicks generaban tanto amor como odio entre sus rivales. La franquicia, en una demostración de pundonor en la Conferencia Este, borró del mapa a los Miami Heat de Alonzo Mourning y Tim Hardaway para llegar a una Final de la NBA en 1999. Sin embargo, Ewing perdería su segunda oportunidad de coronarse campeón ante otra torre de su generación. Esta vez fueron los San Antonio Spurs que capitaneaba David El Almirante Robinson. En Texas, por cierto, ya sobresalía Tim Duncan, quien con el paso de los años lucirá cuatro anillos más en sus dedos.

1960_New_York_Knicks_vs._Philadelphia_Warriors

La escuadra de la ciudad del río Hudson no se sobrepone a su maldición. Su último y único anillo se remonta a 1972 y la de 1999 fue la última ocasión en la que han estado cerca de reeditar aquella gloria. Se podrán entender un poco mejor algunas de las dificultades que los Knicks 2014-2015 experimentan si se apela a una pérdida de identidad que viene de lejos. Normalmente, cuando una institución extravía sus rasgos más definitorios, se suele buscar culpables en la parte superior de los organigramas. En este caso no parece descabellado hacerlo. Si ya mencionamos la poca destreza de Jim Buss para dirigir a Los Angeles Lakers, en Nueva York tienen un problema muy similar con James Dolan, propietario del Madison Square Garden Group, poseedor de la mayoría del accionariado de los New York Knicks, los New York Rangers de la NHL y las New York Liberty de la WNBA. Al igual que los Lakers, el equipo neoyorkino es con diferencia el que más ingresos genera de la NBA, entre otras cosas, porque la ciudad de la Estatua de la Libertad es la meca del baloncesto mundial, con su epicentro comercial en la gran tienda que la liga americana tiene en el corazón de Manhattan. Los Knicks pueden permitirse realizar temporadas mediocres ya que la asistencia a su pabellón está prácticamente garantizada y sus ingresos locales de televisión, productos licenciados y la explotación de su pabellón para todo tipo de eventos están asegurados. Ante un panorama así, no es difícil imaginar cuáles puedan ser las prioridades de James Dolan. Los Knicks son una mina de oro, ya que a pesar de ingresar 200 millones menos al año que el Real Madrid galáctico de Florentino Pérez, obtienen casi 60 millones más de beneficio neto anual (tras abonar impuestos) que el equipo blanco.

Dolan ha destacado principalmente como owner por sus pésimas decisiones durante los últimos 14 años. Alguna de ellas tan notorias como ridículas le llevaron entre, otras cosas, a tener que pagar al excelente pero frágil Allan Houston 40 millones de dólares en 2006 por sus últimas dos temporadas en las que no jugó ni un partido, puesto que sus constantes lesiones le obligaron a retirarse cuando ninguna franquicia quería arriesgarse a ofrecer al escolta All Star un contrato por el máximo salarial. Los Knicks lo hicieron. Dolan es conocido por su facilidad para cambiar a su personal ejecutivo y entrenadores. En 2003 se hace con los servicios del legendario Isaiah Thomas como Presidente de Operaciones de Baloncesto y durante esos años tira la casa por la ventana con fichajes poco inteligentes como Stephon Marbury, Vin Baker o Steve Francis, jugadores con tanto talento como problemas con el alcohol y otras sustancias o mala cabeza sobre la pista.

La torpeza de Dolan le ha llevado a tener seis entrenadores en los últimos nueve años. Varios de esos técnicos destacan por sus antagonismos tácticos, desde el ultra defensivo Larry Brown –que llevó a los Sixers de Iverson a una Final de la NBA con una de las plantillas más toscas, rocosas y defensivas de la historia– hasta el megaofensivo Mike D’Antoni, famoso por su run&gun, es decir, juego de contraataque, posesiones cortas y tanteos elevadísimos con paupérrimas estadísticas defensivas. D’Antoni, además, propició el fichaje de Amare Stoudamire por el máximo salarial lo cual se ha convertido en una losa para todos los entrenadores que han sucedido al italoamericano. Todos estos cambios han llevado a que los New York Knicks se conviertan en una franquicia sin identidad deportiva deambulando por la Liga confiando en el talento ofensivo de sus erráticas y polémicas estrellas.

No son pocos quienes responsabilizan a Carmelo Anthony por su falta de liderazgo pero Melo, un tipo duro, necesita un reparto acorde con su talento ofensivo para poder brillar como es debido. Carmelo no es LeBron James. Posee mucho más talento ofensivo, pero no es LeBron.

El verano pasado, la franquicia decidió traspasar al pívot y miembro del Team USA de Londres 2012 Tyson Chandler, pilar defensivo y protector de la zona de los neoyorkinos, para hacerse con los servicios del haitiano Samuel Dalembert (al que echaron hace unos días para ahorrarse 2 millones de dólares) y Calderón, en un intercambio con los Dallas Mavericks. La continuidad a día de hoy del extremeño es una incógnita ya que su nombre suena en todas las quinielas. Calde es carne de traspaso.

Los Knicks se han convertido en un reformatorio desde la llegada de Dolan a la franquicia. Prueba de ello es la plantilla con la que empezó la temporada, plagada de jugadores que destacan más por sus excentricidades que por su juego. Es, cuanto menos, curioso cómo jugadores de garantías que pasaron desapercibidos en Manhattan como Zach Randolph, Landry Fields, Trevor Ariza Jamal Crawford empezaron a rendir a muy buen nivel una vez fuera de Nueva York.

Phil_Jackson_3

Difícil lo va a tener Phil Jackson para reinstaurar una cultura competitiva como la de antaño en el Madison. Los Knicks cambiaron –bajo un liderazgo mediocre desde las oficinas– su modelo deportivo para competir y tan sólo una limpieza a fondo de la plantilla podrá hacer que el bueno de Fisher, desde el banquillo, pueda reflotar un barco a la deriva. Parece que los primeros pasos se van a dar este verano con las salidas de varios jugadores, como Stoudamire y sus 24 millones de dólares anuales, otra de las locuras de Dolan. ¿Conseguirán los Knicks acertar esta vez y formar un equipo campeón? Por el momento, debido a la desastrosa temporada que el equipo está realizando, Jackson parece haber tirado la temporada al traspasar a su mejor defensor en plantilla Iman Shumpert y al díscolo J.R. Smith para hacer espacio salarial e ir a por Marc Gasol, Lamarcus Aldridge, Jimmy Butler o Kawhi Leonard cuando apriete el calor.

Pero no todo es negativo en la Gran Manzana. En el haber de la temporada todavía en curso se puede destacar el papel protagonista que tendrá Tim Hardaway, jugador al que los Knicks podrán darle un protagonismo acorde con su potencial. Otro aspecto a tener en cuenta es que los Knicks, por su pésima clasificación en la liga, podrán probablemente elegir muy alto en el draft con dos nombres en mente Jalil Okhafor, espectacular ala-pívot de la Universidad de Duke, y Emmanuel Mundiay, el fenomenal base congo-americano que, a sus 18 años, renunció a jugar en la NCAA para irse a China con un contrato de 1,2 millones de dólares en una temporada puente.

Nadie sabe cómo evolucionarán los Knicks. La única salida posible, dado que James Dolan sigue contando sus millones y gastándolos a tocomocho, es que el adinerado neoyorkino permita que Phil Jackson les dé un nuevo sentido baloncestístico a los Knickerbockers mediante su «philosofía» de juego. No obstante unos Knicks sin dureza ni pundonor son unos Knicks muy descafeinados. Veremos qué se inventa el Maestro Zen para devolver la grandeza a la Gran Manzana. Si lo logra, seguramente tendrá que ser por el camino más rocoso y abrupto, el que hizo grande al equipo azulón en la época de Ewing.

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