En su utopía titulada Año 2440, Louis-Sébastien Mercier imaginó (dos décadas antes de la Revolución Francesa) un mundo en el que se hubiera acabado al fin con «el crimen organizado, la prostitución, la mendicidad, los curas, los chefs, los jefes de repostería, los ejércitos profesionales, los privilegios hereditarios, la esclavitud, las detenciones arbitrarias, los impuestos, los gremios, el café, el té y el tabaco, así como la literatura inmoral», sea eso último lo que sea. En esta lista que alguno puede juzgar discutible (como diría De Quincey: ¿por qué el asesinato?) se echan en falta las prohibiciones más importantes de la secta pitagórica, que se organizó el siglo VI antes del Cristo bajo el mandato férreo del filósofo: no partir el pan, no atizar el fuego con el hierro, no tocar nunca a un gallo blanco, no mirarse al espejo junto a la lumbre, no dejar la huella de tu cuerpo en la cama y no comer habas (vicia faba) porque era –y esto es casi freudiano y saturnal– como devorar a tu padre. Justamente Jonathan Swift propuso que los irlandeses pobres vendieran a sus hijos para que los terratenientes se los merendaran y así dejaran de ser una carga para sus padres y para el país, y también Boswell le hizo al doctor Johnson esta pregunta inquietante: «Si a usted le encerraran en un castillo con un recién nacido, ¿qué haría?».

Aquellos que claman contra las leyes rigoristas del Corán no han leído el resto de textos sagrados ni viven en este mundo: el Deuteronomio también manda comer a tus hijos si el enemigo te asedia (28:53) así como masacrar a los adoradores paganos (13:12-15); el Levítico exige no ordenar sacerdote a un chato (21), no criar a dos clases de ganado (19:19) ni mezclar tejidos de ropa (19:19), y dicta la pena de ejecución al que pronuncie el nombre divino (24:16).  Según el Génesis no se debe sodomizar a los ángeles (a cambio puedes violar a una virgen, 19:8), y Oseas recomienda –porque así se lo ha mandado Dios– tener hijos de la prostitución, a cambio de llamarlos Yo no soy tu pueblo y Basta de Misericordia (3:1).

En Alabama es ilegal el incesto, en Arizona no puede haber más de dos vibradores en una casa, en la ciudad de Fairbanks es ilegal que los alces forniquen en la calle, en Illinois no se puede besar a un reptil, en Iowa un beso no puede durar más de cinco minutos, en Kansas la felación se considera sodomía (no así la penetración anal con un dedo), en Kidderville no se debe tender ropa interior cerca del aeropuerto, en Dakota del Sur no puedes tener erecciones en público aún estando cubierto y en Utah está penado casarse con primos hermanos si no eres jubilado.

En otros países está o ha estado proscrito el running (Burundi), el playback (Turkmenistán), reencarnarse sin permiso (Tibet), las sopas de letras (Rumanía), los huevos Kinder (EE UU), el peinado raro (Irán), los pechos pequeños en la pornografía (Australia), el chicle (Singapur), el Red Bull y el ketchup (Francia), las películas sobre viajes en el tiempo (China), las fotos de las residencias presidenciales (Sudáfrica), los pantalones vaqueros azules (Corea del Norte), las apuestas locales (Mónaco), morir en el Parlamento (Reino Unido), quedarse sin combustible (Alemania), cantar My Way de Sinatra (Filipinas), bailar en las salas recreativas (Japón), los andadores infantiles (Canadá), la fregona (Italia), las bolsas de plástico (Bangladesh), el McDonald’s (Bolivia) y los cigarrillos (Bután).

La cuestión es que ninguno de estos temas capitales se están barajando a la hora de intentar alcanzar acuerdos de gobierno, ni los periodistas inquieren a los líderes políticos sobre tan importantes cuestiones, lo que resulta a estas alturas del partido descorazonador e intolerable.

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