Hace no mucho, leyendo sin interés las noticias del día que salpican con gigantesca publicidad en un periódico gratuito del metro, me detuve en un llamativo titular: “En 2014, se destruyeron más de X puestos de trabajo”. La cifra exacta no me viene ahora a la cabeza -de ahí la X-, pero me fue indiferente para preguntarme, mientras adoptaba una mirada ingenua, quién en realidad había sido el responsable de tal catástrofe, porque la noticia no tenía cuerpo y el titular era ambiguo. Si fuera un turista o un cronista foráneo de otra época, éste sería mi interés más lógico: conocer el origen de los hechos; aunque para mi sorpresa me acabaría encontrando con una retahíla de titulares construidos con una mezcolanza de anonimato y acciones espontáneas, sin dueño ni padrino. No nos damos cuenta pero nuestro lenguaje cotidiano nos engaña; lo hemos convertido en habitual y aceptado, pero no deja de ser una trampa.

Me explico.

Partamos del concepto de que el lenguaje es el resultado de la construcción interesada de sus hablantes para comunicarse, pero también para dar forma y transmisión a usos y costumbres propios de una sociedad. A partir de aquí, descubrimos que la gramática española es ciertamente sorpresiva. Y paradójica. Guarda retóricas imposibles para complacer a sus oradores, hasta el punto de poder decir lo que no es, como si lo fuese. Así, poniendo un poco más la oreja en cualquier conversación ajena, hallamos que “la comida engorda”, “la ventana se ha roto”, “se pierde dinero”, “el pantalón se ha ensuciado”, o que “de Fulanito se dicen muchas cosas”. O sea, que, literalmente, uno no engorda, las ventanas deciden solas hacerse añicos, el dinero desaparece súbitamente de nuestros bolsillos, la ropa se ensucia tirándose mayonesa encima, y que al pobre Fulanito le hace mobbing un ente abstracto. Coño, ¡nadie tiene la culpa de nada! Circunstancia que cambia –oh, sorpresa- cuando de un logro se trata, que entonces rápidamente se antepone el Yo por encima de todo. Pero las cosas, hasta donde la Ciencia conoce, no adquieren vida propia ni causan por sí mismas desgracia alguna. Gracias a los verbos reflexivos, todos nos hemos familiarizado a ocultar fácilmente la responsabilidad de nuestras acciones o afirmaciones tras el parapeto de una tercera persona que no existe. Y todo ello pese a que estos verbos están pensados para situaciones de autoría realmente desconocida. Pero ya sea para decir algo sin decirlo, ya sea para expresar verdades a medias, o para tirar la piedra y esconder la mano –esta última la más común-, los usamos indiscriminadamente. Son nuestro comodín de lo políticamente correcto. Culpar de esta hipocresía a la característica del lenguaje es sumamente simple pero debemos recordar que las palabras no tienen otro origen que nuestra boca. En realidad, nuestras palabras son el mejor reflejo de lo que somos y, por extensión, de la sociedad que construimos.

Esta situación nos explica cómo el uso torticero de la gramática ha caído en el abuso por las personas públicas de nuestro país. Como buenos trileros del idioma, nuestros dirigentes abren portadas y telediarios para advertirnos de que el empleo “se destruye” (solo), el crecimiento económico “se prevé” (por arte de magia), las elecciones “se pierden” (indirectamente), la gente “se queda” sin casa (sin más), las leyes “se aprueban” (diciendo ‘abracadabra’), y la Justicia “se aplica” (por sí misma) con o sin ecuanimidad. Nos intentan transmitir el mensaje de que los acontecimientos en España se suceden y se resuelven aparentemente sin que ninguna inteligencia superior interceda, situando su explicación al mismo nivel que la Teoría del Big Bang. En cualquier caso, dicha inteligencia si la hay, no se nota, y si la hubo, ya no está.

En realidad, sus palabras solo delatan un país huérfano de compromisos adquiridos, y exento de rendición de cuentas. Día tras día, vemos como la asunción de responsabilidades ha sido raptada de nuestro panorama político por tres pronombres indefinidos que actúan como las tres Parcas: el ‘Nadie’, la ‘Nada’, y el ‘Nunca’. Este último es el más veterano. Desde antaño, Nunca se ha mentido, Nunca se ha robado, Nunca se ha insultado, Nunca se ha prometido, o Nunca se dijo tal y cual; si acaso Nunca se dijo digo, sino Diego. No obstante, ‘Nadie’ es con creces la nueva popstar de nuestro cinismo actual y aparece últimamente en todas partes haciéndose más selfies que el Pequeño Nicolás: Nadie es corrupto, Nadie es populista, Nadie ha mentido, Nadie ha recortado, Nadie ha robado, Nadie ha manipulado, Nadie ha privatizado, Nadie ha despedido, Nadie ha desahuciado, Nadie ha dimitido, Nadie ha terminado con el Estado de Bienestar. ´Nadie’ es sumamente silencioso, pero omnipresente. Incluso, en los últimos tiempos, ‘Nadie’ hace también las labores de su prima ‘Nada’, como si fueran idénticas personas trabajando para la misma ETT: Nadie sabe Nada, Nadie piensa en Nada, Nadie roba Nada, Nadie engaña Nada, Nadie hace Nada, Nadie es Nada.

..El asunto sería una anécdota más, si no fuera porque en un país donde Nadie, Nunca y Nada son las tres putas con las que nuestros responsables se acuestan -pero que ninguno reconoce tener relación-, es dejar de asumir la obligación de rendir cuentas ante la sociedad, y una muestra más de la gravedad de tomar a los ciudadanos por imbéciles. Tratan sin pudor de ocultar sus miserias y su ineptitud tras un lenguaje de cartón piedra, con la connivencia necesaria de los medios de comunicación que barren para casa las migas de pan que les interesan. Los ciudadanos de este país nos hemos convertido en rehenes de la des (y mal) información; y la culpa no la tiene el lenguaje. De ahí la necesidad de exigir más que nunca remplazar el Nadie, el Nunca y la Nada de sus bocas, por el Cuándo, el Cómo, y el Por qué.

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