Fotografías: Carlos Onetti

Sobre el escenario es un ciclón. Si nos referimos a su forma de tocar la guitarra, heredada del mítico Pere Pubill Calaf, el Peret, podríamos decir que pone en funcionamiento un ventilador de potencia cósmica. Lo comprobamos un día después de realizar esta entrevista, cuando nuestro protagonista se subió en solitario al escenario de La Riviera madrileña para dejar mudo al público que llenó la sala adjunta al Manzanares. Varios miles de personas vibraron con el regreso de Muchachito. Tres años después de la disolución de los Bombo Infierno, el de Santa Coloma ha empezado a componer y en primavera lanzará disco en solitario. Mientras tanto, vuelve a la carretera para presentar algunos temas y grabar una maqueta durante sus actuaciones. A Jairo Perera, el nombre real que se esconde tras el apodo de este músico ecléctico, le bastan un par de guitarras, «una de palo y otra eléctrica», y su inseparable bombo para levantar a su audiencia mientras él canta, toca y hace compás sentado en un taburete. En la distancia corta, el Jairo confirma que el personaje musical remite a la persona. Que aquí no hay trampa ni cartón. Reparte saludos y sonrisas. Se arranca a hablar, pero es capaz de parar a escuchar y a reflexionar. Se moja en política, baja las banderas y pone en valor el alma de los mestizos. Intenta esquivar las fotos de rigor con el salero y la pillería arrabalera que se le presupone. Porque él, aunque ame Madrid, donde vive desde hace unos años, es un pícaro de ese Raval y esas Ramblas que retrató Montalbán, un colomino de Gramenet, un ser humano salido de las páginas de papel de los cómics que sigue devorando como si fuera un niño. Cumplidos los 40, su infancia sigue sin marchitarse.

–Llevas una década apostando por la autoedición. ¿Qué opinas del crowdfunding como modo de financiación? Muchos grupos noveles están utilizando el micromecenazgo para sacar adelante sus primeros discos.

–No me gusta usar el crowdfunding en mis proyectos porque yo hago lo que quiero musicalmente. A la hora de crear intento ser sincero conmigo, en primer lugar. Después, si le gusta a la gente, mejor todavía. Defiendo mis discos con cariño y nunca voy a pensar “si este tema tiene éxito voy a hacer todos mis temas de este rollo”. Por eso pego unos giros enormes entre canción y canción. La principal pega que le veo a los crowdfundings es esta: imaginad que la gente colabora y después no les mola… A mi manera, me siento más libre; salgo de giro, hago los conciertos, sudo… Siempre he tenido la suerte de contar con muy buenos amigos y muy buenos músicos al lado. La ventaja que tengo es que al ser, realmente, un tipo con una guitarra, se me facilitaron las cosas para apostar por el camino de la autogestión.

–¿En qué momento te diste cuenta de que ibas a tener que editarte los discos?

–Desde el primer momento, incluso cuando todavía estaba con Trimelón de Naranjus, con la que estuve diez años [el grupo con el que comenzó, formado por músicos de Santa Coloma]. Con esa banda trabajamos con dos discográficas que funcionaban de forma independiente y eran muy próximas a nuestra forma de pensar callejera. Sin embargo, en los dos sitios hubo problemas tanto de pensamiento artístico como de dinero. De hecho, en una de ellas rompieron el contrato que teníamos (cosa que les agradeceré de por vida) diciéndome que yo no tenía futuro en la música. Y, de hecho, solo dos de los que estábamos en aquella reunión seguimos trabajando como músicos. Uno de ellos soy yo. Luego vino el Bombo Infierno. En realidad empezó siendo solo un pasatiempo para tocar con amigos. Yo me ganaba la vida tocando en los bares; cuando empecé a ir a tocar a los bares no ponía ni entradas a la venta: hablaba con el dueño y llegábamos a un acuerdo. Porque resulta que yo daba conciertos que duraban de cuatro a seis horas y conseguía que el bar se llenara un miércoles de la misma manera en la que se llenaba el sábado. En aquellos años los dueños de esos locales me llamaban mucho y, poco a poco, fui ganándome un lugar y un nombre en el circuito nocturno de Barcelona. Fue un tiempo en el que mi banda eran los bares.

Más tarde, cuando empezó el Bombo Infierno, en 2002, suponía la excusa perfecta para tocar con más gente. Entonces yo vivía con mi compañera en un piso cerca de la Rambla. La gente venía a mi casa, yo hacía de comer, ensayábamos los temas y los fines de semana me llamaba un colega que tenía una furgoneta para que nos fuéramos a tocar. Me encargaba de pagarle a los chicos, al de la furgo, guardaba algo para hacer carteles, me iba a pegarlos… Todo autogestionado y autoproducido, vamos. Así que el Bombo Infierno, en realidad, era un grupo de amigos que iba cambiando. Imaginaos, algunos días venían unos y otros días venían otros. Yo llevaba diez años intentando hacer las cosas como te dicen que las tienes que hacer, y no me había funcionado en absoluto, entonces aquel proyecto, desde el primer momento, fue una cosa súper libre para cualquiera que participara. Cualquier que se arrimase se sentía muy cuidado, no estaba sumiso a ninguna exclusividad ni rutina. Ese ambiente de libertad conseguía que la gente fuera y viniera.

–¿Te interesaba más ser como un colectivo, como una colla de amigos?

–Efectivamente, es que los músicos eran mis amigos. Aprendí de mi paso por las dos discográficas donde estuve con contrato cosas muy importantes. Por ejemplo, cuando se disolvió Trimelón y aquel manager lumbreras de la música alternativa me dijo que me quedara con el nombre del grupo para mantener el caché. Yo no me podía creer lo que me estaba diciendo, como si yo fuera capaz de robarle el nombre a mis colegas. Así que empecé de cero en todos los aspectos. En la transición de Trimelón a Bombo Infierno pasé de cobrar 300.000 pesetas a ganar 3.000. De un día a otro. Comencé a hacer el kamikaze, a tocar con muñecos de juguete encima del bombre, a ponerme trajes sin cabeza en los conciertos… Liaba tal pollo que la gente venía a pasárselo bien.

–¿A ti el circo te gustaba de pequeño? Ya sabemos que el cómic ha sido una influencia.

–El circo siempre me ha llamado desde siempre y he convivido con él. He tocado el banjo muchas veces con artistas circenses, he participado en orquestas para espectáculos de circo, he tocado vestido de Cupido a siete metros de altura, colgado con un arnés de los huevos…. Tuvimos una asociación circense en mi barrio de Santa Coloma. Era gente muy loca, pero que tenía una creatividad que desbordaba.

–Nos llama la atención que seas un poco más mayor que los Estopa y que Los Delinqüentes, pero que tu explosión comercial fuera posterior que la de estos dos grupos. ¿Currártelo tanto para abrirte paso ha acabado influyendo en tu manera de hacer música?

–Verás, yo existía de una forma muy extraña, porque al hacerme todo ese circuito de bares de Barcelona, tocando tantas horas y tantos días, la gente que actuaba en esos mismos bares acababa muchas noches en mis conciertos. Yo llevaba muchos años tocando antes de hacerme conocido como Muchachito. Mi show terminaba a las ocho de la mañana. No tenía fama pero tenía el respeto de la gente de mi gremio, absolutamente. De hecho, cuando voy a otros países, mucha gente me dice que músicos que habían venido a España me habían visto y habían hablado de mí al volver a su país. En esa época, cuando ya me empezaban a conocer por Barna, yo iba a los sitios y me invitaban a comer y a beber a cambio de que les dedicara unas canciones a una prima o una amiga.

En aquella época vivía solamente de la música, así que tocaba cinco o seis veces por semana. Recuerdo que sacaron un libro de todo ese ambiente que se estaba gestando en la Barcelona de finales de los 90; aparezco en él. La primera entrevista que me hicieron como Muchachito fue para ese libro, sobre la vida nocturna de Barcelona, y me preguntaban que como era posible que sin existir, existiera [risas].

–Dices que tus músicos iban y venían, pero cuando grabáis vuestro primer disco [Vamos que nos vamos, 2005], el grupo de músicos ya se ha estabilizado. ¿Cómo lo lograste?

–Un día conseguí, a base pegar carteles, que la banda de Bombo Infierno se estabilizara. Y se quedaron 10 años. Muchachito Bombo Infierno se asentó. Vinieron para tocar una noche y se acabaron quedando. No fue una banda buscada, en la que yo hubiera elegido a los músicos, sino que, de repente un colega se trajo a otro colega, el otro a su amigo el trompetista y de repente éramos 18 (diez en el escenario y ocho personas abajo). Se formó una familia muy guapa que ha estado diez años con sus locuras. Ojo, esa banda era difícil de dirigir porque yo no quería dirigir nada: solo tenía la idea de que el grupo fuera por el camino de la cooperativa. Es decir, construir una banda más horizontal. Pero fueron los chicos los que decidieron que yo estuviera al frente, porque yo trabajaba todos los días, iba de arriba para abajo y me encargaba de hacer nuestros primeros vídeos; componía las canciones, hablaba con los promotores, estaba en las negociaciones… Cuando me dijeron que era mi proyecto, la idea de la cooperativa se disolvió.

–Pero el espíritu que transmitíais era muy familiar.

–En mi opinión, hay dos cosas vitales para hacer música, cosas que siempre les recomiendo a los chavales mas jóvenes, esos que empiezan a tocar. Uno: meterle todo el cariño del mundo y hacer lo que tú creas, no lo que te digan. Dos: tratar a tu público como si fuese la gente que viene a comer las migas el domingo a tu casa. Tu publico es el que te permite estar vivo y que la industria se interese por ti. Porque la industria no está para levantar a nadie, sino que coge al que ya está levantado.

–A Kiko Veneno le hicieron una entrevista hace dos o tres años en la Cadena Ser los presentadores de los matinales de las radiofórmulas del Grupo Prisa (M80, 40 Principales, Cadena Dial…) y Kiko aprovechó para echarles un rapapolvo en directo…

Jajaja. ¡Qué raro! Porque Kiko no dice lo que piensa…

–Él decía que, a finales de los 70, cuando estaba empezando, sus canciones sonaban en las grandes emisoras musicales de entonces, pero que, en cambio, los chavales que empiezan actualmente con estilos como la rumba, el rock o la canción de autor no tienen esas posibilidades.

–No, no la tienen. Cuentan con la música de madrugada y las editoriales nocturnas, que están haciendo con esos géneros sus juegos económicos. La música son muchas cosas, pero ante todo, yo la intento ver más como oficio que como negocio. El negocio es dinero para hoy, hambre para mañana, el oficio en cambio es una cosa laboriosa de la que tienes que cuidar todos los días. Después, además, la música te ayuda como persona; si no fuera así, yo tendría muy mala hostia. Cuando no toco me pongo de muy mal humor. Lo necesito, es vital. Tengo que encontrarme con gente, salir, tocar… Busco la sonrisa [del público] en los conciertos y eso me da la vida.

Ahora estoy actuando para niños y es la cosa más bonita del mundo. Los chavales vienen con sus padres. No en todas las ciudades se puede hacer porque la normativa en cada comunidad es distinta y la burocracia es como en la peli aquella de Asterix y Obelix. A veces, es patético lo que se tiene hacer para poder llevar a cabo una actividad tan simple como es acercar la música a los niños, que son los que más la disfrutan. La respuesta de los niños ante tu música es de la que más te puedes fiar.

–¿La fama es más peligrosa que los bares para un músico?

–La fama es un daño colateral absoluto. Lo tienes que llevar bien. Yo me siento muy agradecido por el cariño de la gente, pero, realmente, lo que te ocurre cuando empiezas a ser conocido es muy loco. Sobre todo lo de las fotos. Yo me la hago si me la piden, pero no me gusta. Me incomoda, pero me fotografío por agradecimiento a la gente que me escucha. “Si no te gustan los niños, no te metas a maestro”. Siempre he aplicado eso a este oficio. A mí me gusta la gente. La fama no. Por eso, siempre le digo a los que vienen a verme a los conciertos: “¿Tú qué prefieres, una foto o que hablemos un rato?”. Si me hago una foto, no me acuerdo de nadie, pero tengo muy buena memoria para acordarme de la gente con la que he hablado. Una vez, un compañero de la banda me dijo que se había echado una novia que era buenísima jugando al fútbol: yo la identifiqué inmediatamente porque había estado hablando con esa chica precisamente antes de un concierto y me comentó que al día siguiente tenía un partido bastante importante. Al final, le acabé dedicando la canción de “gol” (Cógelo).

Muchachito 3

–Has intentado preservar esa relación que tenias cuando ibas tocando en la calle, de los inicios, cuando aun no eras famoso.

–Muchas veces desconecto de mi mismo e intento verlo todo desde fuera. En mi barrio soy el Jairo en vez de Muchachito. Me gusta que a Muchachito lo conozca una gente y al Jairo lo conozca otra, tener esos dos mundos separados. Tengo mis amigos desde la infancia en el barrio y cuando voy para allá es un lujo. Ahora la mayoría son padres, y entonces, cuando voy me hincho a llevar regalitos a los nenes. Hago conciertos para niños porque los de mi generación ya están en la edad de criar a la prole. Y me lo paso genial, como os he dicho, con ellos. ¡Como se la gozan! El otro día, en el Apolo, el último cuarto de hora los subí al escenario para tocar y bailar, cosa que podría haber sido un desastre, pero todos se estaban portando muy bien y claro… Cuando estaban arriba veo que se sueltan a bailar y, al final, acabé con 25 bailarines acompañándome, de los cuales siete estaban tocando el bombo conmigo a la vez… Cuando sonó Será mejor ya aquello caminaba a toda leche. Moló un montón.

–Hablemos de cuando tú eras un crío. ¿Empezaste antes a tocar o a pintar?

–Las dos cosas a la vez, lo que pasa es que a los seis años yo ya pedí en mi casa una guitarra y un sombrero. Me regalaron el sombrero, y la guitarra no llegó hasta los trece. Entonces estudiaba en EGB y estaba como una cabra, como esas cabras que atraviesan la puerta con la cabeza. No estudiaba y hacía el gamberro, pero tuve la suerte de tener una profesora muy buena que me ayudó mucho, que me entendía y me motivaba. Sobre todo, en la parte artística, porque ella me veía la creatividad. Ella es como una tita para mí, fue quien me presento a Santos [Veracruz, el pintor que le he acompañado en todas sus giras]. Esa profesora se llamaba Montse Munné. Con otra compañera del instituto, Rosa Aparicio, compartía una cultura del cómic y de la música brutal. Ellas, fuera de la escuela, apuntaban a mogollón de chavales (éramos una tropa de cafres, pero con mucha sensibilidad artística) a elaborar un fanzine. Tened en cuenta que en mi barrio hubo siempre mucha cultura del fanzine (Pedro Pico y Pico Vena, Makoki…). Los de aquella Santa Coloma y aquella Barcelona tenemos una herencia muy comiquera, la hemos vivido muy de cerca y hemos visto a esa gente pintando papeles, pintando paredes…

–¿Has conocido un poco la Barcelona de Makinavaja?

–Mi Barcelona ya era distinta porque aquel ambiebte formaba como un subsuelo. Era una Barcelona que ya estaba encaminada a lo que luego fue, a una ciudad donde no se podía hacer nada en la calle. El problema que ha tenido Barcelona, pese a todo el arte que guarda, es que se ha utilizado mucho el civismo para frenar iniciativas populares y abrir otros caminos más comerciales. Y, al final, aunque se elige esa fórmula, no acaba de ser tampoco una ciudad muy cívica. Yo, cuando actuaba sin banda, lo hacía en garitos que muchas veces programaban de forma ilegal, directamente, por la dificultad para conseguir permisos. Tocaba por la zona del centro de Barna (yo le llamaba “el subsuelo”, porque eso no era ya ni underground, era el subsuelo puro y duro). Era un circuito muy guapo donde los artistas rotaban mucho.

Bueno, pensándolo bien, sí que conocí aquella ciudad canalla: la Barcelona de Makinavaja y Pedro Pico y Pico Vena fue la de mi niñez. De pequeño pedí el sombrero por el Gato Pérez y la guitarra por Peret. El Gato cantaba una Barcelona muy guapa. Puso en la letra de la rumba una cosa más social que la que sonaba en las metáforas típicas de la época. Hablaba mucho de los amigos, de juntarse para robar coches… Cantaba mucho a la calle y a esa Barcelona de Pepe Carvalho. Yo flipaba con el Gato. Incluso, cuando crecí un poco, y me enteré de que el Gato Pérez no era famoso en todo el mundo, hasta me enfadé [risas]. Es que, para mí, ambos eran los más grandes. He tenido el honor de conocer a la hija del Gato; hablamos mucho de él. Era un musicazo avanzado a su tiempo. Tiraba para adelante y le daba igual todo. Sabía lo que tenía que hacer y lo hacía. Creo que le debemos mucho a ese argentino todos los músicos de Barcelona.

–¿Vives en Madrid porque la Barcelona del Gato Pérez ha desaparecido?

–No, vivo en Madrid porque me enamoré. A mí siempre me han encantado los bares de Madrid. Me encanta cómo acoge Madrid. En esta ciudad puedes ir solo por la calle y, rápidamente, liarte en una conversación. Pero, a pesar de todo, al principio cuando venía yo me volvía loco aquí. Me asfixiaba. Pensaba, “para mí esto es una ciudad de tres o cuatro días, veo a todo el mundo y me marcho corriendo”. Echaba de menos mi barrio y ser el Jairo en mis primeros años en Madrid.

Además, es que en Barcelona tienes dos cosas muy claras: que ahí esta el mar y que allí esta el Tibidabo. Y yo, aquí, los primeros años, me paraba en medio de una calle y me daba cuenta de que no sabía volver a mi casa. Conocía la calle en la que estaba, había pasado por ahí, pero no me sabía orientar. Son dos ciudades muy distintas, ambas tienen sus pros y sus contras. Pero, a pesar de haber sido muy critico con el funcionamiento de Barcelona, la amo. Esta ahí mi gente y la quiero. La ciudad que conozco tiene personajes que considero muy importantes en todas las disciplinas. Pero el problema es lo que te he dicho, con la excusa del civismo se ha hecho mucho daño a la cultura callejera.

–Ha habido un cambio político importante en el Ayuntamiento de Barcelona.

–Sí.

–¿Esperas algo del nuevo gobierno de Ada Colau?

–Soy un humanista que no espera nada. Me encanta el ser humano, pero sé cómo somos. Estos cambios por lo menos tiran hacia políticas mucho más humanas, son soplos de esperanza. Pero se ha de ver qué ocurrirá. Los hippies se pensaban que las guerras iban a acabar el día que ellos gobernaran el mundo. Y mira la cantidad de conflictos que ha habido desde la aparición del movimiento hippie. No quiero ser derrotista ni pesimista. Estos nuevos gobiernos municipales me alegran, pero no nos olvidemos que el patio político está muy liado. Veremos qué ocurre. Cada vez entiendo menos todo, sinceramente.

–Un defensor del mestizaje como tú, que eres un músico que se ha pateado Catalunya de arriba abajo, ¿cómo vive el Procés independentista?

–Muy de lejos. [Frena para saludar a uno de sus músicos, que acude temprano al ensayo que su nueva banda ha programado para esa tarde].

–En Santa Coloma de Gramenet, tu ciudad, el debate sobre la independencia no ha existido jamás. En las últimas elecciones, CiU y ERC volvieron a quedarse fuera del ayuntamiento.

–He sido independiente respecto a ese tema durante toda mi vida. Iba a Andalucía y allí era el catalán, cuando en casa, en Catalunya, era el andaluz. En Argentina resulta que soy el gallego. No me veo vinculado a ninguna bandera. Puedo respetar los sentimientos personales de cada uno, pero no creo que por haber nacido en un sitio tenga que formar parte de una película que no va conmigo. Me veo mucho más ligado a la filosofía gitana, que la admira, al trotamundos. Pienso que ninguna tierra me pertenece y creo que pensaré así hasta que me vaya de este mundo. Mirad, si tuviera que levantar una bandera, levantaría la rueda de los gitanos.

–Eres un garrapatero, que dirían aquellos.

–[Sonríe] Garrapatero es una palabra muy bonita que utilizaba Miguel [Benítez, fundador de Los Delinqüentes]. Él era muy de campo.

–¿Llegaste a conocer al Migue?

–Sí, tocamos juntos en mi época de Trimelón. En ese grupo estaba mi compadre Miguel, Melón Maguilaz, que también se nos fue. Eran dos bicharracos de la música. A Miguel [Benítez] lo conocí menos, pero recuerdo que flipé mucho la primera vez que vi en directo a Los Delinqüentes. ¡Aquellos tíos me parecían el grupo más fantástico del mundo!

Muchachito 2

–Ellos debían ser unos pipiolos de 16, 17 años. ¿Hablas de finales de los 90, no?

–Sí, en el 99 tocamos juntos. Ahí fue cuando nos conocimos. Fui a saludarles sin conocerles después de aquel concierto. Entré en el camerino y estaban los tres en el suelo repartiéndose los billetes. “Oye, que soy del otro grupo que ha tocao esta noche…”. “¡Pasa, pasa!” Y desde ese momento fuimos muy amigos. Después dejé Trimelón y empecé mi época de los bares; entonces, me enteré de lo de Miguel. Fue una pena muy grande porque ese hombre se marchó muy pronto. Era un monstruo, tenía un lenguaje de artista cósmico. Ya no solo eran las canciones que componía, sino los términos que se inventaban. “Cuando le arrancas las garrapatas a los perros, eso es ser un garrapetero”, le gustaba repetir. ¿¡Qué puede haber más molón que una garrapata enganchada a un perro!? [Risas] Hablamos de un tío acojonante.

–¿Quién sería Miguel Benítez hoy si no hubiera fallecido tan joven?

–Miguel es Miguel, Melón es Melón… Son personas que han dado todo lo que han dado mientras les tocó vivir. Los que hemos tenido la suerte de compartir parte de nuestras vidas con ellos, nos llevamos enseñanzas eternas. Son personajes irrepetibles. Eso es lo guapo, ¿no? Cuando se va un músico no se puede preguntar uno: ¿Quién ocupará su hueco? Nadie. Un talento así es único. Por eso, su arte llega de esa manera a la gente. Que una canción salga de una mollera y se produzca una conexión con los demás… Eso es algo mágico.

–Kurt Cobain decía que era mejor arder que apagarse lentamente. Hay gente que parece nacida para ser un halo de luz intenso y breve.

–Hay gente que se va desgraciadamente pronto, pero son capaces de dejar momentos para el recuerdo. Esos recuerdos nos unen. Siempre les recordaremos. Es imposible no añorarlos. Pero, por otro lado, dices: “Olé, tú, compadre”. Chapeau.

–Ya que hemos mentado a Los Delinqüentes, queremos que nos cuentes las diferencias entre la rumba catalana y la rumba andaluza. Para ti, ir a Jerez de la Frontera era, al principio, una especie de viaje a Marte.

–Hay muchas rumbas en el mundo. En lo que hago yo solo hay un acento rumbero. Mi métrica al cantar está vinculada a la rumba catalana, que es totalmente contraria al sonido caño roto, que es el de aquí [refiriéndose a Madrid]. En la catalana se canta continuamente a contratiempo, la voz va contra el espacio donde va el compás. En el sonido caño roto la voz va donde va el tiempo. Este es el elemento más descriptivo de estos dos estilos. Por ejemplo, si este es el tiempo: pum, pum, pum [y se pone a hacer compás clavando el puño en la mesa de metal], como cantaba Manzanita, “te he dejao y no te has muerto –pum, pum– tus palabras…” Eso es el sonido caño roto.

–Los Chichos, Los Chunguitos…

–Claro, ese es el sonido que va a tierra, como decimos los músicos. El tiempo es la tierra. La rumba catalana es totalmente contraria a este estilo. En el tiempo solo está el golpe de la guitarra, el ventilador. Este es el tiempo [y empieza a hacer compás, mucho más rápido que antes] y “a mi amigo Blanco Herrera, le pagaron su salario, ta ta ta tará].

Después tenemos la rumba flamenca, que es otra película, donde te encuentras mezclados los estilos caño roto y catalán. ¿Cómo podemos hablar de la rumba flamenca sin nombrar a Bambino, no? La rumba flamenca tiene el ritmo de terremoto de la catalana, pero con el pellizcazo propio que coge del flamenco. La rumba catalana tiene sus picardías, sus metáforas, su burla a las prohibiciones en la época en la que no se podía cantar no sé qué y se cantaba no sé cuántos. La flamenca también tiene un poco de eso –porque Bambino era un adelantado a su época y usaba sin parar los dobles sentidos–, pero con un estilo propio donde se mezclan métricas continuamente.

–Durante los diez años que giraste con los Bombo Infierno vimos que la fusión te supuraba por los cuatro costados. Jazz, blues, rock, incluso funky…

–Es que escucho muchos tipos de música diferentes.

–Cuando te entrevistan se habla mucho de rumba, pero saliendo de esa área de confort, ¿qué escuchas cuando llegas a tu casa después de ensayar?

–Mira, el guitarrista con el que más flipo del mundo es Steve Ray Vaughan, de Austin. Me gusta mucho David Bowie (que es lo que estoy escuchando últimamente). Y luego me gustan cosas tan clásicas como Chuck Berry o los Rolling, o músicos argentinos como Kevin Johansen o paisanos como Sílvia Pérez Cruz.

–Ella está haciendo una labor parecida a la que desarrolló Serrat hace 40 años para dignificar géneros denostados como la copla, que parece reducido a las folclóricas que salen en los programas de Telecinco.

–Sílvia te desarma. Si ves a esa mujer cantar es muy difícil que después tu cabeza pueda prestar atención a otra cosa. Da igual el estilo que haga, su manera de cantar es muy especial.

Lo que os he comentado es la música que estoy escuchando últimamente, pero no me entiendo sin John Lee Hooker, Muddy Waters, a veces me pongo a Tom Waits… Ojo, hay un personaje en Francia que se llama Matthieu Chédid, un tipo que aquí no conocemos, pero allí es algo comparable a Prince. Tiene unas canciones buenísimas y unos videoclips de dos pares de cojones. Y si nos vamos por la parte cómica, me parto con Los Ganglios.

–¿Quién ponía la música en la furgoneta de La Pandilla Voladora?

–En la masía donde nos juntábamos a ensayar (con mucha comida) y tocábamos hasta que perdiéramos la conciencia. Tengo una selección de discos de la música de Chicago, de la Creedence Clearwater Revival, de Bruce Lewis and the Piano, Little Richard… De todos aquellos locos que sentaron cátedra, aparte de la rumba, claro, porque El Pescaílla y Peret estaban siempre presentes.

–Dos mitos.

–Para mí son dos bestias. A Peret tuve la suerte de conocerlo. Estaba todo el día preguntándome cosas muy graciosas. Me voy a acordar siempre de él, sobre todo por el cariño y el respeto con el que nos trataba a los jóvenes. Ese hombre, para mí, es Elvis. El rey.

Muchachito 1

–Hasta Peret la rumba siempre se consideró un género menor.

–La energía constante, esa forma de tocar la guitarra a ritmo de metralleta, esa mirada de niño que no perdió en ningún momento… Peret lo cambió todo. Era capaz de estar con músicos más jóvenes y hacernos reír a todos. Daba lecciones de vida sin proponérselo. Podía dolerle cualquier cosa que, tranquilos, cuando se subía al escenario nadie se daba cuenta. Eso me parece brutal, de artista genial. Llegaba malito a un escenario y ponía a la peña patas arriba a las cuatro de la mañana. Nuestros mayores merecen respeto absoluto. Él era el ejemplo.

–Ahora ya han pasado 20 años desde que tenías 20 años. Empiezas una nueva etapa musical. ¿Qué te propones?

–He sacado un casete con el nombre de Muchachito. Creo que eso lo dice todo. Era mi sueño hacerlo en este formato, yo quería hacerlo solo en casete para hacerle un regalo a la gente que viniera a esta gira. Al final, también ha salido en cd. Lo de regalar un obsequio extra a los que se acercan a los conciertos me parece fundamental. La gente que apoya la música en directo viene a verte a tu bar, a tu casa. Son tus invitados y tenemos que cuidarlo bien.

–Te encanta referirte a la “familia” que te acompaña. Músicos, hermanos de músicos, madres de músicos, parejas e hijos de músicos…

–A mí me gusta comer bien y tengo varios amigos regentando restaurantes. Cuando voy a verlos flipo con el arte que tienen. Hacer que todo el mundo se sienta especial cuando llega a un sitio es arte a pie de calle. Si vas a un bar y te tratan mal, no vas a volver. El cariño hacia los demás es fundamental para que cualquier proyecto funcione. Ese es el único concepto que quiero trabajar en esta nueva etapa. Plegué después de diez años con Bombo Infierno, me apetecía estar un poquito a mi rollo, pero tenía a muchos amigos que no paraban de decirme que sacara algo nuevo de una vez. Me encerré en el local sin saber por dónde iban a salir los temas. Tengo la suerte de tener muchos amigos que me asesoran y discutimos mucho sobre qué hacer. Quería que la gente conociera las canciones antes de que saliera el disco [previsto para la próxima primavera]. ¿Cómo hago eso? Pues grabando una maqueta previamente en una gira. Ese es el cachondeo. En el disco irán también otros temas más rockeros que se han compuesto para tocarlos con banda.

–Al final, acabas tocando casi todos los temas de Bombo Infierno también. Tú solo sobre el escenario. Los conciertos dan la impresión de ser totalmente improvisados, incluso le pides al público que reclame canciones. ¿Cuando tocas con banda ocurre igual?

–Hace años que no llevo setlist. Soy incapaz de seguirlo. ¡Me confundo!

–¿Vas sacando los temas por pura inspiración?

–Cada concierto que hago es único por eso. No veréis dos iguales. Cierto es que la banda me pedía un mínimo orden. Yo hablaba con la gente entre tema y tema, me secaba el sudor, miraba la lista y, pum, me saltaba tres canciones. “Un, dos, tres…” y yo arrancaba por un lado y ellos por otro. Al cabo de los años llegamos a una serie de acuerdos. Con Conversación incompatible empezábamos siempre igual: me giraba y le decía a Óscar, el trombón, “venga, compadre”, y él ya sabía que tenía que empezar ese tema. Con Ojalá entraba yo directamente. A veces, pegaba un grito y se paraba la banda de golpe, y cambiábamos de tercio.

Pero que nadie se extrañe: estar en el escenario es pura adrenalina porque lo que se vive allí es una locura. Te puede pasar cualquier cosa cuando estás tocando. En un concierto una descarga eléctrica me dejó paralizado el brazo derecho. En mitad de un tema, se me escapa la guitarra, bajé el brazo para cogerla y la pastilla me dio un calambrazo que me puso el brazo en la espalda. Me quedé inmóvil. Yo seguía con el bombo y la banda me miraba como diciendo: ¿Qué haces? Como aquello no paraba, paré en cuanto pude la música. Me fui al camerino, me froté el brazo, lo recuperé un poco y cambié a la guitarra de palo. Si usas cuerdas de nylon estás protegido ante esas cosas, pero con la eléctrica, el sudor te puede dejar vendido ante esas descargas.

–Eso le pasó a los Beatles en un concierto.

–Joder, se me quedó un morao importante, pero seguí el concierto. Y no solo eso: el año pasado hice uno entero con la nariz rota.

–A Buenafuente le contaste que una vez un micrófono te rompió un diente.

–Cuando tocaba en los bares actuaba encima de un palé. Uno fue a mear, le dio al micro sin querer y me reventó la boca. De aquella época tengo muchos ‘recuerdos’.

–Esas anécdotas y todas la estética que hay alrededor de Muchachito te convierte casi en un personaje de cómic. ¿Con qué ídolo del tebeo te hubiera gustado compartir páginas?

–¡Con muchos! ¿Tengo que quedarme con uno solo?

Entrevista realizada con la colaboración de Pablo Sierra del Sol

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