Doce de la mañana, carretera M14 dirección Bălți. La policía de carreteras da el alto al Toyota de Irina en el kilómetro 65. Ha excedido el límite de velocidad en poblado, la multa serán 600 lei (30 euros). Irina le ofrece al policía dinero en efectivo por quitarle la multa. El policía dice que no en un alarde de honradez. No es lo habitual. Esta es la rutina de los conductores que transitan las carreteras moldavas. Ser amenazados con multas y ofrecer sobornos como quien compra el pan cada mañana. En todo país pobre y con una democracia ficticia la seguridad jurídica brilla por su ausencia y los salarios son tan bajos que la gente de la administración se saca un sobresueldo como puede. Los médicos piden más dinero por aconsejarte bien sobre los tratamientos y las medicinas que debes tomar, los gente de Tráfico cobra entre cien y doscientos euros por gestionarte el carnet de conducir sin tener que pasar un examen. Esta es la realidad de un funcionariado corrupto a niveles estratosféricos.

Irina sigue su camino, se dirige a su ciudad natal Bălți, donde acude junto a la psicóloga de la organización que preside a dar una charla de concienciación a mujeres portadoras de VIH. Esta ciudad al norte del país es la que la vio nacer hace 54 años y donde también comenzó su calvario. Con la caída del Telón de Acero y el colapso de la Unión Soviética, de la que Moldavia formaba parte, la pobreza extrema se adueñó del país y con ella las drogas inundaron las calles. Irina comenzó a inyectarse heroína. Tuvo una hija, pero fue abandonada por su marido cuando se enteró que ella estaba infectada de VIH. Su hija se salvó. Entró en un centro de desintoxicación donde tuvo algún intento de suicidio y donde también conoció a su actual marido, Ruslan, portador del virus y padre de su segunda hija, libre de infección también.Después de varias recaídas decidieron mudarse a Chisinau, la capital, y gracias a la ayuda de la Iglesia consiguieron un apartamento donde empezaron a recibir a gente con problemas similares para darles apoyo psicológico.

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Irina conduce su coche hacia Balti donde acude a la terapia de grupo con el resto de mujeres.

Después de tener a su segunda hija, Irina fue internada en un hospital. Padecía tuberculosis, hepatitis C y VIH. La dieron por muerta. La mandaron a casa a esperar el final, su final. “Pero aquel día renací. No sé quien decidió que yo tenía que seguir viviendo. Fue como si me diesen un cuaderno en blanco para volver a escribir mi historia”, asegura ella. Desde entonces, siguió trabajando en Initiativa Pozitiva, la organización de ayuda a personas con problemas similares a los suyos. La más grande de Moldavia.

Lleva veinte años limpia, sin drogas ni alcohol. Es abuela y una de las caras públicas para luchar contra la estigmatización de las personas infectadas y para informar de que se puede llevar una vida normal y ser feliz. “La mejor herramienta de trabajo es contar mi experiencia, contarles a esas mujeres que yo también me drogaba, que también me intenté suicidar, pero que se puede. Que ahora soy abuela, vivo feliz y desintoxicada. Eso las ayuda a creer que pueden salir de todo esto y que pueden tener una vida plena”.

Actualmente 15.000 personas viven con VIH en Moldavia, un país de solo tres millones y medio de habitantes que muchos expertos consideran el más pobre de Europa. Por ilustrar esta realidad con cifras, la renta per cápita de España es de 25.528 dólares, la de Italia de 30.527 y la de Francia de 36.854. La de Moldavia no alcanza los 2.000 dólares, pero las capitales española y moldava solo están separadas por 3.300 kilómetros.

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Irina contando su historia durante la terapia de grupo.

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El aeropuerto de Chisinau no te prepara para lo que vas a ver en la ciudad. Es un lugar moderno y bastante nuevo, que no se corresponde con lo que te esperas de ese país. Sin embargo, todo empieza a cobrar sentido cuando la manada de taxistas pirata asalta a cualquiera que sale por la puerta de la terminal para estafar al turista novato. El camino al centro de la ciudad no es excesivamente largo, pero se hace pesado por el mal estado de las carreteras, llenas de baches y socavones. Si así están las carreteras que llevan a la ciudad, las que cruzan el medio rural no pueden ser mucho mejores.

Los bloques de viviendas soviéticas te dan la bienvenida a la ciudad. Calles sin asfaltar. Polvo en el ambiente. Coches sucios, aunque sorprendentemente nuevos (no quiero preguntar de dónde sacan sus dueños el dinero para comprarlos). Perros callejeros, gatos en los alféizares de las ventanas. Autobuses probablemente más viejos que el aquí firmante y mercados en las plazas donde puedes encontrar cualquier cosa que necesites. El capitalismo todavía no ha conquistado este territorio por completo, aunque está en proceso. Se puede ir a comprar la comida directamente al agricultor, saltándote los procesados intermedios, por lo que no entienden el concepto “etiqueta eco/bio”, ya que no conciben que nada de lo que compren pueda no serlo.

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Libros antiguos sobre Gagauzia.

El tráfico es un caos y el transporte público es tan deficiente que una legión de furgonetas pirata opera por toda la ciudad llevando y trayendo gente en su interior sin ningún tipo de seguridad ni regulación. El procedimiento es simple: esperas en un lado de la calle, ves una furgoneta que te interese donde va, levantas la mano, la paras, te subes, pagas en coste del transporte (3 lei) y te deja cerca de donde tú querías. Para las conexiones largas entre ciudades el sistema funciona igual. Estas furgonetas operan por todo el país. Puedes comprar el tíquet en la estación o al conductor directamente, el cual probablemente te lo venda más caro, y si no hablas rumano o ruso, aún más. El tema del idioma es un problema para cualquier turista que quiera visitar Moldavia. El año pasado recibieron aproximadamente diez mil en todo el año. Hace un par de meses se abrió la oficina turística en el centro de Chisinau, por lo que si no hablas ruso, segunda lengua del país por su pasado soviético, o moldavo, mezcla de rumano con algunas palabras rusas, tendrás que hacer uso de tu destreza mímica para hacerte entender. No es imposible.Rumbo al sur puedes contemplar el mayor motor económico del país y fuente de atracción turística, el vino. Las cavas de Milestii Mici ostentan el Record Guinness de más botellas alojadas en una bodega, más de dos millones. Sus galerías subterráneas tienen una longitud de 250 kilómetros, aunque solo cincuenta están en uso. Si continúas bajando por el mapa te adentrarás en la región autónoma de Gagauzia, cuya capital es la ciudad de Comrat. Esta región está habitada por los gagauzios, una minoría étnica que desciende de los turcos seleúcidas y que empezaron a poblar la zona alrededor de 1760. Aquí comienza el juego geopolítico que está presente en toda Moldavia. Gagauzia obtiene financiación de Turquía, Rusia, ya que su gobernadora está a favor de estrechar lazos con Putin, e, incluso, de la Unión Europea que quiere ver fortalecida su presencia en este país ya que sería un punto estratégico donde colocar bases de la OTAN.

Carteles que anuncian la financiación de carreteras por parte de la Unión o de Estados Unidos se reparten por todo el territorio. En Gagauzia no existe ninguna bandera de la UE, la cual sería paradójico ver junto a las estatuas de Lenin que todavía están presentes en distintos rincones de la ciudad. La trama geopolítica queda a la vista si uno se fija en los edificios gubernamentales de todo el país, menos en Gagauzia y Transnistria (la franja nororiental de Moldavia, independiente de facto desde principios de los años noventa), donde ondea junto a la bandera nacional moldava la bandera de la Unión Europea.

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Maria en la puerta de su casa en Șoldănești, Moldavia.

Transnistria es otro lugar estratégico para Rusia en este caso. En 1992 después de la descomposición de la Unión Soviética, se inició una guerra en la ribera del río Dniéper que separa esta región del resto de Moldavia. Transnistria fue apoyada por voluntarios y milicias rusas y declaró su independencia del resto del país. Recuperó la bandera de la ex República Socialista Soviética de Moldavia y estableció su propia moneda, el rublo transnistrio, que solo es válido dentro de sus fronteras. El ruso se estableció como idioma oficial y voluntarios del ejército ruso se establecieron permanentemente allí. El gobierno moldavo no reconoce esta independencia y oficialmente Transnistria sigue siendo parte de Moldavia con lo que el gobierno sigue pagando las pensiones y los títulos educativos conseguidos en la universidad de Tiraspol, capital de la república separatista, siguen siendo válidos en el resto del territorio. Las conexiones están abiertas tanto por tren como por carretera pero se deben pasar controles fronterizos establecidos por la policía transnistria. Al ser un país no reconocido por casi nadie internacionalmente no se puede otorgar ningún visado para entrar, aunque no está prohibido el paso a nadie, ni existe ninguna embajada en su interior. Un perfecto agujero negro.

No se acaba de entender completamente la situación de extrema pobreza de muchos moldavos hasta que no se pasa tiempo en los pueblos, en el medio rural. Moldavia es un país que pierde población año tras año debido a la emigración forzada por la pobreza del país, lo cual deja a mucha gente muy joven al cargo de hermanos pequeños mientras sus padres están en Rusia o Europa mandándoles dinero, pero también deja a muchísima gente mayor abandonada en los pueblos. Su situación es crítica. Sin agua corriente, y con temperaturas que en invierno rozan los -20 grados, con 85 años se hace complicado salir a sacar agua del pozo o ir a cortar leña para calentar la pequeña habitación en la que viven rodeados de mantas colgadas en las paredes o en el suelo. “Mi hija está en Ucrania, mi marido murió hace seis años y yo estoy recién operada del páncreas, no me valgo por misma. Si no fuese por los trabajadores sociales, no se que haría”, cuenta Natalia, de 75 años, desde su cama. Como ella cientos de personas mayores viven con una pensión de 40 euros mensuales y solo reciben la visita semanal de los trabajadores sociales que la ONG CASMED tiene repartidos en distintos pueblos del norte del país. “A nosotros nos gustaría ayudar a muchas más personas, pero nuestros recursos son limitados, la mayor parte de nuestra financiación es externa y no podemos abarcar todo lo que querríamos”, dice preocupada Livica Bolsofu, coordinadora de proyectos de CASMED.

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Ivan es ayudado a levantarse por una trabajadora social de la ONG CASMED.

Moldavia es un país en vías de desarrollo pero que pertenece al continente más rico del mundo. No está tan lejos de nuestras fronteras. Tiene un capital humano incalculable, personas amables, hospitalarias y con ganas de mejorar y crecer. Veremos si el juego de la geopolítica se lo permite o si están condenados a emigrar y sostener su país mediante remesas enviadas desde el otro lado del muro invisible que cayó físicamente en 1989 pero que, en este rincón de Europa, sigue levantado.

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