Joan M. Minguet Batllori es Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, profesor de Historia del Arte Contemporáneo e Historia del Cine en la Universitat Autònoma de Barcelona y presidente de l’Associació Catalana de Crítics d’Art (ACCA- AICA Catalonia). Ha escrito más de 25 libros, en los que bucea en las figuras de pintores como Salvador Dalí o Joan Miró o de grandes del celuloide como Buster Keaton. Sus amplios conocimientos en el arte vanguardista español le han llevado a ser comisario de numerosas exposiciones, muestras en las que la obra de aquel genio de Figueres llamado Dalí ha estado muy presente. Actualmente, el doctor Minguet Batllori es una de las voces más críticas con las políticas culturales de la Generalitat de Catalunya, sobre todo a raíz de una columna de opinión que, tras ser publicada en un medio cultural, corrió como el fuego delante de un pasto. Como si de las 95 tesis que Martín Lutero colgó en la puerta de la catedral del castillo de Wittenberg se tratasen, sus opiniones sobre la deriva de la gestión cultural catalana, y la banalidad de la cultura de masas no dejaron indiferente a nadie.

A grandes rasgos, ¿qué significó la proclamación de la II República para el arte en el Estado Español?

–Tengo la impresión de que cambios históricos de tanta relevancia como el de la República tienen repercusión en el mundo del arte y de la cultura a medio o a largo plazo, pero en este caso no se pudo producir esa repercusión a causa del levantamiento fascista, la guerra, que lo convulsionó todo. El triunfo final de los fascistas trajo una dictadura tan y tan larga… El aire de libertad que supuso la República no pudo llegar a concretarse. En primer lugar, muchos artistas se pusieron al servicio de la causa republicana al estallar la guerra, ya fuera desde el trabajo estrictamente creativo o por medio de la acción directa. Luego, muchos de esos artistas tuvieron que exiliarse. España entró en ese terreno decrépito que conocemos tan bien y que tantas repercusiones negativas ha tenido en la historia cultural.

Años antes de la proclamación de la II República, coincidieron en la residencia de estudiantes tres figuras clave en la cultura española: Salvador Dalí, Luis Buñuel y Federico García Lorca; y cada uno tuvo diferente final durante la guerra. Dalí simpatizó con el bando nacional. Lorca fue fusilado por los fascistas y Buñuel fue empujado al exilio. Otros, como Miguel Hernández, fueron abandonados en cárceles como perros hasta que murieron por enfermedades. ¿Esos eran los caminos que debía elegir un artista al comenzar la guerra?

–Hubo artistas que no eligieron, alguien eligió por ellos, matándolos físicamente o matando la obra renovadora que se anunciaba en los años 30. Claro que también hubo artistas que adujeron su apoliticismo, esos a los que aún hoy deberíamos recordar aquellos versos de Gabriel Celaya que dicen “maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”. Pero una situación tan extrema como es una guerra produce una casuística muy diversa. Y, a veces, los juicios históricos son algo injustos. Últimamente he estudiado el caso de Joan Miró y de su compromiso con la democracia. Miró decidió volver a Catalunya en los años cuarenta, tras el avance nazi hacia París. Eso fue visto por algunos como una traición, especialmente porque se confrontaba con el modelo Picasso, exiliado permanentemente, militante del Partido Comunista, luchador infatigable por la República. Pero Miró, aún viviendo en la Barcelona franquista, nunca colaboró con el régimen fascista y ayudó, siempre que pudo, a organizaciones y artistas comprometidos con la libertad. Sus carteles de esta época así lo expresan. Hubo los artistas afiliados al régimen, los que flirtearon con él [como Dalí], también los exiliados y los que se exiliaron sin salir de España.

Miró volvió a Catalunya en los 40 y se le juzgó injustamente como traidor”

Siempre se ha hablado de todas las obras de arte robadas por la Alemania nazi, incluso ahora Hollywood recrea en una película, ‘Monuments Men’, agentes de los EEUU que se ocupaban de encontrar las piezas sustraídas. ¿Se robaron muchas obras de arte a particulares durante la Guerra Civil?

–Algunos colegas han estudiado este asunto. No lo conozco con precisión, pero a veces creo que se pierde de vista que, durante una guerra como la española, se producen actos que no pueden entenderse más que en ese contexto bélico. Las quemas de iglesias en sí mismas son condenables y podemos lamentar la pérdida del patrimonio que supusieron. Pero todos los excesos de violencia pueden explicarse por el papel de la Iglesia en contra de la libertad, demostrada luego con la confraternización que el poder eclesiástico tuvo con la dictadura. En todo caso, me parece que no puede compararse el robo de obras de arte que hizo el régimen nazi por la extensión geográfica de la invasión del ejército alemán e incluso por la diferencia que había entre las colecciones europeas y las españolas.

–¿Se saquearon museos y galerías como en la lamentable última Guerra del Golfo?

–No creo que puedan compararse contiendas tan separadas por el tiempo o con características tan distintas. Es conocido el caso del Museo del Prado, que en 1936, ante el avance de las fuerzas fascistas, evacuó una gran parte de sus fondos, primero hacia Valencia, luego hacia el Pirineo catalán. Pero al terminar la guerra esos fondos volvieron a El Prado.

¿Qué tipo de cine se consumía durante la República?

–Se consumía de todo, pero eran otros tiempos. Por ejemplo, había salas destinadas exclusivamente a documentales, lo que hoy resulta casi paradójico. El cine americano era el que tenía más aceptación. Eso venía siendo así desde los años de la Primera Guerra Mundial, pero es cierto que durante la República encontramos uno de los pocos momentos en los que el cine español consigue una cierta sintonía con el público autóctono, mediante comedias, sainetes, zarzuelas… Pero todo eso vuelve a quedar cercenado con los años oscuros de la Dictadura.

En aquellos años el cine español tenía sintonía con el público autóctono”

A Buñuel le censuraron durante la República el documenta ‘Las Hurdes, tierra sin pan’ porque denigraba a España, ¿Existió durante la República una censura institucionalizada como en el régimen franquista o sólo se daba en casos aislados y supuetamente extremos?

–¿Conoces algún poder político que no ejerza el control sobre lo que los ciudadanos pueden o no pueden ver? Ese control existió durante la República, especialmente durante el Bienio Negro [1933-1936], pero no puede compararse ni remotamente con el dispositivo censor del Franquismo en temas ideológicos, religiosos o de prohibición de expresiones propias de las culturas catalana o vasca.

–¿Le ha costado mucho al arte nacional recuperarse de la moral, el estilo y la censura impuesta durante los 40 años de dictadura o aún sigue acechando cual fantasma del pasado?

–En primer lugar, yo diría que no sé si existe un arte nacional español. Si existiese, debería ser la suma de artes de extracción cultural muy variada; no es lo mismo el arte que realiza Miró desde Catalunya, el de Alberto Sánchez desde Toledo o las muestras de artistas vascos, andaluces, etc. Pero ya vemos que esa idea de una españolidad híbrida no gusta al poder. Por otra parte, es evidente que la larga dictadura tiene una influencia nefasta en este mundo. Lo peor es que la tan elogiada Transición fue una operación de maquillaje que en lo cultural no ha permitido superar muchas de las cosas que se habían asentado durante los años del Franquismo. Fíjate, en España se han abierto desde finales de los 70 muchos museos de arte contemporáneo, cada comunidad autónoma quiso tener su museo… Todo ha sido política de escaparate: esos museos tienen pocos visitantes autóctonos, que siguen viviendo de espaldas al arte actual y todavía reivindican a El Greco, por señalar un nombre.

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