La Reina de España, la joven, la actual, tiene a veces una postura (cuando está sobre todo de pie) que la hace verse rígida como una estatua que recién hayan sacado a la fuerza de un bloque de mármol. Hasta tensa mirarla. Objetivamente no se le puede achacar esta tensión física a su papel institucional si se recuerda a la otra reina, a la emérita. Sofía solía adoptar posturas correctas sin parecer forzadas; todo lo contrario, se la veía cómoda y atenta, pero cuando era menester y tocaba se permitía llegar a parecer distendida (es lo que se llama naturalidad, don que escasea tremendamente cuando más falta hace). Tenía y tiene mucho rodaje para acomodarse estupendamente al protocolo exigido en cada situación, pareciendo fácil la labor de una reina, la labor diplomática y social y la de abrirle camino a las empresas que quieren expandirse en otros territorios en los que previamente se ha cocido entre estados un buen rollo a fuego lento y sin remover nada con cuchara de palo. Aunque tal vez ella traía algo de cuna que la hizo siempre versátil, y no significa esto que lo de Letizia se deba a que no tiene sangre real. No, por dios. Es un apunte mío para hacer hincapié en la trayectoria de cada una, pues es público que desde muy pequeña Sofía se tuvo que acostumbrar a la vida austera de los internados, lejos de los suyos, pasando frío y sin agua caliente (lo dice en su biografía), que si bien parece una paradoja sirvió para reforzarle el carácter y la preparó desde el sufrimiento para una vida llena de lujos y privilegios que Letizia no ha vivido hasta hace unos años, primero como princesa y ahora de reina, cosa que a cualquiera le pesaría como para cargarse de hombros.

Sin embargo sorprende que una mujer joven y segura de sí misma, acostumbrada ya antes a los medios y a hablarle a las cámaras, transmita frecuentemente incomodidad al poner posturas contrarias al mínimo relax que su profesión pide en ciertos momentos. Su figura enjuta y estilizada se comenta en los corrillos –que hablan de esto y de lo de más allá– que es fruto de disciplina, de entrenamiento y dieta, y así le luce, tiene tipo para ponerse lo que quiera. Exquisita está con sus Felipe Varela, Lorenzo Caprile, Pertegaz, Miguel Palacios o Armani, no pudiendo ponerle pegas en cuanto aparece tras una puerta o se baja de un coche enseñando pierna hasta donde es decoroso para alguien como ella.

Otra cuestión es su inquietud ante la audiencia el tiempo que duran las recepciones, las cenas de Estado, las entregas de algo, los discursos que tiene que dar. ¿Qué le preocupa de verdad a la reina? Esos hombros, esas clavículas que no deja en su sitio sino que eleva y fuerza a quedarse fijos mientras el resto del cuerpo actúa por su cuenta con una autonomía comedida, alertan de lo nerviosa que está. Supongo que cuesta hacerse a la idea de ser siempre el centro de atención por lo que una ostenta, no importa lo que haga ni a quien tenga al lado, ni siquiera al Rey (los títulos dicen que trastocan básculas). Los plebeyos la escudriñan sigilosos para encontrar en un gesto o en un esbozo de mueca esa incógnita (lo es para muchos) que ha llevado al príncipe a escoger a su princesa, olvidándose de que princesa o reina no es un color de sangre sino que se llega a serlo cuando se da una conjunción de los astros, o sea, cuando alguien (un caudillo, un gobierno democrático, la inercia, el amor, el tiempo) ha querido que así sea. No son historias de príncipes, son historias reales. Y lo demás es cuento.

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