Quizá uno de los pocos hombres en el mundo capaz de sacar de ritmo a un tarahumara, a base de carcajadas. Un torbellino ecléctico e imprevisible que, a través de vídeos y retos, difunde un modo distinto de experimentar los límites del cuerpo y la voluntad, en solitario, en equipo o terminando junto a su hermana un Ironman. Un tipo que con su mentón de rompehielos destroza la seriedad sin caer en la chabacanería. Compacto y resistente, como esos ibéricos que en partidas guerrilleras resistían al francés, desde Montserrat a Despeñaperros. Exacto, un bandolero de las pruebas extremas. Desbordante de positividad, Valentí Sanjuan, se ha convertido por su soltura y espontaneidad, junto con perseverancia y esfuerzo, en un referente para los amantes de la tirada larga, del agotamiento prolongado, de la extenuación que conduce a la felicidad.

Crítico y divertido. Incisivo con la legislación absurda o con cuestiones sobre la montaña que merecen la pena ser abiertas a debate. Con esa gracia natural que no se puede adquirir y que le permite dinamizar cada vídeo que sube, sin resultar repetitivo ni monocorde. Nunca obsesionado con tiempos ni marcas ni ritmos ni pulsaciones. Más bien, con el fluir del tiempo o los sentimientos, las marcas en los árboles o las nubes en forma de barcas, los ritmos que escuchan sus tímpanos hasta mover sus caderas, y las pulsaciones cuando algo le emociona. Honesto en sus conferencias hasta estremecer con sencillas reflexiones profundas. Sensible cuando homenajea a un escalador que exhaló su último aliento allí donde le habría gustado que se lo llevara la muerte, en las montañas.

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La naturalidad es su constante. Y ello se observa en las crónicas de sus aventuras, ya sean triatlones desmesurados, carreras en el desierto, en la estepa o en la Vall d’Aran. La versatilidad de terrenos y pruebas en que participa es digna de admiración. Zancadas o pedales, tanto da. O ambos y brazadas. O peregrinando tras los pasos del Apóstol. Un todoterreno humano que inspira a calzarse las zapatillas y a saltar del sofá. Como si su sonrisa tuviera una carga electrolítica vigorizante. Sus trucos y bromas, sus voladas mentales, su desparpajo. La vitalidad que irradia.

Cuando escribió El Camino de Sanjuan la acogida entre los lectores, de su energía en forma impresa, fue enorme. Ahora, se encuentra en la fase previa a que vea la luz su segunda obra –Lo que te hace grande. 50 cosas que aprendí corriendo por el mundo–, y la expectación es inmensa. Su locuacidad y las premisas positivas que propugna calan muy hondo en quienes no sólo hacen deporte para cultivar su cuerpo si no que se buscan a sí mismos a través del deporte.

Del descubrimiento de los propios límites, de llegar a sobrepasarlos. De la fuerza de la mente. De la fe en nuestra tenacidad. De la amistad que se forja en medio de la nada, en recorridos que van más allá de lo razonable. De la deshidratación y el vacío. Del agua y la vida. Del abatimiento y la cercanía de la rendición. Cuando el dolor se nos apodera y cuando todo parece carecer de sentido, se atisban respuestas a preguntas que llevamos con nosotros. Allí, tras esa frontera, ya sólo nos lleva el alma. A esto invita, en esencia, Valentí Sanjuan desde las antípodas de los libros de autoayuda.

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La redacción de este portrait fue anterior al accidente sufrido por Valentí Sanjuan mientras participaba en una prueba en bicicleta ininterrumpida– entre Madrid y Lisboa. Tras cuarenta horas pedaleando, de noche, colisionó contra un árbol y vio truncada la aventura que durante varios meses venía preparando. Esta caída, equiparable a la de Saulo de Tarso, ha supuesto (sin duda) un gran punto de inflexión en la trayectoria de este carismático deportista. La fragilidad del ser humano. La espera y la dificultad para ser rescatado. La delgada línea que no ha llegado a cruzar.

Desde Negra Tinta queremos transmitirle a Valentí, y a su entorno, toda la fuerza posible para una pronta recuperación que le permita regresar a sus andanzas, entre otros motivos, para que nos las siga contando.

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