El próximo 2 de mayo saldrán a las calles de Madrid centenares de ciudadanos residentes en la provincia (y, al mismo tiempo, Comunidad Autónoma) para mostrar su indignación por la situación económica de la mayor parte de la población, por el incremento de pobreza, por la corrupción, por el descrédito de esa política profesional de partidos que se protege a sí misma antes que al pueblo que representa. Esa manifestación se organizará mediante las redes sociales y será promocionada por una entidad nacida unos meses antes bajo el nombre de Asamblea Nacional Madrileña (ANM), la cual habrá puesto sobre la mesa una idea original: para acabar con toda la podredumbre del sistema, la única solución es reivindicar y caminar hacia la independencia de Madrid, crear un nuevo Estado con el nombre de República de Madrid.

La ANM será atacada desde la derecha y desde la izquierda parlamentaria; lógico, la verán como una amenaza hacia el statu quo reinante desde 1978. Los aparatos ideológicos del Estado se empezarán a armar: en primer lugar, intentarán hurgar en las contradicciones de esa Asamblea Nacional; efectivamente, habrá gente de esa incipiente organización con pasados ligados al propio sistema que ahora dice perseguir; pero no conseguirán demostrar nada y la ANM seguirá creciendo en afiliados y en socialización de su mensaje. Las tensiones crecerán, el desafío será cada vez más contundente. Entre las propuestas que salen de las asambleas y de nuevos partidos de una verdadera izquierda transformadora se encuentran algunas de sentido común: en una nueva República madrileña, la corte borbónica debe desaparecer, al menos salir del territorio madrileño, que la acoja uno que se sienta afín con esa institución avejentada y heredera directamente de la dictadura franquista; asimismo, en esa nueva República, en la reivindicación independentista de la antigua capital de España, se cruzan formaciones de talente ideológico distinto, mujeres y hombres que provienen de la lucha en contra del capitalismo y mujeres y hombres que hasta hace nada trabajaban dentro del sistema y para fortalecer ese sistema.

Tres años después de la primera manifestación, y con un súbito ascenso del número de manifestantes en los subsiguientes 2 de mayo, siempre en paz y alegría, sin detonantes violentos de ningún tipo, se realizan unas elecciones autonómicas en las que ganan por un amplio porcentaje de votos las opciones independentistas que se habían presentado, les faltan a penas algo más de ocho papeletas para tener más del cincuenta por ciento de votos, se quedan en el 48%. Los aparatos del Estado siguen en su cruzada: amenazan con la salida de la UE de una supuesta nueva República, empresas de todo tipo dicen que marcharán de Madrid en caso de una independencia, algunos militares invocan la unidad de España y la necesidad de defenderla contra toda esa “algarabía” y, por si acaso, el rey de España de entonces hace unas declaraciones en las que defiende que desde los sentimientos no se pueden construir fronteras.

El nuevo Parlamento madrileño, convulso, con una aritmética complicada, defiende que la mayoría de los votos les legitima para empezar el camino de la desconexión del Estado. Y con cada amenaza, nuevos independentistas se suman a la causa: amenazas de los políticos del sistema, antiguas ministras de Defensa despechadas, nuevos líderes neoliberales y otros de partidos que habían menospreciado el soberanismo madrileño, periodistas que no se sabe a quien representan presentes en todas las tertulias posibles defendiendo el sistema constitucional a pesar de las injusticias que todo el mundo ha podido constatar en su historia… La negación constante de la demanda no había dado ningún rédito a los defensores del establishment, pero parece que ellos no se daban cuenta. Y ahora se comprueba que es demasiado tarde.

Con todo eso, desde la ANM y desde los partidos políticos proclives a la creación de la República independiente de Madrid, se hace un llamamiento al resto de pueblos españoles para solicitar su apoyo, si no su consentimiento explícito. Los madrileños estaban constituidos en sujeto político libre de determinar su destino porque así lo habían entendido muchos de ellos, la mayoría; los sujetos políticos no están ligados los unos con los otros hasta el fin de la humanidad, la historia demuestra que se han producido vaivenes, rupturas, a menudo violentas, en este caso democráticas y pacíficas. Es cierto que la situación era compleja, apasionante, pero la única manera de afrontarla era con el diálogo, no con las amenazas y con el no permanente, esa era la responsabilidad de los políticos que habían gobernado. La República independiente de Madrid se abría camino, todo el aparato institucional de la antigua España (ministerios, ejército, los Borbones por supuesto…) debería marchar pronto de allí.

Cuando muchos madrileños pidieron la ayuda de otros pueblos ibéricos, salieron voces de todo tipo, pero debo decir que muchos nos pusimos de inmediato a favor de su causa: fundamentalmente, porque entendíamos que eran ellos y solamente ellos, los madrileños, quienes debían decidir su futuro y yo podía opinar, pero en ningún caso intervenir. Además, ese proceso venía a demostrar que no había existido nada similar en toda la historia reciente capaz de desmoronar un Estado, de poner en cuestión todo el sistema conocido en los últimos años, toda la fortaleza construida en base al poder de unos pocos. Y, por tanto, nunca había existido nada capaz como ahora de poner en cuestión todos los engranajes que ese Estado enfermizo (por corrupto, por poco democrático) había utilizado para enriquecer y seguir enriqueciendo a los más poderosos y empobrecer y seguir empobreciendo a los más necesitados.

¡Viva la República madrileña!

Fotografía: Javier Corbo 

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