Al principio, todo fue aventura. El periodismo, antes de saberse periodismo, necesitaba de ella para existir. Los primeros periodistas no eran más que viajeros. Se marchaban bien lejos (bajo la perspectiva de alguien que no conocía el avión, el tren o el coche), desaparecían del mundo un tiempo y volvían para explicar qué habían visto, cómo era lo desconocido. Eran viajeros y vivían para el viaje, un oficio que poco tiene que ver con el turismo de masas actual. De Marco Polo algunos cuentan que para escribir sus famosas crónicas no necesitó llegar a la India o a China como nos hizo creer: simplemente se habría empapado de las historias que contaban los mercaderes con los que se cruzaba en su Venecia natal o en los puertos mediterráneos de Oriente Medio. Nos haya timado o no el comerciante italiano, aquello que contaba ya eran reportajes periodísticos: querían explicar y perdurar en el tiempo. Si rebobinamos aún más la cinta de la Historia, la antigüedad está plagada de cronistas de lo real y lo mitológico. El griego Homero –con su Ilíada y su Odisea– es uno de ellos y, encima, lo hace en verso. Creo que todo periodista tiene en mente un puñado de odiseas que algún día le gustaría narrar. Quien más, quien menos, en esta profesión se mueve por obsesiones, por relatos y personajes que se cruzan por nuestra vida y de los que no nos podemos despegar jamás. Para mí, una de esas odiseas que algún día me hubiera gustado explicar ocurrió hace apenas unas horas.

Como los cuentos homéricos, la crónica que me hubiera gustado firmar es pura poesía mediterránea. Y el protagonista no es más que un tipo solitario, un héroe que se empeña en volver a su casa insular derrotando a Poseidón (o Neptuno). Porque nuestro Ulises (u Odiseo) también nació en una isla, pero su Ítaca se llama Ibiza y en su casa, cuando era pequeño, le hablaban en catalán y no en griego clásico. Sin embargo, la fascinación que siente por los retos imposibles y por el azul del agua salada deben emparentar de alguna manera a Juan José Serra Boned, nuestro protagonista, con Ulises, al que su esposa Penélope esperó durante los 20 años que pasó fuera del hogar, primero asaltando Troya y luego esquivando sirenas y cíclopes por el mar Egeo.

La mitología griega de semidioses y dioses la hemos sustituido en el siglo XXI por la idolatría a los deportistas que nos asombran con sus hazañas. Juanjo Serra, como Ulises, no tiene los poderes divinos de los competidores de élite, los que ganan millones con sueldos de siete cifras y estratosféricos contratos publicitarios. Juanjo Serra es un simple amateur, un antiguo triatleta de larga distancia que ayer culminó uno de los sueños que han acompañado su vida: unir a nado Xàbia, en Alicante, con Cala d’Hort, en Ibiza. 88 kilómetros para 37 horas y pico de esfuerzo. Un reto sobrehumano que solamente el mediático David Meca, profesional de la natación y apoyado por un gran equipo, había podido conseguir antes. Su odisea ya está acabada; el círculo se ha cerrado.

Hace justamente un año fui a casa de Juanjo para entrevistarle. Estaba a punto de cumplir 41 años (hace los 42 pasado mañana, 10 de junio) y no hacía ni 24 horas que había tenido que dejar a medias el desafío que acaba de completar. Estaba contento, rodeado por los suyos y, sobre todo, muy tranquilo. Recuperándose aún del gran esfuerzo que supone nadar una docena de horas en mar abierto era capaz de relativizar el fracaso. Un año de espartana preparación se había ido al traste por culpa de un oleaje en aumento que había obligado a sus acompañantes a sacarle del mar. Hace justamente dos años fui a la piscina en la que Juanjo se entrenaba, también para entrevistarle. Le faltaban unos días para cumplir los 40 y confesaba sentirse más vivo que nunca por haber recuperado su gran anhelo: atacar la travesía a nado entre la Península Ibérica y su isla. Había pasado más de una década desde que lo probara por primera vez. En 1998 se había quedado a pocas millas de la costa, anclado entre unos islotes –ses Bledes– donde la corriente le devolvía las brazadas que hundía en el mar, frenándole en seco. Ulises tardó 10 años en volver a casa después de incendiar Troya. Para Juanjo Serra han pasado 16 veranos desde el primer ensayo hasta la culminación de la gesta. Un buen trecho de vida en el que han nacido sus dos hijos. El tercero, por cierto, viene de camino.

Cuentan por las redes, nuestro ágora tecnológico, que esta madrugada, en la playa de Cala d’Hort, muchas luces recibieron al héroe, un héroe derrotado físicamente, pero victorioso al besar la arena. Hazañas como esta nos guían como farolillos en la oscuridad para seguir caminando y retando a lo desconocido. Sin duda, son estas historias las que alimentan al periodismo más puro. Contarlas es, a partes iguales, obligación y devoción.

Fotografía: Sara Doncel Luque

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