Ilustración: Manu Muñoz

Microrrelato presentado a un microconcurso que tan sólo se anunció, también en forma micro

El día en que tembló Albacete, Juan Pérez García, empleado en una sucursal de La Caixa, cerró los ojos y soñó con ser aplastado por un tabique. Nada más fácil: un muro que se desploma. Chof. Pero no pasó nada. El suelo dejó de temblar y una ligera arruga ennegreció la sien huera del hombre, licenciado en ADE, natural de Albacete, 44 años de edad, casado, dos hijas, la mayor de 21, la pequeña de catorce. Seguía vivo. Revivir la sensación de goce que le produjo el imaginarse descoyuntado bajo los escombros le avergonzó luego, íntimamente. Juan Pérez García, veintiún años tras un mostrador, evocó lo que hubiera significado morir.

Pensó en su mujer. Exánime al volver a la casa. Tu marido está dentro, le dirían. Algún llanto. Quizá sollozos. No sufrió, y rió a solas jugueteando con esa frase en boca de cualquier vecino. No sabrían qué decir, concluyó Juan Pérez García. Nadie lo sabe, siguió en el soliloquio consigo mismo mientras continuaba arrebujado en las sábanas. La sacudida lo desveló de la siesta. Tenía la boca seca. Letárgico, se halló flotando en medio de una fosa oceánica. Él, diminuto, enterrado, pudiendo respirar puesto que oh, qué agradable circunstancia, tenía agallas y era un pez. Ya no tenía sed. Un instante de profundidad y de nuevo la habitación. Gris. Entraba tenue luz de afuera. Eran las seis. O las cinco y media. A quién le importa. Siguió pensando en qué harían los demás tras descubrirle hecho cisco bajo pedruscos como campanas.

Sus hijas llorarían. No mucho. La incomprensión era mutua. La mayor lamentaría el hecho, indudable, de quedarse sin un duro. Dejaría de estudiar. En realidad, Derecho no le entusiasmaba. Era lo único que conocía bien de su hija. Con la pequeña aún había vínculo, aunque sospechaba que empezaba a advertir la inanidad vital de su padre. Recreó a sus amigos, afectados con impostura. Lo que dirían en el bar. Juan Pérez García se hacía estas cavilaciones mirando el techo del dormitorio mientras, fuera, todo el mundo comentaba el suceso. ¿Has sentido el terremoto? Cientos de miles de tuits. Tenía Twitter desde hacía poco. Habíase percatado cuán fácil era hablar con mujeres bonitas y jóvenes. Y lo sencillo que lo calaban a uno, que no era bonito, ni joven. Ni listo.

Juan Pérez García, natural de Albacete, empleado en una sucursal de La Caixa, se rebozó en la sábana considerando cuánto debía parecerse el apretujarse bajo las sábanas a estar en el útero materno. Aunque, por supuesto, él jamás podría saberlo: nadie guarda conciencia de eso. Pero se estaba bien allí. Todo el mundo comparaba lo de dormir con la muerte. Él, no. Él estaba más cerca, allí, del útero que del nicho. Aunque, y en eso Juan Pérez García tenía que darle la razón a la gente, entre estar muerto, dormido y ser un feto, apenas había diferencia. Entonces cerró los ojos y volvió a soñar con ser aplastado por un tabique.

 

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