Foto principal: Lorena P. Durany

Juan Arias es historia viva del periodismo español. Trabajó más de una década en el desaparecido diario Pueblo y en 1977 pasó a engrosar las filas de un nuevo periódico que conectaba a la perfección con el espíritu de los ciudadanos que aprendían el juego de la democracia en plena Transición. Hablamos de El Paísrotativo al que sigue vinculado a sus 82 años como corresponsal en Brasil. En su coqueta y sencilla casa de Saquarema, un pueblo costero a un par de horas en coche del bullicio de Río de Janeiro, Arias recibe a Negra Tinta. Conversó durante más de dos horas. En su despacho, su cabeza no cesó de recordar con asombrosa claridad las vivencias de su larga etapa como corresponsal en Roma y El Vaticano, pero antes dio un buen repaso a la actualidad del país del momento, Brasil. Para Arias no hay dudas: el brasileño ha cambiado para siempre, es más inconformista y luchador. El periodista se barrunta que en el futuro el asistencialismo de Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores dejará de ser necesario para la gente más humilde de Brasil. Al final, la corrupción tiene un precio.

¿Cómo cree que ha organizado Brasil la Copa del Mundo? ¿Qué nota le pondría?

–Los brasileños tienen esa capacidad para acabar de resolver los problemas en el último momento. Es un pueblo sensible y amante del fútbol. Han sabido distinguir la pasión por el fútbol y el Mundial, que es algo bonito. Han recibido maravillosamente a los extranjeros. Ese es el gran triunfo de la Copa. Han hecho fiesta hasta con los argentinos. A nivel de organización lo han perdido. Estaba ya perdido antes de empezar porque la sexta potencia del mundo, que ha tenido siete años para organizar el Mundial, ha llegado a la cita con los estadios sin terminar y tapando las obras inacabadas, como las de los aeropuertos.

¿Los políticos del gobierno del PT siguen insistiendo en lo contrario?

–Eso es propaganda, pero la realidad que todo el mundo ha visto a través de los 10.000 periodistas que han venido del extranjero es muy diferente. Cualquiera que venga de un aeropuerto de Europa y entre en el Galeâo de Río se da cuenta de que es una cosa que da pena. No son aeropuertos dignos de un Brasil de 200 millones de habitantes. No es casualidad que Brasil tenga solo 6 millones de turistas al año cuando España tiene 60. No tienen infraestructuras. El Mundial podría haber servido para dar un salto en movilidad, pero no lo han aprovechado.

¿Por qué miles de personas que sí se manifestaron en la Copa de las Confederaciones no han salido a la calle durante el Mundial?

–La mayoría de los manifestantes protestaba contra el despilfarro, no contra la Copa. Brasil ya dijo que no aceptaba ese gasto superlativo. Eso sí, quieren vivir el Mundial. Y aún así han silbado a la presidenta [en el estadio de Sâo Paulo, durante el partido de apertura entre Brasil y Croacia]. ¿Por qué se ha escondido? ¿Por qué no va a los partidos claves de Brasil? Entregará la Copa sin hacer un discurso, lo más rápido posible. Dilma [Rousseff] sabe muy bien que la sociedad brasileña ha condenado a la organización, pero no ha condenado al fútbol. Y [la sociedad] sabe muy bien que la selección no está dando los resultados que tenía que dar, que si el Mundial se hubiera celebrado en otro país ya estaría fuera. [Nota del redactor: la entrevista fue grabada días antes de la derrota de Brasil contra Alemania].

Defiende en uno de sus artículos que Brasil ya es un país normal porque ha aprendido a hacer autocrítica.

–Después de junio del año pasado Brasil ya no es el mismo. Aquellas manifestaciones fueron un divisor de aguas y la gente ha tomado conciencia de que este país tiene que mejorar. Que no basta con limosnas porque Brasil tiene una potencialidad para estar ya desarrollado. Los servicios públicos fundamentales, que son los transportes, educación, salud y seguridad pública, son propios del Tercer Mundo. Antes había como una anestesia social porque Brasil era el país que todo el mundo elogiaba, pero los ciudadanos se han dado cuenta de que para ser realmente el paraíso que se vendía en el exterior esos servicios tienen que ser de calidad.

¿Qué se ha juntado para que ocurra ese despertar que ve en la sociedad brasileña?

–Los movimientos de jóvenes son los que han encendido la mecha y mucha gente se ha visto representada en sus denuncias porque todos tienen que esperar un año para operarse o tienen que tomar tres autobuses para llegar a un trabajo en el que ganan cuatro reales. Eso unido a que la corrupción es fortísima… Dicen que ha sido la clase media [la que ha protestado]… ¡claro, porque es la clase que piensa! Hay todavía una gran masa de analfabetos funcionales, que no saben leer el periódico y no están informados. Solo reciben propaganda y publicidad, que es lo que da la televisión aquí. Es inimaginable los billones de reales que se gastan aquí en hacer publicidad de las ‘mejoras’ en sanidad o en las escuelas, cuando ¡esos son los servicios normales en cualquier país rico! Pero parte de esa clase más baja también se sintió identificada el año pasado con las denuncias de la clase media porque, al final, ellos son los que más sufren esas deficiencias.

¿Qué pasará si la selección de Scolari no levanta el trofeo de campeón?

–No van a hacer ningún drama. Van a quedar angustiados y alguno dirá que ni siquiera se gana en el fútbol. Son mucho menos dramáticos que los argentinos. Ellos son los primeros que aceptan que han jugado muy mal. Los más pobres son los que más se identifican por una razón muy sutil: ellos nunca triunfan en la vida. ¿Cuándo ganan un premio? ¿Cuándo se pueden permitir el lujo de hacer un viaje? ¿Cuándo les hacen una alabanza? Identificándose con la selección nacional si Brasil gana, ganan ellos.

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Las manos de Arias siguen escribiendo semanalmente para El País a sus 82 años. / Lorena P. Durany

Más de un jugador se ha criado en la favela.

–Eso les identifica aún más. Por eso, si ganan, ganan ellos. Y si pierden, se lo toman con filosofía porque ya están acostumbrados.

Las elecciones presidenciales se celebrarán el próximo octubre. ¿Hay algún partido que le pueda plantar cara al PT?

–Estamos en un escenario complejo. El Partido de los Trabajadores ha estado gobernando durante doce años y es evidente que ha habido avances. El PT ha reivindicado que había una clase de gente pobre que tenía que entrar en el consumo. Pero al mismo tiempo, los servicios públicos han quedado a unos niveles muy bajos. Eso ha creado un descontento social y un 73% de la población quiere cambios.

¿De caras o de políticas?

–Quieren que sea diferente. Quizás no tengan claro el personaje que tiene que comandar ese cambio porque el peso de Lula [da Silva] es aún fuerte.

¿Qué ha significado el PT para Brasil?

–Mucho. Ha sido el primer partido de izquierdas que ha tenido una dimensión social fuerte. Más que el PT, fue Lula quien decidió al entrar en el poder no caer en un populismo tipo Venezuela o Argentina. Lula siguió la política económica de su antecesor, el PSDB de Fernando Henrique Cardoso [presidente brasileño entre 1995 y 2003]. Ellos fueron quienes hicieron el Plan Real, quitaron una inflación que era bestial y empezaron a modernizar este país. El peligro que había cuando Lula llegó al poder es que una parte del PT tenía ideología marxista. Esta facción quería dar un vuelco y podrían haber acabado en una situación como la de Venezuela. Lula, en cambio, continuó con las medidas de Cardoso y dio el golpe maestro cuando permitió al pobre tener identidad: una dirección de correo, un DNI, una cartilla en el banco… Antes, esas tres cosas tan básicas eran impensables para alguien que viviera en la favela. Eran anónimos y él los puso en el escenario. Hoy con 10 reales uno tiene una cuenta en el banco. Pero no fue una ruptura, fue continuar un tipo de política. Lula calmó a la facción más bolivariana del PT.

¿En qué se diferencian Venezuela y Brasil?

–Son completamente diferentes. La democracia brasileña es más sólida y aquí funcionan las instituciones. Con sus corrupciones, los tres poderes funcionan. Aquí los militares están completamente marginados del poder. La democracia de Brasil es moderna, pese a sus defectos.

¿No es mejor el sistema público de educación venezolano que el brasileño?

–Eso no lo sé, pero estamos hablando de democracia, de servicios no sé. Hay que tener en cuenta que Brasil es un país más complejo y que tiene 200 millones de habitantes. Con todo lo que puedan decir, para mí Venezuela no es una democracia porque no hay libertad total de expresión. Aquí la libertad de prensa sí que es total. Hay una parte del PT que está luchando para intervenir en los contenidos de la prensa, pero Dilma fue tajante en su primer discurso diciendo que prefería “el ruido de los periódicos al silencio de las dictaduras”.

¿Sigue siendo de izquierdas el PT?

–Hoy ya no tiene ideología. Ha entrado en los intereses de la baja política. Hay una parte del PT que se sigue considerando de izquierdas, ¿pero qué significa ser de izquierdas en un país como este? Lo que necesita Brasil es modernizarse quitando todas esas desigualdades terribles que lo hacen un lugar cruel.

¿No se supone que ese debería ser el discurso de un partido socialista como el PT?

–El problema es que el PT se ha unido con los partidos más retrógrados que hay en Brasil, los más conservadores y de derechas, los ligados a las iglesias evangélicas.

¿Cuál es el papel de la religión en la vida del brasileño?

–Fundamental. Difícilmente encontrarás a un intelectual que sea ateo y es poco frecuente que sean agnósticos. Todos creen en algo.

¿Dios es más joven en Latinoamérica?

–Sí porque no está tan encapsulado como en Europa. Es más libre, más africano. Brasil tiene una influencia africana impresionante en su cultura, desde la religión a la gastronomía. Pasa lo mismo que en Cuba. Brasil es panteísta: todo es sagrado. Lula tiene un crucifijo de cuatro metros en su despacho.

En España el prototipo de persona que simpatiza con la democracia venezolana es atea y en algunos casos anticlerical. Sin embargo, a Hugo Chávez le siguen haciendo misas en Caracas.

–Es que a buena parte de América Latina no ha llegado la secularización por la que ha pasado Europa. La influencia religiosa es muy grande, está en la cultura.

En el Viejo Mundo la mayor parte de las guerras comenzaron usando la religión como pretexto, ¿cómo conviven los brasileños con tanta variedad de creencias?

–Ese pluralismo aceptado es lo que les diferencia de Europa. Todo se respeta. Fernando Savater siempre me dice que en eso están aventajadísimos a los europeos. Viven juntas todas las creencias sin ninguna polémica. Hay personas que van a tres ritos diferentes a la semana y a nadie se le ocurre apedrear un templo.

El número de católicos está bajando…

–… pero Francisco lo puede cambiar. Muchos jóvenes ven que este Papa es diferente. Se cree lo que dice y el joven es muy sensible a la autenticidad.

Ese terreno a la Iglesia Católica, que aún sigue siendo la predominante, se lo han ganado los evangelistas, a los que señala como principales aliados de Lula.

–La jerarquía católica se había aburguesado: era la religión de los ricos y los poderosos del país. Los evangelistas fueron quienes se acercaron a las favelas, pero con mucha hipocresía porque los grandes pastores son millonarios. Pero sí es verdad que se juntaban y ayudaban al pobre. Eso es lo que el Papa ha pedido a los católicos. Cuando vino aquí a la Jornada Mundial de la Juventud se entendió muy bien con los evangelistas, tomó café con ellos y hasta les tomó prestado algún eslogan como guiño.

¿Hay lucha por el feligrés?

–Entre los evangelistas, sí. Lo tienen montado como un negocio porque obligan a cada feligrés a dar el 10% a sus iglesias. Y esas mismas iglesias son las que luego le imponen al PT una política muy restrictiva en lo social.

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«Lula se alió con los partidos mas retrógrados de Brasil». / Lorena P. Durany

Esa información llega con cuentagotas a España.

–¡Pero es que es verdad! Han dado todas las concesiones posibles a los evangélicos, que son los más retrógrados. Por eso no hay aborto aquí. Si existen ciertas leyes más permisivas a nivel social es gracias al Tribunal Supremo, que las ha liberado; el gobierno no ha hecho nada por ello. Pero es que los evangélicos son una bolsa de votos muy interesante. Las alternativas al PT son completamente socialistas aunque Lula y Dilma digan que son de derechas. El PSDB es un partido socialdemócrata que fundó Cardoso basándose en la socialdemocracia de Suecia. Él era sociólogo y tenía muy estudiados a los suecos y sus políticas, que ya empezó a aplicar antes de que gobernara Lula. Eduardo Campos [exministro de Lula y candidato del Partido Socialista Brasileño a las próximas elecciones] tiene una tradición izquierdista muy fuerte en su familia. Su abuelo fue un conocido comunista.

Cuando habla del PT me da la impresión de que está describiendo al PSOE.

–La diferencia es que el PSOE tuvo la oportunidad de gobernar con una amplia mayoría al principio. Ahí hizo las grandes reformas, pero luego entró en el camino de la corrupción. Pero lo que es innegable es que el PSOE, cuando llegó hizo las reformas que España necesitaba. Lula en cambio no ha hecho ninguna reforma. ¿Por qué? Porque entró [en el poder] con un conglomerado de fuerzas que no le permitían hacer nada. No sabemos qué hubiera hecho el PT de haber tenido mayoría. Lo cierto es que no las hizo.

¿Las figuras de Lula y Felipe González se parecen?

–Nunca se entendieron Lula y Felipe. Al principio, Lula se llevaba mejor con Anguita. Ahora no creo que coincidieran en muchas cosas. Lula no tiene ideología. Ha llegado a decir que no es “ni de derechas ni de izquierdas, solo sindicalista”. A Aznar, cuando vino de visita oficial a Brasil, le dijo: “Ni tú eres tan de derechas como dicen en España ni yo soy tan de izquierdas como se creen aquí”. Lula es un pragmático, tiene una habilidad de negociación política que no tiene nadie, cosa que no posee Dilma. Ella ha querido hacer una política a la europea y eso no funciona aquí. Lula está un poco enfadado con Dilma porque le habría gustado que hubiera sido más moldeable para dar más concesiones a los partidos aliados del PT.

¿Era su mujer de paja?

–Era. Como Lula no tenía ninguna alternativa en el partido para ganar las elecciones de 2010, él mismo dijo que con la fuerza que tenía entonces era capaz hasta de hacer elegir como presidente a un poste de la luz. Presentó a Dilma como una gerente de mucho pulso. Un ministro le cuestionó que hubiera colocado a una mujer como candidata y Lula contestó: “¿No sabes que ella es más hombre que nosotros dos juntos?” Dilma ha gobernado, pero su política económica ha sido un desastre.

A Dilma le ha tocado lidiar con el juicio del ‘mensalâo’, un caso de corrupción que destapó la trama que repartía sobresueldos con dinero público a los líderes de los partidos aliados al PT. Aquello ocurrió durante la primera legislatura de las dos que ocupó la presidencia Lula da Silva. ¿Era el presidente ajeno a esta red de sobornos?

–¡La creó él!

Pero no lo han procesado. Y fue reelegido en 2006.

–Porque hizo un pacto con el PSDB para que no lo denunciaran si se retiraba de la política. Cardoso dijo que en ese momento, con la fuerza que tenía Lula, si le presentaban un impeachment, podría haber movido cielo y tierra para que la calle pidiera su absolución al grito de que la derecha le había tendido una trampa. El PSDB prefirió que Lula se desangrara poco a poco en la presidencia, pero el tipo es tan listo que resucitó. Rompió el pacto, se presentó a las elecciones y lo reeligieron. Ahora todo su grupo de colaboradores está en la cárcel, pero él sigue en primera línea.

Le gusta pintar a Lula en sus crónicas como un líder mesiánico.

–Ya lo es menos. El mensalâo le acabó perjudicando. Piensa que en un país en el que nunca un político ha ido a la cárcel, Dirceu, que era su sucesor y brazo derecho, está entre rejas. Al poco de empezar con El País en Río de Janeiro [finales de los años 90] firmé un artículo que titulé ‘Dirceu le puso la corbata a Lula’. La transformación del presidente la hizo Dirceu, él redactó la ‘Carta al pueblo brasileño’ que consiguió que los bancos y los oligarcas aceptaran la candidatura de Lula. Pasaron por el aro porque se comprometieron a no tocar la política económica del país. Dirceu fue su primer ministro y cuando vio que no tendrían mayoría para gobernar y que aquello podía ser un caos, tuvo claro que había que comprar a los diputados. Se lo dijo a Lula y lo llevaron adelante. Si no, no había reformas. La idea del PT es que el fin justifica los medios.

¿Y cuál es el fin?

–Para ellos la causa social y la ayuda al pobre. Ese fin justificaría todo. Por eso argumentan que el mensalâo se trata de un “juicio político” cuando sacaron millones de reales de las arcas públicas para el partido. También entró la corrupción personal porque se enriquecieron en sus años en el poder. Si no ganaron dinero ellos directamente, sí lo hicieron sus familiares. Que un director del Banco de Brasil esté en la cárcel era algo impensable hace solo unos años. Y por verse involucrado en el mensalâo le han condenado a prisión.

La vida de José Dirceu da para una película. Durante la dictadura fue líder estudiantil, se exilió a Cuba donde se cambió el rostro mediante la cirugía plástica y al volver a Brasil vivió con identidad falsa muchos años. Ni siquiera su mujer conocía su verdadero nombre. Cuando uno ve que una persona que se jugó tanto para luchar por la democracia organiza una trama corrupta como esta, ¿pierde la fe en los políticos?

–¡Pero es que ellos no consideran que eso es corrupción! Creen que han cumplido con su misión, la de permitir al mesías que iba a redimir a los pobres de este país llevar a cabo su tarea. Todo hace pensar que mandaron matar al alcalde de la ciudad de Sâo André porque se reveló contra la corrupción que el PT había organizado con las concesiones de los autobuses de su municipio. Cuando Lula llega al poder el partido no tenía dinero porque los empresarios no confiaban en ellos. La política aquí está organizada de tal forma que si no tienes millones no conservas el poder. Y empezaron a buscarlo. Entraron en ese juego. Lo que venden es que su corrupción sirve para ayudar a los pobres. ¿Cómo era aquello de Robin Hood? [Ríe] El problema es que eso ha degenerado la democracia, claro.

¿Con estos ingredientes qué futuro le espera a este país? ¿Cómo serán los Juegos Olímpicos?

–Se llegará justo, pero son una incógnita. No sabemos cómo va a evolucionar el país porque hay unas elecciones de por medio. Brasil está en un período de cambio de paradigma. Su política económica ha fracasado. Hasta las inversiones extranjeras son cada vez más bajas. De una forma o de otra va a salir adelante porque tiene una potencialidad enorme. Creo que sería positivo un cambio porque después de doce años del PT es bueno elegir caras nuevas y jóvenes que no hayan estado tan metidas en esa corrupción. Una de las cosas positivas de este país es la creatividad desbordante que tiene su gente, pero no se da paso. Para destacar tienes que salir fuera. La sociedad está insatisfecha, pero no saben quién dará el cambio. Dilma no va a ningún lugar donde no sea silbada. Lula llevó a 30 millones de personas de la miseria a una pobreza más digna. Se conoce ese segmento como la clase C y ahora son ellos los que piden tener los mismos servicios que las personas más pudientes.

¿Esa clase C protagonizó el milagro económico de Brasil?

–Totalmente; ese milagro se basó en el consumo interno. Lula fue muy inteligente y se dio cuenta de que había 40 millones de brasileños que no podían comprar nada. Cocinaban el arroz en fogón de leña. Salvó la crisis de 2008 con ese mercado interno a base de dar créditos flexibles a los pobres. Crecíamos al 6 ó 7 por ciento, pero todo lo que podían comprar ya lo compraron. ¡No pueden tener tres neveras!

Ha definido alguna vez esta nación como un gigante con pies de barro. ¿Se puede derrumbar?

–No creo. El problema es la gran diferencia que hay entre lo que puede dar Brasil y lo que realmente da. Lo tiene todo: es el mayor exportador mundial de carne y de soja, puede hacer tres grandes cosechas al año y no tiene problemas para abastecer de alimentos a la población. Y tiene el petróleo, pero mira lo que están haciendo con esa materia prima. Petrobrás era considerada como la mejor empresa del mundo y ahora está la 114. ¿Qué pasó? Esas cosas no se escriben en los periódicos. Entró el PT a saco. Era una empresa de técnicos y Lula metió a todo el sindicato. Se está demostrando que ha habido corrupción, pero es que además han sido incompetentes. ¿Qué sabe un sindicalista de perforar un pozo? Tenían que contratar asesores y era un despilfarro que ha hundido a la joya de la corona. Los brasileños se han dado cuenta de que tienen un país rico y que la mayor parte de la gente sigue siendo pobre. El forúnculo ha reventado y en Brasil están descontentos: los que peor hablan del país son ellos. Antes no pasaba, iba por delante el orgullo de ser brasileño. Lo decía hasta la TAM, la compañía aérea: “Han volado con la TAM, una compañía que tiene el orgullo de ser brasileña”. Ahora la han vendido a unos chilenos, así que ya no lo pueden decir [ríe].

¿Ha dejado de ser un país joven?

–Están en ello. Lo importante es que aquí hay más gente pensando. Muchos ya han ido a la universidad y bastantes familias están haciendo esfuerzos para que sus hijos no sean analfabetos como ellos. Esto ha cambiado una barbaridad: cuando llegué tuve que pagar 1.000 dólares para tener un teléfono móvil y hoy, 15 años después, cualquier persona de clase media puede poseerlo. Son los hijos de esas personas los que ya no votarán a Dilma y el PT. Pero el país no se ha modernizado completamente porque no se ha invertido en las escuelas, sino que se ha repartido la Bolsa Escuela. A la nueva generación ya no le valdrán esos subsidios que dan a las familias de las favelas por escolarizar a sus hijos. Lo que necesita América Latina es una socialdemocracia que invierta en educación sin caer en los populismos revolucionarios como el de Cuba.

Sin recortar libertades.

–¿Recortan libertades Suecia o Noruega? No y la socialdemocracia les ha funcionado.

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