Hay cifras que asustan. Desde 1977, España ha tenido 18 ministros de Sanidad, pero solo dos de ellos estudiaron Medicina. Ana Mato, la actual ministra, no tenía ningún tipo de experiencia en el sector sanitario antes de aceptar su cargo y ahora tiene que lidiar con un contagio por ébola y varios posibles afectados (tres en el momento en el que se escriben estas líneas. La imprudencia de repatriar a España a dos infectados y, presuntamente, no adoptar las medidas de prevención necesarias podría propagar esta epidemia por Europa. La Unión Europea ya ha llamado al orden al Gobierno español, en el que Rajoy, una vez más, sigue sin abrir la boca. Imaginarse un paisaje como el que narra Soderbergh en la muy realista Contagio no suena a utopía catastrofista. ¿Estaríamos en esta situación de riesgo si la ministra de Sanidad hubiese sido médico? Es difícil de saber, pero qué duda cabe de que un licenciado en Medicina, Biología o Nutrición tendría más capacidades para entender «lo que recomiendan los técnicos», el colectivo sobre el que descargan las responsabilidades los políticos profesionales cuando les aprietan las polémicas.

Sin embargo, la afición a colocar en el ministerio de Sanidad a personas totalmente ajenas a una consulta, un quirófano, un laboratorio o un servicio de Urgencias no es exclusiva del PP. De los cinco ministros de Sanidad que nombraron entre Adolfo Suárez y Calvo-Sotelo ninguno era médico. Uno de ellos, Jesús Sancho Rof, hasta se permitió el lujo de ironizar con la crisis del aceite de colza, que mató a un millar de personas y envenenó a otros 60.000 españoles a principios de los 80. Dos décadas más tarde, Celia Villalobos, que pasó de gobernar el Ayuntamiento de Málaga a gobernar la Sanidad del país sin ningún tipo de experiencia previa, también hizo broma con las vacas locas. La sucesora que le escogió Aznar para el cargo ministerial, Ana Pastor, fue la primera licenciada en Medicina que llegaba a lo más alto del gabinete de Sanidad. Hoy vuelve a ser ministra… de Fomento.

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El PSOE no ha marcado tampoco tendencia propia. Con Felipe González habían desfilado cinco personas por el cargo: abogados, economistas, sociólogos… Ni un solo médico o científico. Con Zapatero, vuelta a las andadas. Elena Salgado, Trinidad Jiménez (a la que le cayó encima la crisis del pepino) y Leire Pajín solo habían visto una bata blanca como pacientes antes de tener entre manos la cartera sanitaria. La excepción fue Bernat Soria, un prestigioso investigador con aspecto de entrañable médico de pueblo, que se encargó de Sanidad entre 2007 y 2009. Cuando fue cesado empezaron a llegar los recortes justificados por la crisis. Suponemos que un ministro-médico le hubiera cantado las cuarenta a un tipo como Montoro al ver los presupuestos ni que fuera por orgullo profesional. Ahora el Estado se gasta bastante menos en Sanidad que hace cinco años. En las comunidades autónomas donde el PP ha tenido el poder, muchos hospitales han privatizado su gestión. Buena parte de los centros tienen colocados a dedo a gerentes que desconocen el funcionamiento de un hospital. Por eso, necesitan de asesores formados en Medicina. Es decir, el doble de gasto mientras se recorta, en cambio, en servicios y personal o se inauguran nuevas instalaciones que quedan vacías por falta de médicos. «La Sanidad no puede ser gratis» es un mantra que se repite mientras crecen las listas de espera, se le quita la asistencia sanitaria a los parados sin prestación, se entierra la Ley de Dependencia o se deja morir a un inmigrante en la puerta de un hospital mallorquín.

La RAE define casta como «un grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás». En España, tanto en el PP como en el PSOE, hay una red de políticos profesionales que no saben qué es trabajar fuera de las instituciones o del partido. Mientras cumplan las órdenes pueden ir saltando con tranquilidad entre los ministerios de Sanidad, Educación o Medio Ambiente como secretarios o subsecretarios de Estado. Las únicas habilidades que parecen importar son las de camuflar cifras y blandir argumentos legales para justificar sus decisiones. Por eso casi todos se licenciaron en Derecho o Ciencias Económicas. Ana Mato es un claro caso de político profesional. Ha sido fiel al partido y el partido ha sabido recompensarla por su silencio durante la investigación de la trama Gürtel, donde su exmarido, exalcalde de Pozuelo de Alarcón, es uno de los principales implicados. Es difícil imaginarse un barco en el que los marineros tuvieran que recibir órdenes de un capitán que nunca se ha hecho a la mar y donde, además, los oficiales tampoco supieran distinguir entre agua dulce y agua salada. Ese barco está destinado al naufragio antes de zarpar del puerto y, desgraciadamente, en sus bodegas lleva la responsabilidad de mantener sano a todo un país llamado España. Así, traer el ébola a España después de haberse cargado la Sanidad Pública es como poner a 200 por hora un coche al que tú mismo le cortaste los frenos.

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