Los padres del cineasta y escritor Etgar Keret eran dos niños cuando un tal Adolf Hitler ordenó la invasión de su Polonia natal. Por desgracia para ellos, no eran unos simples niños polacos. Eran judíos. Así, a Keret le gusta recordar que ambos sobrevivieron al Holocausto, su padre «escondido en un pequeño hoyo durante años». La última vez que Keret –que a sus 47 años ya tiene más de una cana en la melena pese a no haber perdido un brillo de ingenio infantil en la mirada– contó la anécdota fue hace apenas un par de días, mientras daba una charla sobre creación literaria en la biblioteca de Manguinhos, una de las favelas pacificadas de Río de Janeiro. Después de haber pasado por el prestigioso festival literario que se celebra en Paraty, cerca de Río, Keret se sienta a charlar con Negra Tinta sobre la invasión israelí de Gaza. No tiene pelos en la lengua para criticar un «fundamentalismo minoritario» que, sin embargo, parece dirigir la política de su Israel natal. Apuesta por la convivencia y los acuerdos de paz con los palestinos con la misma fuerza que ha mostrado en varias columnas publicadas durante el mes de julio en medios de todo el mundo, incluido El País. Su posición antibélica, compartida por Shira Geffen, su esposa y una de las directoras más importantes del cine en hebreo, ha hecho que esta pareja reciba amenazas por parte de la ultraderecha israelí. Keret no se achanta: «Si intentáis callarme, no lo vais a conseguir». Pese a lo crudo del asunto, sonríe cuando lo afirma. No en vano, su humor surrealista le ha convertido en el autor de relatos más reconocido en Israel.

De los últimos artículos que has escrito sobre la invasión de Gaza, publicados en El País, se desprende que ser israelí y criticar esta acción militar es una combinación dura de sobrellevar. También atacas el fundamentalismo de Hamas. ¿Siempre has estado en el medio?

–Nunca había dado mi opinión por escrito. Hasta hace tres años solo había escrito relatos, nunca un ensayo o algún texto de no ficción. Empecé a escribir ensayos sobre la actualidad durante las protestas sociales de 2011, cuando el Occupy Wall Street y las movilizaciones que tuvisteis en España [15M]. Hasta entonces yo veía que en mi país no había izquierda, solo una derecha y una extrema derecha que se odiaban mutuamente. Tenía por aquel entonces la mentalidad muy naif de guardarme mis opiniones porque no tenía la impresión de poseer el nivel suficiente para expresarlas. Cuando empezaron las protestas sociales, también en Israel, vi que había algo muy sano y hippy en ellas y, en cambio, no había intelectuales que las apoyaran. [Los manifestantes] Debían tener una voz que pudiera explicar en los medios qué estaba pasando desde dentro. Hice eso por ellos porque además eran mayoritariamente gente joven y el gobierno los intentó deslegitimar desde el primer momento diciendo que eran un grupo de niños bien que se habían dado a los porros.

–¿Qué fuerza tuvo el movimiento indignado en Israel? ¿Qué tenían en común con los indignados españoles o estadounidenses?

–Mucha. Llegó a salir a las calles medio millón de personas. La batalla en Israel era a causa del coste de la vida. El sistema [económico] de Israel es una locura. Si miras los países que forman parte del la Organización Mundial para la Cooperación y el Desarrollo y los ordenas por el PIB per cápita, Israel es el estado número 21. En cambio, si los ordenas por el coste de la vida, somos el octavo país. ¿Qué está pasando en los márgenes de esta economía? Se llevan el dinero. Hacer la compra en un supermercado israelí sale al doble de precio que en Holanda, pero los holandeses ganan un 40% más que los habitantes de Israel. Alguien se está llevando el dinero y por eso se pidió transparencia y más justificaciones a la hora de invertir el dinero público. Había un relato implícito también: dar más dinero a los araboisraelíes porque en un sistema injusto los que más sufren, los más débiles, son los araboisraelíes. [Nota del redactor: este grupo étnico representa un 20% de la población del Estado de Israel. Con casi 1,5 millones de personas, los árabes israelíes son mayoritariamente musulmanes, aunque también cuentan con minorías cristiana y drusa, una escisión del Islam]. Es decir, implícitamente también se estaba en contra de los colonos, que reciben grandísimas subvenciones estatales. Los orígenes de las protestas no eran políticos, pero sí que había un gran sustrato político en ellas.

–¿En Israel se agitan las banderas para meter la mano en las arcas públicas?

–En Israel hay mucha corrupción, pero muchas veces estamos ante casos que van más allá de eso. Si eres político, hay un lobby muy fuerte de gente rica que te va diciendo lo que tienes que hacer sin necesidad de sobornarte. Estos multimillonarios son tus personas más cercanas. Los ministros son amigos de multimillonarios, no de la gente de la calle. Sus puntos de referencia son claros. Así empecé a escribir ensayos sobre política y durante estos tres años he criticado al gobierno en muchas situaciones, pero hasta el último conflicto de Gaza había sentido que en Israel teníamos a grandes escritores como Amos Oz o David Grossman, personas que escriben textos de no ficción mucho mejor que yo, que siempre he sido un escritor de relatos al que no se le ha dado nunca bien escribir columnas de opinión. Sin embargo, lo que ha pasado en esta crisis es que por primera vez se ha empezado a intimidar a los intelectuales de izquierda que protestaban. Empezó hace apenas unas semanas. Si alguien se quejaba y denunciaba las fotos en las que aparecían niños palestinos muertos, ellos te atacaban diciendo a la gente que no comprara tus libros. «Boicotead su trabajo», decían directamente.

–¿Desde el gobierno?

–No. Son los medios de comunicación y los grupos más reaccionarios a través de las redes sociales. Sentí que era un proceso claro de intimidación. Escribí mis artículos y muchos me recomendaron antes de publicarlos que no fuera por ahí, que tenía un hijo pequeño. Sentí que tenía responsabilidad de actuar ante este intento de censura. Más allá de mis ideas políticas les quería decir que no tenía miedo, que puedo decir lo que quiera. Si me decís que me calle, voy a hablar y si no me decís nada, quizás no digo nada. Pero como me obliguéis a callar no lo voy a aceptar. Escribí las dos columnas que has leído en El País [Dad una oportunidad al acuerdo Pedir acuerdos no es sabotear la victoria] que me han llevado a situaciones nada fáciles durante estas semanas.

–¿Dónde son más fuertes las voces que critican la política militar del Estado de Israel: dentro del país o en el extranjero?

–Dentro del país, sin duda. Creo que la sociedad israelí siempre ha sido muy sana a la hora de permitir la libertad de expresión y opinión aunque haya unos miles de ciudadanos realmente extremistas, capaces de publicar tu foto en internet y decir que eres un traidor que debería ser asesinado.

–¿De qué porcentaje de israelíes estás hablando?

–Es difícil de saber. Muchos de los extremistas pueden ser ultraortodoxos o colonos. El problema es que «la muerte del traidor» se ha convertido en un eslogan muy común. En el momento en el que tú dices que el gobierno no está haciendo nada para lograr la paz ya eres un «traidor», dejas de ser judío y mereces morir. Por supuesto, la mayor parte del país no está enterada de este juego. Si alguien me amenaza por lo que escribo hay millones de israelíes que no se van a enterar. Muchos piensan, además, que no tienen que dar su opinión porque nadie se la pide. La estrategia de deslegitimación es muy sofisticada. Uno de los ataques más frecuentes que recibo es que no soy israelí «porque vivo en París». ¡Eso es totalmente falso porque vivo en Tel-Aviv! Han llegado a poner en portales ultraderechistas una foto en la que salgo con mi mujer frente a la Torre Eiffel sugiriendo que cuando estoy en París «tengo un aspecto diferente». Y hay gente que comenta. Lo gracioso es que en el último año solo he estado cuatro días en París, aunque mi último libro es uno de los más vendidos de Francia y he escrito guiones para una serie francesa. Solo por eso ya debo ser francés para ellos [sonríe]. Es una desgracia porque al acabar alguna conferencia en Israel algún oyente me pregunta que cuándo he llegado al país. ¡Pero si vivo al otro lado de la calle!

Etgar Keret. Escritor y director de cine israelí.

–¿Tus últimos artículos se han leído en Israel o solo los han publicado medios internacionales?

–En Israel se leyeron antes que en ningún sitio. Los publicó el diario digital Walla y he recibido muchas presiones desde entonces. Alguno fue diciendo que yo había escrito en Libération que el ejército de Israel iba a perder la guerra y que todos los judíos íbamos a morir. Obviamente no se leyó el artículo porque yo no escribí eso. Solo quieren deslegitimarte diciendo que odias al país. Mi mujer es activista por la paz desde hace muchos años y han publicado fotos suyas en Facebook con la leyenda «Te odio, Shira Geffen» o «Dale un beso y despídete de tu carrera». Incluso llegaron a preguntar cuál era la mejor manera para matarla: ¿apedreada o quemada? Yo me pregunto cómo puede ocurrir esto cuando no coincide con la realidad y sociedad que conozco.

–¿Cómo puede asumir el conjunto de la sociedad israelí que ocurran estas vejaciones? ¿Cómo no puede haber una condena social contra estos grupos radicales?

–Porque, para empezar, muchos políticos no los condenan. Uso esta metáfora: si tú ves a lo lejos un incendio y corres para ayudar a sofocarlo dejando tus pertenencias atrás, alguien vendrá y te robará el móvil. La energía de la gente está concentrada en la guerra, en los soldados que mueren, y no se preocupan de nada más. He hablado con políticos y me contestan que tenemos una guerra en marcha y ellos tienen sus prioridades, no pueden hablar de «problemas menores». No creo que sea un problema de nuestro sistema educativo porque las escuelas de Israel son por lo general muy liberales. El problema es que los fundamentalistas religiosos no creen en una democracia, creen en una teocracia. Es gente que manipula el sistema democrático desde posiciones antidemocráticas. Si tú ves a un tertuliano en un canal importante de televisión diciendo que hay que disparar a esos chicos palestinos hay opciones de que te afecte esa opinión. En Israel hay organizaciones sin ánimo de lucro que promueven programas sociales y de integración entre religiones. Nadie las subvenciona porque el dinero va justamente al lado contrario, a los que se dedican a matar árabes. Desde la democracia se está financiando al fascismo antidemocrático. Así es muy difícil que la democracia pueda defenderse a sí misma.

–Según lo describes, aunque sean una minoría, los impulsores de estas ideas fundamentalistas son como ciudadanos VIP en Israel. 

–No quiero generalizar. Muchas personas viven en los territorios ocupados por cuestiones económicas. Si tú eres muy pobre y el gobierno te paga una casa… aunque no tengas razones ideológicas para vivir en esas colonias vas a ir para allá. Lo que ocurre es que aquellos que viven en zona palestina se acostumbran a una vida desigual. Ellos pueden viajar por todo el territorio. Los palestinos, no. Ellos están autorizados a abrir fuego, como medida de protección o para intimidar. Y el ejército los va a defender en cualquier caso. Viven en un estado democrático pero no en una sociedad democrática. Eso desarrolla una mentalidad de superioridad.

–¿Es Israel una democracia o una teocracia?

–Una fuerte democracia, pero volvemos a lo mismo. Ese pequeño y muy peligroso grupo no respeta el juego democrático. Más de una vez los propios colonos han atacado a soldados israelíes. ¡Los soldado que se supone que les protegen!

–¿Pero cómo es eso posible?

–Porque sienten que son los jefes, los propietarios de una tierra en la que pueden hacer lo que quieran. Si los militares les van a proteger de los palestinos, ¿por qué no atacar también a los militares cuando les interese si saben que su posición siempre va a estar por encima de todo? Pese a ser un grupo marginal consiguieron asesinar a todo un primer ministro como [IsaacRabin. El asesinato de un judío a manos de un judío es un tabú, pero si sigues la historia de Israel han ocurrido varios asesinatos de este tipo y siempre ha sido gente de extrema derecha matando a personas de izquierda. Considero que de una forma muy profunda creen que el carácter sagrado de la tierra está por encima de la vida humana. Estados Unidos puede ser un país muy democrático aunque tenga en su interior grupos racistas y nazis. Hablo a nivel de sociedades no de gobiernos. Por eso no nos tiene que sorprender que en una región llena de conflictos haya gente tan radical. Sin embargo, el conjunto social debería concentrarse en contener esas minorías radicales y, en cambio, en Israel hace tiempo que se las ignora. El tipo que se sienta en el sofá de su casa no se da cuenta de lo que está ocurriendo. Las únicas personas que lo saben son las personas de izquierda o los árabe israelíes que reciben los ataques.

–¿Negociación y acuerdo se han convertido en palabras tabú en Israel?

–La derecha, que está en el gobierno, ha construido un discurso que explica que cada vez que se ha intentado negociar ha sido un fracaso. «Les permitimos quedarse con Gaza y votaron a Hamas, fuimos a Camp David en 2000 y empezaron la Segunda Intifada…» Hay toda una narrativa gubernamental que nos cuenta que en la cultura árabe la generosidad y los pactos implican debilidad, así que si les entregas algo «van a intentar matarte». Por eso solo puedes ser fuerte para que te respeten. Es, por supuesto, una forma muy sesgada de explicar la historia. Está claro que después del compromiso de respetar la paz en Gaza los palestinos no votaron a Hamás porque fuera anti Israel. Apostaron por ellos porque el presidente [MahmoudAbbas [del partido Al-Fatah] era un corrupto y querían cambiar el gobierno. En ocho años no han vuelto a convocar elecciones porque Hamás no es un partido democrático, no les va a dejar a los palestinos votar otra vez. Hemos estado mil veces en guerra y muy pocas en paz. Nada hemos solucionado. ¿Por qué deseamos ir tan fácilmente a otra batalla y rechazamos con tanta fuerza que se abra un proceso de paz?

Etgar Keret. Escritor y director de cine israelí.

–En Europa empieza a crecer la percepción de que la creación del Estado de Israel ha sido uno de los grandes errores del siglo XX. ¿Cómo puede responder a esta afirmación un israelí crítico con su país?

–Es muy peligroso en este tipo de situaciones simplificar el relato. La narrativa es complicada porque la vida no es como Star Wars, no tienes chicos buenos y chicos malos, un Luk Skywalker y un Darth Vader. En primer lugar hay que entender que Hamás detenta el poder en Gaza de una forma no democrática y que es mucho más poderosa de lo que pueda ser Hizboulá en Líbano. No creo que Hamás represente a todo el mundo en Gaza. De hecho estoy seguro de que mucha gente les tiene miedo. Viven en una sociedad en la que los que pueden herir o matar a tu novia por no cubrirse la cara o atacar a tu hermano por ser gay son los mismos que pueden defenderte de Israel. Es complicado para un europeo entender la cantidad de sentimientos que circulan dentro de los habitantes de Gaza. Es un error decir que Israel es el problema y que Palestina es una sociedad perfecta. En contra, te puedo decir que si desde el centro de Lisboa empiezan a disparar cohetes hacia España no creo que los españoles les aplaudiesen. Provocarían una reacción. Y viceversa. Es verdad que Gaza es una franja superpoblada, pero Hamás podría elegir no luchar en las áreas pobladas y, en cambio, han optado por ello. Ojo, no quiero decir que Hamás sea la causa que justifica todo lo que hace Israel. No veo justo el bombardeo israelí. Las peculiaridades de Gaza hacen, en definitiva, que Israel empiece esta guerra en una situación muy comprometida. La posición israelí [de superioridad respecto a un territorio asilado] hace que las sociedades extranjeras no puedan encontrar motivos justos para justificar los ataques. A Hamás le interesa que mueran civiles. Cuando tú eres terrorista te interesa que mueran civiles porque la guerra que libras es en los medios. Para ellos, cada civil muerto por el fuego israelí es una victoria. Si Hamás pudieran elegir entre 1.500 y 10.000 muertos, elegirían que muriesen 10.000. Siendo un fundamentalista religioso tu objetivo no es salvar vidas, es ser un servidor de Allah.

–¿La batalla de la reconciliación entre palestinos e israelíes está definitivamente perdida? En este conflicto da la sensación de que se ha llegado a un punto de no retorno, de que ni unos ni otros van a ceder un ápice.

–No, pero se puede llegar a esa conclusión. Mis críticas hacia el gobierno israelí cuando dicen que los palestinos están construyendo túneles para llegar a los kibutz y matar a nuestros niños están ahí, pero eso no sirve para nada. La ecuación es muy simple: está Abbas y está Hamás. Si [el gobierno de Israel] no apoya a Abbas, va a ganar Hamás. Este conflicto no empezó hace un mes. Empezó hace un año cuando no se quisieron sentar con Abbas [Ndr: Mahmoud Abbas sigue siendo el presidente de la Autoridad Nacional Palestina y gobernando el territorio de Cisjordania, separado de Gaza, pese a que no convoca elecciones desde 2009]. Israel necesita un gobierno que empuje para que se alcancen compromisos diplomáticos. Hasta entonces nunca saldremos de esta guerra. Cuando escucho a la opinión pública europea veo que o se es proisraelí o propalestino. Se opta por escoger y no por comprender la complejidad y la ambigüedad del asunto. No conozco mucha gente que sea antiespañola o antibrasileña. Puedes pensar que un español o un brasileño son estúpidos, pero no el país entero. Cuando muchos europeos se acercan a este conflicto lo hacen por un camino simplificado. Ojo. Si yo viviera en Europa y viera las fotos de los niños palestinos asesinados también me identificaría más con el lado más débil, pero en la línea de batalla ideológica no es una gran idea decir que Israel es un error. ¡Por supuesto que no lo es! Creo que el planteamiento correcto sería: ¿Cómo podemos apartar a los extremistas de esa región para ayudar a los moderados? En la batalla ideológica realmente siento que tanto Hamás como los fundamentalistas hebreos son nocivos para toda la región. Si somos capaces de contener a los dos lados más radicales realmente creo que palestinos e israelíes vamos a ser capaces de alcanzar un compromiso.

–¿Viviendo en el mismo estado?

–Ahora mismo no lo veo posible, pero si Israel vuelve a las fronteras del 67 y se devuelve a Palestina la mitad de Jerusalén podemos llegar a la paz. Está claro que ninguno de los dos países va a estar completamente contento; no vamos a empezar a amarnos como países, pero vamos a dejar de matarnos. La idea del compromiso no es la búsqueda de la justicia, es encontrar una solución plausible. Si vives en Palestina y no tienes libertad de movimientos porque te tienes que parar en los check-points no vives en un estado real y libre. Lo que propondrán Hamás o la extrema derecha israelí serán acuerdos inasumibles para la otra parte. Es a lo que vamos. El acuerdo no se llega a través de una fantasía sino de encontrar una solución que sea posible, realizable. Los que piensan en que la solución es crear un estado mixto no son realistas. Si eso ocurriera al día siguiente comienzaría una guerra civil.

–Es lo último que le haría falta a Palestina-Israel.

–Cuando tienes a dos chavales peleándose en un colegio primero los separas y después ya les explicas que tienen que ser amigos. Para obtener la paz primero tenemos que construir y asegurar un espacio justo, seguro y perdurable para los palestinos. El sentimiento mayoritario en la sociedad israelí, y ya no hablo de los extremos, hablo de la gente normal, es de miedo por lo que está ocurriendo en los países árabes de la zona. Siria, Egipto… Esa primavera árabe que se ha convertido en invierno en países que están en guerra o donde no se puede votar. Crece la sensación de que si les diéramos un estado a los palestinos vamos a tener un Irak a los dos días. Por eso es tan importante darles un estado a los palestinos: hay que demostrar al mundo que Palestina puede vivir en un estado con una democracia liberal, que, obviamente, tendría al principio los problemas de todas las democracias jóvenes. Ese escenario es fundamental. ¿Qué tenemos que perder? Si seguimos conquistándoles territorios no van a dejar de dispararnos.

–Naciste en agosto del 67, dos meses después de la Guerra de los Seis Días, cuando Israel atacó por sorpresa los territorios que gobernaban los palestinos y la península del Sinaí, perteneciente a Egipto. El gobierno judío argumentó que su ataque había sido preventivo ante el rearme, real, de los ejércitos egipcios, jordanos o sirios. Desde entonces cada cinco años ha habido una guerra entre hebreos y musulmanes y en ese contexto te criaste. ¿Cuál es tu primer recuerdo de un palestino?

–Incluso antes de que se firmaran los primeros acuerdos de paz muchos palestinos venían a trabajar a Ramat Gan, el lugar donde nací. Teníamos debajo de casa a unos palestinos que regentaban un restaurante y yo me hice amigo de los hijos de ese matrimonio. Mis padres no ponían ninguna pega. Iba a su casa, jugábamos a fútbol… No los veía de ninguna manera como diferentes. Éramos iguales. Lo que ha pasado realmente es que, según se han ido separando los territorios entre judíos y musulmanes, los niños de los últimos 20 años al único palestino que han conocido ha sido al terrorista que pone una bomba. Y en el otro lado, el judío que conocen es el soldado que les apunta con un arma. En esta situación es muy fácil deshumanizar al otro. A mí no me pueden contar leyendas sobre los palestinos porque los conozco, pero mi hijo no conoce a ningún palestino.

Etgar Keret. Escritor y director de cine israelí.

–Te adelantaste a la siguiente pregunta.

–¿Qué es un palestino para él? El chaval que grita en la tele: «¡Vamos a matar a todos los judíos!» Es una tarea ardua explicarle que ese chico no representa a todos los palestinos. Por eso le tuvimos que explicar cómo viven los palestinos en los territorios ocupados poniendo ‘aduanas’ en nuestra casa. Cuando quería ir de su habitación al salón le parábamos en el pasillo y le preguntábamos su nombre, de dónde venía, qué iba a hacer cuando pasara el control…

–¿Cuál es el lazo que más une a Israel y Palestina?

–Tenemos muchos lazos, pero el que más nos une es el que nos enfrenta. Somos dos pueblos y dos religiones con una historia de persecuciones detrás. Nosotros tuvimos a la Inquisición principalmente en España, los pogromo en Europa del Este y el Holocausto. Los palestinos son las grandes víctimas de la región. Egipcios, sirios, libaneses e israelíes les han atacado y masacrado. La gran conexión es el gran problema. Las dos naciones se ven a sí mismas como víctimas. Cuando alguien está asustado es más agresivo. Si vienen hacia a ti y no tienes miedo, le pides que se aparten, pero si tienes miedo, antes de que llegue a ti vas a soltar un puñetazo. Pero es que, además de ese historial de persecuciones, somos culturas que han nacido en el mismo territorio, que comen lo mismo y escuchan la misma música. No hay diferencias tan grandes entre judíos y palestinos. Publiqué un libro con Samir Al-Youssef, un escritor palestino, y creo que en muchas cuestiones es alguien mucho mas próximo a mí que muchos escritores israelíes.

–Vamos a repasar a los protagonistas visibles de esta historia interminable. ¿Qué papel jugó Arafat?

–Siempre recuerdo el discurso de Arafat en las Naciones Unidas cuando dijo que en una mano tenía un «arma [de luchador por la libertad]» y en la otra «una hoja de olivo». Fue zigzagueando entre la paz y la confrontación. Arafat fue el último líder fuerte en Palestina y el último capaz de ganar la paz. Después de él, políticos como Abbas no han tenido tanto apoyo popular. Pero lo mismo ha ocurrido en Israel. Los políticos que han logrado la paz,  gente como Menájem Beguin, que era de derechas, tenían un apoyo más grande que el de su propio partido. Arrastraban a la población. Para provocar cambios necesitas personas así. Lo malo es que si repasas la historia vas a ver que muchas de esas personas acabaron asesinadas, como Rabin. Hay una oposición muy fuerte al cambio.

–¿Por qué no han asesinado a Shimon Peres?

–Porque no era lo suficientemente fuerte. Rabin, como Arafat, contaba con el halo de haber sido un general de éxito. Rabin era un tipo que nos podía decir que traería la paz siendo fuerte. Shimon Peres no fue militar y no tenía el halo del luchador. Nunca asustó demasiado a la derecha. Abbas también ha tenido ese problema entre los palestinos para convencerlos de que había que lograr la paz. No lo ven como un tipo fuerte, bravo, de los que llevan pistola. ¿Te acuerdas cuando decían en Estados Unidos que si alguna vez salía un presidente negro iba a ser republicano? Era antes de la elección de Obama, claro, cuando muchos apuntaban a Colin Powell como candidato. Solo puedes votar por un negro si sus ideas no son muy liberales. En Israel o Palestina la población solo respaldará a un tipo que abogue por la paz solo si no sospecha de su debilidad. Los acuerdos de Gaza [cuando se retiraron los colonos de la franja a principios de siglo] fueron uno de los episodios más dramáticos de la historia israelí. ¿Te acuerdas? Los colonos lanzándole piedras a nuestros soldados y todo eso. Y aún así el único que podía sacarles de allí era Ariel Sharón, el mismo que había invadido el Líbano. En teoría nadie iba a sospechar de él como un simple «pacifista». Él y Rabin fueron los últimos gigantes de su generación. Incluso la gente que les odiaba y que nunca les votaría les respetaba. Podían ser enemigos, pero enemigos respetables.

Etgar Keret. Escritor y director de cine israelí.

–Ahora gobierna Benjamin Netanyahu.

Netanyahu no tiene el mismo estatus. Tampoco lo tenía Barak. Si mañana dejara de ser primer ministro la gente no tendría la sensación de que ha dado su vida por el país porque se iría a trabajar a una multinacional o se dedicaría a dar conferencias por el mundo solo para ganar dinero. No tienen ese compromiso con el estado que les salva hasta de sus errores. Hasta Ehud Ólmert [primer ministro antes de Netanyahu, entre 2006 y 2009] ha acabado en prisión por los casos de corrupción en los que estaba envuelto. Ahora la política se usa como plataforma para tener éxito y hacer dinero. Todo ha cambiado, especialmente la imagen que del político tenía el pueblo israelí, que se ha vuelto lógicamente más desconfiado. Por eso creo que para un político israelí va a ser muy complicado dar ese paso importante hacia la paz. Por falta de confianza. Mira si no el lenguaje que utiliza Netanyahu durante la invasión de Gaza. Ni Rabin ni Beguin ni incluso Sharón hubieran hablado así, con esos términos. No les hacía falta porque les sobraba la confianza en sí mismos. Eran líderes.

–¿Los líderes culturales del mundo judío como Ozman, Grosmann o Baremboim, referentes que han apostado por la paz, tienen recambio?

–Tristemente, creo que están sobrevalorados los efectos de las acciones de las figuras culturales. El lenguaje de la cultura es tan sutil que se trata de un silbido. Si lo quieres oír, lo oyes. Si no lo quieres oír, no te va a afectar. Ozman, Grossman o Baremboim han sido importantes. No podemos creer que una columna de opinión o un concierto nos van a traer la paz. Son solo una pieza en el proceso. Lo que tenemos que recordar es que esa paz, que deseo y espero que se consiga algún día, la deberemos defender todos juntos porque, en el caso en el que se llegue a un acuerdo, tendremos atentados en ambos lados y choques con el ejército. Habrá miles de personas que no lo acepten. No podemos dedicarnos únicamente a escribir libros y componer sinfonías para integrarles en la sociedad porque tampoco es cuestión que hagan las maletas y se marchen de nuestros países. El proceso será doloroso, pero tenemos que convencernos de que es necesario. Puedo sentarme un día en la terraza de un bar de Tel-Aviv y pensar que como hace sol, no escucho bombas y mi hijo está tranquilamente en la escuela todo ha vuelto a la normalidad; pero estoy delante de una mentira. En Oriente Medio si las cosas no mejoran, se deterioran. Para ti todo puede ser fantástico, pero para aquel chico palestino, no. Y si él no está bien, tú tampoco. Eso es algo difícil de digerir para muchos.

–¿Esa paz de la que hablas será posible sin el beneplácito del presidente que ocupe la Casa Blanca? ¿Seguirá siendo esencial el papel estadounidense en el futuro?

–No es solamente algo que concierna a Estados Unidos, no nos olvidemos de la Unión Europea. Los europeos siempre han sido débiles con Oriente Medio. Han eludido nuestra realidad argumentando que no podían decirle a la gente de Israel, a los colonos que han ocupado el territorio palestino, cómo se tenían que comportar. La sensación que tengo es que en ese diálogo entre nuestra región y la UE, nosotros parecemos gigantes y ellos países enanos. Da la impresión de que sus economías dependen de nosotros cuando siempre ha ocurrido al contrario. Incluso cuando desde Europa se intenta ayudar a los palestinos a nivel cultural o humanitario, Hamás se pone por medio y exige recibir el dinero. La actitud europea es pasiva y débil. Debe cambiar. Los radicales israelíes y palestinos podrían ser presionados económicamente para forzar un acuerdo.

–Cambiemos, para acabar, la política por la creación literaria. Parece que naciste para el relato. ¿Por qué lo prefieres ante la novela? Como director también sueles apostar por el cortometraje. No te ha ido mal, uno de tus cortos fue premiado en Cannes.

–Cada vez que me siento a escribir una historia pienso que estoy delante de mi primera novela. Pienso que tengo un personaje tan potente que le voy a dar hasta nietos, pero dos páginas después el personaje muere y la historia se acaba. Creo que cuando escribo lo hago sin nada premeditado. Es la historia la que me chilla. A mí me gustan las explosiones y no sé cómo se explota lentamente. Escribir una novela es como correr una maratón y el cuento, en cambio, es correr lo más rápido que puedas, así que no podrás correr durante demasiado tiempo. El subconsciente juega un papel más importante en el relato que en la novela, te lleva a un territorio mucho más cercano a los sueños que al plan arquitectónico que estructura una obra larga.

–Una muestra. Escribiste un relato sobre un joven israelí que tiene una novia que se convierte en un tipo calvo y rudo por las noches. Con ella hace el amor durante el día y con él ve los partidos de la Champions League y se va de birras por la noche. Sin duda te gusta el surrealismo.

–Mi gran influencia es Kafka y esta historia tiene algo de metamorfosis. Creo que gente como Lynch Almodóvar… también Borges Cortázar, entre otros muchos escritores latinoamericanos, son personas que escaparon de la realidad y me acaban influenciando. Mis relatos han crecido en un lugar donde puedes escoger entre muchas opciones de héroe y todas son malas. Es como ir a un restaurante y que no te guste nada de la carta. Apostar por la fantasía es una forma de protestar y decir que te dedicas a mostrar algo que no existe porque la realidad no te muestra nada bueno. Para mí, el rol del relato debe ser el de provocar compasión. En otro contexto no sé lo que habría hecho. He visto las películas de Lars von Trier, ¿sabes?, y sus películas están llenas de villanos que son unos capullos. Si vives en Escandinavia, eso está muy bien, pero yo solo tengo que asomarme en mi ventana para verlos. No necesito crear más, por eso les digo a mis lectores que vean lo bueno que guardan las personas. ¡Yo no hablo de la trivialidad de la vida! Lo trivial en Oriente Medio es la muerte, la falta de empatía, la violencia…. Quiero recordarme, y de paso recordar al lector, que en medio de esta violencia queda empatía, amabilidad. Creo que hay emociones primarias y secundarias. La tristeza o la felicidad son primarias. El odio, no. Nunca verás a un animal odiando a otro animal. Es básicamente miedo transformado en agresión. Lo que intento con mis historias, cuando uso la violencia, es demostrar que la gente que ejerce la violencia no es mala. Es muy importante humanizar al adversario. Puedes estar en desacuerdo con él y saber que es un problema para ti, luchar contra eso sin dejar de ser un ser humano. El problema que anida en nuestras conciencias es el de pensar, implícitamente, que aquellos que no piensan como nosotros no son seres humanos.

Etgar Keret. Escritor y director de cine israelí.

 

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