Con la colaboración de Pablo Sierra del Sol

Nada más llegar nos cuenta que por las mañanas le cuesta coger el ritmo y que la obligación que se ha buscado para levantarse temprano es sacar a pasear a su perro. En ciertas ocasiones se lo lleva a la playa. Barcelona cada vez le gusta menos, aunque aún le sigue proporcionando algunos placeres. Enric González (Barcelona, 1959) ya olfatea el umbral de la jubilación, pero para él este hecho no ha significado dejarse arrastrar por la corriente feroz de las tertulias. Sigue practicando el periodismo de calle que le permite decir que su mesa todavía es un Vietnam, es decir, que la vocación del periodista está por encima de los designios de unos jefes que, en la mayoría de los casos, siempre le bailarán el agua al amo del periódico. El mismo tipo de periodismo que hizo imprescindibles sus crónicas desde Roma, Londres, Jerusalén, Nueva York, Washington y París, lugares donde ha hecho de corresponsal. Más tarde, en octubre de 2012, se convirtió en uno de los ejemplos más mediáticos de cómo El País acabó de manera conflictiva la relación con varios de sus históricos periodistas en el ERE que destruyó 129 puestos de trabajo.

Es 23 de febrero y pasan diez minutos de las diez de la mañana en el Eixample. Durante la conversación, Enric González no parará de fumar mientras sorbe un café con leche.

–¿Dónde estabas el 23 de febrero de hace 35 años?

–Preparado para tomar Zaragoza [porque estaba cumpliendo el servicio militar]. Pensábamos que aquello iba en serio. El problema es que nos hubiese tocado licenciarnos dos o tres días antes y nos lo habíamos gastado todo en juergas. Pensábamos, ¿y si ahora hay una guerra? Estábamos desplumados. Yo era el cabo y en teoría tenía cuatro tíos a mis órdenes. ¿Teníamos que hacer de golpistas?

–¿Te hubiese gustado hacer de periodista en ese momento?

–Sí que lo pensé, pero la verdad es que la situación real me desbordaba. El tema era que iba armado y no sabía bien lo que estaba pasando. No teníamos ni radios ni nada. No me dio por pensar cuánto me gustaría estar allí haciendo de periodista, sino que simplemente tuve un ataque de decirme: “No quiero estar aquí”. Nunca he tenido mucha voluntad de estar presente en las grandes historias, aunque me han tocado algunas. Generalmente son más satisfactorias las historias pequeñas y abarcables. El golpe de Estado del 23-F es la típica historia donde los que estaban en el Palace mirando al Congreso no tenían ni puta idea de lo que estaba pasando. Salió la edición especial de El País aquella tarde y todo el mundo fue a buscarlo para ver qué decía cuando los de El País tampoco sabían mucha cosa.

–Esto es lo que cuentas que sucedía en las guerras que has cubierto. Que algunos periodistas relataban la guerra, exagerándola, sin salir del hotel.

–Claro, es que ahora con internet es mucho más fácil tener una visión de conjunto de lo que sucede, pero antes solo tenías conocimiento de lo que pasaba delante de tus ojos. Y, a veces, delante de tus ojos no pasaba nada. Las guerras de los americanos, a partir de Panamá, dejan de verlas los periodistas. Se hacen invisibles.

–¿Y desde entonces cómo te lo montas para extraer esa información que una persona desde España nunca podrá saber por su cuenta? ¿Actualmente cuál es la tarea de un periodista en una guerra?

–Esto te lo contestaría mejor Javier Espinosa o uno de estos. Yo me he encontrado con la guerra por casualidad. Pero la clave es hacer de reportero. Ir al sitio donde ha pasado alguna cosa y contar eso, no generalizar. Yo no he querido ir a más guerras de los americanos; la del Golfo fue muy frustrante. Y la de Iraq también lo fue bastante. En cambio, en los ataques a Gaza sí que ves cosas y después puedes hablar con la gente que ha perdido a su familia. Trabajas más satisfactoriamente. Los bombardeos de los americanos están hechos para que las teles filmen cosas más o menos abstractas. Me acuerdo que había un tío de la CNN haciendo una conexión en la que contaba que estaban cayendo bombas y que todo era catastrófico. En ese mismo momento nosotros estábamos en el tejado tirándole bolas de papel. Cada vez que le caía una bola tenía que cortar y volver a empezar a grabar. Lo que queda fuera de cámara es lo que no te enseñan pero es la realidad. Recuerdo en Israel una conexión de Eric Frattini en la que explicaba que estaban bombardeando con armas químicas y que las calles estaban desiertas. Creo que Gabilondo le dijo: «Oye, enciérrate, que esto es muy peligroso». Frattini contestó que iría donde había caído un misil. Que no, que aquello es el fin del mundo, siguió Gabilondo. Y Frattini le respondió lo siguiente: «Tranquilo, paro un taxi y me voy para allá». [Ríe] Esta es la frase. Paro un taxi y me voy para allá.

–Tú siendo muy joven destapaste un gran caso de corrupción en el libro Banca Catalana: más que un banco, más que una crisis, escrito junto con Siscu Baiges y Jaume Reixach. Pero en esa época muy poca gente se atrevía a tocar temas así.

–Sí, claro que todo el mundo se callaba. Solo cuatro o cinco personas hicieron algún esfuerzo para difundir ese libro. Joan Barril, Andreu Missé, Xavier Vidal-Folch y para de contar. A los periodistas y a los medios les decías que la Generalitat me había vetado y te contestaban que ellos tenían que ir tirando. Ahora es bastante inconcebible el fenómeno de la irrupción del pujolismo y cómo en pocos años consiguió controlarlo todo. [Jordi Pujol] Era el dueño de todo. Y cuando consiguió ser presidente de la Generalitat su poder se convirtió en inmediato, automático y natural. Nadie se atrevía a decir nada. Se aceptaba porque sí. Esto a mí me marcó bastante y comportó que se crearan mis opiniones sobre independencias. Yo no soy independentista porque creo que todo sería peor si Catalunya fuera un Estado.

–Has estado 30 años fuera de Barcelona y Catalunya.

–Claro, a raíz de lo de Banca Catalana yo me voy a Madrid.

–¿Entonces te imaginabas que Catalunya estaría viviendo la actual situación política?

–Sí que era concebible. La sociedad catalana tiene una tendencia más o menos perversa a la unanimidad. Tal como hay conflictos se tiende a la unanimidad. Y al que piensa diferente…

–¿En qué lo notas aparte del fútbol?

–Por ejemplo, en el caso Banca Catalana. La gente olvida que el primer súper escrache que se hizo en Catalunya fue aquella manifestación en el Parlament para defender a Pujol; me refiero a la agresión a Raimon Obiols [el líder de los socialistas catalanes, que había denunciado el escándalo, por parte de simpatizantes de CiU]. Y esto lo organiza Convergència. Y quien no está de acuerdo con las cuatro ideas centrales que difunde Convergència es un traidor a la patria. No recordamos que un alcalde de Amposta, Joan Maria Roig i Grau, fue poco antes alcalde de la Falange [Nota del redactor: Roig i Grau ha sido, además, diputado en el Parlament (1992-2006) y senador (1995-2001 y 2011-2012), siempre por CDC]. La de CiU era una maquinaria de poder tremenda. Toda la gente influyente se integró en ella. Claro que era concebible que su poder acabara siendo hegemónico teniendo en cuenta las competencias que tiene una comunidad autónoma, como la enseñanza. Descubrir que Pujol era corrupto no ha tenido ningún efecto, es curioso.

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–¿Crees que la sociedad catalana no se ha exaltado con el tema?

–Sí, pero no ha atado cabos.

–¿Por qué no ha influido electoralmente?

–Nadie se plantea por qué se montó una cosa como Convergència. Había finalidades políticas y finalidades privadas. Y siempre han ido juntas. Convergència puede transformarse, pero no desaparecer.

–¿Qué te parece el papel que está tomando ERC en el Procés?

–A ERC se la tiene que mirar con perspectiva. ERC es una franquicia que a partir de los años treinta coge tintes nacionalistas. Como sobrevive a la guerra la van adquiriendo sucesivos titulares, pero la gente no recuerda la época de [Pilar] Rahola y tal. El partido ha sido de derechas, de izquierdas y de centro. Heribert Barrera es un tío que venía de las ideas de Estat Català. ERC tiende a ser un partido oportunista y no lo digo en sentido peyorativo. Cubre el flanco del nacionalismo que en cada momento no está atendido. Como Convergència no podía llegar a ciertos ámbitos, ¿la absorción de Terra Lliure a quién le tocaba? Pues a ERC. Después gira hacia el posibilismo con los tripartits y más tarde hacia lo que es ahora. Es el coche escoba del nacionalismo catalán.

–¿Y el giro radical de Convergència hacia el independentismo a qué se debe?

–Yo creo que aquí confluyen dos factores: llegan al poder dentro del partido los llobatons, gente que ya era independentista como Josep Rull, que ya pensaba que era cuestión de una generación el giro hacia el independentismo, y por otro lado, vemos el oportunismo de la generación anterior, los Mas y compañía. Como las manifestaciones son grandes, el grupo de Mas interpreta que los votos estaban allí. Error. Porque los votos estaban pero eran para otros. La tendencia es que crezca la vocación independentista.

–¿Y qué será de los catalanes que no compran el discurso nacionalista que se fabrica desde Catalunya ni el discurso nacionalista que se fabrica desde el resto del Estado?

–[Ríe] La mayoría. Si miras las elecciones son la mayoría. Este conflicto se irá decantando. Yo no veo que por mucho que haya una mayoría independentista se vaya hacia la independencia porque eso implicará hacer elecciones importantes; eso son dificultades, y el catalán no quiere dificultades. Mientras no cueste dinero todo irá bien. Al catalán le gustan los símbolos, con unas cuantas demostraciones simbólicas ya arreglas el asunto. No sé si somos conscientes que el caso catalán está marcando las ideologías españolas. Por ejemplo, el socialismo andaluz está basado actualmente en el discurso anti independentista. Se va hacia una crisis general que se desempatará de alguna manera, pero no sé cuál. Ahora es inimaginable lo que puede pasar. La ruptura tiene unos costes muy elevados e imagino que antes de que suceda eso se encontrará una solución.

–¿El periodismo actual está ejerciendo el papel que le tocaría?

–No, y no es estrictamente culpa de los periodistas. La cuestión es que el periodismo se ha tenido que hacer más comercial de lo que había sido nunca. Antes los lectores pagaban muy poco por el diario. Era un artefacto que te proporcionaba cosas prácticas como la cartelera o las farmacias de guardia. La fuente de ingresos principal era la publicidad. Ahora dependes estrictamente de los gustos del lector y la prensa digital lo vive de una forma muy directa. El lector quiere ver lo que pasó en la Superbowl, vídeos de gatitos, en definitiva, pequeños bits de entretenimiento. Como siempre. Las piezas largas poca gente las ha leído. Hay muy poco tiempo para mirar las cuestiones de fondo. Hasta los partidos políticos no se pueden permitir reunir la información suficiente para saber qué coño está pasando. Somos una sociedad cada vez más heterogénea porque la inmigración ha sido muy fuerte y procedente de diferentes lados; el mundo cada vez es más complicado. Antes nos conocíamos todos. Y no estamos haciendo las historias que tendríamos que hacer porque cuestan uno o dos meses de trabajo. Estamos colgados de la noticia procedente del poder, y más del económico que del político. Las noticias son un invento del poder. Vale, sí, cae un avión, pero de estas [noticias] hay pocas. Si tú miras las portadas en papel y digitales te das cuenta de que los titulares son frases dichas por fulano y mengano o cosas que se sacan para despistar la atención de otras. Un diario que ha hecho una buena transición hacia la posmodernidad y que es mejor ahora que hace diez años y saca historias es The New York Times. Te informará del resultado de las primarias de los partidos estadounidenses, pero sobre todo te informará sobre la gente que ha jugado un papel importante en esas votaciones, de lo que pasó hace diez años, de la evolución de cada candidato, etcétera. Eso requiere de un esfuerzo por parte del lector que en España no es posible porque es necesaria una masa crítica. Aquí no tenemos una masa crítica de lectores exigentes y, más o menos, inteligentes.

–¿Qué grado de responsabilidad tiene la educación y cuál el periodismo?

–Hombre, del periodismo ya hemos hablado. Este oficio se enfrenta a las dificultades que hemos comentado. Pero la educación, con la idea de no dejar a nadie atrás, ha bajado el nivel. Este hecho es consustancial a la democracia. Las élites que aún viven en España y que antes eran consumidoras de El País, ahora son lectoras del Financial Times o The Economist. Lo que les interesa lo encuentran mejor allí que en ningún producto que se haga aquí.

–Has estado décadas fuera de la redacción pero siempre en contacto directo con ella. ¿Cuándo te diste cuenta de que cada mesa había dejado de ser un Vietnam?

–Para mí no se ha acabado nunca esa filosofía, pero porque yo soy un privilegiado. Me puedo permitir algunas cosas que otros ni de coña. Pero hay un momento, que viene a ser a mediados de 2005, en el que se ve que el negocio se acaba, que la industria entrará en crisis rápidamente. En ese momento yo estaba en Roma. Los márgenes de rentabilidad se habían disparado con la Transición y se crearon estructuras elefantiásicas. En El País, por ejemplo, pero también en otros sitios. Las redacciones cada vez eran más grandes pero también cada vez se hacía un producto menos crítico. Lo importante eran las promociones y ser amigos de este o del otro. Es cuando el periodismo se pone del lado de los negocios. Viví el inicio de esto cuando estaba en la sección de Economía de El País. Todo estaba ligado. A esos empresarios sí que se les puede llamar casta. Son los que estarán siempre porque no son políticos. A partir del momento en que este negocio entra en crisis, ¿quién lo pagará? El obrero, que es quien paga todas las crisis. El obrero es el periodista, la clase media. La que se ocupa de trabajos de redacción que ahora ya no existen, la que no tenía un nombre que comercializar y la que no estaba en las manos del poder. Aunque creo que ahora se empieza a ver la salida, esa escapatoria tampoco es para tirar cohetes.

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–Observando este panorama, ¿en tu carrera periodística hay algún tema que no te hayas atrevido a tocar por miedo a salir muy malparado?

–[Piensa mucho la respuesta] No, hay cosas en las que pones mucha prudencia, pero no me he echado nunca para atrás. Me he metido en sitios que no tenía por qué meterme.

–¿Uno de los problemas de España es la envidia? Alguna vez has puesto la envidia hacia Arturo Pérez Reverte como ejemplo.

–Todo el mundo periodístico le tiene envidia porque tiene dinero y vive más o menos como quiere. ¿Pero ha robado a alguien o qué? La envidia es una característica hispánica. España, a raíz de la Contrarreforma, se convirtió en un país con vocación igualitarista y fundamentalmente envidioso. Se considera que aquel al que le van bien las cosas es porque putea a alguien, porque ha hecho algo mal…

–O porque ha tenido mucha suerte.

–Sí, o porque ha tenido chiripa. La admiración por el que triunfa es típica de las sociedades protestantes. Aunque otras sociedades católicas como Baviera no se han visto tan perjudicadas por la envidia como nosotros.

–¿Crees que aquí nos fascinan los cabrones? Me hizo gracia lo que contaste de Silvio Berlusconi, de quien dijiste que tiene la capacidad de convencerte en una hora para que le votes.

–Claro, estamos hablando de un fenómeno, de un artista.

–Algunos italianos dicen que lo votan porque Berlusconi es una metáfora del país.

–Es un tío con el que nada acaba en tragedia. Es comedia y todo finaliza en risas. Nunca le pasa ninguna cosa irreparable. Desde hace años el populismo y la turbia demagogia funcionan electoralmente porque la gente tiene miedo. Las sociedades funcionan como las personas. Una persona deprimida tiende a encerrarse en casa. No queremos extranjeros porque nos complican la vida, el euro nos ha arruinado… Todo lo que no es nuestro nos molesta. Y esto va desde Berlusconi al fenómeno Trump en Estados Unidos o a Podemos aquí.

–¿Para ti Podemos es un partido con tics populistas?

–Es esencialmente populista. Dicen que el populismo es la salida razonable a la crisis de la política tecnocrática. El argumento científico es la mar de aceptable. Ahora, si vas a Venezuela se te irán las ganas de votarlos. Es una opción política perfectamente legítima y populista, y en este sentido, demagógica.

–¿Y en los otros tres partidos que han sacado representación relevante en el Congreso –PP, PSOE y Ciudadanos– ves tics populistas?

–Hombre, la democracia sin populismo no funciona. La cuestión es el grado. Posiblemente PP y PSOE están empatados porque practican un juego que consiste en que la oficina central mire de controlar la demagogia y las oficinas regionales vendan programas de fiesta mayor. Mira el ejemplo de Valencia. Es la demagogia multiplicada por infinito. Cada vez es más difícil dar soluciones al ciudadano. Entonces das sueños. Lo hacen todos los partidos. Pero PP y PSOE lo practican dentro de un marco poco transformable y otros lo hacen construyendo un autobús. Si fuese tan fácil… con la crisis del Estado soberano la política no sabe qué hacer.

–¿El bipartidismo se ha acabado a largo plazo?

–Se ha acabado. Sobre todo si un día u otro se reforma la Ley Electoral. Otra cosa es que el bipartidismo se transforme en bipolarismo.

–¿Cómo analizas la cuestión de los refugiados sirios?

–El momento actual en Europa es muy, muy malo. En el norte el populismo es muy de derechas. Está llegando mucha gente y, si esto lo mezclas con el miedo al terrorismo yihadista, ya tienes la receta para el desastre. Se está hundiendo la UE. Jordania y el Líbano son dos países llenos de refugiados, en Turquía ya no cabe más gente… ¿Dónde quieren que vayan? La natalidad se ha disparado desde los años ochenta y hay muchos tíos jóvenes que no pueden hacer nada excepto la guerra, como pasó en Argelia hace 20 años. Lo que sucede es que esta gente que huye son profesionales de clase media que esperan encontrar una vida que más o menos corresponda a su talento. No es mano de obra subsahariana que te encuentras trabajando en el top manta o con chatarra. Esta es una hipercrisis que juega con el pánico de una sociedad deprimida como la europea. Es curioso cómo los atentados tienen tanta capacidad para asustar. Muy pocos conocemos a alguien que haya sufrido un atentado. En cambio, todos conocemos a alguien que ha muerto en un accidente de coche.

–Hace unos meses escribiste un artículo en Jot Down donde calificabas a los radicales del mundo musulmán como “los nuevos bárbaros”.

–Aquí hay un problema central: solo las sociedades musulmanas de Oriente Próximo no han sido capaces de adaptarse. Asia ha cambiado muchísimo, Latinoamérica también, pero esta zona no. ¿Por qué? Porque el Islam ha sufrido una involución, porque hay una proliferación de jóvenes sin trabajo y porque existe un fracaso de las estructuras nacionales. Es un problema suyo y no se resuelve. Occidente, y sobre todo Estados Unidos, tiene la culpa de haber fundado y mantenido poderes como Arabia Saudí, que es el centro del mal. Las cosas tendrían que solucionarse de forma automática si Arabia Saudí desapareciese o cambiase mucho.

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–¿Y la política de la Guerra Fría no influyó en que Afganistán se convirtiese en una de las peores teocracias que han existido en el planeta?

–Claro que ha influido, pero es que Afganistán tiene la desgracia de encontrarse donde se encuentra. En la época napoleónica ya había una situación parecida en aquel país. Es el corazón de la ruta de la seda. Tendemos a recordar un periodo muy corto de los años sesenta y setenta en Afganistán cuando se puso un rey y el país cogió aires de modernidad, pero no fue así. Cuando la Unión Soviética les invadió es porque ya había un gobierno de características típicamente islamistas. A partir de esa invasión catastrófica todo ha ido a peor. ¿Pero dónde estudian los talibanes? En Pakistán. ¿Y de dónde vienen los maestros? De Arabia Saudí. Son wahabíes. El wahabismo ha sido un veneno para el sunismo. El chiísmo, cuando practica el terrorismo, lo hace bajo la etiqueta de terrorismo de Estado. Ghana, por ejemplo, hace un terrorismo controlado con agentes pagados. En cambio, el terrorismo suní es incontrolable. Yo creo que nadie sabe cuántos grupos islamistas radicales hay actuando en Siria. Se disuelven, se juntan con otros, hacen la guerra, después la paz… Todo esto enciende a la gente joven. Los conozco. Son jóvenes que fuman a escondidas, que beben y que no tienen ni puta idea de teología islamista ni nada. Les va la marcha, es una cosa de la edad. Y si nadie te ofrece nada más entretenido y no tienes familia, te apuntas en un grupo de estos y te sientes parte de alguna cosa.

–¿Donald Trump puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos?

–Lo dudo mucho porque hay una parte de los republicanos que no lo votarán nunca. En las primarias vota una pequeñísima parte del censo electoral. Lo que tiene pinta es que ganará Hillary. ¿Qué pasa con este hombre? Que en Estados Unidos está teniendo lugar algo muy similar a lo que ocurre en Europa. La gente tiene miedo. A la inmigración, a la pérdida de poder de Estados Unidos en el mundo, al terrorismo… Las dos legislaturas de Obama han sido años de retirada. La época de Bush fue la última exhibición del imperio americano. Y fue insostenible porque creó una deuda enorme. Trump te promete todo y más. Es preocupante, pero no es extraño. Se me hace muy difícil pensar que pueda ganar, aunque ser candidato republicano ya significa alguna cosa. Hay un electorado que se está transformando. En los años sesenta el sur se hizo republicano (hasta entonces, los sureños habían votado a los demócratas) y ahora parece que vuelve a cambiar la tendencia. El hecho de que Sarah Palin fuese candidata a la Vicepresidencia ya venía a decir alguna cosa. Esta tía dice unas tonterías muy gordas y hay mucha gente a la que le hace gracia.

–Tú eres muy del Espanyol. ¿Qué te parece que Cheng Yansheng haya comprado la mayoría de las acciones del club? ¿Qué supondrá para el fútbol a la larga la llegada de este tipo de personajes?

–La larga ya es el presente. Cuando esto llega a clubs muy secundarios como el Espanyol es porque ya ha pasado en todos sitios. Hay equipos como el Bayern que han hecho la transición más o menos de forma ordenada, después están los magnates –para mí es lo mismo Florentino que un jeque o un chino– y por último tenemos a los especuladores, en cuyas manos están cayendo los clubes ingleses, como el Manchester United. Lo que esto signifique para la gente es indiferente. Alucinarías si las transmisiones que se hacen en chino te las subtitularán en castellano. Se habla de dragones y de cosas mágicas. Se traduce el espectáculo a la mentalidad china. El cambio se produce cuando deja de ser un espectáculo para los que van al campo y lo es para las teles. La famosa idea de Berlusconi acabará sucediendo; la gente no irá a los estadios. Pondrán una especie de croma para que la gente que esté en su casa vea espectadores en el campo que no crean problemas y se comportan. La cancha se convertirá en un plató. El fútbol cada vez será más ficticio. Ya se ha convertido en una lucha mundial de grandes gladiadores. Hay ocho o nueve equipos que pueden competir en Europa y ya está. Lo otro son clubs que participan en competiciones de segunda y tercera fila.

–Santiago Segurola escribía recientemente en Marca que la Premier se ha descafeinado. ¿Hace mucho que no ves un partido fútbol inglés en directo?

–Tres o cuatro años. Es caro, y si no te invitan… pero no se ha descafeinado, es más o menos lo de siempre. El capitalismo británico siempre ha sido más inteligente que el español. Allí el dinero de la televisión se reparte de forma que la competición tenga sentido. Lo del Leicester aquí sería imposible. A mí el fútbol me interesa menos que antes.

–¿Ahora no escribirías un libro como Historias del calcio?

–A pesar de todo lo que he dicho yo veo cada semana diez o doce partidos. Historias del calcio aún tiene validez, pero hay clubes que ya no significan nada. El Chelsea o el Manchester United han perdido completamente el carácter. El United tiene más seguidores en China que en Inglaterra. Las historias son más divertidas en los clubes pequeños porque aún tienen algún significado. ¿Por qué la gente va a ver el Palermo? Porque es de Palermo.

–Se te ha relacionado menos con la música, pero el primer artículo que firmaste fue un obituario de Elvis Presley. Y te lo dieron porque tú tocabas la guitarra.

–[Ríe] Sí, y porque era 15 de agosto y todo el mundo estaba en la playa.

–En España, tu generación, nacida a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, alumbró a grandes grupos de rock. ¿Qué música escuchabas cuando leías a Trotsky?

–De todo tipo. Por ejemplo, estaba la música de protesta. A mí me gusta mucho Quico Pi de la Serra, quien por cierto toca muy bien la guitarra. Mejor de lo que la gente se piensa.

–¿El día que escribiste la carta para despedirte de El País en un medio como Jot Down te habrías imaginado que un día esta revista acabaría colaborando con el periódico donde trabajaste y del que te marchaste tan desencantado? ¿Ha aparecido tu firma en la Jot Down Smart?

–Eso solo pasó una vez por accidente. Entré en la web de El País y me encontré destacado un contenido de Jot Down firmado por mí. Les dije que por favor vigilaran esas cosas. A mí cuando salió esta oportunidad de hacer un producto para El País me pareció bien, mientras que a mí no me saquen. Si han tenido la oportunidad en Jot Down de hacer fijas a diferentes personas gracias a ello, estupendo. Pero no entiendo cómo una redacción como El País no se pone a hacer un producto como Jot Down. Lo podrían hacer aún mejor. Continuamente están subcontratando y pidiendo a los de fuera que hagan lo que se debería editar desde la redacción. Tienen una crisis de confianza brutal, piensan que cualquier cosa que toquen la van a romper.

–¿Pero pediste que no te sacaran en Jot Down Smart?

–Sí, porque se me hace extraño. Me costó mucho salir de El País. Yo quería marcharme pero ellos no querían despedirme. A mí realmente me interesaba cobrar la indemnización porque me quedaba en la calle. Tuve que poner a parir a Cebrián en Jot Down para que al día siguiente estuviese en la lista de despedidos. No fue agradable todo ese proceso. Quería irme para hacer cosas que me interesan menos. Mi mejor época fue la de El País. Yo sabía que yéndome mi mejor época se había acabado. A mí estar en El Mundo tampoco me hace ninguna ilusión especial, ni en La Vanguardia, que era la otra opción. Pero es que en El País no quiero estar.

–¿A pesar de todo qué rescatarías del Cebrián periodista?

–Hace tantos años… [se queda callado durante 30 segundos aproximadamente]. Ninguna. Es peor periodista de lo que él se piensa y de lo que la gente cree porque él se ha reinventado su biografía y se la ha montado de manera que parece que todo fuese mérito suyo. Ni ha trabajado nunca en la calle, ni escribe bien. Y es más político que director. En lo negativo se parece bastante a Pedro J. Ramírez, pero Ramírez es más divertido. Éticamente tiene el nivel de una oruga, pero es que Cebrián también. Ramírez hace unas trampas más divertidas. Se ven más claramente y ríes más tranquilo. Todo el mundo quería trabajar en El País y se creó con facilidad una especie de selección española del periodismo. La gente hacía cola para entrar a trabajar. Y en algunos casos perdía dinero. El más pringado sabía un cojón. Aquella redacción era una mezcla extraña de gente autoritaria de la derecha y la izquierda. Nunca ha habido un diario con peor ambiente que El País. Eran puñaladas continuas. La gente de aquel periódico era famosa por ser insufrible. Los redactores de ese periódico se negaban a ir a ruedas de prensa. Primero se tenía que atender especialmente al reportero de El País y después se hablaba con los otros. Y aún ahora llamas en nombre de El País y te es mucho más fácil sacar una información que si llamas desde otro periódico.

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–¿Sigues siendo crítico con la Barcelona turística?

–Sí, a mí Barcelona me gusta menos que antes. Es una ciudad hecha de cara al exterior. Ha habido una expulsión masiva de barceloneses hacia la periferia, donde incluyo Nou Barris, y el resto ya lo ves. Estoy preparando una cosilla sobre Marcos Ordóñez. Las cosas que cuenta en sus libros sobre la Barcelona de los años sesenta ya no son posibles. Ahora lo fascinante parece que sea que venga Zuckerberg a visitarnos. Nos hemos convertido en una ciudad de ferias y congresos, que era la vocación de Porcioles [alcalde franquista de Barcelona entre 1957 y 1973]. Desde el franquismo el proyecto de Barcelona inevitablemente fue este. La cuestión es si este modelo acabará muriendo de éxito. En ningún lugar de España ha habido tanta continuidad en una idea de ciudad. Ese plan nace en los años sesenta y llega hasta hoy. La gente que hizo el plan urbanístico de La Ribera, que fue el primer proyecto especulativo de España, ya tenía idea de lo que tenía que pasar. Lo que ocurre con los Juegos Olímpicos simplemente es que se da la oportunidad de ponerle el lazo final a esta tendencia.

–Si Barcelona no tuviese el turismo y los congresos, ¿a qué se dedicaría?

–A lo que se dedicaba antes.

–Que ya no existe.

–La industria desaparece de Europa y sobre todo desaparece de Catalunya y España. Con la entrada en la UE, la muerte industrial queda consumada. No hay industria en España, por lo tanto te tienes que inventar otra cosa. Madrid tiene el poder político, que ya es negocio, pero aquí no lo hay. La Barcelona de los años sesenta estaba llena de fábricas. Veías chimeneas por todos lados, las fábricas de cerveza estaban aquí, en el centro. Pero como la industria se va, te tienes que buscar otra cosa. Barcelona es una ciudad muy postiza.

–Me quedé helado cuando descubrí que el Barrio Gótico, en realidad, es Neogótico.

–Igual que la Catedral. Todo lo inventa la burguesía de Barcelona cuando se va hacia El Eixample y dice, ¿con el barrio viejo qué hacemos? Pues lo reconstruimos y que quede todo gótico. Las partes de verdad, como El Call, han desaparecido. En esto Barcelona se parece a Londres, pero Londres no ha dejado de ser una ciudad que funciona por sí misma al margen del turismo. Todos los paisajes londinenses que se venden como de toda la vida realmente son del siglo XIX. El Palacio de Westminster es más reciente que el Palacio de las Cortes de Madrid, por ejemplo. El Big Ben también es un edificio más reciente de lo que se cree. Barcelona era ciudad de dueños y obreros. Quedan algunos dueños, ¿pero obreros? Ahora queda proletariado, absolutamente alienado. Básicamente hay inmigrantes y jóvenes totalmente desconectados del modelo productivo.

–¿Crees que si aún quedasen obreros también seguirían sonando las pistolas?

–[Piensa] No lo sé. Yo diría una cosa que no tendría que decir, pero la violencia como instrumento político ha cogido muy mala fama últimamente. Ahora todo es terrorismo. Creo que con esto también se tiene que considerar la gradualidad, la necesidad… Es complicado. No sé si habría armas si hubiese obreros porque no los hay. No son los años treinta, aunque muchas cosas que ocurren en la actualidad se le parezcan.

–¿Cuáles?

–La desigualdad, la alienación masiva, la decadencia del gusto por la libertad y el ansia de justicia que a veces se confunde con la venganza. Aquí es donde crecen los movimientos totalitarios del siglo XX. La libertad es secundaria, importa más la justicia. Es un poco Podemos y un poco el Frente Nacional. No inciden en la libertad, que creen que no la perderemos, y sí en la justicia, en la justicia social. Antes había estructuras obreras organizadas y ahora cada uno se salva como puede, si es que puede. Esa es la diferencia.

–¿Cómo era la Barcelona de tu juventud?

–A todos nos gustan las cosas de cuando éramos jóvenes. Tenía cosas buenas y cosas muy malas.

–¿Era como El día del Watusi de Francisco Casavella?

–Era una ciudad portuaria donde el mar no se veía. Siempre ha sido una ciudad de mucha puta. La gente venía de Madrid a Barcelona para ir de putas. Era una ciudad todavía obrera, donde los sindicatos tenían peso, era una ciudad con poquísima administración… Los únicos poderes que había en Barcelona eran el Capitán General y el Administrador Civil. Y estaba presente la efervescencia cultural de los latinoamericanos. Te encontrabas a gente muy curiosa e interesante como Casavella.

–¿Lo conociste?

–Lo vi. Era amigo de Marcos Ordoñez. Pero había cuatro o cinco sitios donde te encontrabas a todo el mundo. Zeleste, Bikini, el primer Gimlet… Era una ciudad mucho más endogámica. Ahora el público es multinacional y nunca entenderá quién manda aquí y por qué pasan las cosas que pasan. Esta es una ciudad que siempre han controlado diez o doce familias y su entorno. Aunque algunas familias han cambiado. Y no se corresponde con la fortuna personal. Por ejemplo, el dueño de Mango nunca pintará nada aquí por muy rico que se haga. El poder está en manos de determinados apellidos que han ido a determinados colegios y que tienen compañeros de generación que se conocen todos.

–Es un poco lo que mostró Salvados con el Colegio del Pilar de Madrid.

–Madrid siempre ha sido mucho más cosmopolita que Barcelona porque la gente va allí a conquistar el poder desde hace siglos. En el siglo XIX los catalanes estaban pendientes de ir a Madrid por si podían mandar. Ahora esto se ha acabado, se quedan aquí. En Barcelona hay tres o cuatro colegios relevantes y los barrios están muy diferenciados. Cuando yo era joven si eras rico no vivías en Sarrià, vivías en Pedralbes. Y por debajo de la Diagonal olía fatal. En cambio, en Madrid al lado de Salamanca tienes barrios populares. Madrid es una ciudad más mezclada. Barcelona es una ciudad típicamente burguesa.

–¿De todas las ciudades en las que has vivido con cuál te quedarías?

–¿A quién quieres más, al papa o a la mama? Mezclaría el paisaje de Roma, la vida intelectual de Londres, algunas cosas de París, la diversión de Nueva York y el clima de Jerusalén. Pero no hay ciudad ideal. Si pudiese permitírmelo, que no, viviría en Londres.

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