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1.

Un recuerdo juvenil. Una mañana en el Paseo del Born mi madre señala una estructura metálica al otro lado de una valla de obras y dice que en un futuro cercano ese edificio se convertirá en la nueva Biblioteca Provincial. Yo no entiendo demasiado bien qué quiere decir mi madre. Apenas veo una valla y un edificio (el antiguo mercado del Born) con una vaga promesa de reforma. Tampoco soy capaz de imaginarme qué significado tiene una Biblioteca Provincial. Y todo eso se queda ahí, en una escena de incomunicación materno-filial un tanto extraña que, a pesar de su intrascendencia, ha permanecido en mi memoria con el paso de los años con una nitidez un tanto irreal.

Ahora, tanto tiempo después, me doy cuenta de que esa valla metálica que separaba la ilusión de una biblioteca de las calles de la ciudad era en realidad otra señal de la actitud de las instituciones públicas hacia la literatura.

2.

El edificio que Josep Fontseré i Mestre concibió y construyó en 1874 estaba inspirado en les Halles de París. Una estructura ligera y elegante, muestra de la arquitectura de hierro modernista. Lo que allí había antes era una esplanada que actuaba como espacio de seguridad entre la Ciutadella y el resto de la ciudad. Cuando la antigua Ciutadella (una fortaleza construida por Felipe V) fue derruida, aquella esplanada perdió su utilidad y en ella se construyó el mercado del barrio de La Ribera. El del Born nunca fue un mercado demasiado exitoso, siempre por debajo en recaudación de sus vecinos Santa Caterina o la Boquería. En 1921 se convirtió en el mercado central de frutas y verduras, hasta que en 1971 abrió Mercabarna y se quedó huérfano, sin apenas función. Los vecinos lo salvaron del derribo para que fuese por fin reformado en 1979. A partir de ahí el edificio atravesó veinte años de indefiniciones, convirtiéndose en uno de esos nudos no resueltos que a menudo aparecen en Barcelona y sobre los que todo el mundo pontifica durante un tiempo en todas partes, como si el ser o no ser de la ciudad se estuviese dirimiendo en ese preciso instante, o como si todos viviésemos con un miedo inconfesable a que la ciudad se nos escurriese por el desagüe de sus puntos negros. La Plaza de las Glorias, el estado actual de las Ramblas, lo pequeña que se ha quedado la estación de Sants, el fiasco del barrio del Fórum. Uno tiene a veces la impresión de que Barcelona es una discusión que no se acaba nunca. Es más, el día que alcance la plena satisfacción y deje de cuestionarse a sí misma perderá interés y empezará a morir como ciudad para transformarse en otra cosa, en un mero escenario tal vez.

El año 2002 empezaron las obras para convertir el antiguo mercado en Biblioteca Provincial. Fue en plenas obras cuando aparecieron los restos de la ciudad destruida en 1714. Pese a la oposición vecinal, las autoridades decidieron conservar los restos y trasladar el proyecto de la biblioteca a otro emplazamiento. En 2006 las ruinas arqueológicas fueron declaradas bien de interés nacional y en 2013 por fin se inauguró, conservando la estructura metálica del antiguo mercado, un complejo museístico sobre la guerra de Sucesión (Borbones contra Austrias, recuerden) y la caída de Barcelona llamado Born Centre Cultural, cuyo elemento central son las ruinas urbanas de 1714.

A todo esto, de la Biblioteca Provincial por ahora sin noticias de Gurb.

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3.

Es decir, el mercado que pudo ser una biblioteca terminó convertido en un museo arqueológico. Parece una metáfora de la imparable transformación de Barcelona. De la ciudad industrial, pasando por el cuento chino de la economía del conocimiento al parque temático sin ningún disimulo. Hay un libro maravilloso del arquitecto Juan José Lahuerta que se titula Destrucción de Barcelona, en el que el autor aborda la decadencia de la ciudad a través de la destrucción de sus antiguos mercados (“esa entraña abierta de la ciudad”). La Boquería antes del turismo masivo y también el mercado central del Born antes de su momificación. A Lahuerta le entristece ver como el signo de los tiempos vacía los mercados para convertirlos en museos o en espacios puramente recreativos, apenas realistas simulaciones de lo que un día fueron. Y también le duele que se nos presenten las ruinas del Born como el modelo ideal de la ciudad del siglo XVIII, una ciudad que es una maqueta inanimada, mientras que el Barrio Chino o la Barceloneta, donde conviven la ciudad del siglo XVIII, con la del XIX, con la del XX y con la ciudad viva de ahora mismo sobreviven asediados por la permanente erosión de su historia en pos de la veloz rentabilidad. La inofensiva maqueta del Born, frente a la memoria viva e incómoda de los barrios. Y pienso en esa maravillosa asociación mental –que no llegó a materializarse– que hermana a mercados con bibliotecas. Maravillosa porque somos lo que comemos, como dicen ahora esos nuevos vegetarianos que creen haber descubierto la pólvora. Aunque eso es algo que ya decían nuestros mayores, como mi Amona que todas las Navidades cocinaba cardo borriquero como una forma de estar en el mundo y de evocar un paisaje, el paisaje del pueblo de Navarra. Y a la vez somos lo que leemos, claro. Eso también lo sabía mi Amona que era capaz de recitar de memoria La casada infiel, de García Lorca, después de haber servido el cardo a toda la familia.

4.

Durante los años que precedieron a la inauguración del Born Centre Cultural se generó un cierto debate en la ciudad entre los partidarios de que se continuase con el proyecto original y aquellos que eran favorables a que se consagrase un espacio específico a las ruinas. Piedras o libros. Aquella controversia fue la traslación a la política urbanística de la siempre conflictiva relación entre Barcelona y la catalanidad, y su representación política. Una debate sin fin que atravesó la política catalana en los años ochenta y noventa –el conflicto Pujol-Maragall, Generalitat-Ayuntamiento, Catalunya-Barcelona– y que ahora parece regresar con fuerza. En definitiva, la versión local del conflicto universal entre lo urbano y lo nacional. Es muy interesante ver como la reforma de un edifico consiguió llevar un debate que hasta ahora se había situado siempre en el plano de lo simbólico y de lo cultural a un plano tan tangible como el urbanístico, penetrando de pleno en la esfera municipal y en su gestión diaria.

5.

Al poco de inaugurarse el Born Centre Cultural fui a visitar una mañana ese nuevo espacio, empujado por la curiosidad. El impacto fue notable. Di un largo paseo alrededor del yacimiento, leyendo con atención todos los carteles explicativos y observando las ruinas de aquella Barcelona. Nunca hasta entonces había vivido mi catalanidad (una identidad conflictiva, como lo son todas) desde el sufrimiento como experiencia central y casi única. Digamos que yo, que hasta entonces había experimentado mi catalanidad con moderada alegría e importantes dosis de autoironía, salí de allí totalmente compungido. El impecable trabajo arquitectónico, conservando la amplia estructura metálica del mercado a través de la que entra la luz natural teñir, en un día soleado, las ruinas de colores pálidos, reforzó esa sensación casi de iluminación. Tuve desde el principio la percepción de que aquello no era ni un museo ni un yacimiento arqueológico, sino un templo. Un templo laico, cuyo altar central consagraba un determinado relato histórico. En seguida pensé en una versión pobretona de Los Inválidos de París. Quizá lo que más me impresionó fue asistir en vivo y en directo a la construcción descarada por parte del Estado y de sus satélites culturales de un relato propio y fundacional. Poco importa aquí si se trata de un protoestado o del embrión de un futuro estado. Dice Ricardo Piglia que el poder es el gran narrador de nuestro tiempo, una máquina perfecta de armar relatos. Por eso, cuando ahora leo que el teniente alcalde de Barcelona, Gerardo Pisarello, pide que el yacimiento del Born sea concebido como un ágora de la memoria y no como un templo, aunque esté de acuerdo con su reflexión, no puedo dejar de sentir ternura porque expresa un deseo imposible. Quim Torra, actual director del Born Centre Cultural, calificó el yacimiento de zona cero de la catalanidad. Y eso es lo que sentí yo aquel día, que estaba en el epicentro simbólico de una lectura de la catalanidad que tiene como vector principal el dolor por los infortunios históricos, en concreto por la derrota de 1714 como episodio inaugural.

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6.

Para aplacar la impresión me metí en el bar del museo que está patrocinado por la marca de cerveza Moritz y que es una combinación alucinada de diseño barcelonés contemporáneo y kitsch histórico. Tiene algo de anuncio de Estrella Damm pasado de rosca y producido por Moritz que es, para que los no barceloneses me entiendan, como rizar el rizo para alcanzar la plenitud tautológica: BARCELONA = BARCELONA, GUAY = GUAY. Me di cuenta de que no era capaz de ingerir ni un trago de cerveza en esas condiciones, rodeado de aquel escenario dantesco, así que decidí gastar mi tiempo dando una vuelta por la tienda de recuerdos del museo. Pasé del merchandising histórico-patriótico (alguien tendría que escribir sobre esa tabla de salvación a la que se ha agarrado lo que quedaba del viejo textil catalán y que ahora parecen haber copado de nuevo los chinos) y me dirigí a la sección de libros. Entre toda la morralla de novelas épico-históricas y ese subgénero de psiconálisis nacional tan nuestro, encontré un pequeño ensayo sobre la historia de Catalunya del gran hispanista francés Pierre Vilar. Leí ahí mismo, de pie, unas cuantas páginas del prólogo y del primer capítulo, es posible que incluso ojeara el epílogo. Fue una experiencia deliciosa refugiarse en la prosa matizada e inteligente de Pierre Vilar y en su pudorosa rudición, rodeado de aquel espacio rotundo y unánime, que convertía en sospechosa cualquier objeción intelectual Por un momento, sentí que me reconciliaba con una forma de ser catalán entendida como una identidad en crisis permanente, en el mejor de los sentidos, es decir: como una identidad dinámica, siempre sometida a discusión, siempre dispuesta a emprender una nueva transformación.

7.

Me acuerdo ahora de una escena que Philip Roth dibuja en El lamento de Portnoy. Años sesenta. Alexander Portnoy, protagonista de la novela, intenta seducir a una joven militante sionista en Israel utilizando lo que podríamos calificar de clásico humor judío neoyorquino: altas dosis de autoironía y una tensión siempre a punto de estallar entre obsesión/liberación y represión/culpa. Fracasa con estrépito. La joven acusa a Portnoy de emplear humor del gueto, humor de judío oprimido y utiliza ese fastidioso concepto del autoodio, que empieza a servir para un roto y para un descosido. El pobre Portnoy se da cuenta al instante de que allí no están para bromas cáusticas e inteligentes como en Manhattan, demasiado ocupados, como están, construyendo una patria.

8.

En el último año el ayuntamiento de Ada Colau ha tenido varios enfrentamientos (por decirlo así) con la gestión de los símbolos en Barcelona, y en concreto con el Born Centre Cultural y sus partidarios más acérrimos. El pasado verano el Ayuntamiento colocó un urinario portátil al lado del edificio, en su intento por reducir las micciones en plena calle. El Born es actualmente una zona con una importante actividad nocturna. Bueno, se armó un Cristo tremendo. El nacionalismo protestó, pues un urinario público empotrado contra el Muro de las Lamentaciones constituía una terrible falta de respeto contra la historia de la ciudad y del país. Y el ayuntamiento terminó retirando el excusado de la vergüenza.

Este mismo verano se ha programado una exposición sobre memoria y símbolos llamada Franco. Victoria. República., que se celebrará en octubre y en la que se prevé instalar temporalmente dos esculturas franquistas en la explanada del Born, que está fuera del mausoleo en sí mismo pero que es tratada a menudo por el nacionalismo como si fuese la mismísima explanada de las mezquitas. El lío y el cruce de acusaciones ha sido monumental. Se ha acusado al consistorio de Colau en repetidas ocasiones de querer ocultar la lucha por las libertades nacionales de Catalunya y de tener entre sus obsesiones hacer desaparecer el Born.

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9.

Ha habido algún enfrentamientos más por la gestión de los símbolos históricos entre el ayuntamiento y el nacionalismo, incluido uno relativo a una cosa muy kitsch que se llama La Coronela y que me veo totalmente incapaz de describir. Agárrense y búsquenlo ustedes mismos por internet. La última y la más sonada de todas estas escaramuzas culturales ha sido la elección de Javier Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de la Mercè, criticada con muchísima dureza por algunos sectores del nacionalismo. Puede parecer una cuestión alejada del tema del Born, pero no, no lo es. Nos alejamos del edificio, pero discutimos de lo mismo. Piedras o libros.

Pérez Andújar tituló su crónica de la Diada de 2014 publicada en El País Parque temático del independentismo. Escribió en el último párrafo:

Todo estaba tan milimétricamente organizado, que en vez de una ciudad tomada parecía una ciudad prestada. A las 17.14, hora simbólica en que culminaba el encuentro, se dibujó la bandera en una ciudad vacía. Luego hicieron una ola gigante, y al poco se acabó el recreo.

Luego encabezó el manifiesto Marina y la catalanofobia, también publicado en El País, contra la expulsión de Marina Pibernat Vila como candidata a las elecciones municipales por ICV-EUiA en Girona por tildar de “derechona catalufa” a algunos de los canditatos y al nacionalismo de “asqueroso”. Decían los firmantes en mitad del texto:

A Marina Pibernat se la ha acusado incluso de inventarse sus apellidos catalanes, pues se daba por hecho que alguien realmente llamado como ella no podía más que ser soberanista. Comprobada la autenticidad de su nombre, se le ha reprochado caer en un “autoodio” catalán, argumento idéntico al que utiliza la derecha nacionalista de Israel.

Esos son los dos artículos que alguno de los elementos más histéricos del nacionalismo esgrimía sin parar.

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10.

Javier Pérez Andújar, hay que decirlo por si alguien no lo sabe, es ante todo un escritor excepcional. Un escritor que ha narrado Barcelona desde su mirada a orillas del río Besós, desde su Sant Adrià natal. Uno de los grandes temas de su obra es esa mirada extraña de la ciudad, desde una periferia que para él es el centro desde donde escribe y lee. Pérez Andújar conecta con toda una tradición novelística barcelonesa en lengua castellana muy sensible a la cartografía social y que no rehúye, al contrario, reinventa una nueva picaresca urbana. Una tradición en la que figuran Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Vázquez Montalbán y también Francisco Casavella. Una tradición que probablemente empiece con una novela en catalán, Vida privada, de Josep Maria Sagarra, y que continúe con una novela híbrida en francés, Diario de un ladrón, de Jean Genet. Porque en Barcelona las mejores tradiciones son aquellas que se han forjado en la extraña mixtura de los márgenes.

Sin embargo, Pérez Andújar es un representante heterodoxo de esa tradición. Su literatura no reproduce el clásico arco dramático de ascenso social o de intento de ascenso social (Marsé, Mendoza, Casavella), o la aventura de la marginalidad (Sagarra, Genet). Pérez Andújar produce textos –pienso en Los príncipes valientes y en Paseos con mi madre– que no parecen novelas sino crónicas reales de un lugar y de un aprendizaje que combina la alta cultura con la cultura popular (tebeos, series de televisión, novelas de folletín). Esa capacidad de Andújar para producir obras cuyo condición de novela es discutible y discutida (y que por eso mismo son novelas vivísimas, porque boicotean una y otra vez el marco establecido para su lectura), está en el origen de cierta incapacidad para entender y asimilar su obra. Las forma es lo que hace de la obra de Andújar algo totalmente original. No tanto las referencias concretas, como el uso que hace de ellas para construir un universo personal. En eso conecta con Vila-Matas, otro de los grandes escritores de la Barcelona actual. De otra Barcelona, claro. El gran escritor del mundo referencial de la gauche divine. Parecen alejados y tal vez lo estén. Ambos escriben desde dos Barcelonas muy distintas, incluso contradictorias, aunque quizá no tanto. Aun así, han elegido servirse de mecanismos parecidos para construir una voz personal y una mirada subjetiva: la autoficción, el mestizaje de los géneros, una idea abierta de la novela, la intertextualidad y la lúcida conexión de referencias aparentemente alejadas. Escritura es autoexploración, pero también resistencia y ambos escriben para construir o para preservar un espacio sentimental que es geográfico y cultural. Una forma de leer demasiado convencional corre el peligro de confundir sus planos narrativos. Eso puede sucederle a esa clase de gente que cuando lee una novela quiere que le anuncien en la portada que está leyendo una novela y que se lo vayan recordando de vez en cuando, e incluso que le señalen previamente donde está el material autobiográfico, no vaya a resbalarse. Y si no es así, pues se enfadan.

11.

Así que es discutible que la oposición a que Pérez Andújar fuera el pregonero de la Mercè se debiera únicamente a sus artículos en prensa. Se debía también a una forma de ser escritor y de estar en el mundo (ir contra todos, como él mismo ha dicho), y a una idea de Barcelona, así como a una forma particular de narrarla.

Se caldeó el ambiente durante semanas en la prensa e incluso se organizó un pregón alternativo con Toni Albà, un humorista del programa Polònia de TV3, disfrazado de Felipe V (la guerra de Sucesión, 1714, el Born, again). Y cuando finalmente llegó el día del pregón, Andújar homenajeó a su Barcelona personal, siguiendo, como él mismo ha reconocido, la estructura del poema Aullido de Allen Ginsberg. No dijo ni una sola vez la palabra España o Catalunya. Entre la multitud que escuchaba el pregón a través de las pantallas en la plaza Sant Jaume no había ninguna bandera. Fue un milagro. Y Andújar se deslizó con imágenes bellísimas acordándose de la cultura popular, de los escritores de Barcelona, de los historietistas, de los punks, de la clase trabajadora, de los presos y, en definitiva, del proletariado de la cultura.

La prensa catalana tituló de forma casi unánime: Andújar rehúye la polémica. Me eché a temblar en cuanto me di cuenta de que estamos en manos de gente que apenas sabe leer entre líneas.

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12.

El escándalo tras el pregón de Andújar ha sido incluso mayor. Su pregón produjo emoción y enfado a partes iguales. Un sector de la intelectualidad nacionalista ha calificado las referencias de Andújar de deprimentes, de cantar a una Barcelona decadente y tardofranquista que ya no existe ni merece ser recordada, de loar a la subcultura de barrio. A cierta crítica cultural no nacionalista también le ha escandalizado la nostalgia literaria de Andújar, y ha llegado a considerar algunas de sus referencias culturales de casposas. Ni unos ni otros parecen reparar en que el autor habla de una Barcelona exclusivamente personal que es la que le ha tocado vivir, para bien o para mal, en su infancia y juventud, sin intentar pontificar en ningún momento sobre la cultura de la ciudad o construir un canon. La épica de obras como Los príncipes valientes o Paseos con mi madre, tampoco esto parecen entenderlo, está en como accede a la cultura un muchacho de barrio de la España de los años setenta mediante los precarios materiales que tiene alrededor. Poco importa que las series de televisión, los tebeos o las novelas populares de aquel tiempo fuesen reaccionarios y moralistas, lo revolucionario reside en como pueden ser leídas y reinterpretadas por un niño para ir construyendo, junto con lecturas más cultas que vendrán después, una mitología personal que se mezcla con la memoria familiar y con el conflicto social que observa a su alrededor. La épica del lector. La obra de Andújar, en ese sentido, es borgeana, porque confiere a la lectura propiedades lenitivas. El problema de Andújar es que vive en un medio (España y Catalunya) decididamente antiborgeano, porque nunca ha creído en la autonomía del lector y ha considerado siempre la escritura una actividad más valiente que la lectura. Toda escritura, por otra parte, es generacional y se relaciona con el pasado personal a través de las muchas formas que toma la nostalgia. El caso es que la escritura que adquiere cierto valor y se convierte en literatura, en buena literatura, y la de Andújar lo es, cuando es capaz de levantar una poética que convierte esa nostalgia en una evocación y en una reivindicación de ese lugar perdido, en parte ficcional en parte recordado, porque cuando recordamos estamos ya inventando.

13.

Hay varias conclusiones que pueden extraerse del caso Andújar. Algunas de ellas diría que hasta positivas. En primer lugar, hace un año discutíamos sobre un urinario contra un muro y ahora discutimos sobre un escritor. Se trata de un progreso objetivo. Por otro lado, no deja de ser sorprendente que un escritor y su discurso literario causen semejante revuelo, aunque sea por cuestiones extraliterarias. Es siempre una buena noticia comprobar como la literatura vuelve a ocupar el centro del tablero de la discusión pública, aunque sea fugazmente. Por otro lado, el caso Andújar vuelve a poner de manifiesto la función de vigilancia que desempeñan ciertos intelectuales orgánicos que parecen ejercer como una suerte de policía cultural desde los medios públicos y privados del país. Algo en lo que casi nadie parece haber reparado, en cambio, es que el pregón de Andújar, más allá de su compromiso con una mirada personal de la ciudad, reivindica una autonomía para la cultura de Barcelona respecto a Catalunya. Y es que casos como el del Born o el de Pérez Andújar, que pertenecen al mismo hilo argumental, parecen consignar que el conflicto entre ciudad y país, entre lo urbano y lo nacional (y cual debe ser su relación), vuelve a agudizarse.

9718837578_ff1debbb00_oRegreso al Born Centre Cultural. No tengo ninguna intención de entrar, pero está lloviendo a plomo y
es el refugio más a mano que encuentro mientras atravieso la explanada del Born. No había vuelto a entrar aquí desde hace más de tres años. Me paseo de nuevo alrededor de las ruinas, recuperando esa sensación de desamparo histórico. Tras cinco años en Madrid no he resuelto mis problemas de identidad. Es más, diría que están empeorando. No sé qué soy y creo que nunca lo sabré. Sin embargo, el sonido de la lluvia y el revuelo de la gente que se refugia en la entrada, le quitan al lugar ese componente trascendental que tanto me agobia. Un templo se convierte en algo útil cuando sirve para refugiar a la gente de la lluvia y del frío. También los bares, que son los templos de barrio, tienen esa función Así que decido entrar en el bar del museo y me olvido de todas mis prevenciones estéticas. Al fin y al cabo, no tengo otro lugar adonde ir. Me acerco a la barra y pido una Moritz. Le señalo al camarero una mesa al fondo y mientras me dirijo hacia allí pienso en Pérez Andújar, como una figura oscura y espigada en medio de la lluvia, caminando por la orilla del Besós –al que él llama simplemente “el río”, como si todos los ríos fuesen el mismo, y es que en parte lo son–, bajo la eterna vigilancia de la central térmica. El escritor es a veces un caminante. Andújar lo es. Un caminante de campo que de pronto se transforma en paseante urbano, y que a menudo es ambas cosas a la vez. Y cuando llego a la mesa me siento y, mientras espero a que me sirvan la cerveza, me echo a llorar.

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