Fotografía: Untaltoni

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Seguramente el nombre de Eleftheria Arvanitaki no les diga nada, a no ser que sean unos apasionados de lo helénico y se hayan quedado a la deriva del Egeo más de un verano, saltando de isla a isla y maldiciendo los pocos días que les quedan para finiquitar su viaje por ese mar milenario y volver a casa. Si han dormido bajo las estrellas de Mykonos o Naxos quizás haya llegado a sus oídos la cálida voz de esta cantante griega, toda una celebridad en su país natal. La Arvanitaki es en Grecia lo que Ana Belén podría ser en la España moderna: una señora que envejece con insultante belleza después de haber sido la musa de la transición democrática de un país que también dejó atrás el fascismo a mediados de los setenta. Visita fugazmente nuestro país para ofrecer un concierto en Ibiza y acepta sentarse a hablar de laúdes, mestizaje y herencia mediterránea con la misma naturalidad con la que diserta sobre la Troika, Merkel o las contradicciones de Syriza. El único límite es la petición de no fotografiarla durante la entrevista (hasta las divas más cercanas tienen sus peajes), pero a cambio nos empuja a disfrutar de su recital y a retratarla en el camerino.

–¿Qué supone el Mediterráneo para ti?

–El Mediterráneo es la cultura a la que pertenecemos, un canal para entender a los pueblos tan diferentes que viven de Norte a Sur y de Este a Oeste en las orillas de este mar. Asia, Europa y África están conectadas por el mundo mediterráneo. Para nosotros (griegos y españoles, por ejemplo), es muy fácil entendernos gracias al mar compartido. El Mediterráneo nos inspira: arquitectos, pintores, escritores, músicos y poetas han trabajado de cara al mar. A lo largo de mi discografía he musicado muchos poemas griegos y es un tema recurrente en sus versos.

–¿Podemos hablar de un carácter mediterráneo que nos hermana?

–Tal vez… [piensa unos segundos] Sí, existe un carácter mediterráneo. En España, por ejemplo, me siento como en casa cuando acabo un concierto. Al público español le entusiasman las músicas de culturas diferentes. No les extraña escuchar una canción en un idioma que no conocen. En el Mediterráneo, en general, se recibe a nuestra música con una actitud más abierta.

–He leído que de adolescente te pasabas el día escuchando rock and roll y blues, nada que ver con la música étnica sobre la que has construido tu carrera.

–El rock y el blues fueron mi base musical. También escuché mucho jazz en mi juventud. Pero ya en aquella época amaba a músicos como Theodorakis o Hatzidakis, y otros muchos que probablemente no conozcáis. La variedad musical que tenemos los griegos es alucinante. Lo que se toca en el Norte es totalmente diferente de lo que se oye en Atenas, y no tiene nada que ver con las canciones tradicionales de las islas. Mi familia proviene del Egeo, precisamente, y lo que escuchaba cada verano cuando visitaba…

–Icaría.

–¡Icaría, eso es! De allí somos. Esa isla me influyó muchísimo. Nací en El Pireo, pero realmente pertenezco a esa isla. Para mí, Grecia es un cruce de caminos. Allí se han encontrado muchísimas culturas diferentes a lo largo de la Historia. Quizás, por eso, ame tanto a los músicos que se atreven a fusionar lenguajes distintos. Paco de Lucía es una de mis debilidades. ¿Cómo no amar a Amália Rodrigues? La música de los países latinos ha marcado mucho a los compositores griegos contemporáneos.

–Empezaste tu carrera actualizando canciones tradicionales griegas.

–Formé parte de la Rebética. Fue un gran movimiento cultural que se dio en la Grecia de la segunda mitad de los años setenta, después de que cayera la dictadura de los coroneles en 1974.

–Cuando se deshizo el Imperio Otomano, los nacionalistas turcos asesinaron a casi un millón de griegos en Asia Menor. Otros dos millones y medio fueron expulsados a Grecia. Esos refugiados se instalaron en los principales puertos del territorio griego y trajeron un estilo de música particular. ¿Está relacionada esa herencia con la Rebética?

–Sí. Esos griegos se quedaron a vivir en las ciudades portuarias. No tenían trabajo, eran muy pobres. La gente les rechazaba. Su música era muy especial porque mezclaba la nostalgia por el hogar abandonado con la alegría por haberse salvado del genocidio. Esas canciones fueron las que recuperamos durante la Rebética. Cuando los militares subieron al poder prohibieron que ese estilo se emitiera por la radio. Querían evitar que la población escuchara unas canciones hechas por la clase más baja de la sociedad. ¡Era la música del lumpen! Se cantaba sobre drogas y prostitución con la misma naturalidad con la que se hablaba de la amistad o el amor. Yo misma no descubrí ese tipo de música hasta finales de los setenta, cuando tenía 20 años y Hatzidakis vino a hablarnos de la música de los griegos pónticos [aquellos que vivían en Asia Menor, la actual Turquía] a la universidad. Los jóvenes de entonces nos lanzamos a recuperar los viejos discos de los años treinta y cuarenta. Alucinamos al descubrir esas canciones tan bellas y canallas.

–Suena a ejercicio de arqueología musical.

–Descubrimos un pedazo olvidado de la Historia griega. Era alucinante dar con esa música tan potente y triste al mismo tiempo. No tenía nada que envidiarle al mejor blues. De forma muy amateur empezamos a montar bandas y grupos para recuperar esas canciones y tocarlas en directo en las tabernas. Nos convertimos en fans absolutos de aquel estilo. El paso siguiente fue meterse en el estudio y grabar nuestras versiones de estas canciones tradicionales. Las actualizamos porque solo podíamos tocarlas a nuestra manera. Fue un lustro frenético donde no paramos de tocar y grabar, tocar y grabar. El público respondió y tuvimos éxito. Abrimos el camino para las generaciones posteriores.

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–¿Quién es Mikis Theodorakis para la generación de griegos a la que perteneces?

–¡Un héroe! [sonríe] ¿Cómo podría describirlo? Es un mito viviente. En primer lugar porque estamos hablando de un gran músico: escribió canciones que expresan muchísimos sentimientos. Theodorakis, además, se encargó de presentarnos a otro de nuestros grandes héroes: Vasilis Tsitsánis, un compositor de música folk que también había sido ninguneado por la dictadura. Pero además de todo eso, Theodorakis ha sido un grandísimo luchador por la democracia. Es el emblema de la resistencia contra la dictadura que nos oprimió entre 1967 y 1974. Consiguió que la situación de Grecia fuera conocida internacionalmente, sobre todo en Europa y Latinoamérica. Su compromiso político sigue activo y eso que ya ha llegado a los 90 años.

–Durante los años anteriores a la llegada de Syriza al poder, Theodorakis participó activamente en las protestas urbanas a pesar de tener 85 años.

–Sí, él estuvo allí. Muchos bajamos a la calle. 2012 fue un año muy importante para los griegos. Estuvimos en las plazas protestando y discutiendo sobre el futuro de nuestro país. Pedíamos un gran cambio para Grecia… más o menos como ocurrió en España en la misma época, ¿no?

–La sensación que nos queda es que el activismo griego iba varios pasos por delante de los indignados españoles.

–Nosotros redescubrimos una manera alternativa de vivir, la de ayudar a los demás a resistir, la de construir en común después de años de individualismo. Primero teníamos que entender qué estaba pasando. Vivimos durante décadas alentando un sistema político que descuidaba constantemente a las clases medias. El neoliberalismo no es compatible con los trabajadores y los pequeños empresarios. En Grecia se desmanteló el Estado de bienestar, pero no fuimos los únicos. En mayor o menor medida, lo que ha pasado en mi país también ha ocurrido aquí o en Italia y Francia. Nos decían que los ciudadanos teníamos que trabajar más para ganar menos. Así, los ricos cada vez están más lejos de lo que conocíamos como clase media. Esa brecha no creo que desaparezca a corto plazo.

Tras entender lo que estaba ocurriendo, llegó el momento de reaccionar. Para eso, era necesario que todos los golpeados por la crisis nos diéramos la mano y empezáramos a pensar en alternativas políticas para voltear la situación. El problema es que la política no es infalible. Incluso el partido de izquierda que dirige nuestro país ha tenido que aplicar reformas que perjudican a la ciudadanía. Creo que Syriza está trabajando duro para arreglar los problemas de Grecia, pero estar en la Unión Europea implica aceptar un sistema político en el que tenemos que vivir bajo el mandato de algunos países. No es tan sencillo salir de este contexto. Tenemos que ponernos de acuerdo con el resto de Europa mientras resistimos a nuevos recortes impuestos por la Troika. Vivimos bajo su dominio.

–¿Solo se puede resistir? ¿Si más países tuvieran en el gobierno a partidos que compartieran la visión original de Syriza sobre las imposiciones de la Troika no se podría hacer un frente común y ser más fuertes ante Bruselas?

–Creo que para cambiar la situación necesitamos recorrer un camino muy largo.

–¿Qué debe ocurrir para que cambien las cosas?

–¡Ya están cambiando! Pero no es cuestión de uno o dos años. Por primera vez en Grecia tenemos a un partido verdaderamente de izquierdas en el poder. En Francia mucha gente está resistiendo ante esas imposiciones, incluso entre algunos sectores de los socialistas. En Italia también habrá resistencia. En España habéis abierto vuestra propia vía alternativa para expresar las demandas de los afectados por la crisis. Se necesita luchar mucho para voltear una situación que cada vez se está poniendo más fea a nivel global. Trump is coming! ¿Qué vamos a hacer para evitarlo?

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–En Grecia el fascismo y la xenofobia cada vez tienen más espacio en el Parlamento.

–No ocurre solamente en Grecia, Europa está infectada: Austria, Hungría, Holanda… Son muchos los países que están en peligro de contagiarse.

–Tu país no puede obviar el problema de los refugiados sirios y de otros países de Oriente Medio. Grecia es su puerta de entrada a la Unión Europea. A su espalda queda el horror de la guerra.

–Nuestro gobierno está encarando con valentía este reto humanitario, un desafío enorme para un país en crisis. Tenemos 60.000 refugiados dentro de nuestras fronteras y hay que intentar ayudarlos y alimentarlos. Europa nos está cerrando las puertas, despreocupándose de un problema que es común mientras Grecia, creo, está haciendo historia en sentido positivo.

–¿La música puede cambiar el mundo o es solo un mito?

–La música es un arte que no entiende de dueño aunque los humanos la usamos a nuestro gusto y conveniencia. Por ejemplo, los nazis amaban cierto tipo de música clásica. Muchos de esos autores no tenían ideología fascista, pero los nazis hicieron suyo su arte, o eso creyeron. Lo que puede cambiar nuestras vidas es la educación. El buen uso de la música, entre otras cosas, va de la mano de la educación.

–Pero para que un sistema educativo funcione necesitamos períodos de paz y políticos honrados con visión a largo plazo. ¿No es mucho pedir?

–Por supuesto, eso es necesario, ¿pero hablamos de personas o gobiernos? Por nuestra cuenta podemos abrir un libro, leer y extraer conocimientos. La clave es preguntarse por lo que escribían los poetas y novelistas de nuestras culturas y acudir a sus libros en busca de sabiduría. Los gobiernos no le prestan atención a esas necesidades del ser humano. La economía es importante, pero convertirla en asunto divino es un error. Ya hemos descubierto que la infabilidad del capitalismo era simplemente un mito. Hemos creado monstruos durante los años de bonanza y ahora estamos pagando las consecuencias de nuestra ignorancia. Pienso en la diputada laboralista Jo Cox y me aterra pensar que su asesino la mató en nombre de la libertad.

–¿Cómo es la relación de los jóvenes griegos con sus raíces culturales?

–Fuerte.

–En España los intelectuales de cierta edad se suelen quejar de la desconexión de los jóvenes españoles con nuestros clásicos y referentes culturales.

–¿No os importan vuestros músicos, vuestros escritores, vuestros artistas? En las islas griegas puedes ver a niños bailando música tradicional con abuelos de 90 años. No es algo excepcional. La música que componemos en Grecia bebe de nuestros estilos tradicionales. Por supuesto que tenemos bandas de rock y jazz formadas por muy buenos músicos, pero el compromiso con nuestras tradiciones sigue presente.

–¿Qué vínculos hay entre esa tradición preservada y las comunidades griegas esparcidas por el mundo? Hay más de 5 millones de descendientes helenos viviendo fuera del país.

–Los vínculos se están empezando a cortar. En países como Estados Unidos, Chile o Australia ya se ha hecho adulta la tercera generación de inmigrantes. Ellos ya no son realmente helenos. Se sienten griegos, pero no saben qué está pasando en nuestro país a nivel musical o literario.

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–Camino de los dos años de gobierno de Syriza, ¿qué futuro le auguras al país?

–Mirad, este año y el próximo serán los peores porque sentiremos las consecuencias de las decisiones que Syriza ha tenido que tomar a nivel económico, como rebajar las pensiones. El próximo mes te diré si aún se pagan [bromea]. Creo que estamos entrando en la etapa final de un proceso. ¿Qué nos espera después? Subir y recuperarnos.

–Grecia se ha reinventado en infinidad de ocasiones para escapar de crisis, dictaduras y dominios extranjeros, ¿pero por qué serán mejores los próximos años?

–Sí, somos expertos en renacer [ríe]. Los próximos años serán mejores porque no nos queda otra. Os lo digo desde un punto de vista filosófico, no político. La gente más joven y mejor preparada ha dejado o está dejando el país en busca de oportunidades. Tenemos casi un 30 por ciento de paro (¡oficial!). Nuestra sanidad está hecha trizas. Pero a pesar de todo ello, los griegos intentamos sonreír. Nuestra juventud da rienda suelta todo lo que puede a su creatividad, no se quedan con los brazos cruzados. Cuando pasen cinco años, podemos sentarnos de nuevo y ver cómo están las cosas. Grecia ha soportado la presión más asfixiante desde que estalló la crisis: no teníamos industria y solo vivíamos del turismo. Era normal que nuestra economía estallara, por eso ahora somos la punta de lanza del gran movimiento que se está gestando a nivel global y que deberá exigir que las cosas cambien.

–Cuando actúas en Alemania, Holanda, Dinamarca, Reino Unido…

–El público es magnífico.

–¿Y cuando hablas de todos estos problemas en esos países te entienden o creen que Grecia debe pagar las deudas por haber sido tan irresponsable durante años con sus presupuestos?

–Hay mucha gente que no entiende nuestra postura, pero los que han visitado el país se han dado cuenta que las condiciones de la Troika son insostenibles para cualquier sociedad. Estos problemas no son exclusivos de los griegos. Lo hemos visto: empezó aquí y se propagó por Italia, España y Portugal. Si no trabajamos unidos, nadie se salvará de la voracidad de los mercados. No es un problema entre países. Es un conflicto entre el ser humano y el dinero.

–Hemos hablado mucho de la política y sus problemas. ¿Te inspira a la hora de componer música?

–En cierta manera, sí. En mi último disco he incluido una canción de amor que habla de lo importante que es estar junto al otro cuando llegan las dificultades. No escribo canciones explícitamente políticas: lo que intento hacer es dar lo mejor de mí misma para ayudar, a mi manera, en este momento histórico tan importante.

–¿Los malos tiempos estimulan al artista?

Al contrario. Hay mucha gente con talento que está perdiendo los trenes de su vida porque no puede permitirse el lujo de invertir tiempo en trabajar de lo que realmente le gusta. Primero hay que comer.

–¿Cómo llegaste a versionar una canción de Amaral?

–No los conocía, pero un colega me hizo escucharles porque estábamos buscando una canción para versionar en un recopilatorio que tenía previsto grabar. Traducimos El universo sobre mí al griego y se convirtió en un gran éxito en nuestro país. Cuando actué en España, ellos vinieron a uno de mis conciertos. Encantadores. ¿Siguen teniendo éxito?

–Sí. Acaban de sacar nuevo álbum. Provienen de la escena independiente y siguen siendo respetados en ese ámbito pese al éxito comercial.

Sus melodías me parecieron poco habituales para un grupo pop. Se les nota que han mamado mucha música tradicional, mucho rock y blues clásico.

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