Siempre que veo por televisión a Juan Manuel Moreno Bonilla, el candidato que presenta el Partido Popular para hacerse con la presidencia de la Junta de Andalucía en las elecciones del mes que viene, me acuerdo del cuadro aquel que pintó Goya. No es uno de los más conocidos popularmente del pintor aragonés. Un cartón para tapiz: se llama El Pelele. Goya, bastante cabroncete, acababa de ser nombrado Pintor de Cámara del rey Carlos IV. Era 1789, hagan memoria. En Francia, al primo de nuestro Carlos se le empezaba a poner frío su borbónico pescuezo, y el recién ascendido monarca español ya tenía fama de consentida cornamenta: hasta el último correveidile del reino sabía que doña María Luisa de Parma bebía los vientos por el guardia de corps extremeño aquel, tan simpático y trepa, llamado Manuel de Godoy. Goya, como decía, afinando con muy sardónica mala leche su pincel, respondió al encargo de decorar el gabinete de trabajo del nuevo rey en El Escorial entregándoles, entre otros, el cuadro hoy expuesto en El Prado: un pelele, monigote de trapo vestido a lo hidalgo, siendo manteado por unas risueñas muchachas en un paisaje fresco y bucólico, alegre y dicharachero. La parábola no podía ir cargada de más intención, aunque el bonachón e imbécil de Carlos IV no le pillase el sentido, absorto como estaba en satisfacer los caprichos de su prima la de Parma. El caso es que, con Moreno Bonilla (“llamadme Juanma”) me pasa una cosa por el estilo.

No puedo observarlo sin que el pelele goyesco me venga a la cabeza. Es una serendipia tan curiosa como extraña. Su perfil público, insulso como el de Iniesta o más, está jalonado por un currículum vitae al que no desmereceríamos si lo tildamos de guadianesco. En el año 2000, el señor Moreno Bonilla ganó un escaño en el Congreso de los Diputados por la circunscripción de Cantabria. Se describía entonces como licenciado en Administración y Dirección de empresas, a fuer de experto en el mismo campo gracias a un máster homónimo. Cuatro años después, ganado el escaño por la circunscripción de Málaga (solar paterno de un hijo de emigrantes nacido en Catalunya), la licenciatura del candidato del PP a la presidencia de la Junta menguó: la licenciatura retrocedió hasta el opaco término de “estudios”, sugerente rodeo léxico con el que se insinúan cosas y se ocultan otras graciosamente, a la manera torera del capotazo.

En 2008, de nuevo diputado por Málaga en Cortes, el CV de Moreno Bonilla padecía la terrible amputación de toda referencia a la Administración y dirección de empresas: sólo lucía en su formación académica el máster de marras y un Programa para el Liderazgo de la Administración Pública, sin duda metafórica alusión a su ascenso dentro del PP a lo largo de su vida; puesto que reto públicamente a duelo a quien intente demostrarme en dónde puede uno aprender a liderar cosas en lo público mejor que en el seno de un partido político. En 2011, ya Secretario de Estado de Servicios sociales e Igualdad, la inconstante experiencia académica en ADE mutó, como por hechizo, en un Grado de Protocolo y Organización de eventos, así como los másters antes citados se transformaron mágicamente en titulaciones superiores en Protocolo y Relaciones Internacionales. Pero no hemos venido a hablar del caudal menguante, casi lunar, que sube y baja como las mareas, del río académico del Moreno Bonilla.

Hemos venido a evaluar, de modo somero y ligero –¡para eso es lunes!– la percepción pública de este candidato. El Partido Popular apostó por su figura en 2014; lo hizo, intuimos, para reconducir la situación extraña y paradójica de esa fuerza política en la comunidad más poblada de España. El PP, hoy, y hasta las próximas elecciones del mes de marzo, constituye la mayoría parlamentaria en Sevilla. Como es sabido, el PP obtuvo una insuficiente mayoría simple; Partido Socialista e Izquierda Unida se coaligaron, tras las elecciones ganadas en 2012 de forma pírrica por Javier Arenas. Tras este resultado, ominoso puesto que Arenas afrontaba las elecciones con una sensación de abrumadora superioridad incluso moral sobre su oponente –José Antonio Griñán– parecida en forma y fondo al contexto con el que Rajoy superó en 2011 a Rubalcaba en su carrera hacia La Moncloa, Arenas asumió una suerte de destierro público, a la manera clásica de los antiguos estadistas griegos. El PP andaluz quedó en manos de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla, quien pronto colocó a la dirección nacional del partido ante la tesitura de dilucidar un nuevo liderazgo para la delegación andaluza del partido de Génova. Y Génova eligió a un outsider: Moreno Bonilla.

Pero el outsider, un año largo después, apenas logra no dormir a su propia audiencia en los mítines que el PP convoca estos días en las ocho provincias de Andalucía y a los que, naturalmente, asiste una feligresía claramente favorable. Moreno Bonilla no hace más que repetir, en cada intervención mediática, que está a pocos días de ser el próximo presidente de la Junta de Andalucía. Yo me río mucho con esto. Cada vez que lo escucho hablar en un telediario, no puedo sino rememorar al pelele goyesco. Su verbo es melifluo, blando. Su gestualidad es tan afectada, tan poco natural, que lo que fluye como el maná hacia el televidente, al verlo, es una profunda sensación de abatimiento cercana al hastío. Moreno Bonilla no levanta la voz ni tan siquiera un ápice: el ápice leve, pero contundente, que uno le pide al hombre-político para hacerle vibrar durante ese minuto y medio escaso en el cual uno, entre las aceitunas del aperitivo y el pollo al horno del domingo, atiende sus palabras sentado en la mesa de la cocina. Su discurso es inane, vacuo, insignificante. Todo en él es spleen, elogio de la medianía: canto fúnebre, letanía de convento, un murmullo sordo que se va apagando en la cabeza del que escucha hasta hacerse susurro, y luego siesta. Y luego más tarde, al final, ronquido.

Susana Díaz, actual presidenta de Andalucía y principal adversaria de Bonilla en el rush final hacia el Palacio de San Telmo, tiene la misma extracción política que él: también apparatchik, intelectualmente tan mediocre como el popular y forjada su fortuna pública en la Escuela de Advenedizos que son las secciones juveniles de PP y PSOE-verdaderas agencias de colocación en cuyo régimen concertado, igual que el de los colegios semi-públicos o medioprivados, como se les quiera llamar, se cuece lo más granado de la famélica legión de gestores de lo público que nos gobiernan y nos gobernarán–, tiene, por contra, un temperamento mucho más adecuado para la batalla dialéctica y la polémica mediada a través de los medios de comunicación. Dos escenarios que Moreno Bonilla no domina y Susana Díaz sí, y que marcan la recepción del mensaje en lo grueso de la audencia determinando, de este modo, la percepción pública de uno y otro en el elector medio.

Con Bonilla me pasa, digo, como con El Pelele. Carlos IV y María Luisa de Parma. La serendipia, a veces, es tan juguetona como el destino.

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