Nos situamos en el siglo XXI, era enloquecidamente digital, avalada por la creciente popularidad de las últimas tecnologías, que pasan a formar parte de nuestras vidas como una extremidad más de nuestro propio cuerpo. Con ello, contar los aspectos bizantinos de nuestra existencia, ha resultado ser una necesidad patológica a golpe de click, tan fácil como adictivo. “Comida en casa de la abuela”, “Escapada rural” o “Noche Legendaria”…se convierten en titulo de los peores best seller cronológicos, que nadie compraría por una peseta, pero de cuya gratuidad nos servimos, “scrowling down”.

Hablamos de información visual de la que uno podría y puede prescindir sin ver alterado su sueño. Muchas veces me asalta la pregunta, de qué droga han podido liberar sutilmente sobre nosotros para valorar tanto un “me gusta” o un “siguiendo”. Y mentiría si dijese que jamás me ha llegado importar el número de “likes” sobre un comentario o una foto. Cierto es que desde que eso incide en tu estado anímico, algo debe estar fallando ahí arriba.

Resulta manifiesto que sintamos cierta embriaguez, al comprobar que los aspectos mundanos de la vida, como beberse un “Gin tonic”, correr una maratón o ir al “gym”, resulten interesantes a los demás. En realidad se podría afirmar que dichos halagos viene siendo un tímido y casi involuntario meneo, para decir y me repito otra vez, “me gusta”. Como solía exponer un viejo sabio de cabellos locos y bigote honesto, “cada día sabemos más y entendemos menos”. Pero muros y redes a parte, la realidad de ver infumables colas para adquirir el último modelo etéreo del manzano, me empujan a preguntarme ¿Que nos hace felices?

A veces pensamos que son estas pequeñas sutilezas, pero opino que no, que más allá de aportarnos plena felicidad, solo nos distraen de otras muchas cosas que nos hacen desdichados. Insisto en desvitalizar aún más esta corriente de masas; y es que, el que nuestros amigos comiencen una dieta, descubran Punta Cana o estén en una relación complicada, viene siendo algo habitual en sus vidas o en la nuestra. Y visto así, ¿por qué ha de interesarnos? y hablo de lo sumamente irrelevante, todo aquello que no dice nada, ¿por qué tenemos la necesidad, de publicar el 87,6% de los actos banales que realizamos a lo largo del día? de contarlo, de preguntar sin realmente sentir interés alguno, ¿qué ganamos? Y supongo que también ¿qué perdemos? Para esta última pregunta, se me ocurre alguna respuesta.

Facefuck_Poznan

Sin que mi opinión esté desnutrida de todo afecto, puedo comprender y comparto que ciertas “noticias” resulten entrañables y, porque no, dignas de ser contadas. Salvo de crítica a ciertos dependientes, para los que las redes suponen un pequeño escaparate de promoción, pero reflexiono sobre si este fanatismo, no es a caso una manera de sentirnos un poco más célebres, de creernos estrellas sin mérito por unos minutos, ¿Hay que juzgarse por ello? supongo que no.

Pero vamos presenciando como tener un “Smartphone”, puede equipararse casi, a llevar el DNI encima. Algo necesario con lo que nos sentimos identificables y cuya pérdida motivaría al menos un siroco. Poco a poco cargamos en él parte de nuestra vida, cientos de fotos y videos personales, que en más de una ocasión escapan sin consentimiento (o con él) a manos insanas, y vuelven con efecto boomerang para dañar el honor y la supuesta dignidad. Contraseñas, mensajes, más allá del nombre, apellidos y lugar de nacimiento, el historial que guardan estos ya no tan pequeños aparatos, dice más de uno mismo, que lo que nuestros conocidos puedan llegar saber.

Sin embargo, perdida la vista o aprovechadas las horas, ante el fulgor e iconos de un mundo virtual que nos secuestra por minutos, cierto es que las ventajas pesan más que los inconvenientes. Conectamos con distintos puntos del globo, difundimos en décimas de segundos, informamos, localizamos y denunciamos. Aplaudimos actos e invitamos a muchos otros de buena fe.

Como casi todo en esta vida, las cosas son buenas o reprochables dependiendo del uso que se les dé. ¿Quién iba a imaginar allá por los 80, que desde un teléfono móvil se podría comprar, apostar, iluminar el suelo cual linterna de pila o descubrir un sinfín de aplicaciones, que van desde un gato imitador de sonidos a la deformación de rostros y voces como ultima distracción?

Sin más testimonio, sello esta carta tecleando: bienvenido sea el avance tecnológico que favorece la investigación, simplifica nuestras vidas y fomenta el intercambio de conocimientos. Bienvenido sea. Aún si nos convierte en dependientes, en esclavos, pues siempre podremos alejarnos aún más de la realidad, en tiempo real.

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