Mi queridísimo Antonio pasará a la historia de aquí por lo que siempre llamó sus monos, y en eso fue el mejor y también el más popular. Superó a Xaudaró, a Bagaría y a Mingote gracias a su mezcla personalísima del humor de Tono y Mihura con el de la escuela Bruguera. Pero yo quiero recordar aquí al genio curioso y verborreico que abrazó el Photoshop y las redes sociales con el mismo entusiasmo con el que hacía bromas por la televisión española que él contribuyó a crear. Habría que ver por los pasillos de ese Paseo de la Habana de la señorita Pepis a Forges y a los Summers dibujando caricaturas de compañeros o haciendo bromas pesadas, cuando Hermida no era Hermida ni Tip sabía quién era Coll. Bastantes años después, en los inicios de Telemadrid, compartimos redacción mesa con mesa: dirigía él un descacharrante informativo satírico, el Deforme semanal, presentado por Rafael Taibo (la mítica voz de Cousteau) y realizado por su hermano, Pirracas; un programa que remitía al ingenio de Cervantes, de Jardiel o de Ramón y donde prefiguró el delirante informe de ahora mismo.

Pero Forges sólo era una parte pequeña del gran Antonio Fraguas, el más preciso y conciso editorialista, un ciudadano comprometido y contumaz que fue un incansable luchador por la democracia y las libertades; impulsor de prensa humorística y seria, que se atrevió con la novela, con la canción y con el cine, y que inventó un estilo inimitable y hasta un lenguaje propio mucho antes que Chiquito. Venía a la radio cada miércoles con cien ideas nuevas: durante muchos años tuve la inmensa suerte de asistir cada semana a un Olimpo del humor donde, convocados por Luis del Olmo, regalaban su talento inmenso y su infinita gracia Gila, Tip, Coll, Mingote, Chumy, Summers, Ozores, Estadella o el mismísimo Forges. Excepto Ussía –que perdió la chispa– ya no queda nadie; estar allí y vivir para verlo era como rodar con los hermanos Marx o asistir al parto de La Codorniz.

De su ingenio y de sus maravillosas ocurrencias puede dar fe esta historia que viví: me refiero al día del concierto que dio La Voz, el gran Sinatra, en el Santiago Bernabéu, exactamente el 26 de septiembre de 1986. Llegó Forges al despacho de Del Olmo porque quería repetir el formato fake de La guerra de los mundos de Orson Welles con un asunto mucho más mundano que la invasión marciana: simular que esa misma mañana el artista estaba ensayando en el estadio y que se podía acceder al mismo gratuitamente.

Dicho y hecho, mientras el realizador Ángel Pardo mezclaba con pericia discos en directo del crooner y efectos de ambiente salpicados por el jazz, al pie del complejo deportivo se dispuso (con el fin de reforzar la veracidad de lo narrado) de una unidad móvil con Carmen García-Ribas, Eva Orúe y ¡Jesús Mariñas! –si la memoria no me falla. El caso es que no tardaron en acercarse al evento supuesto con su transistor decenas de curiosos oyentes que al ver las puertas cerradas y percibir el atronador silencio empezaron a mostrar su monumental enfado por lo que creyeron una estafa.

Lo que más me impresionó entonces fue la reacción del locutor y el humorista al llegar noticias de los corresponsales de que allí se estaba urdiendo un eventual linchamiento o algo peor: Forges y Luis entonaron un “glups” muy forgiano para pagar a continuación de su propio bolsillo una entrada para el concierto real a los convocados. El País lo contaba más o menos así, en plan la casta y la gente: «Parte de los asistentes acudió al estadio con entradas regaladas. El perfume del público de platea se mezclaba con el sudor del de las gradas, en clara mayoría. Sinatra comenzó con Fly me to the Moon, bebiendo una copa a pequeños sorbos, cantó Granada y atronadores fuegos de artificio le despidieron después de My Way«.

De Sinatra a Forges, de maestro a maestro. Adiós, Antonio. A ver cuándo quedamos y nos echamos unas risas. Pero sin prisa tampoco, ¿vale?

Ilustraciones: Otto / Untaltoni

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