Fotografía: Wikimedia Commons

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Sino y Destino no son la misma cosa.

El concepto de destino se encuentra hoy desprendido, para un público joven y acostumbrado a Disney, de su significacíon trágica y fatal, y apenas sobrepasa el reducto de lo bobalicón. Ya no se habla de la fuerza del destino al que sucumbió Edipo, sino más bien de la fuerza del destino tal y como la reformularon los Mecano, aquella que ha unido a incontables tronistas de Mujeres, Hombres y Viceversa en sagrada relación sexual.

El sino se encuentra, sin embargo, intacto hoy en toda su horrorosa fatuidad. Pocos usan esta palabra, por considerarla quizá arcaica o fuera del tiempo, pero precisamente por eso ha conservado su sombra. Permanece intacta su presunción diabólica, sobrenatural, desligada de nuestros actos. El sino que condena está ahí, permanece aunque no lo quiera ni el más audaz de los guerreros, acecha a Carolina Bescansa y la advierte de que no habrá nada que pueda hacer: su futuro político está condenado a ver la muerte de su padre y el matrimonio, igualmente ineludible y dramático, con unas instituciones a las que tratará de poseer.

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El sino es fatuo porque escapa a nuestro control y actúa con capricho, fuera de nuestra comprensión. Carolina Bescansa ya conocía el suyo cuando entró al Congreso con su retoño bajo el brazo y preguntándose hasta cuándo podrá su formación seguir haciendo la política de las sonrisas.

Porque como todos los héroes trágicos, Bescansa dispone de inteligencia, pasión y ganas de batallar para revocar un final que ya conoce de antemano.

La podemita sabe que la épica se va a terminar en el momento en que regrese a su asiento parlamentario y su cuota de poder aumente. La retórica sobre las instituciones al servicio de la ciudadanía resulta válida, y necesaria, para que se cumpla un mandato que se encuentra muy por encima del rango de acción del que dispone toda fuerza política en la cámara baja.

Bescansa sabe que en el ADN de la política nacional existen, anidados, en hibernación y a la espera de germinar, una serie de cromosomas que predestinan a toda nueva formación a matar a su padre y casarse con los órganos de poder.

El transcurso de la historia de Podemos podría constituir la base perfecta para la más grandiosa de las tragedias. Las tres musas tienen forma de Iglesias, Errejón y Monedero, que garantizaron cambio a los votantes pero dijeron a Carolina que la necesitaban para hacerse con el poder de su país.

Como toda buena heroína, Bescansa se resiste al sino que proclamaron los oráculos. Y lo hace con expresión pétrea. De profundo conocimiento sobre el tema. Porque se sabe las reglas del juego a la perfección: la nueva política sólo necesita un año de legislatura para envejecer.

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Carolina Bescansa dispone del pragmatismo voraz de Marx y Bakunin. Pertenecientes a la burguesía más acomodada, crecieron bebiendo vino entre candelabros de latón. Dedicaron su vida al estudio de las artes y las ciencias y, como todos los buenos intelectuales, comprendieron pronto que su propia situación se trataba de una injusticia, una broma atroz. Se valieron, así, de todos los medios a su alcance para revertir esta realidad.

El compromiso político es la única vía —cayó pronto en la cuenta— por la que se pueden cambiar las cosas. No vale con sumergirse en estadísticas de por vida. Es absolutamente necesario asaltar la primera línea mediática y poner sobre la mesa todo lo que necesita la sociedad.

Así, enamorada de la justicia social, Bescansa decidió convertirse en la heroína trágica sobre la que caerán chuzos de punta de aquí a unos pocos meses. Sus propiedades actuales y sus antepasados, ilustres negociantes compostelanos, se le volverán en su contra antes o después en la arena de la tonta opinión pública.

Bescansa pone la espalda, como toda buena mártir, ante los futuros escándalos de corrupción, ante las incoherencias implícitas a la ostentación de un cargo público, ante la previsible involución de las estructuras de poder, ante el cierre de fronteras a los refugiados en el marco regulatorio europeo y ante la implementación de medidas de austeridad y recortes que llevará a cabo un partido que, de proclamarse vencedor, pronto —se dice— se hará viejo. Bescansa conoce bien su sino y, aunque hoy por hoy trata de aplacarlo como sea, es también conocedora de su fuerza. Sabe que nadie puede hacerle frente. Sabe que va a ganar.

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