Tras quedarse en el paro, el historiador Carlos Guijarro (Badajoz, 1955) tomó una decisión que habría desmontado la teoría de que los desempleados se ponen a buscar a trabajo cuando les quedan pocos meses para terminar de percibir el subsidio, argumento lanzado en público por algún alto representante de la CEOE. Guijarro había dado con un suceso poco conocido de la Guerra Civil (el ataque indiscriminado que padecieron los republicanos que huyeron de Málaga en febrero de 1937 cuando la ciudad cayó en manos franquistas) y decidió aunar su profesión con su otra gran pasión: el cómic. Dos años de intenso trabajo, entre documentación, recreación ficcionada y dibujo contemplan a su pequeña criatura. El paseo de los canadienses (Edicions de Ponent, 2015) es la primera novela gráfica de Guijarro, que debuta a punto de cumplir los 60 años en un formato en el que idolatra a los grandes referentes como Sacco o Spiegelman, grandes narradores «a la altura de los mejores novelistas». De momento, no se puede quejar: la primera edición de El paseo de los canadienses ya está agotada. El 14 de abril –próximo martes– presenta su libro en la FNAC de Castellana (Madrid) acompañado por el escritor Rafael Narbona. Una manera de reivindicar la II República a golpe de viñeta.

–¿Cuántos te dijeron que estabas un poco loco por ponerte a hacer un cómic a tu edad?

–Creo que nadie porque tampoco lo dije mucho hasta que no tuve la primera mitad del cómic construida. Fue en ese momento cuando empecé a difundirlo. Casi todo el mundo me animó y eso me ayudó a seguir, aunque un poco extraño sí que resultó porque nunca me había dedicado al cómic, que siempre me interesó como lector, es un formato que he consumido desde muy pequeño, pero nunca lo había dibujado. Esta historia empezó por casualidad. Como cuenta el principio de El paseo de los canadienses, ese suceso de la Guerra Civil lo descubrí paseando por las playas de Málaga. En la zona del Rincón de la Victoria leí un cartel que agradecía la ayuda de Norman Bethune a los fugitivos malagueños.

A título personal me puse a indagar y, claro, la sorpresa fue tremenda. Hay un escrito de Bethune fechado en 1937, el año en el que ocurre todo, donde cuenta la masacre con pelos y señales. Si aquello que contaba el médico canadiense era cierto, estábamos ante la masacre más dolorosa de toda la Guerra Civil. En ese momento te surgen dos preguntas. ¿Esto es verdad? ¿Y si es verdad, por qué coño nadie lo conoce? Soy historiador y pregunté sobre ese suceso en todo mi entorno y nadie lo conocía. Inicié un proceso de investigación para comprobar que lo que decía Bethune se sostenía. Aunque sea un relato muy desconocido fuera de la provincia donde ocurrieron los hechos, la historiografía malagueña sí que lo ha tratado bastante. Desde 2004, la cantidad de testimonios de supervivientes de la masacre que se vivió en aquella carretera que han ido apareciendo para contar su experiencia ha sido increíble.

–¿Por qué a partir de 2004?

–En 2004, se realiza una exposición fotográfica sobre ese episodio, comisariada por Jesús Majada, que es el primero en sacar a la luz la intervención de Norman Bethune en los sucesos de Málaga. Fue una sorpresa para todo el mundo porque Bethune no era conocido en la ciudad.

–Bethune es todo un personaje.

–Fue el primero en hacer transfusiones sanguíneas en el frente. Ideó un sistema móvil para ello. Eso lo consiguió en España durante la Guerra Civil. Después fue a China y en 1939 murió mientras ayudaba a los comunistas de Mao. Lo curioso de haber creado esta novela gráfica es que el propio hijo de Bethune, un señor ya de avanzada edad, me ha escrito pidiéndome una copia porque se ha enterado de su existencia. En Málaga, uno de los ayudantes de Bethune se dedicó a fotografiar toda la huida de los republicanos malagueños, pruebas que ayudaron a sostener los testimonios de los supervivientes. Ten en cuenta que los franquistas negaron siempre lo que ocurrió. Es difícil encontrar a una familia malagueña que no tenga o haya tenido un familiar participando en esa huida.

–Huyeron 150.000 personas de la ciudad. En aquel momento, Málaga tenía unos 200.000 habitantes, a los que hay que sumar los republicanos andaluces que habían ido llegando en los meses anteriores a febrero de 1937. 

–Se calcula ese número de refugiados en unas 60.000 personas. Esos fueron los primeros en marcharse, más muchos malagueños que huyeron por efecto de una histeria colectiva totalmente justificada por las historias que se escuchaban sobre lo que habían hecho los golpistas en el resto de la Andalucía sublevada contra la República. En su camino a Almería, pueblo por el que pasaban los fugitivos, pueblo que se despoblaba.

–Insistes mucho en llamar a aquel episodio desbandá en vez de evacuación.

–No fue una evacuación. Me preguntaba por qué se conocía tan poco lo que ocurrió y llegué a la conclusión de que la izquierda había aireado muy poco un episodio de esta naturaleza porque los dirigentes de los partidos y sindicatos republicanos no estuvieron a la altura. Se ocuparon únicamente de ponerse a salvo y el 8 de febrero ya estaban en Almería, cuando la gente de a pie que logró llegar a la capital de la provincia vecina tardó seis o siete días en conseguirlo. Nadie se ocupó de organizar la evacuación. No pensaron que los golpistas fueran a atacar a la población.

–Parece un pensamiento un poco ingenuo si se tiene en cuenta que la represión de Queipo de Llano en la Andalucía occidental estaba siendo sistémica y feroz. No habían dejado títere con cabeza y el mismo general se encargaba de recalcarlo en sus famosos discursos radiofónicos.

–Pero se suponía que esa represión afectaba a la gente politizada y afín a la República y no a la población civil en general. La mayoría de las personas que huyeron a pie por la carretera eran mujeres, ancianos y niños. Las tropas del Ejército popular que se marchan de Málaga lo hacen en camiones y por caminos paralelos a la carretera de la costa, protegidos tras las montañas. Con la perspectiva del tiempo no se puede juzgar, pero te encuentras testimonios como el de [Arthur] Koestler, que se quedó, básicamente, porque se arrojó del coche en el que se lo quisieron llevar porque le daba vergüenza que le pusieron a salvo mientras dejaban a su suerte a la población. Llamó a su gesto «deserción». Quien comete el crimen y masacra son los franquistas, pero los republicanos podrían haber minimizado la tragedia si se hubieran ocupado de la población. Cada uno se buscó la vida como pudo.

–La estampa de la población civil buscándose la vida para abandonar la ciudad se parece mucho al exilio republicano de los catalanes y los altos cargos de la II República como Manuel Azaña, Juan Negrín o Lluís Companys en enero de 1939, hechos que están perfectamente documentados por la historiografía española y catalana. Eso sí, tras leer tu novela gráfica, ni por asomo lo que pasó en Catalunya se puede comparar a lo ocurrido en Málaga.

–Hay un elemento común. La persona que se encargó del exilio republicano fue la misma que, teóricamente, debería haber dirigido la evacuación de Málaga, el Coronel José Villalba Rubio. Era hijo y hermano de militares golpistas y él mismo era partidario del golpe militar. Fue compañero de Franco en las guerras africanas. Este tío se quedó aislado tras el 18 de julio en Barbastro. Entonces, dijo que se declaraba partidario de la República, que como tenía muy pocos altos mandos regulares, del Ejército, no pudo prescindir de él. Fue uno de los errores de bulto de los republicanos, un error que arrastraron durante toda la contienda. En el último mes de la batalla de Málaga le designaron responsable de la defensa de la ciudad, donde poca cosa hizo. Además, la ciudad quedó abandonada a su suerte porque se centraron los esfuerzos en defender Madrid y no perder el norte de España. El único armamento que llegaba venía de Moscú e iba a parar directamente a manos comunistas en un lugar donde estos eran una minoría frente a los anarquistas.

Sin embargo, Málaga cayó cuando quiso Mussolini. El dictador italiano tenía su propia idea de cómo montar la guerra. Igual que Hitler, quería que España fuera su teatro para ensayar lo que después iba a ser la II Guerra Mundial. Il Duce idea el sistema de la guerra célere: aprovechando que tenían una aviación superior y una artillería más potente, quería que las fuerzas italianas tomaran Málaga por la vía rápida para saltar después a Almería y, más tarde, a Valencia. Koestler, que era corresponsal del News Chronical, escribió un telegrama a su periódico el 4 de febrero explicando que la impresión que había en la ciudad es que la ofensiva fascista se había paralizado. Nadie pensaba que fuera tan inminente la caída, pero cuando les vieron bombardeando el 6 de febrero, se dieron cuenta de que a Málaga le quedaban horas como republicana. A Franco le molestó la impaciencia de Mussolini. La ciudad estaba oficiosamente rendida y comenzó la gran desbandá. En el Palacio de la Aduana, la sede del Gobierno Civil, se colgó una pancarta que decía: «Sálvese quien pueda». La izquierda debería haber hecho autocrítica y no ha sido así.

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–Como reverso de la falta de ética de los dirigentes republicanos presentas a los tres personajes anglosajones del relato: los mencionados Bethune y Koestler, y un aristócrata escocés con un perfil muy interesante: Sir Peter Chalmer Mitchell, que era prorrepublicano y zoólogo. Tampoco faltan los villanos franquistas, como Queipo o Vallejo-Nágera, un psiquiatra de metodología más que cuestionable. Sus nietos ahora se pasean por los platós de televisión.

–Una de sus nietas, que también es psiquiatra, acaba de salir en la Lista Falciani. Esta señora tiene 18 millones de dólares en sus cuentas de Suiza. ¿De dónde le viene esa fortuna? No creo que de sus consultas, así que probablemente le venga de esa época posterior a la guerra. El Doctor Vallejo-Nágera es un personaje tremendo. Es el responsable de toda la desaparición de niños durante el inicio del franquismo, fenómeno que se prolongó durante toda la dictadura. Consideraban a los republicanos como gente degenerada y había que separar a los hijos de los padres. Vallejo-Nágera tuvo por maestros a los ideólogos del nazismo. «El gen rojo» del que hablaba tiene que ver con las teorías nazis más radicales. Introduzco al psiquiatra en la novela porque estuvo en Málaga haciendo análisis a 50 mujeres para fortalecer el ideario del régimen con sus investigaciones pseudocientíficas que justificaban la purga ideológica. Ser de izquierdas se trataba como una patología.

–Franco no era el único que hablaba de extirpar de España los tumores del nacionalismo disgregador y del judeobolchevismo masón.

–Vallejo-Nágera vino a darle fundamento científico a esas teorías. El antisemitismo y la xenofobia de los nazis también tenían por debajo un sustrato pseudocientífico. Es increíble que Vallejo-Nágera no haya sido repudiado por la comunidad científica española. Escuchas cosas que sostenía y solo puedes descojonarte pensando que no se puede ser más estúpido. Pero lo triste es que estamos ante un tío que marcó pauta.

–Hace menos de diez años un psiquiatra defendió en el Senado que la homosexualidad era una enfermedad que se podía curar.

–Esas ideas vienen de esa época. Lo que hizo Vallejo-Nágera fue un auténtico crimen de Estado con el beneplácito de Franco. No hablamos de un tipo cualquiera.

–La suerte de Queipo de Llano –que no se mató en un accidente de aviación– tras la guerra explica muy bien la estrategia de Franco para eliminar rivales en la pugna por el poder.

Queipo de Llano es un personaje delirante. Antes de la guerra, hay fotos suyas, en su exilio de París, con Azaña e Indalecio Prieto, en una cafetería. Durante la dictadura de Primo de Rivera, era uno de los militares más afectos a la causa republicana y tuvo que marcharse del país. En un determinado momento, abandona esas ideas… o no del todo, porque tras el golpe militar, durante el primer año de la Guerra Civil, se hizo todo en nombre de la República.

–Retorciendo el lenguaje, se acusaba al Gobierno del Frente Popular de traición a la República.

–Así era. Y en esas, Queipo de Llano se presentó como un personaje con un afán de protagonismo muy alto. La suerte hizo que a Franco se le fueran eliminando enemigos de forma natural, como MolaSanjurjo, que murieron accidentalmente. Queipo nunca le cayó bien a Franco, por eso no tardó en apartarlo del poder. En el discurso de la caída de Málaga, Queipo está dando vivas al Ejército, a España y a la República, y tiene que aparecer Millán Astray para soltar: «¡Y viva Franco!»

–Franco hacía todo lo posible por envolver de misterio su carácter. En cambio, Queipo de Llano era todo lo contrario.

–Mujeriego, alcohólico y amante de la radio. Un tipo mucho más mundano, no era un puritano como Franco. La propaganda que hizo a través de Radio Sevilla fue uno de los desencadenantes de la huida en estampida de los malagueños. Las amenazas que profería eran brutales. Tenía fijación con las rojas y el amor libre. Daba carta blanca a las violaciones. Martilleaba noche tras noche y tenía información de primera mano de lo que estaba pasando en Málaga. [Carlos] Arias Navarro estaba infiltrado en los comités anarquistas de la ciudad y era el tipo que informaba al General de lo que ocurría tras las líneas enemigas. Queipo contaba por la noche cosas que habían pasado esa misma tarde en Málaga.

–Arias Navarro fue el primer presidente de España tras la muerte de Franco.

–Fue juez militar. En los juicios sumarísimos que se dan en la España franquista hasta 1945, tiene una responsabilidad muy grande. Después pasa a ser Gobernador civil de León. Tras eso, Director General de Seguridad, y luego ministro y presidente del Gobierno durante la Transición. Carlos Arias Navarro hizo toda su carrera política sobre la represión. No tuvo otro papel que el de represor. Cuentan que cuando murió Carrero [Blanco], recurrieron a Carlitos porque era un aval seguro de que la cosa no se desmandaría. Contrapongo a Arias Navarro al alcalde de Málaga del momento, Eugenio Entreambasaguas, un hombre que se comportó de forma heroica durante la caída porque, como recordaba un nieto suyo en un artículo que leí durante el proceso de documentación, su abuelo «no se fue». Entreambasaguas no tiene una sola calle con su nombre en la ciudad y, en cambio, Arias Navarro tiene un parque gigante en Madrid. Ha habido intentos de cambiarle el nombre a ese parque y Ruiz-Gallardón lo impidió. Ese historial perseguirá su recuerdo: Arias Navarro es carnicerito de Málaga y el chistoso que aparece en el programa de Wyoming en la parodia que hacen del «Franco ha muerto». Hablamos de un tipo siniestro.

–En la España de «los hunos y los hotros», del terror azul y el terror rojo, los alcaldes republicanos llevaron la peor parte. Casi todos se quedaron en sus despachos a recibir lo más dignamente que pudieron a los golpistas e intentaron preservar la legalidad al máximo, ayudando muchos de ellos a las familias conservadoras que podían caer en manos de la violencia anarquista o comunista.

–La naturaleza de lo que fue el franquismo se entiende muy bien en consignas como la que se esparció por Málaga poco antes de su caída: los que no tuvieron delitos de sangre no debían tener miedo. Algún incauto se quedó, pensando además que había ayudado a salvar vidas de personas de derechas. De nada le sirvió. En toda España, los alcaldes hicieron una tarea de contención de la violencia tremenda y eran los primeros en ser cepillados cuando una localidad pasaba de manos republicanas a manos franquistas. En Andalucía se reprodujo ese suceso una y otra vez.

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–Vivimos en democracia desde hace casi 40 años. ¿Por qué nadie reivindica a esa tercera España?

–El problema es que hay un relato elaborado en la Transición que indica que este asunto no se ha superado en absoluto. No es casualidad que ese relato se construyera así. En la escuela e instituto se empieza con los íberos y siempre te quedas en el s. XIX. A la Guerra Civil no se llega. Si se llegara, nos encontraríamos con varias asociaciones. La primera: República–Guerra Civil, como si la contienda fuese una consecuencia del período republicano. La segunda: Franquismo–Transición democrática, como si la dictadura hubiera traído la prosperidad y la democracia fuese una evolución natural del régimen. Ese relato existe. En el 78 se hizo lo que se pudo, pero la izquierda renunció a demasiadas cosas.

–¿El mayor pecado no es del PSOE por no haber recuperado la memoria republicana en los 80, cuando gobernó con mayoría absoluta?

–La actitud del PSOE fue un continuum de la Transición que ha durado hasta ahora. ¿Qué se instauró con el nuevo régimen? La izquierda decidió renunciar a la memoria en favor de la reconciliación. En España domina ese relato oficial de que la democracia llegó al país gracias al Rey y Suárez. Todos los que vivimos el tardofranquismo sabíamos que la llegada del sistema parlamentario era inevitable. Al régimen no le quedaba otro remedio. Si no hubieran cedido, el cambio habría sido más traumático y convulso.

–Vistos desde la actualidad, aquellos años de fuego cruzado entre el terrorismo de Estado y el terrorismo opositor de ETA, Grapo o las milicias ultraderechistas sí que parecen convulsos.

–En ese sentido, sí, la situación era tensa. Pero si descontamos la violencia, ahora vivimos un momento muy parecido porque todo está en cuestión. Antes se zanjaban las diferencias más radicales a tiros y ahora se zanjan en los medios de comunicación; las batallas son más dialécticas. Con lo cual, quiero decir: ¿qué es lo que se ha dejado de lado? La memoria de las víctimas. Me impresionó tanto la historia que alumbra El paseo de los canadienses porque es algo que le ocurre a la gente. Frente al lugar común que dice que la Guerra Civil es un enfrentamiento entre las dos Españas, aquí no hay dos bandos; la población civil huye y es masacrada por un ejército. La gente tenía sus maletas de cartón, sus hatillos y puntos. No hubo enfrentamiento, fue una masacre: les atacaron con aviones y les bombardearon con barcos en una zona en la que no tenían cobijo. Murieron, al menos, 6.000 personas. Quienes lo padecieron no eran personajes señalados. A ellos solo les queda su memoria para reivindicar justicia. ¿Qué he pretendido con el cómic? Recoger testimonios para reivindicar su deseo de justicia, que no es lo mismo que venganza. Solo quieren que se reconozca la violencia cometida. La perspectiva de las víctimas no caduca nunca. Da igual que ocurra ahora, hace 50 años 0 tres siglos. Que te reconozcan la injusticia cometida es lo mínimo. Es lo que te permite empezar a superarlo. ¿Por qué este tema sigue removiendo sensibilidades? Porque nadie ha pedido perdón y algunos se ufanan de lo ocurrido.

–¿El error de los que se proclaman herederos de la tradición republicana ha sido no condenar la violencia que hubo en la España roja? Se puede contraponer esa violencia de la CNT o del Partido Comunista a personajes como Azaña, Besteiro, Companys o Zugazagoitia, que se jugaron el pellejo por defender los Derechos Humanos en medio de una guerra. 

–Sobre la violencia hay dos fenómenos que creo que no son de la misma naturaleza. Por supuesto que hubo represión fuerte en el bando republicano en lugares como Madrid. Lo que ocurre es que son respuestas reactivas fruto de la indignación. En esos primeros momentos, las sacas, los paseos y demás ocurrieron de forma reactiva, siempre con intentos de las autoridades republicanas por frenarlos y condenarlos. Se intentaba que los juicios contra los partidarios del golpe de Estado tuvieran respaldo real, cosa que no ocurrió en el otro bando.

–Cuando Sanjurjo encabezó el golpe de Estado en 1932, Azaña le conmutó la pena de muerte.

–Algo de lo que se olvidaron en el otro lado. El episodio de Málaga es una de las primeras veces en las que se utiliza el terror contra la población civil como arma de guerra. Conscientemente se deja salir a la ciudadanía y en los lugares donde más daño les podían hacer, porque la carretera discurría entre el monte y el acantilado, se les ataca por aire y mar. Fue un ensayo deliberado para las guerras que vendrían.

–En tu libro hay varios momentos que ponen los pelos de punta. Por no desvelar demasiado de la trama, los sublevados atacan incluso un autobús de la Cruz Roja.

–Ahora estamos acostumbrados al terror sobre la población común. Ves lo que hace el Estado Islámico y ya sabes de qué va la cosa, pero aquel capítulo de Málaga fue una novedad. Los republicanos nunca pensaron que su enemigo fuera atacar a la gente de a pie.

–Creo que en tu análisis no puede faltar la escuela que tuvieron los Franco o Millán Astray en las guerras del Rif. Allí habían puesto en práctica técnicas militares enfocadas a aterrorizar a los nativos.

–Sí, pero hay una diferencia entre el africanismo y lo que ocurre en este suceso Guerra Civil. Se pasa de la táctica de tierra quemada, que conlleva una eliminación sistemática del adversario, a un ataque indiscriminado sobre el territorio a conquistar. ¿Qué ocurre en Badajoz? Concentran a todos los sindicalistas y afiliados de partidos políticos en la plaza de toros y allí se los cepillan. Pero, aun así, aquellas gentes no eran estricta población civil. Eran enemigos políticos. Lo de Málaga es distinto. Hay conversaciones de los aviadores con el Mando en las que advierten de que por la carretera solo transitan mujeres, ancianos y niños. La respuesta es inequívoca: disparad. Eran tan conscientes de lo que estaban haciendo que es impensable que no se hubiera planificado con tiempo esa acción. Es un paso más, peor aún de lo que pasó en Gernika, pero mucho menos conocido. Dicen que son necesarias tres generaciones para empezar a superar algo así: el que lo vive no habla; sus hijos están traumatizados; y los nietos son los que recuperan el relato. A este paso, en España no lo superará ni la cuarta ni la quinta generación. Tengo amigos que saben dónde está enterrado su abuelo desde hace un año y no les dejan escarbar.

–Como bien indicas, en la provincia de Málaga está la fosa común más grande de Europa. Periodistas y activistas repiten constantemente que España es el segundo país del mundo con más muertos en sus cunetas después de Camboya.

–Sin memoria no eres nada, individual y colectivamente. Se nos ha empujado a mirar hacia adelante sin preocuparnos por lo que pasó. Uno de los problemas que tiene España es que no hay una historia común en la que podernos reconocer. Nuestra historia está hecha de fragmentos y ocultaciones. ¿Quiénes somos? Hay una Historia de España, otra de Catalunya, otra del País Vasco. Todos compartimos una Historia común porque hemos vivido en el mismo territorio, nos hemos alegrado por las mismas cosas y hemos sufrido las mismas tragedias. Lo peor que puede hacer un nacionalismo es no reconocer al otro. Le das pie a que construya mitos que poco se ajustan a la realidad. A mí me interesa la Historia de la gente, la real. La Historia del poder siempre será interesada. La escribe el que gana y no se ajusta a la realidad.

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–En la Educación no se relaciona lo suficiente un suceso con otro. Por ejemplo, mi generación ha estudiado hasta la extenuación las Guerras Carlistas, pero se dice poco que son un precedente claro de la Guerra Civil. Ahí ya se están formando dos bandos irreconciliables. 

–La Guerra Civil no se puede resolver en un mes de clase. Cualquier chaval puede ir al pueblo de sus abuelos, mencionar el tema de la guerra y brotarán decenas de historias. Si tú no afrontas un problema, quedará amortiguado y en cualquier momento saltará la liebre.

–¿Qué ventajas te da el cómic para narrar un suceso histórico como el que cuentas en El paseo de los canadienses?

–El cómic me parece un arte maravilloso. Tiene un pellizco de muchos formatos; desde la narración secuencial del cine a la capacidad de captar en una imagen una esencia, como logra la fotografía. Con la literatura comparte la capacidad de inducir al lector a una reflexión interior, buscar preguntas y respuestas. Por decirlo de alguna manera, lo único que le falta al cómic es música. Y eso en formatos digitales lo veremos. El cómic ayuda a dramatizar fácilmente un hecho, algo que empuja al lector a identificarse más fácilmente con una serie de protagonistas. Revivir es más sencillo. La imagen siempre tendrá muchísimo alcance. Por otro lado, hay mucha gente que no lee Historia en el sentido convencional y sí lee cómics. A ese sector me interesaba llegar. Sé que este tema está investigado; no he descubierto nada que no estuviera tratado, pero esas investigaciones por sí solas no tienen capacidad para llegar a un público no especializado.

–Muchos divulgadores se olvidan de lo importante que es transmitir sus descubrimientos a un público más amplio. El cómic –o incluso el periodismo– se consideran géneros menores.

–Considerar al cómic como un género menor es un error. Me pongo a pensar en las mejores investigaciones que hay sobre la I Guerra Mundial y ahí tienes a Jacques Tardi. Nadie más riguroso que él para diseccionar ese conflicto. Te pones con la Guerra de los Balcanes o Gaza y te sale Joe Sacco. Maus de [Art] Spiegelman es fundamental para entender qué pasó con los campos de concentración nazis. El problema a la hora de valorar el cómic es muy nuestro. En España hablas de cómics y se te vienen dos cosas a la mente: Mortadelo y Filemón y los superhérores. El cómic es un mundo con infinitas posibilidades más allá de esos campos de humor o fantasía. En Francia, sin ir más lejos, es un formato muy reconocido. Un dibujante de cómics está a la altura de cualquier escritor. Maus le valió a Spiegelman un Premio Pulitzer. En España cada vez tiene más reconocimiento, pero sigue sin existir la carrera de dibujante de cómics.

–En los medios de comunicación tradicionales el cómic ha sido despreciado totalmente. No todos se atreven a sacar una entrevista en cómic, como la que le hicieron precisamente a Jorge Sacco el escritor Jorge Carrión y el dibujante Sagar Forniés en el suplemento cultural de La Vanguardia hace unos meses.

Paco Roca ha hecho un libro que se llama Los surcos del azar sobre la participación de los españoles en la Resistencia francesa. Arrugas también fue un gran libro. Pero le quitas a él, ¿y quién se dedica exclusivamente a esto? No somos un formato menor, aunque en este país lo siga pareciendo. A través del cómic se puede desarrollar una historia con todo el rigor posible. No digo que yo lo haya conseguido [ríe], pero se puede.

–Para los que nacimos después de la Constitución de 1978 las películas sobre la Guerra Civil han sido recurrentes, pero falta contextualizar qué pasó. Poca gente joven conoce la figura de Azaña. Los homenajes a los republicanos represaliados por el franquismo o el nazismo son casi siempre no institucionales.

–Hay un montón de lagunas. La guerra ha servido como marco para desarrollar otras historias, no tanto para profundizar en lo que supuso la guerra en sí.

–Tu libro viene a ser una especie de puente entre las obras de Preston, Thomas o Casanova y el público inquieto que no tenga una relación estrecha con el estudio de la Historia.

–Eso fue lo que le llamó la atención a Nicolás Sánchez Albornoz, un historiador clásico que no repudia este nuevo formato, más inmediato e intuitivo. Él prologa El paseo de los canadienses. El lector debe poder relacionarse con la Historia desde un plano sentimental, no solo acudir a ella para informarse. Vuestros padres –es decir, mi generación– y la vuestra son las dos únicas generaciones de españoles que no han vivido una guerra. Es muy complicado hacerse una idea de lo que fue y no podemos olvidarlo.

–¿Qué escuchaste tú sobre la Guerra Civil cuando eras niño?

–El relato de los años del hambre y el deseo de que algo así no volviera a pasar. Pertenecía a una familia más bien de derechas con la excepción de mi padre. No crecí entre resentimiento e injusticia, pero la Guerra Civil fue algo tan atroz que resulta muy complicado de superar. No hablamos de un problema individual. Es tan colectivo que tiene carácter estatal. La reparación tiene que venir a nivel institucional. Nadie en Europa entiende lo que ocurre en España con este tema. Los yanquis están absolutamente fascinados por esta contienda porque tiene rasgos románticos, empezando por el altruismo de las Brigadas Internacionales. Una guerra nunca es romántica, pero la motivación de frenar al fascismo y al nazismo le aporta esos rasgos a la nuestra. Nadie entendería que Hitler o Göring estuvieran enterrados en la Catedral de Colonia. Queipo de Llano está enterrado en la Catedral de Sevilla. Todos [los generales golpistas] tienen honores: son marqueses o condes. Eso es muy difícil de entender y ocurre así porque no se ha cuestionado jamás lo que pasó.

–¿Te creíste en algún momento la Ley de Memoria Histórica que impulsó Zapatero?

–Fue una ley sin consenso. El Partido Popular evidencia que se siente heredero del franquismo por la cantidad de obstáculos que puso. Si no, no se puede explicar esa actitud frente a la Guerra Civil. No se busca blandir la bandera de la venganza. Aquella ley era muy tímida. Se trataba de desenterrar a los muertos y acabar con la exhibición de ciertos símbolos franquistas que permanecían y aún así a ese deseo se le han puesto toda clase de peros. Esas trabas del PP implican que se sienten directamente afectados. Pedir la localización de un cadáver no es reabrir heridas.

Fotografías: Fabricio Triviño.

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