Fotografía: Lorena Portero

Argentina, decime que se siente

A las cinco de la tarde, la nena está tomando la leche acompañada de su abuela, sentadas ambas en el patio de la casa. Una casa vieja, de principio de siglo, pero cuidada y coqueta, como todas las casas de barrio burgués venido a menos. Justo delante de la casa, un gran árbol, un ombú, vertebrado en mil ramas, una rareza verlo en la ciudad, plantado en la vereda en plena avenida. Al lado, la cachila del abuelo brilla al sol, demostrando que el paso de los años es una excusa fácil, que lo bueno y cuidado dura a pesar de los pesares.

La niña le cuenta a la abuela las cosas de la escuela, le explica que en el recreo vivió un conflicto que la dejó afligida, incómoda y con muchas dudas.

–Jugábamos al fútbol en el patio, todos contra todos y al acabar el partido, yendo para clases un niño se me acercó y me espetó: “¡Vos sos canchera, canchera, eh”. Sin más le di una trompada del revés y le partí el labio.

–Pero, ¿cómo sos tan agresiva?– le dijo la abuela sorprendida por la reacción.

–¡Me insultó abuela, me llamó “cancherita”!

–¿Vos sabés lo qué es eso, nena?

–¡Un insulto!

–Noooooo– responde la abuela sonriendo.

Al momento le explica a su manera la jerga típica del fútbol de la calle. La manera de relacionarse en grupo y cómo desde siempre el patio de la escuela, los predios del barrio, el potrero, el fútbol en el asfalto tienen sus propios códigos.

–Yo no sé mucho de fútbol– empieza a explicar la abuela– El abuelo sabe más, en los libros de fútbol de la biblioteca del viejo seguro tenemos mucho en donde buscar explicaciones.

Sin más, mientras la nieta termina su merienda, la abuela se encamina a la biblioteca de su marido. El santuario privado del viejo, donde guarda sus recuerdos, sus más preciados tesoros de una época pretérita.

A los pocos minutos vuelve con casi un incunable titulado En el área del potrero, de Ricardo Borocotó Lorenzo, un viejo manual editado en 1935 y a un lado de la mesa pone otro, Su majestad el fútbol, de Eduardo Galeano, también raído y viejo. En la portada pone 1968, justo el año en que nació su padre, el ausente siempre presente. Finalmente una vieja carpeta llena de recortes amarillentos, recoge la historia de mil anécdotas puntuales ocurridas a uno y otro lado del Río de la Plata. Diarios de hoy y publicaciones de ayer que ilustran mil batallas ganadas y otras tantas perdidas en las innumerables afrentas vividas por ambos foros futbolísticos situados antagónicamente enfrente de las dos orillas, con historias paralelas de triunfos y derrotas.

–Bueno, aquí tenemos datos sobre como afrontar el problema– dice la abuela, sofocada por el trajín de traer tanto libro empolvados por el paso de un tiempo que deja inmóvil el acontecimiento de cada uno de los capítulos de los dichosos libros. –¡Primerito de todo, mijita, no vuelvas a levantarle la mano a nadie! Un jugador canchero es un jugador que sabe sobrevivir en el potrero, sabe jugar y sabe resolver los litigios que le surgen en el juego. El botija te llamó cancherita porque jugás bien, sos peleadora y valiente. Fue un halago, no un insulto.

La niña sorprendida la mira apesadumbrada y expresa su sentir en pocas palabras.

–¡Le largué un guantazo con toda! Me llené de rabia.

–Bueno, ahora ya está– consuela la abuela ante la visión arrepentida de su nieta. –La próxima vez, antes de levantar la mano, procura saber qué es lo que te están llamando, para una vez que un hombre piropea a una mujer por jugar al fútbol, vos vas y le reventás los morros. ¡Ché…!

–¿Conocés muchos cancheros, abuela?– pregunta la nena con curiosidad.

–Acá en los libros y los recortes salen muchos. ¿Los miramos?– comenta la abuela entusiasmada ante la idea de pasar la tarde conversando con su nieta.

–¡Y claro, cómo no!– responde la nieta entusiasmada.

La abuela abre el libro ajado por los años de un desconocido para ambas, Sr. Lorenzo, y después abre la carpeta de los recortes que durante tanto tiempo guardó cuidadosamente su marido.

–Aquí dice que el fútbol uruguayo y argentino se vienen enfrentando desde principios del siglo XX y que a lo largo de los años surgieron en ambos países grandes jugadores que dieron gloria y lustre a la historia balompédica de ambos lados.

–No abuela, solo me interesan los cancheros.

–Cancheros, aquí dice– responde la vieja mientras pasa las páginas escritas años atrás. –Un canchero de postín fue un tal Piendibene, jugador estrella de Peñarol, aurinegro, no se si te va a gustar, vos sos de Nacional, ¿no? Jugador de enorme clase y categoría humana supuso el primer gran icono futbolístico de los aurinegros. Galeano nos habla de Héctor Scarone, el mejor jugador del mundo de los años 20, estrella de Nacional, ¡mirá, uno del Bolso! Que fue quien marcó el inicio del gran dominio tricolor en aquella época, además fue campeón olímpico y del mundo. Goleador y líder. El abuelo tiene hablado mucho de él, claro, otro bolsilludo como vos.

–¿Y qué más abuela?

–Acá habla de los campeones del mundo de 1930. Cancheros como ninguno, se partieron el alma para ganarle a…, ¡mirá vos!, Argentina. ¡No podía ser de otra manera!

–Nombres abuela, quiero nombres– responde ansiosa la niña.

–Sí, claro y fotos, aquí están. Ballesteros, Mascheroni, Nazassi, Gestido, Scarone, Andrade, Héctor Castro, Cea, Iriarte, Dorado. A saber quienes eran. Dice acá que iban perdiendo dos a cero en el primer tiempo de la final y terminaron ganando cuatro a dos. El abuelo guardó una vieja cassette, ¿la escuchamos?

http://www.youtube.com/watch?v=bFTJoZ6QF64

La niña se carcajea emocionada, La Gloriosa Celeste levanta el ánimo a cualquier charrúa con sangre en las venas, no podía ser de otra manera.

La abuela elige un recorte de periódico amarillento y comienza a explicarle a su nieta las particularidades de los jugadores porteños y argentinos en general así como las glorias pasadas de un fútbol uruguayo grandioso en formas y en contenidos.

–Aquí dice que los jugadores argentinos y uruguayos se caracterizaban por el juego corto, preciso, al pie, dominando las técnicas del manejo de la pelota, el dribling y el tiro. Al contrario que los ingleses, el tacto con la pelota y correr poquito para que la redonda corra, era la filosofía propia del juego de estos pagos. ¡No me extraña, mija, un argentino y un uruguayo solo corren si los persiguen! Para qué van a correr si hacen correr la pelota.

–¿Algún canchero argentino?– pregunta intrigada la nena.

–Y claro. Aquí hablan de Guillermo Stabile, Peucelle, de la máquina de River, de los Carasucias, San Filippo de Artime, Bochini y tantos más.

–¡La Máquina de River, increíble! Y los Carasucias, jajaja, como nosotros al salir del patio. ¿Eran cancheros esos?

–¡Y cómo no van a ser! Atenta, mirá que nombres. Lostau, Labruna, Pedernera, Moreno y Muñoz. Estos ganaron todo lo imaginable con River Plate de Buenos Aires, son un mito de la Banda Sangre, dicen acá. El nombre se lo puso, ¡mirá vos! el mismo que escribió el libro viejo este que tenemos aquí, el señor Borocotó.

–¿Y los Carasucias?– pregunta de inmediato la niña intrigada.

–Sí, estos jugaron en la selección de Argentina en lo años 50 o por ahí. Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz. Ganaron muchísimas cosas con Argentina y como eran muy jovencitos les llamaron Los Carasucias.

–¿Y Uruguay nunca más salió campeón?– inquiere la niña, pendiente de todas las anécdotas que le cuenta su abuela.

–Claro que sí, en Brasil 1950. El Maracanazo le llamaron. Cuenta la crónica que Uruguay calló al estadio más grande del mundo con un gol de Ghiggia. Pero el canchero más grande conocido se llamaba el Negro Jefe, Obdulio Varela. Gritaba en la cancha a sus compañeros “los de afuera son de palo”. Era un caudillo para los suyos.

–¿Quienes eran los suyos?

–Lo miramos en este recorte. Máspoli, González, Tejera, Gambetta, Andrade, Ghiggia, Julio Pérez, Schiaffino y Morán. Campeones del mundo por segunda vez en la historia.

Otra grabación, ¿escuchamos?

–Si abuela, ponela, a saber que tenía guardado el abuelo en el cassette.

http://www.youtube.com/watch?v=Ax0WoS7ke-4

El entusiasmo crece en ambas mujeres, una joven, descubriendo los rincones más gloriosos del fútbol de su país, otra, mayor, recordando momentos pasados que le traen a la memoria caras que ya no están. Somos lo que vivimos pero ante todo, con quien lo vivimos. La abuela se emociona al sentir la voz armónica del locutor radiofónico, ¡tantas horas con su madre, sentadas las dos cosiendo mientras la radio gritaba los goles de unos y de otros y su padre, fumando en el rincón con el mate y el pucho entre los labios!

–¿Y Nacional y Peñarol entonces tuvieron muchos cancheros?– continúa la niña ante el silencio prolongado de su abuela.

–¡Cómo no iban a tener! Y River Plate, Boca, Estudiantes de la Plata, Independiente… Las selecciones argentinas y uruguayas del momento se repartieron las Copas de América durante muchos años y Uruguay en los mundiales era muy respetada. Pero los clubs, según dice en este recorte, vivieron su época dorada en los años 60 y 70. Peñarol reinó en los 60 y Estudiantes de la Plata e Independiente de Avellaneda en los 70.

–Me gusta Estudiantes de la Plata– dice inocente la niña. –Seguro que eran muy educados y buenos estudiantes.

–Buenos estudiantes no lo discuto– dice la abuela. –Aquí se comenta que uno de ellos fue doctor y todo, ginecólogo, el señor Carlos Salvador Bilardo. Pero educados, no sé que decirte. Por lo que comentan acá, pinchaban a los rivales y jugaban muy brusco pero eran tan buenos que ganaban casi siempre. Pachamé y la Bruja Verón, Conigliaro y Bilardo eran algunas de sus estrellas.

–¿Y de Independiente, qué dicen?

–Mucho y nada, parece ser que en el equipo existió en su momento un nuevo mesías del fútbol llamado Bochini y todo el mundo se rendía bajo sus pies. Jugaba caminando, pero la ponía donde quería, era el lider espiritual pero la pelota era una extensión de su cerebro. Lo pone acá.Y mirá, también habla de un señor, periodista, que defendía a los jugadores creativos, a los jugadores de antes, que los modernos son puro músculo, sin cerebro para pensar. Supongo que se referirá a los cancheros, a los jugadores especiales que saben jugar y pelear por sus equipos, como vos.

–¿Cómo se llamaba ese señor?

Dante Panzeri. Era periodista y escritor. Escribió un libro llamado Fútbol, la dinámica de lo impensado o algo así, se lo oí nombrar alguna vez al abuelo. Un periodista peligroso decía, contaba la verdad a pesar de los milicos. Bueno, tu abuelo se deja llevar por lo que dicen los diarios, nosotras somos más revolucionarias. Un periodista que dice la verdad, a pesar de los milicos, no puede ser malo.

–¿Argentina fue alguna vez campeón del mundo?

–Pues sí, yo me acuerdo de eso. En 1978 ganó el mundial en su país, contra una selección de Holanda, que eran buenísimos. Argentina ganó en el alargue, con un jugador melenudo llamado Kempes, ¡ese sí que era canchero! Corría como un potro y se llevaba a todos por delante, tropezando, gambeteando hasta marcar el gol.

–¿Y quiénes más jugaban con él?

–Muchos y muy buenos. Te digo, el diario Clarín pone que jugaban Fillol, Passarella, Tarantini, Gallego, Ardiles, Bertoni, Luke, Houseman, Ortiz, Galván, Olguín. Todos cancheros, pero el que a mí me gustaba más era Ardiles, chiquito, un ratón, pero inteligente. Tenía que usar la habilidad para compensar su escasa fuerza pero era el más listo de todos.

–Y fueron campeones. Papá dijo alguna vez que ese equipo tenía que salir campeón sí o sí, no se qué contaba de unos milicos de bigote y de no se qué líos que había… –contaba la niña inocente al desconocer la realidad del momento.

–Era algo serio– ataja la abuela. –Los militares mandaban y ya sabés lo que son los militares. El abuelo los conocía bien, no le gustaban pero como es tan inocente, se creía todo lo que decían en televisión. A mí me llevaron presa una vez por levantarle la mano a un gendarme. Ya ves, el arranque del momento lo heredaste de mí, nenita.

–¿Y te hicieron daño?

–No, me llevaron presa un día y me asustaron un poquito, después vino el abuelo y me soltaron. Los milicos no eran listos, por eso eran peligrosos, había que andar con cuidado.

–¿Argentina ganó alguna vez más?

–Sííí, con Maradona, el mejor jugador del mundo. Chiquito y gordito, pero un genio. Con sus compañeros y con el doctor ginecólogo Bilardo, ganaron en Méjico en el año 1986 contra la poderosa Alemania. Y Maradona marcó el mejor gol de los mundiales dice acá el diario. Y marcó un gol con la mano…. con la mano de Dios, jejejeje, ¡cómo son los periodistas! Y al final se llevaron la Copa otra vez para Argentina.

Y así siguieron toda la tarde, hablando de Francescoli y de Batistuta, del Loco Abreu y de Diego Latorre, de Forlán y de Messi. Y fueron desgranando poco a poco la esencia básica que tiene como bandera el fútbol rioplatense, el talento y el carácter.

–¿Te gustaron las anécdotas que leímos juntas?– pregunta la abuela, contenta por haber tenido la oportunidad de pasar una tarde agradable conversando con su nieta.

–Me encantaron abuela. Yo quiero seguir siendo canchera. Aunque los uruguayos y los argentinos no nos bancamos mucho, tenemos una raíz común, el fútbol lo jugamos con el corazón y lo peleamos a muerte. Además tenemos muchas cosas en común, tenemos el espíritu ganador y la sangre caliente. Eso me gusta.

–Pero hay que saber medirse, ¿eh , nena?, tenemos que templar el genio

–¡Tenés razón, abuela! Por eso ahora me voy a marchar. Soy una canchera pero fuera de la cancha no quiero ser una pelotuda, me voy a ir a la casa del niño al que le pegué hoy, le voy a pedir perdón y a agradecerle que me llamase cancherita.

–Y de paso a recordarle que a las mujeres también nos gusta el fútbol, ¿no?

 

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