El peso de las guerras en el mundo antiguo, tal y como afirmé de forma un tanto aventurada en la última entrega de Ius ad bellum, recayó fundamentalmente en la infantería. La caballería quedó en un segundo plano, salvo algunas excepciones. Y hoy os hablaré de la excepción que, en mi modesta opinión, es la más notable; la batalla de Carras.

Corre el año 52 a.C., la época en la que Julio César está encadenando victorias asombrosas en las Galias. El poder en Roma lo ostenta un trío (Triunvirato) formado por el propio César, por Pompeyo y por Craso, que han unido sus fuerzas y recursos para perpetuarse en el gobierno. Craso tiene 60 años y es el hombre más rico de Roma. es algo así como decir que es el más rico de Europa, si trasladáramos el contexto a la actualidad. Es un individuo esencialmente despiadado, incluso para los parámetros de la época, y el origen de su fortuna es bastante oscuro. Craso se siente celoso de las victorias o triunfos militares de César y Pompeyo. Craso, por cierto, fue el que sometió a Espartaco y a su ejército de esclavos sublevados. Pero vencer contra un ejército de esclavos no puede ser considerado una victoria honorable. Una circunstancia que mortifica especialmente a Craso, que está decidido a lograr un prestigio militar similar al de Julio César y Cneo Pompeyo.

Craso apunta alto y pone los ojos en el formidable Imperio Parto. Los partos han sometido a todos los reinos desde la actual Turquía hasta el río Indo. Mantienen tensas relaciones con Roma. Podríamos decir que ambos imperio se observan con mutuo recelo. Una especie de guerra fría entre Oriente y Occidente, aunque en ese momento mantienen una tregua firmada. Craso se hace nombrar gobernador de Siria y no disimula sus intenciones, lo cual constituye, probablemente, su primer error. El senado de Roma protesta tímidamente por la ruptura de la tregua. Aquel invierno, el rey de los partos, Orodes II, sabe ya que habrá guerra en primavera y empieza a prepararse.

Craso recluta siete legiones y una fuerza de caballería de unos 3.000 hombres. Muchos de estos jinetes son aliados galos de la tribu de los eduos, cedidos por Julio César. César, por cierto, apoya la campaña públicamente para respaldar a Craso.

Craso asigna a su hijo Publio Craso la comandancia del contingente de caballería. Publio es un joven prometedor que ha destacado ya en la guerra de las Galias luchando junto a Julio César.

Remitiéndonos a lo esencial; el 9 de Junio del año 53 a.C., Craso y su formidable ejército cruzan el Éufrates y se internan en el pedregoso desierto que constituye la frontera occidental del Imperio parto. Craso había desoído a sus generales y al rey de Armenia (su aliado), que le había ofrecido la posibilidad de atacar desde el norte (una ruta mucho más recomendable) y que además le había ofrecido un importante contingente de caballería que Craso rechazó, muy probablemente para no tener que compartir la gloria del triunfo. En otras palabras; se interna en un territorio poco conocido que además es mucho más favorable para su enemigo, cuyas tropas tienen mayor movilidad. Y ahora es el momento de hablar del ejército parto.

Lo primero que diré, dado el tema que nos ocupa, es que está compuesto fundamentalmente por jinetes. Por una parte, los arqueros montados. Caballería ligera. Monturas muy ágiles. Disponen del famoso arco compuesto, una maravilla de la ingeniería que se fabrica con piezas de diferentes maderas ensambladas con resina. Requiere poco esfuerzo para ser tensado y su disparo es muy potente. Los arqueros montados son auténticos acróbatas. No sólo pueden hacer blanco mientras cabalgan a gran velocidad (lo cual requería manejar el arma y las riendas al mismo tiempo), también son los inventores del célebre “disparo parto”. Es decir; son capaces de volverse sobre el caballo para disparar hacia atrás mientras se retiran.

La fuerza de choque del ejército parto son los catafractas. Caballería pesada. Se protegen con una prenda de cuero muy grueso parecida a una sotana, que además está recubierta de escamas metálicas similares a las de un pez. También sus caballos están acorazados con una pieza de cuero escamada que llega hasta los cascos. Los catafractas partos usan una lanza muy larga y pesada que empuñan con ambas manos. Podríamos decir, arriesgándonos un poco, que son el preludio de la caballería pesada medieval, aunque la ausencia de estribos limita bastante la estabilidad del jinete y, por tanto, la fuerza con la que pueden atacar con la lanza.

En defensa de Craso y de su decisión de internarse en un desierto desconocido en pleno mes de Junio hay que decir que los romanos, poco tiempo atrás, habían logrado victorias bastante fáciles contra otros ejércitos orientales, y que es muy probable que el caudillo árabe Ariamnes, que anteriormente había aconsejado a Pompeyo y que ahora orientaba a Craso, se encontrara en aquel momento actuando a favor de los partos y convenciera a Craso de la debilidad de Orodes II y de la conveniencia de atacar directamente por aquella ruta, la más corta hacia la capital de los partos.

El rey Orodes II envía a uno de sus generales a retrasar el avance romano mientras él organiza la defensa con el resto del ejército. A este general se le ha conocido posteriormente como Surena, aunque el título equivalente a General, en el idioma parto, era Suren, y es muy posible que sea una derivación.

Surena cuenta con 9.000 arqueros montados y 1.000 catafractas para hostigar y dificultar en lo posible el avance del formidable contingente romano. Ambos ejércitos se encuentran finalmente cerca del pequeño pueblo de Carras, en la actual Turquía. Las avanzadillas de jinetes partos apenas se muestran, y los infantes de la retaguardia hacen sonar sus formidables tambores, del tamaño de piscinas infantiles. Craso, según parece, entró en pánico. Los romanos no saben exactamente a qué se enfrentan. Ignoran, desde luego, que el contingente parto es tan reducido.

Craso ordena una formación en cuadro, adecuada en caso de ser rodeados pero que limita mucho la movilidad y reduce el espacio entre hombre y hombre, lo cual no es bueno cuando van a dispararte nubes de flechas. Craso, en definitiva, se deja rodear. Y eso nunca es recomendable. Incluso en una pelea callejera es muy importante tener una ruta de escape.

Los arqueros partos galopan alrededor del enorme cuadro formado por casi 40.000 hombres (con el equipaje y las provisiones colocados en el centro) y empiezan a disparar andanadas de flechas. Es fácil imaginar que la moral de los romanos no era la mejor en aquel momento. El calor debía ser terrible, no sabían a cuántos enemigos se enfrentaban y los veloces caballos partos galopaban a su alrededor, disparando flechas con una fuerza inusitada mientras levantaban densas polvaredas que dificultaban la visión y también la respiración.

Los romanos se limitan a esperar a que sus enemigos agoten la provisión de flechas. Los partos combinan disparos en parábola (apuntando al cielo para que los proyectiles caigan desde arriba) con disparos en línea recta. Los romanos, por tanto, no pueden protegerse del todo con sus escudos.

(continuará)

 

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Plato de oro que representa a un arquero ejecutando el célebre «disparo parto» mientras se aleja de su enemigo. Nótese el arco compuesto. Fuente: National Geographic.

 

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