Alejandro González Iñárritu levanta la estatuilla del Oscar en el Teatro Dolby de Los Ángeles por tercera ocasión en una noche. Es mejor guionista y mejor director. Birdman es la mejor película. Se acerca al micrófono para denunciar la impunidad en México y demandar un mejor trato para los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Con esas palabras cierra la noche más vista por los cinéfilos del mundo. Regresa a su asiento y espera que el gran premio sea anunciado. Intuye que está muy cerca. Los anteriores reconocimientos en los Golden Globes y el BAFTA le hacen tener un semblante tranquilo. Repasa en su cabeza las palabras que debe decir en el escenario. Regresa a su casa y mientras se viste de smoking preparándose para la ceremonia 87 de la Academia recuerda el momento en que empezó todo, cuando dedicado a la dirección de cortometrajes y publicidad con su compañía Z Films en México un día se aventura a su primera película.

Es el año 1999, al borde del mítico 2000 que hizo pensar que el cambio de milenio significaba que las cosas serían distintas. Iñárritu trabaja con el guionista Guillermo Arriaga el tejido de tres historias entrecruzadas que se cuentan a partir de una relación amorosa: Octavio (Gael García Bernal) y Susana (Vanesa Bauche), de los barrios duros de la Ciudad de México; Daniel (Álvaro Guerrero) y Valeria (Goya Toledo), una pareja de clase media-alta que se forma a partir de un divorcio; y el Chivo y Maru, padre e hija separados por la desaparición del primero. Las rudas calles de la Ciudad de México, con su disparidad social, son el escenario de una historia que deja a los espectadores con la sensación de ser testigos de una transformación en la cinematografía mexicana: un melodrama filmado con un realismo y crudeza que lo alejan del estereotipado género tan popular en la telenovela. En algún momento, cuando Arriaga termina de escribir el guión, los cineastas y amigos dudan del título que debe llevar. La mujer del director tiene una revelación: Amores Perros –dice sin más. Iñárritu y Arriaga se miran sabiendo que lo tienen. El crew se forma sin que nadie sospeche que el futuro les cambiará la vida y a algunos, como el actor Gael Gacía Bernal, los convertirá en trending topic. González Iñárritu termina de filmar su Amores Perros con la certeza de tener una gran película en sus manos, pero lo primero que encuentra es un choque con el destino: Cannes la deja fuera de la Selección Oficial. Desde la Semana de la Crítica, se expande el rumor de un filme mexicano ninguneado injustamente. Filas de personas movidas por la publicidad del boca a boca se amontonan para verla. La película obtiene el Gran Premio de la Crítica y a partir de ahí, una avalancha de premios capaces de levantar las alas del ego a cualquiera. Fue gracias a ese filme que el cineasta pisó por primera vez el Teatro Kodak, cuando la sede de los Óscares llevaba el nombre de la compañía que se resistió a la llegada del digital hasta que la realidad la puso en la quiebra. Aquella vez, el director mexicano recogió el premio a mejor película extranjera, el reconocimiento de los ajenos a la industria de Hollywood; lo mejor entre aquello que no es ellos mismos. Otro era el traje que se ponía frente al espejo y otro el reflejo que lo miraba. El recuerdo se posa en el saco de Alejandro como una mosca imposible de matar. Mira el reloj y termina de colocarse la corbata. Su mujer interrumpe sus recuerdos para recordarle el presente. El escenario que lo espera desaparecerá el pasado devolviendo una mirada fija al futuro. Levantará la estatuilla tres veces. A su Birdman le saldrán las alas para demostrar que contra todas las leyes de la naturaleza puede volar.

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