En un coqueto piso del madrileño barrio de La Latina hay una hora para hablar de México y de los mexicanos con Sergio Aguayo Quezada (Jalisco, 1947). Académico, politólogo y promotor de la democracia y los derechos humanos, el también columnista de Negra Tinta disecciona con la revista la «esquizofrénica» psicología de su patria, tan solidaria como violenta, tan brillante como necesitada de cambio. Y como su relación con España es íntima (vivió en Barcelona en los 70, su esposa es catalana y tiene un hijo adoptado por Madrid y por una periodista española que le ha dado un nieto hispanomexicano) Aguayo se atreve, no sin cierto recelo por no incomodar «sensibilidades ibéricas», a opinar sobre temas tan diversos como el proceso independentista catalán, la corrupción política y empresarial o la figura de Hernán Cortés. Lo hace con gracia y despachando un café bien fuerte. «Un café a la mexicana».

–Decía en el año 2011 que México era «un país en guerra». Supongo que tras los sangrientos sucesos de los últimos meses sigue manteniendo esa afirmación.

–Bueno, realmente yo me hice eco de una frase del presidente Felipe Calderón, que desde 2007 empezó a hablar de guerra. Lo repitió 57 veces durante su mandato, aunque ahora lo niegue. Yo estuve de acuerdo desde un principio con esa frase porque hay zonas del país en guerra. Desde hace al menos siete u ocho años tenemos un conflicto terrible entre dos ejércitos. Uno es gubernamental y el otro está formado por sicarios. En medio queda la población civil, aterrorizada por los criminales y desatendida por el Gobierno. Es una guerra muy peculiar porque no recuerdo en la historia un conflicto tan intenso causado por el crimen organizado. Ni en Italia, ni en Colombia, ni en Estados Unidos. En Colombia, donde las FARC ocuparon territorios, era un ejército revolucionario quien se hacía con el terreno y no los cárteles de la droga. En México, el narcotráfico ha dado un salto cualitativo que se ha extendido a toda la región [Centroamérica y Caribe]. Si no vemos el problema mexicano desde una perspectiva más regional y global, no lo vamos a entender nunca.

–En la entrevista que le hicimos a Juan Villoro nos dijo que el problema del noreste mexicano es que allí había aparecido un paraestado al margen de la ley, donde la falta de tejido social había llevado al pueblo a vivir encerrado en sus casas. ¿La inseguridad está al mando? 

–Hay dos modalidades para entender la presencia del crimen organizado en México. Una es más empresarial y está caracterizada por la Confederación de Sinaloa. Ellos son empresarios, lo que les interesa es producir y traficar con la droga. Nada más. Luego tenemos el modelo de Tamaulipas, Michoacán, Guerrero y algunas zonas de Chihuahua y Nuevo León en donde, a partir de 2005, los Zetas deciden  controlar el territorio. Eso significa un cambio cualitativo porque no es solo el control de corredores terrestres para mandar mercancía y personas a EE UU sino la ocupación de un área geográfica para aterrorizar a la población y extraerle toda la riqueza posible. A los Zetas se les achacan 22 tipos diferentes de delitos: tráfico de personas, robo de combustible, extorsiones… Todo lo que se les ocurra. Además de este grupo de inspiración militarizada por esos estados campan unos imitadores muy curiosos, la Familia Michoacana, que recurren a la mitología de las Cruzadas para apropiarse de la simbología católica y considerarse Caballeros Templarios que defienden a los habitantes de Michoacán. Sin embargo, el modelo de extorsión y ocupación que practican es el mismo que los Zetas.

–Tal y como describe México, da la impresión de que ustedes viven en una suerte de sistema feudal, pero con unos señores de la guerra dotados de armamento del Siglo XXI.

–¡Pues claro, a eso me refería! No se puede entender a esta nación porque no hay precedentes para entender al México actual. El crimen organizado nunca se había lanzado a la ocupación de tantos territorios exclusivamente con fines de extraer riqueza a la población civil. No se suele tomar en cuenta que la historia de la violencia en México se inicia en 1932 cuando, en Chicago, Lucky Luciano convoca a las familias mafiosas para crear la Cosa Nostra estadounidense. A partir de ese momento, Cuba se convierte en el centro de operaciones del crimen organizado hasta la llegada de [FidelCastro. De ahí se va a Colombia y, finalmente, aterriza en México.

–Son ochenta años de proceso histórico.

–En esas décadas, el crimen organizado no ha parado de crecer, sofisticarse y formar a sus cuadros tecnológicos y financieros. Ahora hay una generación completa de militantes con una formación altamente sofisticada, andan con traje y se dedican a hacer negocios en todo el mundo. No usan cuerno de chivo. La empresa transnacional con representación en más países es la Confederación de Sinaloa, con presencia en 55 estados. Cementos Mexicanos, que es la segunda, tiene presencia en 34 países. Ambos están en España; por cierto, unos de forma legítima y los otros por la vía ilegítima. Las décadas que los cuadros mafiosos tardaron en construir sus estructuras explican la resistencia que tienen.

–¿Echa de menos más ayuda en la esfera internacional para que México acabe con el problema de la violencia? 

–Sí. En México todos tenemos muy claro que EE UU es un actor principal en esta historia. En los textos que escribo sobre este asunto siempre incluyo a EE UU. Si alguien se toma la molestia de ver el mapa de la cuenca del Caribe verá que México es una especie de pirámide invertida con la parte más estrecha hacia América Central y la parte más ancha hacia EE UU. Por eso nos ven como un «cuerno de la abundancia». Esa ubicación geopolítica es lo que explica tanta violencia porque, a lo largo de las décadas, México se transformó en el centro por el que circulan del sur al norte personas y drogas. En los últimos cincuenta años, han migrado 20 millones de personas en la cuenca del Caribe. El 90 por ciento de la cocaína pasa por México. De EE UU viene una enorme cantidad de armas y dinero negro, que se lava en mi país, Panamá, Belize, Bahamas, Jamaica y las islas de la parte exterior del Caribe. Si le queremos añadir una mayor complejidad, México se ha convertido en uno de los más importantes centros de generación de cultura de la violencia en todo el mundo. Los narcocorridos son uno de los elementos de una cultura sofisticada y potente, que tiene su contraparte en el rap de los gángsters estadounidenses o el reguetón caribeño. Este problema no se acabará hasta que no se enfoque regionalmente.

–¿Eso no es posible porque Washington se niega a analizar globalmente la problemática? 

–En buena medida, sí. Pero tampoco existe la voluntad por parte de los gobiernos y los organismos multilaterales para perseguir el fenómeno como algo regional. Ello supondría distribuir las responsabilidades y es más sencillo culpar al otro. Los mexicanos, a EE UU y estos, a los latinoamericanos que les envían las drogas. La demonización de la responsabilidad va variando de país en país. Si alguien ve El lobo de Wall Street, una película de 2013, hay dos escenas en la que inhalan drogas durante siete minutos y medio, lo cual es mucho tiempo para el cine. En ninguna de las escenas donde se consume cocaína y otros tipos de drogas aparecen los proveedores. La cocaína está de repente en las mesas de los ejecutivos de Wall Street sin que [Martin] Scorsese explique en ningún momento de dónde viene esa droga y cuál es el costo humano que estamos pagando en diferentes países para que viaje desde las selvas de Perú, Bolivia o Colombia hasta el downtown de Manhattan. No hay el deseo de asumir las respectivas responsabilidades.

–¿Qué puede hacer un profesor universitario más allá de denunciar esa opacidad?

–El papel de quienes trabajamos en la generación de conocimiento es rescatar la historia y ordenarla con base a una información para poder luego presentarla a la audiencia y esperar que tenga efecto en algún momento futuro. Realmente uno nunca sabe cuándo va a transformarse el paradigma. Si uno revisa las etapas de la cultura de la droga –que no es lo mismo que la cultura de la violencia, que tiene otras dinámicas– se da cuenta de que en los años 60 nadie se imaginaba que llegaría el día en el que se legalizara el consumo de marihuana para diversión en varios estados de la Unión Americana. El paradigma se está transformando y eso es lo que llevará a la resolución en algún momento de la problemática generada por la producción, distribución y consumo de narcóticos, principal vertiente del gran delta de ese Amazonas que es la cultura de la violencia en la cuenca del Caribe. Por cierto, nuestra zona es la más violenta del mundo. No a causa de un conflicto armado (eso se lo dejamos a Siria, Iraq y otras regiones), pero sí por culpa de los homicidios perpetrados con armas de fuego.

–Tras doctorarse, cursó estudios en la Universidad Johns Hopkins, situada en Baltimore. ¿Ha visto The Wire

–Aunque yo estuve en la Escuela de Estudios Internacionales de la Johns Hopkins, que está en Washington, la realidad de Baltimore la conocí bien y he visto The Wire. Es una de las mejores series que se han hecho y juguetea además con la legalización cuando recrea un poblado ficticio donde es posible la venta libre de droga. El de Hamsterdam es uno de los capítulos más alucinantes de The Wire porque muestra la posibilidad de que haya un mercado legal de narcóticos.

–Este año se celebra el 104º aniversario de la Revolución Mexicana. ¿Qué perdió México el día que asesinaron a Zapata?

–[Medita unos segundos]. Me hace una pregunta que tiene que ver con el mito y con la realidad de la Revolución Mexicana. La Revolución fue un carnaval de violencia y sangre a niveles terribles, siendo al mismo tiempo el choque entre dos visiones del mundo, en el cual estaba la Revolución del Norte, de pequeños propietarios, y la Revolución del Sur, de terratenientes. John Womack describe muy bien esta situación en su libro Zapata y la Revolución Mexicana, que se inicia con una frase que dice más o menos: «Los zapatistas hicieron una revolución para evitar que hubiera cambios». Es decir, la paradoja es que la rebelión zapatista fue para regresar a un México que ya estaba desapareciendo. Pero al ejecutarlo en una traición los partidarios de la Revolución del Norte, la triunfante, se crea el mito de Emiliano Zapata como luchador incansable de los pobres, como si hubiera fracasado por sacrificarse en aras de los miserables. Si uno revisa la historia del país son muy pocos los personajes que realmente se la han jugado por los pobres. Es impresionante la falta de campeones que tienen los desposeídos mexicanos. De los grandes líderes revolucionarios, si exceptuamos a Lázaro Cárdenas, todos tienen una reputación bastante pobre. El que no fue contrabandista de licores y drogas, regentó burdeles o fue un ladrón o un modernizador que toleró la corrupción. Somos un país de víctimas con pocos defensores efectivos.

–¿En qué se diferencian Zapata y el Subcomandante Marcos, pese a que toda la guerrilla del movimiento indígena toma el apelativo de zapatista?

–Son dos historias muy diferentes. El compromiso con los pobres de Marcos, de Samuel Ruiz y de toda una generación de luchadores es indudable. Siempre he defendido la legitimidad del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en representación de una franja de la población. Emiliano Zapata fue representativo de una vertiente de la Revolución Nacional, mientras que el zapatismo que encabezan Marcos y la comandancia clandestina representa a un sector indígena muy bien atrincherado en un enclave del sur de México, que no ha logrado hasta ahora exportar su propuesta de cambio al resto del país ni tampoco establecer alianzas con otros sectores. No obstante, esta situación puede cambiar; hace solo veinte años del surgimiento del zapatismo.

–En el contexto de violencia y miedo en el que comentaba que se encuentran amplias zona del país, ¿por qué punto camina la transición democrática de México? En uno de sus estudios afirmaba que ese proceso se lleva eternizando durante décadas.

–Empezó en 1963, según mis cálculos. Esa transición liberal-electoral está sumergida en el pantano de corrupción e ineficiencia de los partidos políticos. La mezquindad que mostraron Vicente Fox y Felipe Calderón, los panistas que llegaron al poder, es inenarrable tanto como la profunda corrupción de la izquierda mexicana, que no supo aprovechar el mandato que recibió en las urnas y lo desperdició con una francachela de dispendios. Estamos entrando en un nuevo momento de efervescencia que ignoro hacia dónde nos va a conducir. La utopía de que el voto nos iba a llevar a una transformación pacífica se quedó en eso, en utopía. Sí hemos cambiado en positivo en una serie de aspectos, no lo voy a negar, pero las grandes reformas que desea la mayoría de la población no se han obtenido por ese medio. Eso sí, México ya es un país abierto al mundo y esa es la razón de las movilizaciones de protesta que se están produciendo en estos momentos. Éramos un país parroquial, lo que no se entiende estando justo debajo de EE UU.

Ejemplo: hasta la época precolombina habíamos estado aislados y luego nos pasamos tres siglos constreñidos a tener relaciones con quien Madrid nos ordenaba. Termina la época del Virreinato de la Nueva España y salimos al mundo en 1821 esperanzados de que nos iban a recibir llenos de entusiasmo y, anda que no nos reciben con ese entusiasmo, sino con agresiones y con deseos de arrebatarnos nuestras riquezas. Viene la derrota de 1847 [contra EE UU, que supuso la pérdida de California, Nuevo México, Arizona y Texas] y nuestro país se cierra. Dejamos de estudiar al mundo. Es increíble pero no hubo investigación sobre nuestro vecino del norte hasta 1973. En ese año, el entonces presidente Luis Echeverría vino al Colegio de México, donde yo estudiaba, y comentó que le parecía muy raro que estudiáramos la realidad de China pero no la estadounidense. Se inició un programa para mandar a grupos de estudiantes a EE UU. Fui uno de los tres primeros estudiantes que pasaron la frontera junto a Adolfo Aguilar y Roberta Lajous. ¡Pero esa cerrazón se acabó! Ahora somos una sociedad abierta que envía decenas de miles de jóvenes a todo el mundo. Lo externo está cambiando nuestra cultura política, mientras que antes no lo tomábamos en cuenta. Si Marcos sobrevive en buena medida es por la solidaridad que recibe por la comunidad internacional.

–Son 122 millones de mexicanos, pero se calcula que unos 30 millones habitan en EE UU. ¿Cómo es la relación entre esas dos comunidades?

–Esquizofrénica, como casi todo lo que ocurre en México. Hay relaciones sociales que trascienden el poder del Gobierno. Febrero de 2003. Se crean las Comunidades de Defensa Michoacanas. Se financian con el dinero que les envían los paisanos de su estado que viven en EE UU, que son los que tienen los recursos para armar a estos grupos alzados contra los criminales. Lo explico simplemente como una anécdota que se podría seguir ampliando. Las comunidades mexicanas de Chicago, Nueva York o Los Ángeles eligen a los representantes a los congresos locales de sus estados natales de México. Gente que vive en el exterior decide quiénes tienen que dirigir la política en México. Cuesta trabajo asimilarlo, pero una cuarta parte de los mexicanos está viviendo en EE UU en este momento.

–Estamos hablando de una población superior a la de la mayoría de países de la Unión Europea, por ejemplo. 

–Es solo un colectivo incomprendido por buena parte de unas élites nacionales que tienen una visión muy primitiva de nuestro país, un Estado con 62 lenguas, aproximadamente, y una variedad étnica alucinante. Fíjese. Hasta la Revolución Zapatista, muchos desconocían que existía un México indígena.

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–En España, con cuatro lenguas oficiales también andamos a la gresca por la variedad cultural, lingüística y nacional. Usted lo sabe bien, vivió aquí al final del franquismo, tiene una esposa catalana y una nuera y un nieto madrileños.

–La realidad española es mucho menos compleja, aunque el problema es el mismo, pese a que en México no haya movimientos separatistas.

–¿Ve posible que el movimiento indígena, harto de que en el DF no se atiendan sus reclamaciones, llegue a plantearse la lucha por un Estado independiente?

–No hay indicios en el horizonte de que eso pueda llegar a suceder. En el Siglo XIX, Chiapas y los mayas del Yucatán sí que tuvieron esa idea en la cabeza, pero ahora no es el caso. Al menos, eso es lo que percibo. La agenda de México mezcla elementos del pasado con elementos del presente. Se habla del combate a la pobreza, pero también del derecho al voto, la corrupción, opacidad o la falta de rendición de cuentas. Se está gestando una nueva agenda que incluye también a las víctimas de la violencia, por cierto.

–¿Le sorprende que los nacionalismos españoles, tanto el central como los periféricos, le den normalmente más importancia a la bandera, la lengua o los símbolos nacionales que a los derechos sociales?

–Hasta donde puedo seguir –y aquí temo cometer una barbaridad al opinar sobre España–, me parece que se están traslapando varios discursos simultáneos, algo que también sucede en México. Es una cacofonía similar aunque con tonalidad diversa. Está la agenda social, que viene del movimiento de los excluidos. Luego están las agendas de los partidos tradicionales, más enganchados con ese debate europeo de hasta dónde tiene que llegar la unidad de las naciones y estados. Y, finalmente, en España están las autonomías en las cuales Euskadi y Catalunya tienen sus visiones propias del asunto. Son fuerzas que están operando simultáneamente y en fricción permanente sin que se pueda anticipar cuál va a ser la solución final. Eso es propio de países como el mío y, en ese sentido, sí siento que México y España tienen un cierto paralelismo.

–Mariano Rajoy acaba de cumplir tres años al frente del Ejecutivo español. Como máximo, dentro de un año se celebrarán Elecciones Generales en España. Si como algunas encuestas empiezan a insinuar, el bipartidismo se hundiera o saliera muy lesionado de las urnas, ¿podría servir de inspiración para México? Allí, después del fin de la hegemonía del PRI, que vuelve a estar en el Gobierno, solamente el PAN ha llegado al poder. No hay alternancia.

–El venezolano Moisés Naím, un analista liberal que publica en El País, escribió un libro muy interesante en el que explica las fracturas que tiene el poder en el mundo a raíz de que ni el socialismo real ni la economía de mercado demostraron ser la fórmula para enfrentar la problemática actual. No es solo España y México. Estamos en todo el mundo en una búsqueda por nuevos paradigmas en la cual no existen soluciones que ilusionen a las grandes mayorías. Intentamos encontrar nuevas fórmulas de convivencia para problemas a los que nunca antes se había enfrentado la humanidad: la globalidad, la tecnología y el deterioro ambiental que supone la presencia de 7.000 millones de personas en el planeta (y seguimos creciendo). La competencia por los recursos es gigantesca. Cada país y cada intelectual está intentando adaptar su análisis a esta realidad global. Las ideologías están en crisis y los partidos políticos, agotados. Por eso, académicos y políticos están a la caza de nuevas ideas salvadoras. Lo que ocurre en la actualidad no nos lo imaginábamos antes de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín. Tuvimos un siglo de bipolaridad y combate entre dos grandes propuestas teóricas. Soy, por generación, de los pocos que han leído en serio a Marx y Hegel, y también a los clásicos del liberalismo.

–¿Ahora cómo les leemos?

–No se suelen leer los originales, se consultan las traducciones de intérpretes. No conozco a nadie que se haya metido a estudiar en un seminario dedicado al Volumen I de El Capital, y antes era común entender los planteamientos de Marx estudiando detenidamente esa obra. Porque, para mí, el resto de la producción de Karl Marx palidece ante ese gran monumento a la intelectualidad que es El Capital. Los libros de Darwin son su equivalente en el pensamiento científico. Parece que me estoy desviando, pero la tarea de los académicos es reunir desesperadamente cantidades enormes de información que permitan explicar fenómenos que son prioritarios y que determinan la vida de una nación o sociedad, como sería la violencia en México, pero sin olvidar que eso está conectado a todas las otras variables. Por ejemplo, estoy investigando la relación que hay entre España y la violencia que se da en América Latina. Debemos exigirnos colaborar con universidades de otras partes del mundo. De las respuestas que demos en estudios como estos dependerá la viabilidad de varias generaciones, afectadas también por la violencia económica. En Europa, al menos, la violencia física no llega ni de lejos a la magnitud de otras partes del globo. Disfrútenlo mientras puedan.

–Como latinoamericano, cuando los españoles hablamos de recesión y corrupción, ¿no le entra la risa?

–Si hubiera un corruptómetro eficaz, que no lo hay (las mediciones internacionales son solo percepciones), creo que México estaría entre los top de élites corruptas. ¿Cuál es el nivel de competitividad española en ese hipotético concurso? No lo sé. No cantan mal, el flamenco, por supuesto, y saben zapatear [ríe]. Pero no sé, creo que nosotros tenemos con qué superarlos.

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–Para acabar me gustaría ponerle sobre la mesa una serie de personajes mexicanos o relacionados con la historia de su país. Trate de definírmelos brevemente. 

–Adelante.

–Empecemos con el tándem Moctezuma-Hernán Cortés.

–Un diálogo imposible que tenía que acabar de manera violenta con la victoria de uno o de otro. Ganó el español y perdió el azteca.

–Avancemos hasta el Siglo XIX. Napoleón III.

–Un embaucador de austríacos, que le hicieron caso y se fueron a regir un imperio con fantasías en la cabeza. Maximiliano I acabó fusilado en el Cerro de las Campanas de Querétaro.

–De haber triunfado aquella aventura tardoimperial, a lo mejor ahora en México hablarían también francés o alemán.

–Mire, en Jalisco, donde yo nací, hay regiones llenas de güeros de rancho, los herederos directos de la presencia francesa en el país. No hablan francés, pero físicamente son parecidos a los franceses. Estuvieron solamente cinco años, pero fue bastante tiempo para contribuir de manera marginal a la idiosincrasia del país. Aquella aventura de Napoleón y Maximiliano no era viable en esa etapa de la vida de América. El sueño europeo del colonialismo ya empezaba su declive; aunque en África aún fue un siglo en el que se pudiera avanzar, en América Latina los europeos ya iban de salida.

–Hemos hablado de Emiliano Zapata, pero no de Pancho Villa que aquí se suele presentar como su reverso.

–Sí que son muy diferentes. Pancho Villa era una fuerza de la naturaleza, todo un ranchero del norte. Tendrían que conocer México para diferenciar al campesino sureño, introvertido, callado y hermético, del norteño hablador, bronco y mujeriego (Pancho Villa tuvo un montón de mujeres en diferentes partes del país y multitud de hijos). Ambos fueron ejecutados porque ambos eran disfuncionales para la Revolución. Ganó el grupo de Sonora, comandados por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

–A México fue a morir Lev Trotski.

Trotski llegó arrastrado por las contradicciones que aquejaban al comunismo internacional en aquellos años, su disputa con Stalin se extrapoló allí como ocurrió en otras muchas partes del mundo. Le tocó morir en tierra mexicana de una manera muy trágica.

Una de las paradojas de México es que es un país muy generoso. Siempre lo ha sido con los perseguidos, tal vez porque hemos tenido una historia tan trágica que nos solidarizamos fácilmente con el infortunio de los derrotados. No solo Trotski llegó a nuestras costas; la lista es interminable, empezando por infinidad de intelectuales judíos. Si nos vamos a la región del Caribe, en los 40 llegó José Figueres, que luego fue presidente de Costa Rica; recibimos a Jacobo Árbenz, aunque luego lo expulsaron de una manera poco clara; la viuda de Salvador Allende también pasó por el país…

–… y más de 20.000 republicanos españoles.

–Por supuesto.

–El Colegio de México, donde usted se formó, fue la evolución de la Casa de España.

–Creada en 1939 para recibir a los republicanos que fueron invitados por el Gobierno a través de Daniel Cosío Villegas, secretario de la embajada de México en Lisboa, que cuando vio que la Guerra Civil estaba terminando se propuso llevarse a la intelectualidad republicana a América. En 1942, cuando ya era obvio que la República no iba a regresar al poder, la Casa de España se transformó en el Colegio de México.

–¿Frida Kahlo es la mexicana más famosa de la historia?

–Una de ellas. Tiene una vida en la que se anticipa en términos de la emancipación de la mujer. Es capaz de sobreponerse a una relación de pareja con alguien terriblemente posesivo y famoso. Diego Rivera no era cualquier personaje; era el muralista de México, tenía una presencia pública y mediática brutal. Pese a su fragilidad y su enfermedad, Frida logra ser ella misma y creo que muy justificadamente se le reconoce más allá de sus méritos artísticos –que yo no tengo la capacidad para juzgar– por esa disposición a no dejarse apabullar en una época en la que la mujer era la sombra del hombre. Ahí Frida Kahlo brilló con luz propia y hasta se habla de que tuvo un amorío con Trotski. Es una de las leyendas de la vida de un personaje fascinante.

–¿Qué piensa de Carlos Slim?

Carlos Slim ejemplifica a los multimillonarios que se beneficiaron con la transición y el resquebrajamiento del autoritarismo mexicano. Si uno compara a los dos hombres más ricos del mundo, Bill Gates y Carlos Slim, se da cuenta de que uno hizo fortuna innovando y creando Microsoft, contribuyendo con el software que alimenta las computadoras, mientras que el otro se enriqueció por las concesiones que le hizo el Estado mexicano. Esta comparación no la hago yo sino que la rescato de un análisis del The Wall Street Journal sobre los multimillonarios mexicanos, que se distinguen porque la mayoría ha hecho fortuna beneficiándose por concesiones del Gobierno de nuestro país.

–México es un país que en las últimas dos décadas ha exportado directores de cine capaces de ganar premios Oscar y ser famosos en el mundo entero. ¿Qué compatriota cineasta podría dirigir una película ambientada en el México del cambio por el que usted lucha como activista de los Derechos Humanos?

–Me encanta toda esa generación de creadores cinematográficos y sería tal vez injusto señalar a uno como el mejor de ellos. Son tan diferentes… pero, en conjunto, representan muy bien a la generación de mexicanos que salió al exterior y triunfó. Empezamos a salir al mundo en los 70, no antes. Eso a veces no se acaba de entender. Salimos a competir en condiciones muy difíciles con nuestros iguales en todos los terrenos. En cada una de las disciplinas hemos logrado establecer una presencia como mexicanos. Cada quien lo ha hecho de diversa manera, no es lo mismo la biología o la física que el cine o las artes, pero desde esa perspectiva lo que ellos han hecho es meritorio porque han sabido moverse con fluidez en uno de los ambientes más competitivos del mundo dándole un toque mexicano. En ese sentido, ¿cuál me gustaría más? Guillermo del Toro, tal vez. ¡Pero es solo por una razón muy trivial: somos los dos de Jalisco! Estoy orgulloso de ver cine mexicano contemporáneo porque refleja muy bien el país cargado de contradicciones en el que vivo y lo hace sin concesiones. No hay autocensura en un esfuerzo honesto por explicar lo que somos de una manera inteligente y creativa que logra el dificilísimo reto de transmitir un mensaje entreteniendo. Eso les convierte en universales.

Fotografía: Victoria Clemente

Vídeo: Santiago Carrión

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