Siempre he pensado que es mejor ser numeroso en biografías falsas que autobiográfico, que la confesión es enemiga de la literatura y que al revuelo de las palabras conviene llegar habiéndose construido un ego pulido y nuevo. Baudelaire nos enseña a apreciar lo artificial odiando los árboles y normalmente es más interesante lo que uno puede hacer con la realidad que la realidad misma: Soto Ivars se cree todo lo que se le cuente bien porque no suele creerse nada.

Pero de repente me ha alcanzado la noche de San Juan en Madrid, una ciudad donde la arena está meada en las plazas y nunca bajo los adoquines; y, pensando en el Mundial de Fútbol, empieza a arder una hoguera con la lumbre de los cuatro años que nos separan del anterior. Esta noche sólo puedo participar de todas las nostalgias posibles, así que, contra el buen gusto —mucho mejor hacer como Valle llenando los cafés de sus aventuras en una América dudosa que nunca pisó—, os hablaré de algo que se acerca a mí.

Mientras la Selección Española se encaminaba hacia el triunfo tantas veces invocado yo recorría las calles de París junto a un buen amigo. Así, como para tantos otros, París sirvió de pórtico para esta etapa en la que sucederá todo lo que me ha sucedido y que viene a invertir la tendencia de aquella “edad de libros y escasos placeres” que, en palabras de Villena, fue la adolescencia.

Cuando llega el duende de Malasaña a uno le toca mirar hacia Londres y el pop, pero entonces todavía estaba escorado hacia una Francia bohemia y enferma de sífilis y aquel viaje que fue fugaz durante varias semanas me permitió saludar a sus glorias. Las cosas son más como uno las recuerda que como se ven, así que a pesar de que aquello poco tuvo que ver con Rayuela, ya creí adivinar a alguna Maga perfilándose sobre el Pont Des Arts.

Después hubo un verano luminoso y marinero. No llegué a ver la final del Mundial porque mientras España gritaba yo comía pizza en medio del mar, sobre una pequeña lancha, acompañado por una muchacha noruega con el pelo de mil colores que no paraba de hablarme de Sonic Youth: a partir de entonces todo ha sido tan por sorpresa posible.

Dije ya algo de la universidad, que sin pena ni gloria se nos pone por delante a los jóvenes como una condena leve, como un castigo benigno consistente en cumplir plazos y enviar correos electrónicos. Lo cierto es que nunca he llegado a sentir su aliento en el cogote y tal vez de haber pasado podría irme algo mejor: mejor que no. A ratos los estudios empantanados y desplegándose en el plano de lo que importa, todo Madrid, varias ciudades y muchas de las geografías tantas veces leídas.

Porque si para algo me han servido estos cuatro años en los que me he enamorado dos veces, he conocido a la mayoría de las personas con las que tengo trato cotidiano ahora y he bebido cantidades indecentes de alcohol, ha sido para saber que hay quien está destinado a vivir según el fluir caprichoso de lo sentimental, dejándose arrastrar antes por las impresiones e iluminaciones de cada momento que por la virtud serena del hombre razonable. Y la responsabilidad de quien sufre de esto que se puede llamar sensibilidad y que poco tiene que ver con el psicoanálisis o el sentimentalismo, es mirarse desde fuera por ver si algún día hace dedo, da con el tono y es capaz de contar lo que le ocurre.

Y en esas ando, que ni siquiera soy paseante. Escondiendo mis piltrafas sin haber todavía encontrado la gracia, el punto perseguido cada vez que se esconde dinamita en los cimientos de uno mismo sólo para observar detenidamente la explosión, para deleitarse en las mutilaciones. En estas ando cada vez que tenso una cuerda hasta que se parte. Cada vez que una noche se convierte en un infierno. Cada vez que paso una semana sin salir de casa.

Miro a mi alrededor y veo a quien lo ha conseguido, el mundo está lleno de autores por debajo de sus obras pero de vez en cuando alguien ha sabido hacer que su obra alcance las cimas que él llevaba tiempo explorando. No creo que esté perdiendo el tiempo. Disculpen las molestias, que son muchas. Seguro que el próximo Mundial nos va mejor.

 

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